La ciudad más rica del planeta flota sobre crudo

Refinería de petróleo arenoso en las afueras de Fort McMurray, en Alberta (Canadá). (Foto: AFP)

Treslie tiene 22 años, el pelo rubio, un pequeño piercing en la nariz, una vocación no materializada -por el momento- de periodista y un gran problema con la economía. “Tengo una percepción equivocada del dinero. Si veo algo que cuesta 1.000 dólares canadienses [664 euros], pienso ‘qué barato'”, explica.

Es domingo por la tarde y Treslie está fumando a la puerta del Lion’s Den, el bar en el que trabaja en un polígono industrial en las afueras de Fort McMurray, en el noreste de la provincia canadiense de Alberta. Huele como si estuviéramos en una gasolinera. Pero ese olor no procede de la estación de servicio de Shell, a pocos cientos de metros de distancia, en la que un cartel anuncia que “todo nuevo empleado entrará inmediatamente en el sorteo de unas vacaciones en México”, sino de mucho más lejos.

El olor viene de la mina de petróleo y de la refinería de la empresa Suncor, a 35 kilómetros del Lion’s Den. Tras Suncor, a medida que se avanza hacia el Círculo Polar Ártico, hay otras ocho instalaciones similares. Algunas están a 150 kilómetros de la ciudad, y para abastecerlas en verano las petroleras emplean los servicios de gente como Karen, que desde 2005 trabaja como piloto de avioneta en Fort McMurray Aviation, una de las dos empresas que ofrecen vuelos privados en la ciudad.

“Las minas son tan remotas que en verano no se puede llegar a ellas por carretera, así que nos contratan a nosotros para que llevemos equipos y traigamos y llevemos a los obreros”, explica Karen en las oficinas de McMurray Aviation. En invierno, las cosas son más fáciles porque la nieve se hiela tanto que es posible construir caminos en ella a través de los que se viaja en todoterreno. Pero en primavera, la nieve se funde y todo el bosque se transforma en una sucesión de lagos y pantanos capaz de tragarse la maquinaria increíble que se emplea en las minas: excavadoras que cargan 100 toneladas de tierra en cada palada y camiones que transportan 400 toneladas en la caja.

Así es esta increíble ciudad petrolera en los bosques boreales de Canadá. Su población no llega a los 100.000 habitantes, aunque las estadísticas aquí son imprecisas, y tienden a ser invariablemente corregidas al alza, sea cual sea la unidad de medida que se aplique: barriles de petróleo (reservas y producción), dólares (renta per cápita, salarios, coste de la vivienda y hasta el precio de las prostitutas), personas (número de vagabundos), kilos (aprehensiones de cocaína), toneladas (gases contaminantes), kilómetros cuadrados (destrucción del bosque) y millones de metros cúbicos (consumo de agua).

Porque ésta es la ciudad más rica del mundo. El salario medio neto oficial es de 45.000 euros. Pero un funcionario municipal de Fort McMurray ha explicado a este periódico que “esa cifra infravalora la realidad en al menos un 33%”. El umbral de la pobreza se sitúa en los 25.000 euros. Eso explica que Treslie tenga esos problemas para apreciar el precio de las cosas. Aunque esas cifras no evitan que ésta sea, con diferencia, la ciudad de Alberta con mayor porcentaje de sin techo y problemas de drogadicción, alcoholismo, adicción al juego y violencia.

Al norte de Fort McMurray la tierra es negra. Es como si las pistas forestales abiertas en el bosque boreal de coníferas y abedules hubieran sido regadas con una fina película de asfalto.Pero ese asfalto es natural. Sale de la tierra. Fort McMurray se asienta sobre 1,7 billones de barriles de petróleo en forma de arenas bituminosas o arenas asfálticas. Es un betún que impregna la tierra y que desde hace cuatro décadas se extrae talando los inmensos bosques de la región y abriendo gigantescas minas a cielo abierto. Junto a éstas se construyen plantas industriales en las que la tierra se separa del betún y éste se filtra, centrifugado, calentado y tratado con productos químicos, hasta que se transforma en petróleo sintético.

Así que ésta no es una industria petrolera normal. Como explica el portavoz de Suncor, Brad Bellows, “es una operación industrial más que extractiva. Ya sabemos que aquí hay petróleo, así que el coste de la exploración es cero. La clave es transformar una materia prima que tiene un valor añadido muy escaso en gasolina”. El tremendo coste de su conversión en gasolina hizo que las arenas bituminosas fueran económicamente inviables durante mucho tiempo. Salvo que el barril de crudo superara los 25 dólares, las operaciones en las selvas boreales de Alberta no eran rentables. Y, en cualquier caso, se estimaba que siempre sería más rentable sacar petróleo de Arabia Saudí -donde los costes de extracción son de un dólar- o incluso del sur de Alberta.

Pero en 1999 el precio del barril empezó a subir. En 2005, con el crudo a 50 dólares, el Gobierno de Canadá decidió computar las arenas que son económicamente viables como petróleo convencional.El resultado fue espectacular: aunque apenas el 10% de las reservas son susceptibles de transformarse en crudo, eso supone 173.000 millones de barriles. Canadá se había convertido en el segundo país del mundo con más reservas tras Arabia Saudí.

Acababa de empezar lo que para ‘Financial Times’ es “el boom de recursos naturales más grande de América desde la fiebre de oro del Klondike” en referencia al descubrimiento de oro en Alaska a finales del siglo XIX. Es una comparación demasiado modesta.Según la Asociación Canadiense de Productores de Petróleo (CAPP), este año se van a invertir 14.000 millones de euros en la región. Todas las grandes petroleras -ExxonMobil, Chevron, ConocoPhillips, BP, Shell, Total, Statoil- están invirtiendo de forma masiva.

Es así como la producción de petróleo de las arenas bituminosas se ha disparado de 760.000 barriles en 2005 a 1,2 millones en 2007. En dos años será de dos millones, y Alberta producirá más petróleo que Venezuela. El 99% de esa producción va a EEUU, que ha descubierto que Canadá es una fuente energética más fiable que Oriente Medio o la Venezuela de Chávez. A cambio, los canadienses han agarrado a su poderoso vecino por donde más duele: el depósito de gasolina del coche.

Pero esa inversión masiva ha multiplicado los costes. “Ésta no es una industria que se mueva por economías de escala”, subraya Bellows. La expansión de las actividades ha aumentado la demanda y el precio del acero. A eso se suma el coste de la mano de obra. En Fort McMurray los convenios colectivos recogen subidas salariales del 5% anual. “En 2001, Suncor invertía 35.000 dólares canadienses [23.500 euros al cambio actual] por cada barril de petróleo que se extrajera”, explica el vicepresidente de CAPP, Greg Strigham. “Hoy, Shell está invirtiendo más de 110.000 dólares [71.000 euros] por barril en su proyecto de Muskeg”. Bellows añade que “antes nos costaba 26 dólares estadounidenses extraer un barril; ahora, 60”.

El aumento de costes también obedece al desarrollo de nuevas técnicas de extracción. Las minas a cielo abierto sólo sirven para el crudo que está a menos de 100 metros de profundidad. Para el que se encuentra hasta un máximo de 500 metros, se aplican los sistemas in situ, consistentes en hacer que el petróleo se licúe y suba a la superficie, de donde es extraído con pozos normales. Para licuarlo, se inyecta vapor de agua o se hacen explotar cargas de oxígeno, o se prende fuego a las arenas. Se trata, literalmente, de incendiar la tierra. Los sistemas ‘in situ’ suponen sólo el 20% de la producción en la actualidad, pero esa proporción ascenderá al 50% en 2015.

El impacto medioambiental es alucinante. En las minas, para extraer un barril de crudo (casi 160 litros) hacen falta entre 320 y 800 litros de agua, hay que arrancar dos toneladas de tierra y se emiten unos 35 kilos de gases que producen efecto invernadero.Con las técnicas in situ, el uso de agua y tierra es muy inferior.Pero, a cambio, se generan 55 kilos de CO2 por barril.

Un precio que sobresale incluso en la industria petrolera, de por sí próxima a los superlativos. Quien mejor lo sabe es Treslie, que cuando tenía 20 años trabajó un verano conduciendo un camión en la mina de Aurora: “En las minas todo es tan colosal que ese camión, que media 13 metros de alto, no era grande. Miraba alrededor y todo era desolado y gigantesco. Parecía la Disneylandia del infierno”.

El Mundo, España