¿Por qué EE.UU. mira hacia el Sur?

Cambio, ¿qué cambio?

Nadie ha dicho todavía si el muy ilustre Premio Nobel de la Paz 2009, Barack Obama, se ha tomado la molestia de leerse el libro del escritor uruguayo Eduardo Galeano: Las venas abiertas de América Latina, que tan espontáneamente le regaló el Presidente venezolano Hugo Chávez Frías durante la última Cumbre de Las Américas en Puerto España, capital de Trinidad y Tobago.
Pastor Guzmán Castro
Sería una lástima que Obama, regidor del imperio de imperios, el “liberal” que pasó toda su campaña en pos de la Casa Blanca hablando de la necesidad de cambio en su país, ahora que ocupa la presidencia no conozca de primera mano la historia de pillajes y violencia de los Estados Unidos en América Latina y el Caribe, a lo largo de casi dos centurias.
Aunque Galeano se refiere en general a las rapiñas y devastaciones cometidas por los distintos depredadores en el subcontinente desde los tiempos de la conquista, queda claro que ninguno en la etapa postcolonial llegó a ejercer un dominio más completo, descarnado e hipócrita que el implantado por los Estados Unidos al Sur de sus fronteras.
Quizá Obama no sepa que si en 1970 su país importaba la séptima parte del petróleo que consumía, en el 2009 importó cerca del 55 por ciento del total, llegando a alcanzar nada menos que 22 millones de barriles/día, cifra astronómica, equivalente a más de 700 millones de toneladas en un año.
Según cálculos realizados por expertos de la superpotencia, para que esa  nación pueda mantener su estándar de vida actual y el desarrollo de su economía en las próximas dos décadas, debía incrementar la disponibilidad del combustible fósil en un 31 por ciento para el año 2030, lo que a la luz de la merma anual del número de nuevos pozos en producción y en el rendimiento, resulta a todas luces imposible, sin contar el factor ecológico.
De ahí la importancia capital para Washington de acaparar para sí una gran parte de la producción planetaria del hidrocarburo y la agresividad de su accionar exterior, que ya ha llevado a dos guerras en la región del Golfo Pérsico y amenaza con otras en este continente.
Realmente, no ha sido fácil para los privilegiados del sistema, perder las ganancias exorbitantes que obtenían en naciones como Venezuela hasta la llegada al poder de Hugo Chávez, donde una burguesía parásita, compuesta por  unas 300 familias, se repartía las migajas que dejaban en el país las transnacionales petroleras y mantenían en la pobreza a cerca del 80 por ciento de la población, próxima entonces a 23 millones de personas.
Más o menos lo mismo ocurría también en Bolivia y Ecuador, donde los grandes monopolios del sector se llevaban más de las cuatro quintas partes de las ganancias, dejando para esos países sólo entre el 15 y el 17 por ciento de los dividendos, lo que da la razón a Galeano cuando plantea que los países ricos ganan mucho más consumiendo nuestros productos que América Latina produciéndolos.
Pero no se trata sólo del petróleo. Según el doctor John Saxe-Fernández, profesor e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), los Estados Unidos dependen en grado creciente de las importaciones de un grupo de minerales estratégicos para su economía y sobre todo para su Complejo Militar Industrial.
Esos minerales los traen de muchos estados fuera de este continente, y un estudio del Colegio Naval de Guerra recomienda adquirirlos en países de esta región para reducir la “dependencia y vulnerabilidad” de la superpotencia, lo que presupone inversiones -y políticas- que lleven al control de esos recursos.
Hoy los norteamericanos importan todo el arsénico, colombo, grafito, manganeso,  mica, estroncio, talantium y tritium y otros minerales.
¿Respetará Obama la máxima ancestral de: “al que Dios se lo dio, San Pedro se lo bendiga” o,  por el contrario, dejará que su país continúe por la trillada senda de apropiarse de los bienes ajenos por medio de la agresión y el pillaje?
Fuente: Escambray