Por Joaquín Peralta y Martín Belvis.- Alejandra es una cipoleña que no llega a los 30 años. Es la mayor de once hermanos y como hace unos meses su casilla se quemó tuvo que regresar a la casa familiar junto a sus dos hijitos. Ahora la precaria vivienda del barrio San Sebastián de Cipolletti es habitada por 14 personas que se las tienen que arreglar en ambientes muy reducidos y convivir con el peligro que significa calefaccionarse con leña porque no tienen gas natural. Son contadas las veces en que pueden conseguir una garrafa.
Mientras las empresas, los especialistas y el gobierno nacional dicen que en el país se produce suficiente gas licuado de petróleo (GLP) para las garrafas, la escasez se siente como nunca, casi a la par de los azotes de uno de los inviernos más crudos de los últimos años.El gobierno nacional mantiene congeladas las tarifas residenciales de gas, lo que beneficia a todos los que tienen el servicio de red, pero los sectores con menores recursos terminan pagando un precio desproporcionado porque deben comprar el producto envasado.
Precisamente, las bajas temperaturas hicieron que la demanda de gas envasado creciera hasta niveles impensados.
A ello hay que sumar una modificación en las costumbres de los argentinos. Ya no son sólo las clases más bajas las que consumen garrafas. En los últimos tiempos hasta los sectores más acomodados empezaron a utilizar este envase, sobre todo en los countries, en reemplazo de los zepelines, porque la diferencia de precios es enorme. Es que la garrafa social, la de 10 kilos, cuyo valor acordó el gobierno con los productores en 16 pesos, significa un ahorro muy grande para los que menos tienen.
DERIVADO DE PETRÓLEO
Al que se vende envasado en garrafas se lo llama gas licuado de petróleo y, como derivado, este hidrocarburo está fuera de las fuertes regulaciones de precios que tiene el gas natural, cuya tarifa residencial está prácticamente congelada desde hace una década.
De todos modos, este producto –butano, propano o una mezcla de ambos– surge no sólo de una separación del petróleo sino que también está presente en la extracción de gas.
Como pasa a un estado líquido a una presión relativamente baja, es fácil comprimirlo para su envasado.
El poder calórico de este gas es, además, superior al que entregan las distribuidoras como Camuzzi en la red.
Con una garrafa de 10 kilos se obtiene una energía equivalente a 12 metros cúbicos de gas natural de red, 12 litros de fueloil, 13 litros de gasoil, 30 a 60 kilos de leña, 140 kilovatios hora ( kWh) de electricidad o 20 kilos de carbón.
Garrafa para todos
El problema de la garrafa social es que la venta no tiene ningún tipo de restricción ni filtro: no se exige documentación ni una encuesta social que demuestre una necesidad ni hay un límite previsto en cuanto a la cantidad de unidades por cada compra.
En el circuito de su comercialización ingresan algunos que –sobre todo en los barrios, donde el control del Estado llega diluido– aprovechan estos momentos de alta demanda y escasa oferta para especular con la necesidad de la gente.
“Cada vez es más difícil conseguir garrafas, y cuando hay te la cobran a 24 ó 25 pesos. Nosotros la usamos sólo para cocinar porque si no no alcanza, somos muchos en la familia. Tenemos que usar leña para todo y también está muy cara. La municipalidad entrega cada 15 días, pero con este frío no alcanza para nada”, cuenta Alejandra desde la desmembrada puerta de madera que anticipa el ingreso a una vivienda armada con chapas y tablones.
Ellos, como la mayoría, para calentar el ambiente en el que viven utilizan una salamandra que alimentan con madera, otro bien cotizado como oro en estos tiempos.
En el mercado local, una bolsa de leña que con suerte alcanza para un día llega a costar unos 15 pesos, mientras que para los “pudientes” comprar un bin significa sacar de la billetera 150 pesos.
una odisea para bañarse
En el mismo sector del noreste de Cipolletti pero a unas cuadras de diferencia vive otra Alejandra, una mujer que trabaja y a las 12 en punto termina de cocinar –obviamente con el preciado gas de la garrafa– una olla de fideos para sus cuatro hijos (de entre 13 y un año) y su esposo Oscar Romero, que recién llega de la obra.
Mientras la mujer acomoda uno de los guardapolvos sobre la salamandra para que se seque pero no se queme, cuenta algunas de las tantas dificultades que significa no acceder al tendido de gas natural.
“Algo tan simple para cualquier familia como es bañarse para nosotros es todo un trastorno. Tenemos que usar la garrafa para calentar agua, después mantenerla en la salamandra, bañar de a dos a los nenes y cuidar a los otros para que no ocurra un accidente”, cuenta.
A Oscar lo sacan de quicio los que aprovechan para lucrar en estos momentos de crisis. “Todos sabemos que la garrafa social sale 16 pesos, pero si acá te quedás sin garrafa un domingo te la pueden llegar a cobrar hasta 35 pesos. Todo el mundo tiene necesidades, pero hasta por un corte de maderas te cobran 30 pesos”, se queja el hombre mientras mira con ansiedad la base de lo que será su vivienda en el futuro, donde –según le dijeron– tendrá gas natural, aunque antes deberá comprar todos los artefactos: cocina, calefactor y termotanque o calefón.
La ausencia de red no sólo la sufren los que viven en casillas de madera.
En barrios consolidados como La Cabañita, que se construyó a través del plan “Un techo para mi hermano”, tampoco tienen gas cuando la cañería pasa a sólo unos metros, ya que el sector está ubicado a un costado del Anai Mapu.
Apenas se ingresa al barrio, lo primero con lo que uno se encuentra es con Carlos Campos, un hombre de 62 años que, a pesar de los achaques de la vida, no le afloja al hacha mientras su nieto chiquito le alcanza unos trozos de madera que consiguió por ahí.
“Ya no podemos depender de la garrafa. Además se consigue cada vez menos. Si no, tenés que tener un vehículo para irte hasta la ruta”, cuenta.
“La verdad es que vivir así no es humano, tenemos que estar todos los días con el corazón en la boca, cuidando que los chicos no se quemen, que no haya accidentes, de no poner leña verde en la salamandra porque a la noche se apaga y nos podemos intoxicar con el humo…”, añade.
Río Negro