Por Enrique Martínez.- Los ciudadanos comunes tenemos claro que la energía de suministro masivo se hizo imprescindible para la vida comunitaria. Aprieta el calor y en cualquier ciudad en que el pico de demanda supera la oferta y hay cortes, aparece el reclamo de “queremos la luz”. Hay cualquier anomalía en la cadena que lleva el petróleo desde el subsuelo hasta ser combustible en el tanque del auto y las colas se multiplican en los surtidores.
A pesar de ser central para nuestra vida, la enorme división de saberes y responsabilidades en la sociedad actual hace que la gran mayoría de los argentinos seamos ajenos a las discusiones sobre el futuro energético, quedando vinculados sólo a través del pequeño ojo de cerradura que significa preocuparnos por los precios que tendrá la nafta o la energía eléctrica.
Vale la pena presentar algunos pocos datos.
La economía basada en el petróleo lleva ya un siglo de existencia y tiene dos atributos centrales: A) Como se usan los ahorros energéticos de millones de años, el rendimiento es muy alto. Se calcula que se obtienen 7 calorías del petróleo por cada caloría usada en extraerlo y refinarlo, pero se tiene conciencia de que alguna vez comenzará la declinación de esta oferta, hasta eventualmente agotarse. B) Gran parte de la movilidad humana está organizada alrededor del uso de vehículos que utilizan derivados líquidos del petróleo como combustible, por lo que hay intereses económicos muy poderosos para asegurar que sus eventuales sustitutos sean provistos por el mismo sistema actual. “Que salgan de una manguera”.
Frente a esto hay dos grandes caminos: quienes buscan reemplazos de otro origen y quienes buscan más y más petróleo.
El agrocombustible tiene dos vertientes. Los reemplazos de gasoil por biodiesel, obtenido a partir de oleaginosas como la soja, la palma, el ricino y otros en estudio. Aquí, se calcula que el rendimiento energético es entre 2 y 3 calorías por cada caloría utilizada en el proceso. A su vez, el reemplazo de nafta por etanol a partir de programas gigantescos como el que usa maíz en los Estados Unidos es, tal vez, la primera señal a gran escala de la pérdida de brújula del mundo central en este tema. No sólo afectó el precio y la provisión de maíz con destino alimenticio, como lo afirman a esta altura todas las organizaciones internacionales del nivel de FAO o Pnud, sino que además –y esto es aún más insólito– ni siquiera se puede demostrar una ganancia neta de energía. Hay una serie de estudios que muestran que se corre el serio riesgo de usar más energía fósil de la que luego se recupera por el uso del etanol, teniendo en cuenta el proceso de deshidratación que requiere el alcohol.
Quienes eligieron el camino de buscar más petróleo, encontraron lo que se conoce como arenas bituminosas. Se trata de petróleo pesado sólido que está mezclado con arena u otro material inerte y que para ser usado debe calentarse hasta fundirlo y luego procesarlo como el petróleo líquido tradicional. Se encontraron yacimientos importantes en Canadá, Venezuela, el mar profundo de Brasil, Estados Unidos y, recientemente, se hizo un anuncio importante en Argentina. Canadá es el primer país que avanzó a fondo en el tema y hoy produce 1,5 millones de barriles por día. El punto es cómo.
La explotación actual es equivalente a una mina cualquiera a cielo abierto. Se extrae todo el material y luego se procesa en una planta, básicamente calentando para licuar el petróleo. El consumo de vapor necesario para ese proceso es 2,5 a 3 kilogramos de vapor por cada kilogramo de petróleo. No se difundieron balances de energía para este proceso, pero la ganancia de 7 a 1 antes mencionada se achicará notablemente. Claro que el problema es aún más serio.
Las mayores reservas de estas arenas están a profundidades demasiado grandes como para trabajar a cielo abierto. El cráter pasa a ser antieconómico. Por lo tanto, se está pensando en hacer perforaciones como las tradicionales para petróleo fluido. Ahora, ¿cómo se sube ese material? Hay que encontrar la manera de calentar la masa a altas profundidades, o inyectar un solvente que disuelva el bitumen allá abajo y permita bombearlo a la superficie. Por allí anda el desarrollo tecnológico aún no perfeccionado, que luego se difundirá a otros países. Hay una sola cosa bien clara: todo esto implica el uso de más y más energía, sólo para extraer el petróleo, que luego termina generando el gasoil o la nafta que transitan por la manguera del surtidor. Nadie puede pronosticar si el consumo de energía y de agua necesarios no hará de este camino un laberinto sin salida.
La gente sensata sostiene que es necesario volcar mucho más recursos que los actuales a transformar la flota de vehículos para que operen con electricidad de baterías recargables y a atender los requerimientos de energía eléctrica estática a partir de fuentes solares y eólicas. Se sostiene que hay que fijar metas definidas para concretar transformaciones plenas e irreversibles, respecto de las cuales el avance tecnológico actual permite ser optimista. Ya se dispone de buena parte de los conocimientos.
Falta convencer a las petroleras, refinadoras y distribuidoras de combustible. No es poca cosa. Y falta convencer, en todo caso, a la dirigencia política para que diseñe los escenarios sustentables y los establezca para beneficio general.
Miradas al Sur