Una ola de nuevos hallazgos tiene a los analistas emocionados sobre la nueva era de abundancia energética. Pero mejor no pregunten por el calentamiento global.
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Pocos meses después de un enorme descubrimiento de gas natural frente a la costa de Israel, una compañía local acaba de informar de otro hallazgo que puede ser inmenso: unos 1.400 millones de barriles de crudo, además de más gas natural. La empresa, Israel Opportunity Energy Resources, dice que empezará a perforar a finales de año. Así que de pronto, el país se ha convertido en un centro del interés mundial por los hidrocarburos.
A los expertos en energías les invade una risa nerviosa pensando en una nueva edad de oro y prodigiosa del petróleo y el gas en el Mediterráneo oriental, en la posibilidad de que Israel y Chipre se conviertan en importantes exportadores de crudo y gas natural, además de otros lugares también sorprendentes como la Guayana Francesa, Kenia, Dakota del Norte (EE UU) y Somalia. En total, según unas proyecciones cada vez más extendidas, el mundo está iniciando un periodo de abundancia de oro negro, y no de escasez como la mayoría de los profesionales del sector auguraban hace solo unos meses. Además, Estados Unidos, o al menos Norteamérica, puede estar al borde de adquirir la independencia energética. Los días del exceso de influencia de la OPEP están contados.
Ahora bien, lo que estos expertos no dicen es que, aunque es cierto que esta nueva edad de oro puede sacudir a los ricos y poderosos actuales y crear nuevas fuerzas regionales, también podría acelerar el hundimiento del planeta en el hielo derretido del Ártico. Es posible que el mercado reciba tanto petróleo nuevo que los precios del crudo y la gasolina se moderen y, por tanto, el consumidor tenga menos incentivos para ahorrar. “Sin el liderazgo de Estados Unidos, tiendo a estar de acuerdo con James Hansen, de la NASA, en que ‘al planeta se le ha terminado el tiempo’”, asegura Peter Rutland, catedrático de la Wesleyan University.
Este fallo de la supuesta edad de oro, del que no se habla, permite pensar que las cosas quizá no sean tan sencillas. El vuelco previsto de los infortunios del petróleo puede ser el preludio de la salvación económica para Estados Unidos y las economías mundiales. Pero las consecuencias ambientales pueden ser un obstáculo para que se materialice del todo.
Hansen hizo su famoso comentario apocalíptico (y lo repitió recientemente en The New York Times) mientras discutía los planes de Canadá de ampliar las exportaciones de arenas bituminosas de Alberta a Estados Unidos a través de un nuevo oleoducto Keystone XL hasta la costa del Golfo de Texas. No obstante, a pesar de toda su importancia, las arenas no son más que uno de tantos elementos de la avalancha mundial de nuevo crudo que se prevé. De su cálculo quedan excluidos los millones de barriles de petróleo de esquisto diarios más que se esperan a partir de la próxima década en el yacimiento Bakken en Dakota del Norte y los petróleos de aguas profundas de Angola, Brasil, Ghana, la costa del Golfo en EE UU y otros lugares.
En ese contexto, la firme oposición de Hansen a Keystone parece, más que una fuerte postura defensiva, un dedo para tapar el agujero en el dique. Hace dos semanas, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) dijo que las emisiones de dióxido de carbono, el año pasado, se aproximaron ya a un límite importante. El punto en el que la probabilidad de que las temperaturas globales no suban más de 2 grados Celsius por encima de las registradas antes de la Revolución Industrial se reducen a menos de un 50%. Las emisiones de carbono alcanzaron en 2011 la marca de 31,6 gigatoneladas, justo por debajo del objetivo máximo de 32,6 gigatoneladas que se pretende para 2017, a partir del cual la AIE quiere que las emisiones empiecen a descender. Sin embargo, si se desarrollan por completo los nuevos yacimientos, “haremos saltar por los aires nuestros objetivos de emisiones”, dice Frank Verrastro, director de energía y seguridad en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales.
A propósito o no, la idea de una nueva edad de oro parece hecha de encago para el panorama político y económico actual. En Estados Unidos, la Administración del presidente Barack Obama va saliendo del paso como puede en las discusiones sobre el cambio climático, ya que la contención de las emisiones cayó en desgracia política después de que el Congreso no lograse aprobar en 2009 la ley sobre la compraventa de derechos de emisión y aún no se ha recuperado. El Partido Republicano, en general, dice que el cambio climático es una patraña, y los demócratas apenas hablan de él. Dentro de dos semanas, los líderes mundiales se reunirán en Río de Janeiro para conmemorar el 20º aniversario de la primera Cumbre de la Tierra, la precursora de las históricas negociaciones de Kioto en 1997 sobre el cambio climático. Pero Obama, el primer ministro británico, David Cameron, y la canciller alemana, Angela Merkel, ya se han disculpado por no poder asistir. Tras las decepción de la conferencia de Copenhague sobre el cambio climático en 2009, parecen no tener demasiadas ganas de volver a intentar unas conversaciones sobre el clima en una atmósfera de crisis económica y disonancia política. Y en año de elecciones, el dirigente estadounidense no tiene, precisamente, la fuerza política necesaria para hacer mucho más que apuntarse a la idea de la edad de oro.
La pregunta, ahora, es si el problema del calentamiento global seguirá siendo un tema marginado en Estados Unidos y otros países un año más, o dos, o tres…o varios decenios. Las proyecciones sobre la edad de oro hacen pensar en una perspectiva más larga. Pero el carácter cíclico de la política empuja a pensar lo contrario. Las ideas científicas generalizadas sobre el cambio climático han sufrido algún varapalo, pero no han perdido validez. Y la falta de un análisis detallado de los riesgos ambientales por parte de los entusiastas de la edad de oro, así como su actitud frecuentemente despreciativa cuando se plantea la cuestión, les confieren cierto surrealismo político. Si las proyecciones ni siquiera sugieren cómo compatibilizar la abundancia prevista con los exhaustivos informes sobre el ascenso de las temperaturas, la conclusión es que parecen más meros deseos que previsiones basadas en datos objetivos.
Donde no parece que los teóricos de la edad de oro vayan a tener rechazo es en la revolución del gas natural, con las abundantes reservas aparecidas en Australia, Mozambique, Catar, Tanzania, Estados Unidos y otros países. Tanto en China como en EE UU, este superávit de gas está haciendo que las compañías energéticas estén convirtiendo las centrales alimentadas por carbón para que funcionen con gas natural, que tiene una combustión mucho más limpia. “Estamos viendo ya la retirada del carbón debido a los bajos precios del gas, lo cual, sin duda, tiene repercusiones positivas en las emisiones de gases de efecto invernadero”, dice Pal Faeth, investigador titular en CNA, un think tank de Washington. Stacy VanDeveer, profesor en la Universidad de New Hampshire, asegura que los grupos preocupados por el cambio climático pueden considerar el gas y el crudo como algo positivo, en última instancia, en la medida en que son combustibles puente “hacia un futuro de energías mucho más eficientes y, en gran parte, renovables”.
Al final, podemos esperar que haya una solución intermedia, ni el desarrollo descontrolado de todos los yacimientos de hidrocarburos en el planeta ni un montón de restricciones sobre las reservas más preciadas por cumplir los objetivos relacionados con el cambio climático. John Hofmeister, antiguo presidente de Shell Oil Co., es un orgulloso promotor de la edad de oro, pero también defiende la reducción de emisiones. Los recortes, dice, deben producirse a lo largo de varios decenios, y no más deprisa, porque un ritmo más rápido provocaría una reacción en contra.
“Lo único que conseguirán crear los partidarios de reducir drásticamente los gases de efecto invernadero demasiado pronto y a más velocidad de la que las economías pueden absorber es un futuro más duro, más duradero y más difícil para el medio ambiente, debido a la reacción negativa que suscitarán, que hará que la gente se aferre más tiempo a los combustibles de carbono por motivos políticos”, asegura Hofmeister.
Por eso mismo, es posible que la nueva edad de oro sea positiva, pero no tanto como sugieren quienes hacen las predicciones.
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