ExxonMobil: Un imperio al margen del imperio

RESEÑA

  • Private Empire. ExxonMobli and American Power
    Steve Coll
    654 páginas
    The Penguin Press, Nueva York, 2012

Las multinacionales se han convertido en destacados actores de la escena internacional con una influencia comparable, y en ciertos casos superior, a la de muchos Estados. No resulta extraño si pensamos que existen multinacionales que manejan cifras de negocio que exceden abundantemente los presupuestos anuales de muchos países desarrollados. Es el caso de Exxon Mobil, la petrolera más grande del mundo, que desde hace años se alterna con la compañía Wall Mart en el primer puesto de la lista elaborada por la revista Fortune para clasificar a las multinacionales más grandes de Estados Unidos. En las últimas décadas, las fusiones entre empresas petroleras han logrado conformar multinacionales dedicadas a la extracción, el transporte, refinado y venta de hidrocarburos con unas dimensiones gigantescas. En los cinco primeros puestos de la lista de Fortune encontramos otras dos petroleras: Chevron y ConocoPhillips.

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El periodista de The New Yorker Steve Coll ha necesitado más de 600 páginas para elaborar un retrato de ExxonMobil, una de las multinacionales estadounidenses más opacas, con una reticencia legendaria a la hora de dar más información de la legalmente obligatoria sobre sus operaciones empresariales. Coll, con la ayuda de sus asistentes, realizó más de 400 entrevistas y buceó en hemerotecas y en miles de páginas con información desclasificada para ofrecer la historia pormenorizada de algunos de los momentos más decisivos en la historia corporativa de Exxon, empresa comandada durante años -hasta su jubilación en 2005- por Lee Raymond, un tipo con modales hoscos y una altanería difícil de superar.
Como bien explica Steve Coll, la naturaleza del negocio de los hidrocarburos, un sector que necesita de grandes inversiones iniciales y de largos períodos de tiempo para rentabilizarlas, propicia que las empresas petroleras no puedan depender de los cambios de gobierno -con los consiguientes cambios de políticas energéticas- para decidir sus estrategias empresariales. Exxon Mobil gasta cada año millones de dólares para contribuir a la financiación de campañas políticas –prefiere dar su dinero a políticos republicanos–, paga a lobbies en Washington para que los legisladores propicien sus intereses a la hora de legislar y otorga becas a científicos que afirman, por ejemplo, que no está del todo demostrado que el cambio climático sea culpa de la acción del hombre.
Al mismo tiempo que financia campañas publicitarias y políticas para desligar la quema de combustibles fósiles del cambio climático, ExxonMobil no desaprovecha las oportunidades de negocio que propician los cambios en las dinámicas climáticas: por ejemplo, la mayor accesibilidad de yacimientos en el Círculo Polar Ártico gracias al deshielo progresivo que Exxon trata de explotar en sociedad con la compañía rusa Rosneft.
Por lo que respecta a los países menos desarrollados, con sistemas políticos menos estructurados que el estadounidense –sin una tupida y opaca red de lobbies, por ejemplo–, ExxonMobil, según revela Coll, se ha visto implicada en relaciones con algunos de los regímenes más detestables de las últimas décadas.
Desde su nacimiento, como empresa escindida de la Standard Oil Trust propiedad de Rockefeller, Exxon fue una compañía relativamente conservadora en sus estrategias, que obtenía una parte considerable de sus beneficios en suelo estadounidense. En 1999, año de su fusión con la petrolera Mobil, Exxon heredó explotaciones en algunos de los países más inestables del planeta, incluidos varios Estados africanos y asiáticos. En la región indonesia de Aceh, por ejemplo, los militares indonesios que combatieron durante años –hasta la firma de los acuerdos de paz de 2005– a la guerrilla del Movimiento Aceh Libre (más conocida por sus siglas GAM, Gerakan Aceh Merdeka) llevaron a cabo gravísimas vulneraciones de los derechos humanos para proteger los intereses de la empresa. Algunas unidades militares destacadas en aquella región eran pagadas directamente por ExxonMobil y llegaban a usar las instalaciones de la empresa como campamento base para llevar a cabo acciones de contrainsurgencia, asesinatos, torturas y violaciones.
Uno de los temas más interesantes de todos los tratados por Steve Coll tiene que ver con las relaciones entre las distintas administraciones estadounidenses y los dirigentes de la compañía. Coll menciona la cercanía del ex presidente de ExxonMobil  –Lee Raymond – con el vicepresidente Dick Cheaney: mantenían reuniones dentro y fuera de la Casa Blanca y su sintonía era bastante alta. Sin embargo, ni siquiera durante la Adminstración Bush, con varios altos cargos provenientes de la industria petrolera  –incluidos Bush y Cheney– se consiguió una completa harmonía entre los intereses de ExxonMobil y los de EE UU. Coll aporta numerosos ejemplos que confirman que: cuando lo ha necesitado, ExxonMobil se ha beneficiado del músculo político y diplomático de Washington, y cuando lo ha creído oportuno, la compañía ha hecho negocios que chocaban frontalmente contra los intereses energéticos y geopolíticos diseñados por el Pentágono y la Casa Blanca en países como Rusia o Venezuela. En otras palabras, ExxonMobil ha hecho y deshecho a su conveniencia persiguiendo siempre la rentabilidad, con independencia del impacto que esto tuviera para su país de origen. La empresa tiene su propia estrategia de política exterior y su red particular de relaciones diplomáticas. Coll cita una frase de George W. Bush en referencia a los dirigentes de ExxonMobil: “A estos tipos no se les puede decir lo que tienen que hacer”.
Aunque ha definido a ExxonMobil como un imperio privado incardinado dentro del imperio estadounidense, Seteve Coll comenta que, en base a sus investigaciones, puede decir que la compañía suele operar dentro de la legalidad. En su reseña de Private Empire, el experto Moises Naím, tras señalar acertadamente que Coll aporta en su libro casi todos los datos posibles pero muy pocas observaciones personales, completa la argumentación diciendo que debe de resultar relativamente fácil operar dentro de esas líneas rojas de la legalidad cuando es uno mismo quién las traza.
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