Por Katia Monteagudo.- Varios conflictos se generan hoy en los mares, tras las búsquedas de nuevas fuentes de recursos energéticos, y ahora le llegó el turno a las frías aguas del Ártico.
Aunque el escenario resulta más inhóspito y por varias décadas sus dividendos poco interesaron, se ha desatado la fiebre por el oro negro congelado, tras los deshielos por el calentamiento global y la revelación del Servicio Geológico de los Estados Unidos, de que allí se encuentra el 25 por ciento de los hidrocarburos por descubrir en el planeta.
Según el estudio, el Ártico -donde confluyen territorialmente Estados Unidos, Rusia, Canadá, Groenlandia, Islandia, Suecia, Noruega y Finlandia-, tiene la segunda mayor reserva mundial de petróleo, sólo por detrás de las de Zagros, en Irán.
De las costas de Groenlandia se podrían extraer unos 45 mil millones de barriles de crudo, cifra que abastecería el consumo mundial por un año y medio, además de minerales y diamantes cada vez más accesibles.
“La paradoja es que el cambio climático favorece la exploración ártica. Las petroleras sí creen en el cambio climático”, explica Mariano Marzo, catedrático de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona, ante el avance del nuevo nicho.
El 16 de agosto pasado los hielos árticos ocupaban 5,95 millones de kilómetros cuadrados, un 22 por ciento menos que la media del período 1979-2000, según el Centro de Datos del Hielo y la Nieve de Estados Unidos.
Esa cantidad resultó la menor cifra desde que comenzaron las mediciones por satélite en 1979. De uno de los glaciares de esa región se desprendió una placa que duplica en tamaño al de la ciudad de BarcelonaTal ritmo quizás confirme las previsiones de los científicos de que allí podría derretirse todo el hielo en el verano del 2070, como prueba de su alta sensibilidad ante el aumento de la temperatura global.
Para males mayores, esta región no tiene ningún estatus de protección, a diferencia de la Antártida, la cual resulta protegida de la explotación comercial por un tratado internacional que la consagró como reserva natural de la humanidad.
Los expertos aseveran que solo ha sido su inaccesibilidad la que la ha apartado de la explotación y de los riesgos inherentes a la actividad industrial, la contaminación y los efectos de la presencia humana.
No obstante, la reducción de esa masa helada está siendo apreciada de otra manera por las compañías petroleras, que ya comenzaron a llegar a los yacimientos de gas y petróleo que allí se acumularon bajo el amparo de sus hielos.
La firma escocesa Cairn Energy anunció el pasado mes de agosto su éxito en la búsqueda de hidrocarburos en la bahía de Baffin, al oeste de Groenlandia, aunque sólo encontró gas a pocos kilómetros de su plataforma.
Si esta empresa encuentra crudo, los analistas auguran una nueva fiebre petrolera, más cuando se sabe que las poderosas Exxon y Chevron ya han comprado sus licencias de perforación y realizan los preparativos necesarios para operar.
A las nuevas posibilidades de prospección, se suman las rutas que podrían establecerse para comerciar y transportar el crudo por la zona.
Incluso, Rusia ya se lanzó a probar una nueva vía hacia China, de siete mil millas náuticas, mucho menor que la tradicional por el canal de Suez, de 12 mil millas náuticas.
El petrolero Baltika logró cruzar el paso del noreste y hacer una ruta entre Europa y Asia por Siberia. El buque salió el 14 de agosto del puerto de Murmansk, cargado con gas licuado y escoltado por dos rompehielos de propulsión nuclear.
Esta carrera por el oro negro congelado no se detiene ni con las preocupaciones añadidas por el vertido de la British Petroleum en el Golfo de México, muy demostrativo de las consecuencias de los accidentes en aguas profundas y de lo poco que se sabe de su manejo.
Tal hecho no detiene el avance de los consorcios energéticos, que saldan las dudas con la promesa de ser más cuidadosos, aunque en el Ártico -aseguran los expertos- son casi imposibles de aplicar medios contra derrames y los crudos no se evaporan.
“Estas operaciones son demasiado arriesgadas y empresas como Cairn deberían abandonar el Ártico y trabajar para desarrollar alternativas seguras y limpias”, declaró Leila Deen, de Greenpeace a bordo del buque de esa organización que se lanzó a una nueva batalla ecológica, tras el inicio de las prospecciones de la compañía escocesa.
“Ver aquí una enorme plataforma en este hermoso y frágil paisaje es muy chocante”, explicó Deen, mientras el barco Esperanza era detenido por la marina danesa, en el intento de Greenpeace de lograr una moratoria en la zona, considerada el hábitat de ballenas azules, osos polares, focas y disímiles aves migratorias.
Pero los conflictos, afirman los estudiosos, apenas comienzan a emerger en la región, históricamente convulsa por sus recursos naturales a lo largo de la historia.
Primero fue la cacería de las ballenas boreales. Entre 1610 y 1915, ingleses, holandeses y franceses realizaron un total de 39 mil 251 viajes para cazarlas, y no pocas veces terminaron a cañonazos.
Luego vendría el de la explotación del carbón en las Islas Svalbard, iniciado a principios del siglo XIX, y el que dio lugar a un reparto de asentamientos entre varios países.
Esas luchas sentaron en la mesa de negociaciones a 41 países en 1920, mediante lo cual Noruega vio reconocida su soberanía sobre el archipiélago.
Con el acuerdo (el Tratado de París) se garantizaba el derecho de los firmantes a tener libre acceso para aprovechar los recursos naturales de las islas, incluidos los pesqueros en las aguas territoriales inmediatas, y se prohibió los usos militares en las Svalbard.
Pero la interpretación del tratado nunca ha sido uniforme. Varios bacaladeros españoles fueron apresados por los noruegos entre mayo del 2004 y junio del 2007, acusados de incumplir la reglamentación pesquera de Noruega.
Este litigio ilustra, según analistas, los conflictos que podrían originarse ante las nuevas perspectivas de explotación del Ártico, sobre todo de sus yacimientos de gas y petróleo, nada despreciables ante la declinación de las prospecciones terrestres.
En virtud de la convención de la ONU sobre el derecho del mar, Estados Unidos, Canadá, Dinamarca, Rusia y Noruega pueden reclamar la soberanía sobre una plataforma continental, hasta las 350 millas, si demuestran que el fondo marino es una continuación natural geológica de su propio territorio.
Con los nuevos acontecimientos, la batalla para acotar las nuevas fronteras en el Océano Ártico ha empezado, aunque Noruega y Rusia ya hayan logrado un acuerdo para sus territorios fronterizos, tras 40 años de disputas.
Ahora Canadá, Rusia, Noruega, Estados Unidos y Dinamarca también se han lanzado a reclamar sus respectivos pedazos de tierra y de agua polar. La carrera hacia las enormes reservas de petróleo, gas y metales preciosos árticos se inicia, mientras sube la temperatura del planeta y ceden los otroras hielos perpetuos. www.ecoportal.net
Katia Monteagudo – Redacción de Temas Globales
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Batalla por el Ártico
Por Olga Sarrado Mur.- El cambio climático y la necesidad de petróleo hacen pareja en el Polo Norte. El hielo se deshace y descubre la riqueza mineral hasta ahora cubierta de blanco. Este cambio de color es fuente de conflicto para los países que rodean el Ártico.
El Congreso Ártico-Territorio de Diálogo celebrado en Moscú se convirtió en territorio de disputa. El interés económico y político que suscita el Polo Norte eclipsó el debate sobre la protección del medioambiente y la cooperación internacional en la zona.
Rusia, Canadá, Dinamarca, Noruega y Estados Unidos, países que comparten fronteras con el círculo polar, han encontrado en el calentamiento global y el deshielo a sus mejores aliados.
Según el Instituto de Investigaciones Geológicas de Estados Unidos, la cantidad de petróleo que tiene la región sería “suficiente para suplir la demanda mundial de crudo por unos tres años”. También indica que la región contiene tanto gas natural como todas las reservas conocidas en Rusia y el 13 % de las reservas mundiales de petróleo sin descubrir. La mayoría de los yacimientos se sitúan en la Alaska Ártica, en la Cuenca de Amerasias y en las Cuencas de la Falla del Este de Groenlandia, una situación geográfica que ha llevado a la lucha entre los países fronterizos por hacerse con el control de sus recursos.
Así, el Ártico se ha convertido en una fuente de conflictos para estos países. Rusia y Estados Unidos discuten sobre los límites en el Mar de Bering que separa Alaska de Siberia desde 1990. Estados Unidos y Canadá luchan por conseguir el Pasaje Noroeste, por el que de momento Estados Unidos puede pasar, previo aviso a Canadá, sin ser detenido. Canadá y Dinamarca se disputan los derechos sobre la Isla de Hans, una pequeña isla situada en la costa de Groenlandia, cuyas costas esconden importantes yacimientos y que necesita el petróleo para recuperarse tras su independencia de Dinamarca.
Rusia y Noruega llegaron a un acuerdo en abril de 2010 por el que se dividen las aguas del Mar de Barents en partes equivalentes, lo que supone el punto final a 40 años de discusiones. A pesar de que la mayoría de los yacimientos de gas y petróleo en la zona del Mar de Barents se sitúan en el lado ruso, las empresas rusas no disponen de la tecnología necesaria para la explotación de los recursos de la zona. Noruega, por su parte, ya tiene experiencia en la explotación de yacimientos en el círculo polar.
La Autoridad Internacional del Fondo del Mar administra esta área internacional ya que ninguno de los fondos marinos de los países que rodean la zona se extiende hasta el Polo Norte. Los esfuerzos por demostrar la autoridad sobre el territorio son claros.
Rusia intenta demostrar que la cordillera submarina Lomonósov Ridge es extensión del territorio ruso. Canadá se lo discute. La ley de la Convención del Mar estipula que un Estado puede reclamar 200 millas náuticas de zona exclusiva y luego otras 150 millas náuticas de fondo marino. Si alguno de los países demostrara que esta cordillera submarina es continuación de su plataforma, tendría más derechos sobre los recursos naturales de la zona.
Dos soluciones terminarían con el conflicto del espacio marítimo ártico: la división del mar entre las naciones de acuerdo a su costa más cercana o la repartición sectorial del Polo Norte trazando líneas longitudinales hacia el sur desde el punto central.
Ahora miramos al Norte, pero ¿y el sur? Bajo unas condiciones más extremas que dificultan la presencia y el trabajo del hombre, la Antártica esconde minerales, carbón, petróleo y gas que podrían convertirse en el futuro objeto de interés para las grandes potencias mundiales. El Tratado Antártico firmado en 1959 y el Protocolo de Madrid prohíben la explotación comercial de sus recursos naturales hasta 2041. La idea del tratado es la promoción del intercambio de investigaciones científicas en la zona. El plazo finalizará y, para entonces el cambio climático se habrá convertido en el aliado de las petroleras.
Lo que hoy sucede puede ser una anticipación de lo que viene: una historia de intereses económicos que dejan de lado la naturaleza y el medioambiente.
Fobomade