El gas que calienta al Central y enfría reservas

Por: Alcadio Oña

Pueden ser importaciones poco transparentes, carísimas y además de un insumo inseguro, como afirma la última declaración de ocho ex secretarios de Energía, y tratarse a la vez de otro manotazo destinado a tapar los efectos de la crisis. Lo cierto es que las compras de gas licuado (LNG en versión inglesa) baten récords y le meten presión a las reservas del Banco Central.

En abril, superaron en 25% a las del mismo mes del año pasado y nada menos que en 128% a las de abril de 2012. Ya pasaron largamente a las importaciones del más barato gas natural que llega desde Bolivia. Y entre las dos representan el 37% del consumo interno.

Convertidas en la nueva estrella del firmamento energético, las compras de gas licuado vienen con un agregado nada intrascendente en estos tiempos de divisas flacas: el Gobierno debe pagar el 25% cuando es embarcado en el puerto de origen y el 75% restante apenas el buque ingresa a aguas argentinas.

Contado rabioso puro.

Las condiciones financieras son un problema, pero el problema escala a las nubes si se lo combina con la montaña de plata en juego. Según el INDEC, en 2013 las importaciones de LNG ascendieron a 3.590 millones de dólares, casi un tercio de la factura energética completa. Y al ritmo que crecen, sumarán bastante más este año.

Sólo importaciones de gas licuado impresionantes permiten entender dos fenómenos en apariencia insólitos.

En 2013, la Argentina tuvo un déficit comercial de US$ 1.845 millones con Trinidad y Tobago y otro de US$ 1.075 millones con Qatar, adonde el ministro De Vido supo correrse para firmar contratos millonarios en representación del Gobierno nacional. Entre los dos sumaron un rojo de US$ 2.920 millones y a los dos les vendimos por apenas 21 millones.

Todo el tiempo llegan buques a los puertos de Bahía Blanca y Ensenada, trayendo LNG que luego es transformado en gas natural e inyectado a la red. Fueron alrededor de una veintena durante mayo y vendrán unos cuantos más en el invierno, la época en que el agujero energético se ensancha.

Pero aun cuando el fluido proviene generalmente de Trinidad y Tobago y de Qatar, a menudo el operador es British Petroleum, algunas veces la rusa Gazpron, otras la española GNF y hasta se pueden ver barcos con la bandera de las Islas Marshall, un archipiélago ubicado en el Océano Pacífico al noreste de Australia. Es lo que el mercado llama triangulaciones, porque se cruzan transportadores y comisiones, algo semejante a lo que ocurre con Venezuela. Al final, todo suma a la cuenta que paga el país.

Cálculos privados hechos en base a datos de la Aduana, considerados más fiables que los del INDEC, señalan que entre enero y abril las importaciones de gas natural y licuado y de combustibles acumularon US$ 3.785 millones y que, al cabo del año, desbordarán los 11.400 millones de 2013.

Desde luego, serían todavía mayores si la economía no estuviese en recesión, aunque con lo ya hay sobra para desbaratar el argumento oficial de que se importa para sostener el crecimiento. Ni hace falta decirlo: se importa en grande porque falta producción nacional y se importa a pesar de los cortes de gas a las industrias o los de electricidad que sobrevendrán en el invierno.

Es la herencia de desabastecimiento y desinversión en un sector crucial que deja la era kirchnerista. Y que no ha variado con la estatización de YPF ni de la mano de Miguel Galuccio.

El shale gas de Vaca Muerta puede sacar del pozo a la Argentina, solo que dentro de varios años y siempre que haya inversiones de enorme magnitud. Mientras tanto, el shale gas que ha empezado a extraerse no llega siquiera al 1% de la producción nacional y el resto sigue en caída libre: un 3,5% en abril respecto del mismo mes del año pasado y 11,4% contra abril de 2012.

Son coletazos que sufre el jefe del Banco Central, Juan Carlos Fábrega, obligado a darle prioridad a las compras energéticas y a pisar otras importaciones, incluso al costo de resentir la actividad económica o provocar faltantes en insumos esenciales para la salud. Le acaba de pasar con los US$ 120 millones de un buque tanque cargado con petróleo para YPF.

Tampoco están ayudando las exportaciones globales que constituyen la principal, si no la única fuente de divisas del país. Los últimos números del INDEC cantan que en el primer cuatrimestre retrocedieron 10% respecto del mismo período de 2013 y anotaron el peor registro de los últimos cuatro años.

De esta manera, entre lo que cae y debiera crecer e importaciones energéticas imposibles de frenar o en cierto sentido poco transparentes, el primer cuatrimestre arrojó el superávit comercial más bajo desde 2011: apenas US$ 1.047 millones.

Informes de la consultora DNI ponen en cifras y en explicaciones el proceso de deterioro de las exportaciones. Dice que un tercio de las ventas de 2013 no superó los números de 2010 y que dos tercios tampoco mejoraron los de 2010/2011.

También advierte que las exportaciones industriales de 2013 fueron más bajas que las de 2011: encima, en lo que va de este año se desplomaron 10%. Ahí entran, entre otros, químicos, plásticos, máquinas, automotores, instrumental médico y textiles.

Este panorama suena inquietante al menos por dos razones: una, porque existe una creciente concentración de las ventas al exterior y la otra, porque caen justamente en bienes con mayor valor agregado y mayor calidad del empleo. Ya se trata de algo bastante más complejo que divisas flacas.

Varios factores operan a la vez en la gestación de un cuadro así. El primero, crucial para la consultora, es que no aumentan las inversiones. Luego encadena: falta de financiamiento suficiente; retraso del tipo de cambio; incremento de los costos, y déficit de infraestructura, o sea, puertos, caminos, vías navegables y ferroviarias y abastecimiento de energía.

La ecuación termina en pérdida de competitividad, que es obviamente mayor en aquellos productos en los que la Argentina enfrenta una fuerte competencia y menor donde tiene ventajas comparativas. Por eso, crece en alimentos elaborados y en algunos cereales.

No es casual, entonces, que desde hace varios años las cartas vayan jugadas al pleno de la súper soja. Ni tampoco que, aún apretando todas las tuercas, las reservas del Banco Central todavía estén US$ 2.000 millones por debajo de las ya comprimidas de fines del año pasado.

Las divisas escasas explican el Club de París, Repsol y lo que vendrá.

Clarín