Por: Eduardo Lucita (LA ARENA)
En poco años más, Estados Unidos desplazará primero a Arabia Saudita y luego a Rusia del podio de productores de petróleo y gas respectivamente. Esto tiene un fuerte impacto geopolítico en el tablero internacional.
Según la Agencia Internacional de Energía (AIE), en pocos años más Estados Unidos habrá recuperado el autoabastecimiento hidrocarburífero, y para el 2030 su dependencia de Medio Oriente no tendría mayor significación. Estas proyecciones están teniendo fuerte impacto geopolítico y el tablero internacional ya comienza a dar cuenta de ello.
Un poco de historia
La economía de la energía basada en los combustibles fósiles tuvo un papel decisivo en la política internacional de todo el siglo XX. Esto cobró una mayor significación a partir de mediados de la década de los 60. Desde ese entonces, y a pesar de las innovaciones tecnológicas que hicieron mucho más eficiente el uso los recursos energéticos, el consumo mundial de energía prácticamente se multiplicó por tres.
Un modelo de acumulación productivista-consumista y el crecimiento vegetativo de la población están en la base de esa evolución, con el agregado de que en los primeros años 70 cayó fuertemente la producción de petróleo y gas en Estados Unidos, con lo que sus importaciones petroleras casi se triplicaron. El precio del barril entonces pasó de estar a poco menos de 2 dólares a un promedio de 110 dólares, incrementando el costo energético en los sectores productivos.
El resultado lo conocemos: pérdida de competitividad, debilitamiento de la economía americana y dependencia creciente de las importaciones energéticas de Medio Oriente, especialmente Arabia Saudita, pero también de Sudamérica con Venezuela. Lo que trajo aparejado nuevos conflictos geopolíticos.
Cambios en el tablero energético
Según las proyecciones de la AIE, con la explotación de las llamadas fuentes “no convencionales” -shale gas y shale oil, que se obtienen por el cuestionado método del fracking-, en poco años más Estados Unidos desplazará primero a Arabia Saudita y luego a Rusia del podio de productores de petróleo y gas respectivamente. El shale gas pasó de contribuir con el 2 por ciento de la producción gasífera al 37 por ciento, modificando de raíz la matriz energética del país del norte, y abaratando en casi un 30 por ciento los costos de la energía para consumo en la industria.
En las proyecciones de la agencia internacional, Estados Unidos alcanzaría el autoabastecimiento en el 2035, pero si se tiene en cuenta el área del Nafta -grandes reservas de shale gas en Canadá y la reciente desregulación mexicana que podría duplicar su producción petrolera- la autosuficiencia podría llegar en el 2020, lo que haría caer en un 50 por ciento las importaciones. De hecho la importación de petróleo que era del 60 por ciento del consumo domestico en 2005 ya pasó a ser el 42 por ciento en 2012.
Tradicionalmente los destinos de la producción energética de Oriente Medio eran Estados Unidos y Europa, pero en los últimos dos años el 50 por ciento tuvo como destino China y el sudeste asiático. Hasta hace algunos años era el territorio norteamericano el mayor consumidor de petróleo, hoy ese lugar lo ocupa China. Si se cumplen las proyecciones de la AIE “el 90 por ciento del petróleo y el gas de medio oriente se colocarán en Asia, principalmente en los países de desarrollo rápido”. El gigante asiático ingresará así con peso propio en la región.
Impactos geopolíticos
Al compás de estos cambios en la producción energética -aunque no solo por ellos- el damero del poder mundial está cambiando aceleradamente. Con la crisis iniciada en el 2007/2008 la unipolaridad, que tenía a Estados Unidos como gran hegemón, ha dejado paso, a la multipolaridad. En ella el gran imperio ve debilitarse -en términos relativos- su papel predominante en el mundo y particularmente en el Golfo Pérsico. Es posible prever que a futuro tendrá un menor involucramiento en los conflictos regionales aunque no podrá desentenderse totalmente de los mismos -la región seguirá fijando el precio del barril-, sin embargo ese retroceso tiende a modificar las relaciones y permite el surgimiento de nuevos jugadores.
Las relaciones Estados Unidos-China aparecen hoy como fluidas y viabilizadas por los acuerdos firmados por los presidentes de ambas naciones. Sin embargo ese convenio estratégico no está exento de disputas y controversias, como la confrontación larvada por las riquezas energéticas y minerales que tendría el Mar de la China, que los americanos consideran dentro de su espacio estratégico y los chinos como propio. Por otra parte los desafíos permanentes de Corea del Norte le han servido a Estados Unidos como excusa para un redespliegue militar en la zona, cuyas bases, en una perspectiva de largo aliento, miran hacia la China.
Rusia, al centro
Rusia ha regresado al centro de la escena mundial. Logró bloquear -con el aval de China- los intentos de ataque militar de la flota americana a Siria y de inmediato anunció un proyecto petrolero en ese país -tendría grandes reservas de gas- que no casualmente incluye a Irán, mientras acaba de incorporar a Ucrania a un proyecto de mercado común bajo su liderazgo. La respuesta de la Unión Europea no se hizo esperar, autorizó el ingreso, demorado por años, de Turquía al bloque europeo. Es también un movimiento estratégico, por territorio turco pasa el mayor oleoducto del mundo y su control es un arma por demás poderosa.
Estos movimientos no pueden verse aislados de esta situación más general, como tampoco lo son los recientes atentados en el sur de Rusia por grupos islámicos de Chechenia y Daguestán.
Los acuerdos alcanzados con Irán por el grupo de los 6 -los cinco miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania-, constituyen una pieza fundamental en este damero en movimiento. Todo indica van más allá de la cuestión nuclear, pueden culminar con la incorporación de la nación persa -que atraviesa una fuerte crisis económico-social- a la economía global y al tablero geopolítico.
Irán posee las reservas comprobadas de petróleo más importantes del mundo después de Arabia Saudita. Su industria automotriz es la mayor de la región, dispone de una clase obrera calificada y un sistema educativo avanzado. Si se consolida la apertura puede ser una nueva y poderosa fuente de acumulación de capitales a nivel mundial. Pero Irán puede también aportar a la estabilidad de la región merced a sus fuertes influencias sobre Irak y Siria y sobre los grupos Hezbollah y Hamas y contribuir a la salida de las tropas norteamericanas de Afganistán. En la estrategia de la actual administración americana, Irán puede jugar un papel en la pacificación del conflicto palestino.
Tendencias belicistas
El esquema de poder se está moviendo aceleradamente en el marco de una crisis mundial que esta lejos de resolverse, el centro geográfico de los conflictos tiende a relocalizarse. Estos cambios son vividos dramáticamente por Israel, Arabia Saudita, y su socio Qatar, que ven debilitarse sus hasta ahora privilegiadas relaciones con el imperio norteamericano. Esta sensación de aislamiento alimenta tendencias belicistas en la región. De la misma manera que la profundidad y extensión de la crisis mundial alimenta nacionalismos y tendencias xenófobas varias en Europa y conflictos interreligiosos en los países árabes, que en realidad esconden luchas de poder.
Mientras tanto las multinacionales siguen su curso inexorable. El 70 por ciento del comercio internacional hoy es intrafirma, la interdependencia entre los países es creciente en la medida que aumenta la producción de productos “Made in the World”. Esta realidad concreta, diferente a la existente en los momentos previos a las dos guerras mundiales, es un freno objetivo a las tendencias belicistas, pero en un mundo dramáticamente cambiante todo es muy lábil y nada debe descartarse.
Eduardo Lucita es integrante de EDI-Economistas de Izquierda.