Por OPSur .- Rigoberto García Ochoa es investigador del Departamento de Estudios Urbanos y del Medio Ambiente de El Colegio de la Frontera Norte, ubicado en Sonora, México; y desde hace más de una década se ha especializado en estudiar la pobreza energética. Con su trabajo le aportó otras dimensiones al concepto, que entiende como la falta de satisfacción de necesidades de energía en relación con “satisfactores y bienes económicos que son considerados esenciales, en un lugar y tiempo determinados, de acuerdo a las convenciones sociales y culturales”.
Dialogamos con García Ochoa con el objetivo de profundizar en los debates académicos y políticos que arrastra la idea de pobreza energética, y de qué manera las aborda para el estudio de esta realidad en México y América Latina
-¿Cuáles son los orígenes del concepto “pobreza energética”?
El primer debate fue en torno a la idea de la “pobreza combustible”, que nace sobre todo a partir de movimientos sociales urbanos, durante la crisis mundial del petróleo de 1973. Ese año el precio del barril se cuadriplicó, lo que provocó que incluso en países desarrollados, como Inglaterra, se incrementara el número de enfermedades ligadas a la hipotermia y de personas muertas por el frío. A raíz de eso, se empezó a usar el concepto pobreza combustible para reflejar la realidad de esas viviendas que no estaban construidas en condiciones para soportar los inviernos y no podían pagar los consumos de energía. Sin embargo, esa no era una propuesta conceptual, teórica, sino que nace como un problema social en el imaginario de los británicos.
Las primeras personas que comenzaron a analizar este fenómeno lo hicieron con un enfoque de gasto. O sea, cuánto se gastaba en energía, y obtenían así una proporción de la media del gasto y decían: “Los que están abajo de la media son los que tienen problemas, los que viven en pobreza combustible”.
-¿Ahí surge la idea de pobreza energética vinculada al consumo de más del 10% de los ingresos de un hogar?
Claro. En 1991 Brenda Boardman define en su tesis de doctorado que todo hogar que gaste más del 10% de sus ingresos en combustibles, vive en pobreza energética. Ese concepto fue muy utilizado y se convirtió en un indicador para la política pública en Europa y muchos países de América Latina, que lo empiezan a tomar como un mantra. Pero también surgen muchos cuestionamientos, uno se pregunta, ¿por qué el 10 por ciento?
Ahí surge un investigador irlandés, llamado Jonathan Healy, que desarrolló lo que se llama el enfoque consensual de la pobreza energética, tomando no solo indicadores económicos u objetivos, sino también la percepción de si se está gastando mucho o viviendo mal con las condiciones energéticas en las que se encuentra. Esta propuesta tuvo mucho éxito en la década de 1990, pero después no se siguió aplicando porque es muy difícil hacer encuestas de esa manera. Además, tiene un problema sobre cómo ponderar los indicadores, por ejemplo, si tienen más relevancia los objetivos o los subjetivos. No había una teoría detrás de eso, pero empíricamente fue un aporte muy importante.
Y después en Europa empieza a cambiar la forma de abordar la pobreza energética, a partir de estos problemas conceptuales, empíricos y metodológicos. Se empieza a desarrollar el enfoque que más se está aplicando ahora, que es un cruce entre lo que se considera ingresos bajos y consumos altos. Hoy hay mucho trabajo desde un enfoque multidimensional de la pobreza energética, que se basa en el enfoque multidimensional de la pobreza, entonces si uno se fija, la tendencia es esa: lo que se desarrolla la pobreza se adapta a la pobreza energética.
-A partir de esa trayectoria, ¿cómo caracterizarías la relación entre pobreza y energía?
En primer lugar, tenemos que entender que la energía y, principalmente, los servicios que brinda la energía, son un factor fundamental para tener bienestar y calidad de vida. La energía favorece la dignidad humana, la capacidad de llevar una vida digna. Y no estoy hablando de lujos ni de consumos excesivos, sino de poder tener lo necesario, porque prácticamente todas las actividades que realizamos en nuestra vida cotidiana están vinculadas a la energía. Por lo tanto, la falta de acceso a estos servicios es lo que me lleva a mí a relacionarlo con este tema de pobreza energética.
A partir de ahí, están estas vertientes que antes describía, que relacionan pobreza energética con ingreso, de manera similar a como se hace con la pobreza en general. Y la crítica que hago es que hay un problema ontológico, porque, ¿es lo mismo ser pobre que ser pobre en energía? La pobreza energética es mucho más que un problema de ingresos. Creo que la mayoría está de acuerdo en que la pobreza es multidimensional, y una de esas dimensiones es la pobreza energética. Entonces, cuando empiezo a estudiar este tema, preferí aproximarme de otra manera, que es la privación de los servicios que culturalmente se consideran como mínimos necesarios, en un espacio de tiempo determinado. Lo cultural tiene que ver con que si bien usamos los mismos servicios, existe una valoración distinta en los lugares donde se están usando. Y el tema del tiempo es porque todo lo que tiene que ver con los avances de desarrollo e innovación tecnológica hace que ocupemos diferentes tipos de equipos y que algunos se vuelvan obsoletos.
-¿Los ingresos serían entonces un factor clave, pero no único, para determinar la pobreza energética?
En todos mis cálculos no utilizo el ingreso, utilizo los servicios que brinda la energía a un análisis de correspondencias múltiples al grupo, a los hogares que les faltan determinados servicios y los caracterizo. Obviamente que el ingreso es un factor clave, como también el tamaño de localidad donde se vive, el nivel de estudios, etcétera. No hay que confundir el fenómeno con sus determinantes. Tu puedes tener un ingreso suficiente pero a lo mejor eres pobre en energía porque no existe la infraestructura necesaria, porque se corta la luz todo el tiempo, por ejemplo. Pueden haber cuestiones culturales, incluso. Una vez entrevisté a una señora, ya muy mayor, que tenía un refrigerador viejo e ineficiente que fallaba todo el tiempo, pero ella no quería dejar de usarlo porque tenía un valor familiar para ella. Es decir, hay una variedad de factores que intervienen en la pobreza energética que no son solamente el ingreso.
-En tus artículos haces énfasis en el debate sobre las necesidades humanas, cómo se satisfacen y con qué bienes económicos. ¿Podés desarrollarlo?
La primera vez que leí toda la propuesta del economista chileno Manfred Max Neef me llamó mucho la atención. Él decía algo así como que “las necesidades son absolutas, lo que cambia es la manera en que se satisfacen esas necesidades”. Me interesa porque me parece que la idea de las necesidades humanas es un concepto muy vago, que se ha abaratado mucho, pero que tiene una carga filosófica muy importante detrás.
Entonces me he puesto a estudiar una propuesta sobre todo fenomenológica y ontológica de Charles Peirce, un filósofo norteamericano, que habla de tres categorías: primeridad, segundidad y terceridad. Las necesidades serían este concepto de primeridad, el impulso, el deseo que tenemos ante cualquier cosa. Por ejemplo: truena el cielo y tu buscas seguridad. En una sociedad de cazadores y recolectores, corrían a protegerse en cuevas. Ahí entra la segundidad, que es la reacción que tenemos ante esa necesidad. Y la terceridad es todo lo que tiene que ver con cómo evoluciona la cultura, nuestra mente. Para seguir con el ejemplo de la cueva, en nuestro caso sería una vivienda que nos parezca adecuada, de acuerdo a nuestros patrones culturales. Por lo tanto, la necesidad de protección ha sido la misma, pero cómo satisfacemos esa necesidad es lo que cambia, precisamente en el tiempo y el espacio.
Si pensamos en la necesidad energética, acá en México, en la Patagonia o en Beijing, los servicios de energía que vamos a usar son prácticamente los mismos: la climatización de la vivienda, el agua caliente, la iluminación, el confort térmico. Pero cómo la valoramos, insisto, la carga ideológica, es diferente. Entonces, para satisfacer esa primeridad -ese núcleo duro de necesidades-, operamos de maneras distintas. La leña, por ejemplo, se usa en muchos países para la calefacción. Aquí en México no tanto, pero sí se usa para la cocina, mucho en áreas rurales y también en el ámbito urbano. Ahora bien, ¿se usa leña solo de manera forzada, porque no hay otra energía disponible? Hemos hecho muchas entrevistas, grupos focales, que nos muestra que usar leña para cocinar no tiene nada que ver con la pobreza. Obviamente se genera un aire contaminado que se respira al interior de las viviendas, pero de manera errónea los organismos internacionales dan por hecho que esas comunidades son ignorantes, y no saben que se están contaminando. Y en realidad en muchos casos cocinan con leña porque así les queda más rica la comida, y tienen chimeneas o cocinan en la parte exterior de la casa. Entonces es muy determinista una mirada que piensa que el uso de leña está directamente relacionada a la pobreza, o que la vida rural es más precaria.
Considerando estos factores, ¿cómo caracterizarías la pobreza energética en México y el resto de América Latina?
Hay un segmento, que debe estar entre el 4 y 5% a nivel nacional, que es el que está en peores condiciones: no tiene prácticamente ningún tipo acceso a ningún tipo de servicio. Después hay un grupo de población que es eminentemente urbano, que sufre mucho del tema de los servicios energéticos, en particular con la alimentación, tanto para prepararlos como para preservarlos. En la actualidad ese segmento debe ser de entre un 14 y 15%. Después hay una cuestión muy importante que tiene que ver con la climatización de las viviendas. En la zona norte del país solo un tercio de los hogares tienen aire acondicionado. Es una situación muy compleja porque es muy difícil vivir sin refrigerar los hogares en algunas zonas del país. Es un problema que se vincula con la calidad de la vivienda. Otra cuestión muy importante es la brecha digital: la mitad de los hogares no cuentan con internet, y cerca de un 70% no tienen computadora.
Entonces, creo que la pobreza energética en México va por ahí: sectores de la población y lugares que tienen prácticamente los servicios menos el confort térmico, otros que sufren principalmente de la brecha digital, y otros con los alimentos. Y si analizamos los factores determinantes de esto, obviamente el ingreso es un factor clave, así como el nivel educativo de quienes viven en el hogar, y el tamaño de la localidad: a más pequeña, mayor es la pobreza energética. Y otra cuestión que tiene que analizarse con mayor profundidad, son los hogares encabezados por mujeres solteras, en donde brota de manera importante la pobreza energética, lo que es parte de un debate sobre si existe o no una feminización de la pobreza.
Y a nivel latinoamericano se mantiene esta situación de rasgos muy diferenciados de la pobreza energética, de acuerdo a cada país, y cada región interna. Chile, Argentina, Brasil y México tienen condiciones muy similares, como el alto acceso que es casi universal. Sin embargo, cuando hablamos de pobreza energética, tenemos que hablar de la privación de servicios de energía y no de la privación de la electricidad, sino es muy fácil. En América Latina se trató de argumentar que ese acceso casi universal era un indicador de desarrollo, cuando en realidad hay segmentos de la población que sufren de falta o deficiencia al acceso de alguno de los principales servicios que brinda la energía.
-Ante la pobreza energética una de las respuestas populares que ha habido en América Latina es la lucha por el derecho a la energía. Por ejemplo, en el debate constituyente en Chile se consagró el derecho a un “mínimo vital” de energía, ¿qué pensás de esos procesos?
Valoro mucho el trabajo que se están dando varios grupos en Chile, como la Red de Pobreza Energética, y por lo mismo les he mencionado una preocupación que tengo con debates como el del mínimo vital, que es el de la tiranía de las métricas. Porque nos lleva a discutir qué es un mínimo vital, y te puedo asegurar que puede desarrollarse un buen indicador, la métrica va a estar muy bien, se va a cumplir con un supuesto derecho, pero la situación de la población no va a cambiar realmente.
Creo que la energía es un elemento transversal y quizás lo que tendríamos que fortalecer es el derecho a una vivienda adecuada, que cuente con los servicios que brinda la energía. El tema del confort térmico, por ejemplo, que es muy relevante en un país como Chile, si se sostiene un derecho a la vivienda adecuada que tenga ventiladores, calefactores o aire acondicionado, según dependa del caso. Con una vivienda adecuada, ya el derecho a la energía te es prácticamente indiferente. Porque en varios países de América Latina se han podido consagrar muchos derechos pero cuando los evaluamos ¿realmente los ejercemos a plenitud? Yo creo que no.
Más información:
Rigoberto García Ochoa y Boris Graizbord (2016) Caracterización espacial de la pobreza energética en México. Un análisis a escala subnacional. Revista Economía, sociedad y territorio, N° 16
Rigoberto García Ochoa (2014). Pobreza energética en América Latina. Cepal
Jonatan Nuñez y Felipe Gutiérrez Ríos (2021) Las luces son del Pueblo: energía, acceso y pobreza energética. Observatorio Petrolero Sur