Por Katia Monteagudo (*).- La lucha global por el control de los recursos estratégicos es un hecho comprobado en el mundo de hoy.
En la misma medida que han ido disminuyendo las reservas mundiales de las materias primas claves e incrementándose su demanda, igual han escalado los conflictos para asegurarlas.
Michael T. Klare, profesor de estudios para la paz y seguridad mundiales en cinco universidades estadounidenses, asegura que las grandes potencias están desesperadas por tener más dominio sobre el petróleo, gas natural, agua, uranio y minerales industriales decisivos como el cobre y el cobalto, aún sin explotar.
Esta competencia tiene gran impacto en el mercado internacional y en la puja de sus precios, además de propiciar una mayor transferencia de armamentos y despliegue de bases militares, explica Klare.
“Los estrategas del Pentágono creen que asegurar la primacía en la lucha por los recursos mundiales debe ser la prioridad número uno de la política militar estadounidense”, ejemplifica el también analista de la geopolítica energética.
Esta misma certeza la comparte John Reid, quien en sus días como Secretario de Defensa del gobierno británico consideraba como asuntos oficiales las guerras por los recursos.
Reid afirmó en el 2006 que los efectos causados por los desajustes climáticos y el control sobre los recursos estratégicos serían la mayor fuente de conflictos en el planeta.
Cuatro años después, su aseveración toma cuerpo con las nuevas riñas que hoy pululan por el uso de importantes yacimientos de hidrocarburos.
En el Mar Negro, con enormes reservas para Europa, grandes compañías petroleras se disputan la licitación pública para la exploración y extracción de crudos en varios perímetros marinos ahora propiedad de Rumania.
Esta nación en el 2009 obtuvo nueve mil 700 kilómetros cuadrados de la meseta continental del Mar Negro, tras un largo litigio con Ucrania, ante el Tribunal Internacional de Justicia.
Tras el favorable veredicto, los rumanos adquirieron 100 mil millones de metros cúbicos de gas natural y 10 millones de toneladas de petróleo probables, más el inmediato forcejeo de 20 consorcios por la extracción de esos volúmenes.
También en las aguas del Golfo de México bulle, desde el pasado año, otra querella petrolera entre Estados Unidos y la nación azteca por el misterioso caso de la Isla Bermeja.
Esta porción de tierra firme, hasta hace 30 años, estuvo ubicada a 100 millas del norte de Yucatán y Campeche, pero ni las más sofisticadas expediciones científicas mexicanas la han podido hallar hoy sobre las cálidas corrientes del golfo.
Los medios de prensa especulan que pudo desaparecer por la elevación del nivel del mar o por un bombardeo del más codicioso vecino de la región.
El islote, de unos 80 kilómetros cuadrados, era el último punto terrestre de México y desde ahí se iban a fijar las 200 millas náuticas que concede la ley para explotar los yacimientos de una región submarina transfronteriza.
Pero al no poder ser ubicada, México perdió el derecho de otros 55 kilómetros de mar patrimonial, distancia que abarca la casi totalidad del Hoyo de Dona occidental, una de las reservas globales más importantes.
En esa área se calcula un potencial de 22 mil 500 millones de barriles, que podrían reanimar y cubrir un tercio de la producción mexicana de crudos y casi un cuarto de la de gas natural.
El gran potencial petrolero del Golfo de México ha sido objeto de negociaciones poco transparentes entre los dos países a lo largo de los años, aseguran los analistas.
En 1997, durante la toma de acuerdos bilaterales para delimitar los lindes entre ambos, trascendió que compañías estadounidenses estaban perforando pozos cercanos a la frontera mexicana.
La denuncia de los afectados, precipitaron los estudios y la búsqueda infructuosa de la Isla Bermeja.
Con el tiempo, Estados Unidos aceptó que en la frontera de los Hoyos de Dona se estableciera una franja de 1.4 millas de cada lado, en moratoria por 10 años.
También los estadounidenses se comprometieron a que si se encontraban recursos transfronterizos, le pedirían a sus compañías que, “si lo tenían a bien”, hicieran un informe y se lo entregaran a México o a ellos mismos.
Estados Unidos cerró el acuerdo, alegando además que a la parte azteca pasaba el 60 por ciento de la zona en disputa, y que ellos permanecerían con el 40 restante.
No obstante, en su lado quedaron los yacimientos más cercanos a la superficie, mientras que los ubicados en el otro bando se localizan a tres mil 500 metros de profundidad, y hasta la fecha ninguna compañía petrolera se atreve a explotarlos.
La actual la disputa entre Argentina y el Reino Unido, por las islas Malvinas, resulta el ejemplo más candente de los conflictos que hoy emergen por el control de los recursos aún sin tocar.
Desde hace más de treinta años, diversas misiones científicas inglesas han ratificado la existencia de importantes niveles de riqueza petrolífera en la cuenca sedimentaria de esas islas.
En el actual año, el contencioso entre los dos países volvió avivarse, tras conocerse que varias empresas británicas comenzarán a sacar el crudo que pertenece al subsuelo argentino.
La disputa es más compleja, al saberse que estas islas podrían ubicarse entre los grandes exportadores de oro negro del mundo, ya que posee reservas comprobadas que superan en un 300 por ciento a las de Argentina, hoy con yacimientos para cubrir apenas el consumo de casi nueve años en lo adelante.
A 650 kilómetros de la costa argentina y a ocho mil del Reino Unido, las islas Malvinas están rodeadas por cuatro grandes cuencas sedimentarias.
En estas se estiman 18 billones (18 millones de millones) de barriles de supuestas reservas probables, afirma el doctor Federico Bernal, director editorial del Centro Latinoamericano de Investigaciones Científicas y Técnicas.
“Estas islas podrían convertirse en una de las principales potencias exportadoras del mundo, con niveles similares a los de Emiratos Árabes Unidos, Argelia y Arabia Saudita”, asegura Bernal.
Pero este asunto ha seguido tomando temperatura al conocerse que esas cantidades podrían garantizar 27 años de vida a la industria petrolera argentina.
Sin embargo, esos volúmenes sin explotar podrían multiplicar por 10 las reservas inglesas en el Mar del Norte, donde ya declinan las extracciones desde los años 80.
La ebullición de este conflicto no solo será nefasta para la Argentina, prevén los expertos, los desprotegidos del planeta, dueños de valiosas riquezas, también tendrán que ponerse alerta, porque aún sigue de moda la era de las conquistas coloniales.
(*) La autora es periodista de Prensa Latina especializada en temas globales.
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