Los tambores de intervención norteamericana en Yemen empiezan a sonar mientras se repiten esquemas semejantes en otros países de la región.
Por Txente Rekondo.- Algunos ya se han apresurado a colocar a Yemen en la lista de “Estados fallidos”, una sensación que se puede acrecentar tras la firme decisión de Estados Unidos de abrir un nuevo frente en su campaña mundial “contra el terror”.
Los conflictos violentos se suceden por todo el país, algo que, unido a la pobreza y la corrupción que afecta a la sociedad yemení, hace que no sea difícil augurar un complicado escenario en el futuro. Desde hace meses, el norte de Yemen está siendo objeto de una guerra encubierta. Por un lado están los miembros del clan Houthi, de religión zaydi, una rama del chiismo, y por otra las fuerzas gubernamentales, con el poyo de las tropas de Arabia Saudí y la asistencia de EE UU. En esa región, en torno a la disputada frontera entre Yemen y Arabia Saudí, y que podría albergar importantes recursos energéticos, los combates han producido cientos de víctimas en los últimos meses, y a pesar de la extraña alianza entre los otrora enemigos, los rebeldes siguen atacando las fuerzas de ambos Estados.
La ausencia de servicios e infraestructuras, la marginación económica y las tensiones tribales aumentan las diferencias con el centro y cierran las puertas a cualquier solución a corto plazo. Además, la utilización de la religión le ha servido tanto a Yemen como Arabia Saudí para intentar situar detrás de la rebelión a Irán, lo que no se atreve a respaldar ninguna otra fuente. Y al mismo tiempo, en el sur del país, asistimos a un creciente movimiento secesionista, que según algunos analistas locales podría ser usado por algunos elementos jihadistas para poner en serios aprietos al Gobierno de Sanaa. Lo cierto es que en los últimos meses en esta zona también ha ido aumentando el rechazo hacia el Gobierno, y desde 2007 todo un abanico de reproches y protestas se han saldado con varios muertos y atentados contra las fuerzas gubernamentales.
En el sur, los agravios se vienen sucediendo desde hace tiempo: problemas en torno a la confiscación de tierras, el retiro obligatorio para los oficiales del sur, la exclusión de la población de las redes de influencia y de los beneficios del Gobierno central, el desigual reparto de los réditos del petróleo… A ello se ha sumado recientemente una nueva alianza que engloba a destacados líderes tribales (no hay que olvidar que el país tiene una clara caracterización en torno al sistema clánico del mismo), dirigentes sociales, antiguos miembros del ejército del sur, exiliados, y últimamente también se habría sumado un antiguo aliado del presidente, con un importante pasado como mujahidin en Afganistán; incluso algún dirigente local de al-Qaeda también ha manifestado su respaldo a las demandas del sur.
Esos dos focos de atención han centrado durante meses la actividad y respuesta de Sanaa, lo que ha permitido que el tercer punto clave de ese complejo avispero yemení desarrollase una importante red operativa. Si a comienzos de esta década tanto Washington como Sanaa daban por desarticulada la rama yemení de al-Qaeda, los posteriores hechos se han encargado de desmentir ese triunfalismo. La llamada segunda generación de militantes de al-Qaeda tuvo un impulso clave con la fuga de decenas de militantes, algunos muy cualificados, de una prisión yemení en 2006, así como una mayor localización de los mensajes (alternancia del paraguas ideológico del jihadismo transnacional con elementos propios de una agenda local) y la construcción de contactos entre algunas tribus locales. Finalmente, el anuncio de la transformación de las dos ramas de la región en una nueva organización, al-Qaeda de la Península Arábiga, ha supuesto el salto definitivo para testificar el peso que ha podido adquirir este grupo en Yemen y en el conjunto de la región.
A día de hoy, Yemen representa una de las sociedades más complejas del mundo, y la coyuntura que atraviesa puede verse seriamente empeorada si se produce una intervención norteamericana. La incapacidad del Gobierno local para hacer frente a los retos anteriormente mencionados, unida a una presencia militar de EE UU, no hará sino incrementar el rechazo popular a esa situación. La experiencia de los bombardeos de aviones estadounidenses en Afganistán o Pakistán (con el reguero de víctimas civiles que ello supone) debería servir como aviso a navegantes. Yemen todavía no es un Estado fallido, pero parece que algunos podrían empujarlo a esa situación. Esos actores que sostienen el palo con el que pretenden golpear el avispero yemení deberán medir la reacción que puede producir esa acción.
Agravantes
La ausencia del Estado en muchos lugares y la incapacidad para dotar a la población de los servicios básicos (educación, salud…) hacen que la situación empeore aún más. La inseguridad, la crisis económica (aumento del déficit, carencias energéticas, limitado sector privado, inflación, descenso de las exportaciones) y social (tasas altísimas de paro y analfabetismo, cortes de agua, carencias alimentarias…) son síntomas que llaman a la preocupación.
*Txente Rekondo (Gabinete Vasco de Análisis Internacional -GAIN-)
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