China se convirtió en un aliado estratégico del país no sólo por sus inversiones y los productos que compra, sino también por el financiamiento de obras para el desarrollo y la firma reciente del swap de monedas. Qué riesgos y oportunidades supone su desembarco.
Producción: Tomas Lukin
Un socio confiable
Por Federico Vaccarezza *
Cada día más, los analistas internacionales se esmeran por dilucidar el papel que China viene a ocupar en el siglo XXI, resumiendo todas sus dudas en un solo interrogante: ¿Desea el dragón que despierta hacer temblar al mundo? La respuesta quizá podamos hallarla en un milenario proverbio confuciano que dice lo siguiente: “O bien no emprendas nada, o bien asombra a todo el mundo con cuanto emprendas”.
Pero, ¿qué relación puede tener esta afirmación moral al proyectar el comportamiento de China en sus relaciones con América latina? ¿Acaso un liderazgo chino sería más benéfico para nosotros que el históricamente ejercido por Gran Bretaña, Estados Unidos o Europa? Antes de ir a los números, repasemos brevemente la historia argentina.
Durante el período 1870-1914, Gran Bretaña invirtió en los ferrocarriles 74 millones de libras esterlinas para controlar completamente el tendido ferroviario del país y movilizar la producción de recursos naturales (carne, trigo, lana, frutas, cereales, cuero, etc.) desde todos los puntos del territorio al puerto de Buenos Aires y, desde allí, hacia Inglaterra. Asociadas con este proceso estaban las casas financieras como Baring Brothers y Rothschild, que, además, eran los principales inversores en la producción y el comercio argentino. Al mismo tiempo, los destinos de la política local estaban atados a los intereses de su majestad británica. Cuando el Imperio declinó al finalizar la Segunda Guerra Mundial, la naciente hegemonía hemisférica estadounidense actuó deliberadamente para determinar los designios futuros de la economía y la política argentinas. Si un líder era elegido bajo mandato popular y no caía en gracia de la Casa Blanca las dictaduras militares locales, unidas a oscuras oligarquías políticas y económicas, actuaban de inmediato para defender los intereses norteamericanos.
¿Alguien podría imaginarse a los líderes argentinos viajando a Beijing para pedir el apoyo de Xi-Xinping en una elección local? ¿O un bloque de empresarios chinos conspirando para derrocar un gobierno elegido en elecciones libres y democráticas? ¿Es factible que banqueros chinos estén buscando desestabilizar la economía argentina? ¿Que sobornen a los parlamentarios locales para sacar una ley de flexibilización laboral? ¿Qué nos dice la historia? ¿Y el presente?
Lo que queda claro es que, a pesar del peso de China en la relación bilateral y de su volumen, nada indica que sus inversiones en el país tengan algún condicionante político, como nos acostumbraron otros tantas veces. Recientemente China y Argentina celebraron un swap de monedas equivalente a 11.000 millones de dólares con el fin de fortalecer, en caso de ser necesario, las reservas del Banco Central. En noviembre de 2014 se desembolsaron 1200 millones de dólares.
En 2013, nuestro país adquirió transporte ferroviario de cargas y pasajeros a China por casi 1500 millones de dólares con la compra de más de 700 coches con la firma estatal CSR, pero además, con el compromiso de la empresa de instalar dos plantas para realizar el mantenimiento de coches de pasajeros que ya están comenzando a funcionar. En agosto del 2014, se acordó un nuevo préstamo de la China Development Bank (CDB) por 2099 millones de dólares al 7,1 por ciento con 15 años de plazo para la reconstrucción de los ramales ferroviarios de cargas. De este dinero, 1235 millones de dólares se destinarán a obras (y, por lo tanto, ingresarán al país) y el resto, a comprar vagones y locomotoras de origen chino. En materia de infraestructura, China es el principal financista en la construcción de las represas santacruceñas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic, que cuestan 4714 millones de dólares y se financian con un crédito del CDB a 15 años y una tasa Libor más 3,8 por ciento. Esta es la inversión más grande jamás realizada fuera de sus fronteras.
Este patrón de relacionamiento económico, financiero, comercial y político entre Argentina y China no tiene antecedente histórico. China está alejando cada vez más la desconfianza con las potencias (que con justa causa hemos adquirido a lo largo de nuestra historia) demostrando ser un socio confiable y respetuoso de los intereses argentinos. El ascenso chino a la cúspide sigue asombrando al mundo con cada proyecto que emprende.
* Economista de La graN maKro y magister en Relaciones Comerciales Internacionales UNtreF.
Una relación riesgosa
Por Ariel M. Slipak *
Sin duda las estadísticas macroeconómicas de China fascinan a la mayoría de los economistas. Según informes del Banco Mundial y el FMI este año el país oriental superaría el PBI medido por paridad de poder adquisitivo de Estados Unidos. Adicionalmente no podemos obviar que China es el principal prestamista del Tesoro estadounidense, el primer poseedor de reservas internacionales, principal comprador global de manufacturas y tercer emisor de flujos de IED. La calificación de “economía emergente” a este país que ya ostenta el segundo presupuesto de defensa del planeta resulta un eufemismo. Cualquier país del sur global debería tomar nota de que China no pertenece a este grupo, sino al de las grandes potencias.
Esta “locomotora” evidentemente necesita combustibles: China es el primer consumidor global de energía eléctrica (la cual proviene en un 70 por ciento del carbón), así como también de soja, cobre, aluminio, estaño, zinc y el segundo en cuanto al petróleo. Sobre la base de esta imperiosa necesidad de productos primario-extractivos es que se vienen expandiendo desde inicios del siglo XXI los vínculos comerciales entre China y América latina junto al ingreso de IED.
La gran potencia asiática, además de abastecerse de recursos naturales de casi todos los países de la región, se ha convertido en uno de sus principales proveedores de Manufacturas de Alto y Medio Contenido Tecnológico (MAT y MMT), profundizando una inserción comercial de América latina basada en sus ventajas comparativas estáticas tradicionales.
En gran parte del ámbito académico prevalece una lectura acrítica sobre la relación con China, resaltando las bondades de las inversiones en infraestructura y energía. Pasa desapercibido que la producción de petróleo conjunta de las firmas hidrocarburíferas chinas en la Argentina (Sinopec y Cnooc) supera a la parcialmente estatizada YPF o que la compra del 51 por ciento de Nidera por parte de la estatal china Cofco le puede permitir al país asiático presionar el precio de la oleaginosa hacia la baja, perjudicando los términos de intercambio para Argentina.
La relación comercial no sólo implica para nuestro país un déficit acumulado de unos 18.760 millones de dólares entre 2008 y 2013, sino también la exportación de productos intensivos en el uso de agua y energía y de baja agregación de valor, a cambio de MMT y MAT que podrían fabricarse aquí. Durante el decenio 2003-2013 un 85 por ciento de nuestras exportaciones se han concentrado en porotos de soja, petróleo crudo y aceite de soja.
Un fenómeno aún poco estudiado es cómo la expansión de los vínculos comerciales bilaterales entre cada país de nuestra región y China horada la propia integración intraindustrial de la misma. Durante las décadas de 1990 y 2000, China desplazaba gradualmente a Estados Unidos, países de la Unión Europea y Japón como socios comerciales de los del Cono Sur, pero al mismo tiempo se incrementaba el comercio intrarregional. Hacia inicios de la segunda década del siglo XXI, China también comienza a desplazar a Argentina como proveedor brasileño de MMT –categoría que incluye vehículos y sus partes, maquinarias, motores, químicos (actividades altamente generadoras de empleo)– y lo mismo sucede con las compras argentinas al país carioca. Ambos también pierden posiciones frente a China en los mercados de Uruguay, Paraguay, Chile y Bolivia. La compra de manufacturas finalizadas e insumos industriales de Oriente evidentemente pone en riesgo una muy anhelada integración de las cadenas productivas regionales.
China es una gran potencia con la que se deben entablar relaciones de mutuo beneficio, como la propia retórica China explaya, pero no podemos ignorar que por el momento las mismas reproducen aquellos patrones dependientes que otrora tenían los vínculos argentino-británicos, que la IED se orienta a productos primario-extractivos u obras para la reducción de sus costos de traslado de los mismos y que la expansión de estos vínculos dificulta el crecimiento de la industria local. En el contexto de una Argentina en desaceleración que debe evitar la destrucción de empleos y con dificultades en su matriz energética, no contemplar estos riesgos resultaría contrario a la retórica gubernamental.
* Economista (UBA) y docente (UNM y UBA). Becario doctoral del Conicet.