Por Patricio Eleisegui / Revista Sudestada .- Australia, Alemania y EE.UU. buscan garantizarse el insumo para su cambio energético e instalarán plantas de amoniaco y utilizarán enormes cantidades de agua. Activarán cientos de molinos eólicos para lo cual desplazarán comunidades y condenarán a la extinción al cóndor. Todo el hidrógeno se exportará. El Gobierno acepta dólares y posterga la transición local.
Los anuncios multimillonarios, cree lo peor de la política doméstica, alcanzan y sobran para silenciar problemáticas o, en todo caso, disimular la ausencia de soluciones reales ante el desastre socioambiental que nos sopla en el rostro. Es tradición que la dirigencia local, atenta siempre a la urna que viene, tome cualquier cifra que le resulte simpática y a partir de la combinación de dígitos confeccione un artificio dotado, en la mayoría de los casos, de una cara oculta peligrosa. Por no decir temible.
Concluía octubre de 2021 cuando la australiana Fortescue Future Industries, división de un gigante de la minería mundial –Fortescue Metals Group–, anunciaba su decisión de invertir al menos 6.000 millones de dólares en la instalación de un complejo de producción de hidrógeno verde en la provincia de Río Negro. Semejante promesa protagonizó las tapas de los principales medios masivos de la Argentina.
Para la publicidad ayudó, también, que Agustín Pichot, ex rugbier y símbolo de Los Pumas, asome como el titular de la empresa para América Latina.
“La idea es tratar de crear algo revolucionario en el país”, declaró el antes deportista, en un encuentro con la prensa concretado ya en noviembre del año pasado. Precisamente durante ese mes, y en el marco de la COP 26 de Glasgow, Escocia, la cifra prometida por Fortescue Future Industries ascendió mágicamente a 8.400 millones de dólares.
A la par, se comenzó a hablar de los eventuales puestos de trabajo que crearía el proyecto: 15.000 directos y alrededor de 50.000 indirectos. La compañía puso a circular la versión de que para el proceso de generación del hidrógeno utilizaría agua de mar. Y, también, que avanzaría con la construcción de una planta también verde en Punta Colorada, muy cerca de Sierra Grande. En las costas del Golfo San Matías.
“El hidrógeno verde es uno de los combustibles del futuro y nos llena de orgullo que sea la Argentina uno de los países que esté a la vanguardia de la transición ecológica”, dijo Alberto Fernández en Glasgow. Presa de la emoción violenta, el Gobierno incluso salió a decir que Fortescue Future Industries convertiría a Río Negro en el centro mundial de la exportación del combustible, además de anticipar una producción del orden de los 2,2 millones de toneladas anuales en 2030.
En el marco de la COP 26, Matías Kulfas, el inefable ministro de Desarrollo Productivo, soltó una declaración de principios en forma de textual: “El mundo va hacia ese lado y van a empezar a aparecer con más recurrencia barreras comerciales frente a la inacción ambiental. Lo hacemos por convicción y por conveniencia”.
Las conveniencias, dada la sed de dólares de la que hace gala la Presidencia, no merecen mayores discusiones. La preocupación, en todo caso, gira en torno a la “convicción” pronunciada por Kulfas. Un convencimiento que, en cuanto se analizan las particularidades del proyecto, evidencia que la idea política vigente sólo contempla la entrega de ecosistemas al mejor postor.
Y que la mira gubernamental está puesta en mantener a la Argentina como proveedor de aquellos elementos que requieren los países centrales para concretar sus respectivas transiciones energéticas, tal como ocurre con el litio de la Puna, antes que en promover el tan urgente cambio de matriz interno.
Porque sí: Fortescue Future Industries informó desde el primer minuto que el objetivo de su emprendimiento será exportar hidrógeno a gran escala y reconoció la falta de interés por generar un mercado de consumo interno. En abril del año pasado el mismo Fernández expuso su intención de promover a la Argentina como “complejo productor y exportador de hidrógeno como nuevo vector energético” en ocasión de la Cumbre de Líderes. El primer mandatario omitió cualquier referencia a la transición de fronteras hacia adentro.
¿Qué es el hidrógeno verde?
Conviene explicar de qué hablamos cuando hacemos mención al hidrógeno verde. Se trata de un vector energético, un combustible que se genera a partir de la división de la molécula del agua a través de un procedimiento llamado electrólisis. O sea, es un elemento por demás de abundante en el planeta aunque no existe en estado puro.
Durante el proceso se origina un gas que luego se licúa a temperaturas del orden de los 250 grados bajo cero y, de esa forma, el elemento puede ser transportado en camiones o barcos. Los insumos que se utilizan para la generación del hidrógeno son los que definen el color con que se identifica a las distintas versiones de la materia prima. Así, las versiones gris y azul surgen de partir la molécula de agua mediante hidrocarburos como el gas natural, mientras que para el verde se emplea energía generada por fuentes renovables.
Expertos como Leonardo Salgado y Hernán Scandizzo detallaron las características del combustible en distintos artículos publicados en la Web del Observatorio Petrolero Sur (OPSur).
Comparto un fragmento: “Actualmente en el mundo se producen más de 70 millones de toneladas de hidrógeno al año, la mayor parte del cual se utiliza en la producción de amoniaco para fertilizantes y en ciertos procesos industriales, entre otros de la industria petroquímica. Hoy lo que se busca es potenciarlo como vector energético, de manera de atender una parte de la demanda que actualmente cubren los combustibles fósiles.”
Y otro más: “En un futuro post fósil, el sobrante de energía eléctrica renovable proveniente de un parque eólico o de una granja fotovoltaica podría ser destinado a la electrólisis del agua, y el hidrógeno verde obtenido, usado directamente o almacenado para generar energía eléctrica en momentos de mayor demanda. De este modo, podría compensarse la intermitencia de las fuentes renovables, las cuales generan electricidad solo cuando se dan las condiciones de radiación solar y vientos.”
En la actualidad, la producción del insumo verde es casi inexistente: representa alrededor del 1 por ciento del poco hidrógeno en sí que se genera en el mundo, el cual en su gran mayoría tiene destino industrial y alguna que otra aplicación en el ámbito de las automotrices. En un diálogo de estos días, Salgado, quien además de docente de la Universidad de Río Negro es investigador del CONICET y miembro de las asambleas socioambientales rionegrinas, me aseguró que resulta imposible hablar de una experiencia exitosa de hidrógeno verde a gran escala porque, directamente, eso no existe en ningún lugar del mundo.
“Todavía no está muy claro cuál puede ser su aplicación a nivel mundial. Quizás encuentre su lugar como combustible para barcos o aviones. Se supone que hacia 2030 habrá una demanda importante. Pero con protagonismo de los países desarrollados, las naciones centrales. No es que los proyectos pensados para los territorios como Argentina tienen como objetivo la demanda local. Lo que están haciendo empresas como Fortescue Future Industries es empezar a promover el hidrógeno verde que van a necesitar más adelante. Tanto las casas matrices de ese tipo de compañías como los países donde tienen la base esos mismos actores privados”, afirmó.
El impacto del proyecto patagónico
No hay dudas en que el hidrógeno verde puede ser una alternativa valiosa respecto de la quema de hidrocarburos sobre la que está basada, en la actualidad, la matriz energética argentina y global. Predomina la coincidencia de que lo que viene es una electrificación mayoritaria de las tecnologías de la vida cotidiana, pero al mismo tiempo hay certezas de que determinados procesos industriales y sistemas de transporte no podrán operar bajo esa opción y ahí es donde entra la búsqueda de un combustible alternativo.
El hidrógeno verde, señaló Salgado, puede funcionar como sustituto del gasoil, por mencionar un producto fósil.
“Si pensamos en los trenes de gran porte, en los aviones o los barcos, ahí la posibilidad de apelar al hidrógeno verde como alternativa claramente es valiosa. Pero el inconveniente grave que tenemos en la Argentina es que los proyectos no van a tener un uso propio, por así decirlo. Quieren poner a nuestro territorio a generar el hidrógeno que necesitarán los países del norte para mantener sus aparatos industriales e, incluso, militares. No tenemos que ser ingenuos en esto último. El hidrógeno verde que se hará en Argentina no será para la transición energética de nuestro país”, enfatizó.
El experto aseguró que tanto Alemania como Australia y los Estados Unidos, tres de los estados que comunicaron proyectos en nuestro país, “tranquilamente podrían hacer hidrógeno verde en sus territorios” pero, como es usual desde que impera el extractivismo, apuestan por trasladar el costo ambiental a las naciones del subdesarrollo.
“La escala del proyecto de Fortescue Future Industries, el más conocido, ya de por sí permite anticipar el impacto negativo que tendrá en el ambiente de Río Negro. Se ocuparán enormes superficies sólo para la instalación de parques eólicos que abastecerán al proyecto. Ya se está discutiendo un mínimo de 400 molinos con generación individual de 5 megavatios. La afectación de la meseta de Somuncurá, que es donde se instalarán, alcanzará tanto a las comunidades que habitan el territorio como a la fauna. Un emprendimiento de esa envergadura, por ejemplo, acabará por completo con la recuperación que se viene haciendo del cóndor andino en esa zona de la Patagonia”, explicó.
Señaló Salgado que, en esa área y dadas las características del proyecto, la supervivencia de las comunidades mapuche estará gravemente comprometida a partir de la menor disponibilidad de terrenos y recursos como el agua. “La actividad de quienes dependen de la crianza de animales resultará imposible por el tamaño de la infraestructura que se instalará para proveer a la planta de la empresa australiana”, dijo.
A eso hay que sumarle el requerimiento de enormes cantidades de agua que demanda la generación de hidrógeno verde.
“Instalarían, además, una planta de desalinización de agua de mar en Sierra Grande y otra de producción de amoniaco para el posterior traslado de ese combustible. Todos sabemos que el amoniaco es corrosivo y muy tóxico. Bueno, habrá una planta ahí. Además, la desalinización genera, por cada litro de agua dulce, un litro y medio de salmuera. Serán millones de toneladas de ese derivado que irán a parar al Golfo de San Matías”, anticipó el especialista.
Distintos estudios científicos llevados a cabo en Europa en las últimas dos décadas han probado que las salmueras aumentan la temperatura de las aguas donde son vertidas y, en simultáneo, provocan un fuerte descenso del oxígeno disuelto. En concreto, acaban con toda la vida en el entorno donde resultan acumuladas.
Tal como está planteado, afirmó Salgado, el proyecto que se desarrollará en Río Negro es de pérdida total para la población y el ambiente de la provincia.
“Ni siquiera se sabe si Río Negro recibirá alguna regalía. Al mismo tiempo, se habla de una creación de puestos de trabajo que es cuanto menos disparatada. Dicen que se generarán 50.000 empleos, algo poco creíble y que no perdurarían en el tiempo porque esta actividad es como la minería. Y una vez que se construyan los parques eólicos luego sólo necesitarán de una dotación mínima de personal para mantenerlos”, puntualizó.
En contra de cualquier requerimiento de las comunidades, el Gobierno está tan enfocado en hacerse con los fondos multimillonarios que promete Fortescue Future Industries –cuya división minera evalúa adaptar sus mega volquetes, camiones todoterreno y maquinarias en general a ese combustible– que incluso acaba de anticipar que promoverá una ley de promoción del hidrógeno. Y hasta deslizó que incluiría a la compañía en el trabajo técnico para el desarrollo de la normativa. Vía un comunicado, la australiana expuso su beneplácito a mediados de esta semana: “Fortescue Future Industries se encuentra a disposición de las autoridades argentinas para colaborar en la creación de una Ley de Hidrógeno y de esta manera poder hacer del proyecto una realidad en la provincia de Río Negro”.
Claro que la decisión oficial de sacrificar territorios al mejor postor no se agota en lo informado para Río Negro. En octubre del año pasado, el Instituto Fraunhofer de Alemania cerró un convenio con Integración Energética Argentina (IEASA), la ex ENARSA, para instalar una planta de hidrógeno verde muy cerca de Bahía Blanca, en la provincia de Buenos Aires. Se desconoce en qué momento se activará el emprendimiento, pero sí se sabe que el insumo que se genere tendrá dos destinos: por un lado, abastecerá al ultra contaminante polo petroquímico bahiense y, por el otro, se exportará para consumo interno de la potencia europea.
En Chubut, en tanto, Fortescue Future Industries negocia la compra de 15 campos donde hoy se hace cría de ovinos para instalar otros cientos de molinos eólicos. Desde allí generará un tejido de cableados de media y alta tensión, siempre pensando en el abastecimiento eléctrico del proyecto en Río Negro.
Por último, a fines de abril la estadounidense MMEX Resources y la alemana Siemens Energy anunciaron la futura instalación de una planta de electrólisis y un parque eólico en torno a Río Grande, en la provincia de Tierra del Fuego. El gobierno fueguino y el Ejecutivo nacional privilegiaron hablar de los supuestos 500 millones de dólares que llegarán a las arcas públicas antes que dar cuenta de cómo se mitigará el impacto de esta iniciativa en uno de los ecosistemas más sensibles del extremo sur de la Patagonia.