Los países desarrollados reconocen la necesidad de reducción de emisiones, pero plantean que los subdesarrollados paguen algún costo. Los subdesarrollados intentan sacar tajadas de la ayuda del Norte. El quién es quién en las emisiones de carbono.
Cledis Candelaresi
Desde Barcelona
Los cinco días de febriles negociaciones en el marco de la Conferencia Internacional de Cambio Climático de Naciones Unidas se inauguraron ayer sin grandes sorpresas. Los negociadores de más de ciento cincuenta países saben que trabajarán por la redacción de un nuevo acuerdo mundial planetario o por la prórroga de Kioto, que vence en el 2012, aunque bajo una consigna nueva que empezó a esbozarse: muchas de las naciones subdesarrolladas tendrán que resignarse a hacer un aporte y no sólo a esperar un auxilio de los países ricos para afrontar el impacto del calentamiento. Al poner el foco en el maltrato que la región infligió al medio ambiente, Argentina surge como una de las principales agresoras, detrás de Brasil, México y Venezuela. Mientras que los bosques plantados para alimentar a la papelera Botnia hacen descollar a Uruguay como la de mejor conducta en la región.
Ya lo dijo ayer la vicepresidenta primera y ministra del gobierno español, María Teresa Fernández de la Vega, durante la apertura del multitudinario evento que hasta el viernes tendrá lugar en el Centro de Convenciones de Barcelona. “Los países industrializados debemos reducir nuestras emisiones entre un 80 y 95 por ciento para el 2050. Pero de manera adicional, los países en desarrollo deben invertir en un desarrollo diferente, más limpio y resistente a los efectos del cambio climático.”
Nadie discute que el Sur del planeta es víctima del efecto invernadero que generó el Norte, juicio plasmado en el protocolo de Kioto y que inspiraría un nuevo acuerdo para limitar la contaminación planetaria, costos incluidos. Pero del mismo modo, todos descuentan que grandes economías emergentes como China, India, Sudáfrica, Brasil o México no pueden sentarse a recibir dinero del Fondo de Adaptación a nutrirse con aportes públicos y privados de los países ricos sin hacer algo a cambio.
China ya mostró que está dispuesta a disminuir la contaminación que genera su economía en gran medida basada en carbón, aunque a condición de que se firme un acuerdo global que comprometa a los Estados Unidos. México fue más osado. Como país que vive de los hidrocarburos, prometió recortar a la mitad su emisión de carbono, pero exige para ello un auxilio financiero de 6000 millones de dólares, aún no se sabe si reintegrable o como simple subvención. A sabiendas de que la comunidad internacional no lo eximiría de un aporte, Brasil también arremetió con una oferta basada en la conservación de los bosques amazónicos.
Comprensiblemente, en otro lugar está Africa, que actúa como un bloque compacto que sólo demanda: pidió un paquete de 60 mil millones de dólares por año de aquí al 2020 para poder enfrentar las consecuencias del calentamiento, sin asumir compromiso alguno de mermar la contaminación. Ni hablar de los miembros de la Opep (incluida Venezuela), que pretenden alguna indemnización por la denigración que están sufriendo los carburantes fósiles.
Los brasileños, como los argentinos, se integran al grupo conocido con las siglas de Redd, en el que están inscriptos casi todos los subdesarrollados. Esencialmente, lo que este núcleo postula es que las naciones que conserven sus bosques deben recibir una retribución económica por ello. Desde el punto de vista técnico tiene su fundamento. La Convención de Naciones Unidas para el Cambio Climático (órgano que cobija a estas deliberaciones) estimó que la deforestación contribuyó al 20 por ciento de las emisiones de carbono de la década del ‘90 y que, hasta el 2005, la tala seguía al “alarmante ritmo de 13 millones de hectáreas por año”.
Los bosques son un excelente recurso para quitar el C02 de la atmósfera y su tala anula esa fuente de depuración natural. De ahí el interés global en preservar pulmones como el Amazonas. Y de ahí el justo afán de los países que tienen ese tesoro en obtener algún rédito por su preservación.
La promoción forestal que hizo Uruguay hace unos años con miras a la exportación, pero que luego le permitió seducir a una papelera como Botnia por la disponibilidad de insumo, la dejan bien parada en el ranking de contaminadores: es la única carbono positivo de Sudamérica. México y Brasil son los malos de esta película, secundadas, aunque muy, muy lejos en su poder dañino, por Venezuela y Argentina. Las cuatro son responsables del 70 por ciento de la contaminación de Latinoamérica y difícilmente puedan eximirse de cumplir algún plan de mitigación a su costo. Con o sin posibilidades de recuperar ese dinero a través de la ayuda que los desarrollados están comprometiéndose a brindar al Sur.
Fuente: Página/12