Antropología y petróleo

Las diferencias entre vecinos de los pueblos petroleros muchas veces hablan, antes que de distintas clases, de una distancia social producto de experiencias de vida diferentes. Los estudios antropológicos en la Patagonia ponen en contraste, por ejemplo, la experiencia campesina y la obrera.

Por Leonardo Moledo

 –¿Cuál es su tema de investigación?

–Mis temas de investigación han estado siempre relacionados con la configuración socio-cultural en torno de grandes proyectos industriales, en particular de pueblos petroleros. Trabajé sobre la configuración sociocultural de la Norpatagonia, interesada en analizar la vinculación de las tendencias del mundo globalizado con realidades locales.

–¿Cuál sería un ejemplo de esas vinculaciones?

–Las reformas del Estado de los años ’90, las privatizaciones y la extranjerización de la economía son grandes transformaciones estructurales, pero que sólo cobran sentido a partir de los recursos y disposiciones materiales y simbólicas que forman parte de la subjetividad en territorios particulares. Por eso, la territorialidad es producto de fuerzas y luchas de poder que no se explican si sólo miramos los grandes procesos “desde arriba”, sino interpelando la experiencia de vida de los colectivos. Cuando partimos de una mirada “desde abajo”, desde los sujetos, es más complejo segmentar la realidad, pero analíticamente es necesario hacerlo, aunque sin caer en la monocausalidad del porqué las personas viven como viven. En nuestra experiencia colectiva hay distintas tendencias, y de ahí que la explicación nunca es una sola.

–¿Cuáles fueron los resultados tras la investigación de campo?

–Bueno, lo que uno construye con la etnografía es un universo de vida complejo pero que no deja de ser particular, desde la mirada local de los sujetos sociales. Es decir, más allá de cualquier declaratoria política o verdad científica, los sujetos, en su cotidiano, tienen su propia teoría de las cosas, y de lo que pasa en el mundo. Entonces, por ejemplo, en los casos que estudié, las condiciones de un contexto desregulado y extranjerizado se encarnaban en dinámicas cotidianas provisorias, donde el trabajo, la familia, la vida política, se reproducían desde un horizonte asociado al recurso entendido por las empresas como un commodity, pero también con la herencia del neoliberalismo de los ’90, que pensaba en un Estado chico, sobre todo en materia social. Entonces, esta provisoriedad se convierte en un modo de existencia permanente, al menos para las generaciones adultas, lo cual incide en la proyección en el trabajo o la estabilidad familiar.

–¿Hubo alguna reacción política respecto de esto de parte de la población?

–Es un relato que tiene que ver con comprender qué le pasó a un pueblo, con comprenderse a sí mismo y la conflictividad inherente a esta experiencia de vida. Decía que se trata de recuperar una mirada compleja para poner en relieve el enfoque y la experiencia particulares. Bueno, al trabajar sobre estas instancias analíticas aparecieron ciertos marcadores de la vida social en Norpatagonia que, aun sin quererlo, comenzaron a cobrar centralidad y que tienen un peso diferencial. Me refiero a los nacidos y criados, y a los venidos y criados. Son formas de clasificación social que otros antropólogos también han trabajado y que permiten, de acuerdo con el valor diferencial que tienen en cada localidad, tamizar la experiencia social. Entonces, cuando pongo en juego los procesos históricos provinciales en situaciones locales, identificarse y ser identificado por los vecinos del pueblo como “nacido y criado” (nyc) incide en la lógica de poder local y en lo que unos piensan sobre otros.

–Y más aún en contextos migratorios, ¿no?

–Claro, como señalan Sayad o Norbert Elías, la distancia social entre vecinos es una brecha cultural. En el caso de Norpatagonia, por ejemplo, se ve contrastando la experiencia campesina con la experiencia obrera. La historia que se cuentan a sí mismos y las expectativas de vida son diferentes. También opera en el debate de cómo se reparten los recursos y se fomentan las actividades económicas, es decir, cómo se hace política pública. En conjunto, esto tiene implicancias políticas, por ejemplo, en procesos electorales locales. Para un nyc, compartir un espacio político con uno que vino de afuera, o viceversa, puede ser una barrera que no tiene que ver con la clase ni con la ideología.

–¿Y en esa historia que se cuentan se verifica una distancia, una brecha?

–Lo que para mí era interesante comprobar –no como descubrimiento sino que es parte de la teoría antropológica con la que trabajé– era de qué manera los problemas entre vecinos muchas veces lo que estaban significando era una distancia social. Podemos vivir cerca, pero la distancia social que nos separa es gigante. Esto no tenía que ver con una cuestión de clase, sino que tenía que ver con una experiencia de vida diferente, con entornos sociales diferentes.

–Ahora bien, me pregunto ¿cuál es la relevancia de estos temas?

–A veces hay cierta idea de que la investigación académica en este tipo de cuestiones no resulta del todo relevante. Pero este tipo de investigaciones sirven de base para pensar en el desarrollo de políticas públicas y de gestión de distintas instituciones, a partir de un conocimiento fino del terreno para que estas políticas se puedan implementar, puedan llegar a buen puerto y efectivamente puedan ser apropiadas, revividas y puestas en acción por los sujetos que son los protagonistas del desarrollo.

–Ahora, se está trabajando en un proyecto de red de estudios de “globalización y desarrollo…”

–Sí, la red surge de una serie de intercambios que empezamos a tener jóvenes investigadores con investigadores de universidades de Brasil y Chile. Buscamos generar instancias de debate, tomando en consideración estos grandes procesos, la globalización y el desarrollo, pero pensado para comprender de qué manera los sujetos en su experiencia cotidiana hacen carne todo esto que siempre vemos en términos teóricos y macro. Cómo dialogan lo global y lo local, cosa que suele perderse en los grandes diagnósticos y se suele caer en determinismos que justamente muchas veces inhiben comprender por qué una política pública puede ser exitosa en un lugar pero fracasar en la comunidad vecina. Y al mismo tiempo no pensamos en el “desarrollo local” como lo hace la teoría liberal, pensamos en el desarrollo como un concepto que atravesó a lo largo del siglo XX y atraviesa las ideas vinculadas a los proyectos nacionales. En julio pasado organizamos el primer simposio de la red en Buenos Aires, en la Facultad de Filosofía y Letras, en el cual participamos investigadores de los distintos centros académicos, colegas de la UBA, de la Universidad de Tierra del Fuego, de Brasil, colegas de la Fluminense, de la Universidad de Brasilia y de la Federal de Río de Janeiro; de Chile, de la Católica de Temuco, y de Estados Unidos, la Universidad de Brown.

–¿Cuáles son las temáticas puntuales que abordan en la red?

–Abarcamos tres grandes núcleos temáticos. Uno tiene que ver con la historia de la teoría antropológica y las particularidades de la historia de la teoría en América latina y en la Argentina en particular. El segundo eje se refiere a los grandes proyectos industriales en los distintos países, y el tercero tiene que ver con políticas de desarrollo en el marco de cuestiones vinculadas con el medio ambiente. Apuntamos a recuperar la teoría social o las teorías sociales que forman parte de una tradición académica y una herencia latinoamericana. Nuestra historia como profesionales situados en esta parte del mundo nos obliga a reflexionar sobre las lecturas que compartimos con la comunidad académica internacional. Pero también nos nutren otras lecturas y experiencias, que nos llevan a pensar y a comprometernos desde un lugar distinto del dominante en los países centrales, en lo que hace a la historia de la disciplina. Creo que como generación nos encontramos en un momento preciado para hacer este esfuerzo de vincular lo político con lo académico. Heredamos una formación de excelencia de nuestros profesores y de nuestras instituciones, y vivimos en un continente que se mueve hacia una integración con capacidad de fijarse una agenda propia.

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