La revolución del “shale” –esto es, de la extracción de petróleo crudo y gas natural por medios “no convencionales”– ha transformado radicalmente la economía norteamericana. Pero más aún la de Dakota del Norte.
Hablamos de un hasta no hace mucho somnoliento Estado del noroeste de Estados Unidos, con un perfil hasta no hace mucho predominantemente agrícola y una población de apenas unos 700.000 habitantes.
Hoy Dakota del Norte es el segundo productor de hidrocarburos del país del norte, sólo detrás de Texas, con una producción diaria que ya es del orden de los 860.000 barriles, lo que resulta algo así como el 10% de la producción total norteamericana. Nivel que, por lo demás, está en aumento constante. Hasta hay ya una comunidad latina que ha llegado atraída por el milagro petrolero y por el empleo que genera.
Ocurre que allí se explotan los yacimientos de “shale” conocidos como Bakken y Three Forks. Como consecuencia, los salarios locales aumentaron notoriamente y la desocupación es ahora de apenas el 1,4%. La actividad petrolera, como cabía esperar, ha movilizado la construcción y la obra pública, particularmente en el capítulo del transporte; para atender una verdadera avalancha de población y a la comercialización de la producción de hidrocarburos.
En momentos en que la Argentina comienza a incursionar en este tipo de producción, con altas expectativas, vale la pena describir, sintéticamente, cómo grava Dakota del Norte a esta actividad. En otras palabras, cómo es su política tributaria al respecto.
El principal impuesto sobre esta actividad es el llamado “severance tax”, que se aplica con una alícuota del 11,5% aplicada sobre el valor bruto del petróleo y gas extraído en boca de pozo.
Ese impuesto es, en rigor, la suma de dos tributos de aplicación simultánea. Una “tasa de extracción” del 6,5% sumada a una “de producción” del 5%. La segunda es técnicamente considerada como un sustituto a los gravámenes a la propiedad y se dedica, aunque sólo parcialmente, a financiar –automática y directamente– los presupuestos operativos de aquellos “condados” en los que la producción tiene lugar. Los “condados”, recordemos, son una suerte de equivalente a nuestros “partidos”. La mayor parte de estos ingresos, no obstante, va a parar a las arcas del Estado de Dakota del Norte (equivalente a nuestras provincias). Lo recaudado en función de la primera tasa va íntegramente a las arcas del Estado local.
Dakota del Norte también recibe ingresos de la actividad petrolera propiamente dicha y del uso de tierras fiscales. Entre ellas un pago único, al frente, por el derecho exclusivo de explotar (alquilándola) una fracción de tierra de propiedad del Estado. Una vez que comienza la extracción, el Estado recibe asimismo una regalía que se paga calculada sobre la producción, con una escala en función de los volúmenes producidos que va desde el 12,5% en algunos condados hasta el 18,75% en otros. Los productores pagan luego, sobre el resto de lo que producen, el llamado “severance tax”, antes aludido. En síntesis, cada 100 dólares de producción en el yacimiento Bakken se pagan 18,75 dólares como regalía y, sobre el saldo, (81,25 dólares) se paga el “severance tax”, a una tasa del 11,5%.
El presupuesto del Estado de Dakota del Norte hoy recibe unos dos billones de dólares en concepto de “tasa de extracción” y unos 1,76 billones de dólares por la “tasa de producción”. Con parte de los fondos recaudados se ha constituido un Fondo Estratégico, cuyos recursos sólo pueden gastarse cuatro años después de ingresados, salvo que se apruebe específicamente un gasto en particular con el voto favorable de los dos tercios de la Legislatura local.
La alícuota del “severance tax” de Dakota del Norte es superada tan sólo por la de Louisiana, que es del 12,5% y por la de Alaska, que es del 35% (pero que tiene deducciones que la llevan a una tasa efectiva del orden del 14%, que está ciertamente en línea con las de los demás estados). La de Texas, en cambio, es del 4,6%; la de Colorado, del 5%; la de Wyoming, del 6% y la de Oklahoma, del 7%.
Queda claro que naturalmente cuanto más alta es la presión fiscal del Estado local, menos se atrae a los inversores, que además tienen naturalmente que pagar los tributos nacionales y municipales que en cada caso correspondan.
En un mundo abierto, donde competimos todos contra todos por flujos de inversión que no son, para nada, infinitos, la referencia antes realizada acerca de lo que sucede en otros lares puede ser útil.
(*) Exembajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas