El día de la Tierra y la necesidad de otro modelo de desarrollo

UNA REFLEXIÓN DESDE LA REALIDAD CHILENA

Es complejo levantar temas relacionados con la preocupación del medio ambiente en términos estructurales en este país. El sentido común nos indica que proteger el medio ambiente implica la protección a las personas, por ende, mejorar la calidad de vida de todos los habitantes de Chile. Pero esto se contrapone con el modelo de desarrollo en el que vivimos y que se basa en la extracción y explotación de recursos naturales. La situación se torna más compleja aún, cuando se evidencia la pobreza y vulnerabilidad en que vive la mayoría de las personas, como aquella que se hace más presente en eventos catastróficos como el incendio en Valparaíso que nos conmovió, dolió y produjo ira ante la injusta realidad que se ha armado, desarrollado y enraizado en Chile.

Javiera Vallejo / Fundación Terram
Es complejo plantear la necesidad de pensar el medio ambiente de manera sistémica –y no sólo en puntualidades– con mayor respeto, cuidado y empatía, cuando vemos, cada vez con mayor nitidez, que existe un sector de personas que hace oídos sordos, que corre la vista, o simplemente le parece correcta y necesaria la absurdamente desigual situación en la que vivimos los seres humanos en este largo y angosto territorio. Lo que parece correcto y urgente es pensar en vivienda digna, en el derecho efectivo a la educación, a la salud, a la alimentación, antes de pensar en el medio ambiente. Estoy de acuerdo con esto; sin embargo, no es suficiente. La situación en Chile (y a nivel mundial) no da para más y comienza a acortar los tiempos de reacción de quienes creemos que hay que cambiar el cómo se producen y cómo se reparten los bienes, y en este sentido la perspectiva ambiental ya no admite ser relegada, como se comprendía a mediados del siglo pasado, a un problema de los ricos, ya que ha quedado en evidencia que el problema ambiental y la falta del ejercicio pleno del derecho que conlleva (derecho a un medio ambiente sano), significa la vulnerabilidad de los derechos sociales y fundamentales anteriormente enumerados (salud, educación, vivienda, etc.).

Esto, claro, si dejamos de pensar que la preocupación por el medio ambiente proviene sólo desde una posición de caridad culposa con algunas especies de nuestra biodiversidad, y comenzamos a pensar que dependemos de los ecosistemas del planeta, que nuestras actividades productivas obtienen sus materias primas de éstos y que nuestro modo de ser y sostener sociedad no sólo los ha destruido a ellos, sino que también a las culturas locales y ha llevado a tal punto la desigualdad y descriterio, que contamina lo que bebemos, comemos, respiramos, vemos, y mantiene como “inocuo” aquello que podrá sólo venderse a unos pocos. El trabajador igual tendrá que comer, beber, respirar, habitar en general, pero sobre todo debe trabajar y da igual si es en Tocopilla, Puchuncaví, Coronel, Huasco o en cualquier zona de sacrificio. Los conflictos socioambientales y las recientes catástrofes han mostrado una vez más que las opciones de los sectores vulnerables son limitadas en este modelo que, ante la necesidad de un salario, consigue la aceptación (cada vez menor) de las personas a las más precarias condiciones. Un modelo que promueve la inundación de extensos terrenos, el consumo de grandes cantidades de agua, la tala de miles de hectáreas de bosque nativo y la quema de carbón altamente contaminante, para contribuir al desarrollo y enriquecimiento de un grupo de empresarios, sin pensar siquiera en el bienestar de las mayorías.

justicia ambiental

Cuando pensamos en la transversalidad del tema ambiental, en cómo afecta a una gran cantidad de derechos fundamentales, y además logramos comprender que la gran afectación ambiental no se debe al inevitable desarrollo de la sociedad, sino a un modelo determinado de desarrollo, es cuando la preocupación medioambiental se convierte en una parte importante y precursora del debate que se ha rehuido en Chile, pero que debe comenzar a darse, el debate sobre qué modelo de desarrollo queremos.

El aumento de conflictos socioambientales, la creciente defensa por el derecho al agua (y su criminalización), el plantear la necesidad de una planificación territorial, los cuestionamientos a la institucionalidad ambiental respecto al rol que cumple como facilitadora de proyectos de inversión, hablan de un punto de inflexión respecto a la envergadura del debate. La pregunta que hace algunos años se plantea ante el aumento de generadoras eléctricas de alto impacto, ¿electricidad para qué y para quién?, apunta también a un debate de fondo, a una visión más estructural.

Asumir este debate implica, por un lado, asumir que el modelo de desarrollo capitalista, más específicamente el instalado en América Latina y su desarrollo sobre la base del extractivismo, ha generado una división entre ser humano y naturaleza con las más terribles consecuencias: el problema ya no solamente radica en que lo que se extrae no es en función de la satisfacción de las necesidades y el bienestar de las mayorías, sino que el cómo se extrae en muchos casos ha empeorado las condiciones de vida de éstas y, bajo la lógica de mercado, ha extraído con una intensidad tal los bienes comunes naturales, que incluso los renovables no se alcanzan a renovar. Pensar y debatir un nuevo modelo de desarrollo implica dar cabida a la participación, a las experiencias de las comunidades que a lo largo de nuestro país han enfrentado las externalidades negativas del modelo, implica poner como centro el término de la explotación ser humano por ser humano, naturaleza por ser humano –el buen vivir, como lo llaman los ecuatorianos–.

La celebración del Día de la Tierra, este 22 de abril, debe superar las acciones puntuales de amortiguación del daño ambiental, de la lógica de la caridad y de quien contamina paga, para posicionar el tema ambiental como un eje central del debate nacional sobre en qué país queremos vivir.

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