Por Fernando Dachevsky*
Los límites del petróleo argentino no son producto de malas políticas energéticas, de falta de patriotismo o del accionar del capital extranjero. Son expresión de una capacidad productiva limitada.
Las recientes disputas en torno a los precios de los combustibles pusieron, otra vez, la cuestión petrolera a la orden del día. La economía argentina está perdiendo uno de los medios que tenía para subsidiar su mercado interno. Esto es, la posibilidad de contar con combustibles por debajo del precio internacional.
El costo de la energía es un asunto central para la burguesía argentina. El combustible a bajo costo fue uno de los tantos elementos compensatorios que ayudó a la supervivencia de los ineficientes capitales nacionales. Sin embargo, esta ventaja se está perdiendo. La actual suba de los combustibles y los conflictos entre empresas refinadoras y extractoras ponen en evidencia dificultades para el sostenimiento de un esquema de combustibles subsidiados, anticipando una tendencia a la alineación de los precios locales con sus precios de referencia internacional.
Esta situación no expresa otra cosa que una decadencia de la industria petrolera argentina que no se puede disimular. En efecto, desde 1998, las reservas petrolíferas vienen en contracción. En la actualidad, la Argentina estaría próxima a perder su renombrado autoabastecimiento petrolero. Lo cual reflotó discusiones en torno a qué hacer con el petróleo y cuál debería ser el carácter de la intervención estatal.
Sobre este punto, encontramos dos posiciones en disputa. Una, que puede escucharse desde las propias empresas petroleras, plantea como problema central el clásico argumento de falta de seguridad jurídica, reglas de juego claras, etcétera. Sin embargo, esta posición, más que manifestar una chance de expansión real, no es otra cosa que un reclamo por mayores beneficios para las empresas petroleras, en abstracción de las posibilidades del petróleo local. Las reglas de juego no son un factor externo, sino que son fijadas por los propios capitales, dentro de los cuales los petroleros gozaron de especial atención durante los gobiernos K. La renovación de concesiones de áreas hasta su agotamiento y la posibilidad de disponer de las ganancias con total libertad y redirigirlas fuera del país, vía argentinización de YPF, son ejemplos de ello.
Ahora bien, la posición que goza de mayor popularidad es lo que podríamos llamar el nacionalismo petrolero. Este plantea los límites de la industria petrolera argentina como expresión de un problema de soberanía nacional. Es decir, los límites del petróleo argentino serían resultado del predominio del capital extranjero que, gracias a la complicidad del gobierno vendepatria de turno, puede acumular ganancias saqueando reservas y sin esforzarse por invertir en ampliarlas. En este sentido, la solución iría de la mano de suprimir el poder del capital extranjero, reeditando la experiencia de la YPF estatal. Sin embargo, esta posición, que resurgió con el reciente conflicto por Malvinas y que podemos escuchar en Pino Solanas y compañía, no da cuenta de una serie de cuestiones básicas.
Primero, parte de una incorrecta caracterización del capital extranjero. La idea de que a estos capitales no les interesa invertir en descubrir reservas debería explicar por qué las mismas empresas, que en la Argentina tienen esa orientación, en otros países financian enormes proyectos de inversión. Donde no sólo no evitan invertir, sino que compiten entre ellas con ferocidad para ser adjudicatarias de áreas de exploración. La industria petrolera no es un problema de actitud, de mentalidad o compromiso con el desarrollo nacional. Como en cualquier otra industria, los capitales invierten allí donde haya más plata para ganar. Salvo que uno considere que las empresas petroleras no saben hacer negocios, el hecho de que, aun con precios del crudo en ascenso –que llegaron a tener picos de U$S 140–, no se desarrollaron más reservas en la Argentina constituye una señal de que estamos ante una decadencia que parecería ser irreversible.
Segundo, el nacionalismo petrolero también idealiza el papel que tuvo YPF. La empresa estatal nunca significó un freno para el capital privado. Por el contrario, durante toda su historia, YPF se encargó de canalizar inversiones, explorar regiones desconocidas (hacerse cargo de lo más costoso), para luego ceder áreas descubiertas a ser explotadas por petroleras privadas (nacionales y extranjeras). En definitiva, siempre actuó como un garante de la rentabilidad de los privados.
Por último, la idea de que en la Argentina faltó algo por hacer, en términos petroleros, es contradictoria con el hecho de que, junto con los Estados Unidos, Canadá y Rusia, fue uno de los países que mayor cantidad de pozos petroleros perforados tuvo a lo largo de su historia. Esto no debe sorprendernos. La baja productividad del petróleo argentino genera que, tomando a Arabia Saudí como referencia, sea necesario perforar diez veces más pozos para extraer sólo una décima de petróleo. Paradójicamente, esta desventaja sirvió de plataforma para el éxito de uno de los pocos capitales nacionales no agrarios que es competitivo a escala internacional: Siderca (empresa dedicada a la fabricación de tubos petroleros).
En definitiva, los límites del petróleo argentino no son producto de malas políticas energéticas, de falta de patriotismo o del accionar del capital extranjero. Son expresión de una capacidad productiva limitada que, tarde o temprano, tiende a agotarse. En su mejor momento, se derrochó en subsidiar con energía barata a una burguesía nacional que ni siquiera con eso pudo avanzar en el mercado mundial y sostener en forma pujante al país. Hoy, la Argentina ya no tiene nada para dar en términos petroleros. En este contexto, el problema energético argentino es una muestra de que las limitaciones económicas nacionales demandan una mirada internacional. Sin embargo, la solución no puede reducirse a la creación de una empresa energética multiestatal destinada a seguir derrochando la riqueza extraída por los trabajadores en subsidiar a las ineficientes burguesías latinoamericanas.
Razón y Revolución
*Investigador del CEICS, docente (UBA).