Las multinacionales acusadas de infracciones de los derechos humanos ya no se sienten a salvo, Shell se enfrenta a acusaciones de complicidad en la ejecución del activista nigeriano Ken Saro-Wiwa.
George Monbiot
The Guardian (UK)
¿Puede ser el principio del final de una era de impunidad? Catorce años después del asesinato del nigeriano Ken Saro-Wiwa, novelista y activista del medio ambiente y los derechos humanos, la compañía Shell va a presentarse en un juicio en Nueva York, acusada de complicidad en su ejecución. Esto representa un momento notable en la lucha entre la gente y las corporaciones multinacionales. Con independencia del resultado del juicio, el hecho de que una de las compañías más poderosas del planeta esté en el banquillo de los acusados lo cambia todo. De ahora en adelante, ninguna multinacional implicada en posibles infracciones de los derechos humanos se sentirá totalmente a salvo.
Ken Saro-Wiwa, con otros ocho activistas ogoni por los derechos humanos, fue ejecutado por la dictadura militar de Nigeria en 1995. Esos hombres causaban una irritación constante a los generales, al recordar al mundo que sus tierras del Delta del Níger estaban siendo destrozadas y que la salud y vida de los habitantes eran destruidas por las llamaradas de gas, los vertidos de petróleo y los ataques de los militares. La prisión y las palizas no les hicieron callar. Entonces, el Gobierno creó falsos cargos contra ellos, pagó a personas para que hicieran de testigos y los ahorcó.
Los demandantes afirman que Shell, que todavía sigue operando en el Delta del Níger, pagó a militares nigerianos para que aterrorizaran a los ogoni y sobornó a dos de los testigos en el juicio a los activistas. Shell niega estos cargos y afirma que solo intervino para intentar detener las ejecuciones, pero no hay duda de que colaboró con uno de los regímenes más brutales de África. Actualmente sigue contaminando la tierra de los ogoni, al quemar el gas de sus pozos petrolíferos, siendo este uno de los temas por los que choqué con el principal ejecutivo de Shell, Jeroen van der Veer, en la fuerte discusión que tuvimos hace un tiempo.
Aparte del daño causado a la salud de los ogoni y su entorno, las llamaradas de gas de Nigeria producen más dióxido de carbono que todas las demás actividades de toda el África subsahariana. Quizás un día pueda ser ese el motivo de un pleito.
Lo que demuestra este juicio es que pueblos como los ogoni, aunque sean pobres y tengan poco poder, ya no pueden ser tratados como desechables. Durante dos siglos, los gobiernos y corporaciones del mundo rico han tratado a los pueblos que encontraban en el extranjero solamente como obstáculos para la extracción de recursos; gentes que, cuando no podían ser esclavizadas para ayudar en el trabajo, debían ser neutralizadas del modo más expeditivo posible: con sobornos, engaño, terror o masacres. Cuanto más ricos eran los recursos que poseía una tierra, más cruelmente eran tratados sus habitantes. Ahora, esos pueblos “inconvenientes” empiezan a ser considerados como seres humanos.
Traducido por Víctor García
Fuente: The Guardian