Jorge Riechmann: Un Eco-socialista en Salamanca

Por El Contubernio*.- El crecimiento por el crecimiento es una estrategia suicida, no tiene ningún futuro… Digamos que debería proponerse respetar los límites biofísicos del planeta contra los cuales estamos ahora chocando violentamente

Un fenómeno curioso a la hora de hablar de desarrollo humano es la confusión de medios con fines. El crecimiento económico, estimado en base al PIB, es generalmente asimilado al desarrollo y bienestar de una sociedad. Sin embargo, en este concepto brillan con más fuerza las atribuciones y virtudes mágicas que de él hace la ilusión neoliberal que sus efectos reales en la generación del bienestar. Bajo el fetiche; pobreza, desigualdad social, contaminación y degradación ecológica, … no hacen sino aumentar al ritmo que lo hace la acumulación de capital. El discurso desarrollista, de veneración teológica al crecimiento económico y la acumulación de capital, no es sino una quimera encubridora de las relaciones de poder que este genera. Por ello, no se han de confundir medios con fines. En el contexto actual, en el que la crisis económica y el discurso político ante ella, ha sido capaz de generar un amplio consenso entorno a la necesidad del crecimiento económico a toda costa, y la validez de cualquier medio para alcanzarlo; hemos de preguntarnos que es lo que realmente hemos de priorizar. Aprovechando la visita de Jorge Riechmann a Salamanca, durante la II Semana de Ecología en la Universidad organizada por CEA y Ecologistas en Acción, tuvimos la oportunidad de entrevistarnos con él para conversar sobre esta y otras cuestiones.
Jorge Riechmann es uno de los intelectuales e investigadores más polifacéticos de nuestro país. Resulta difícil saber por dónde empezar cuando uno se propone presentarlo; poeta, traductor, ensayista, investigador… Además es profesor de Sociología y Filosofía moral en la Universidad Autónoma de Madrid. Acaba de publicar su libro ‘Entre la Cantera y el Jardín’ (ed. Oveja Roja: 2010), una colección de 17 ensayos que indagan sobre la conciencia ecológica del presente, y que bien puede servir como pórtico a su ‘Pentalogía de la autocontención’.
# Transgénicos y soberanía alimentaria.

Contubernio: Recientemente, la Unión Europea ha autorizado la siembra de un nuevo transgénico tras 12 años de moratoria. ¿Por qué este “paso atrás”? ¿Cuáles son los intereses que se esconden detrás de esta medida? ¿A quiénes beneficia este tipo de políticas?

J. Riechmann: Bueno, los pasos atrás… Que sea considerado un paso atrás o un paso adelante depende justamente de esos intereses. El problema de fondo con los cultivos transgénicos, a mi entender, no es tanto la tecnología en si misma, aunque tenga rasgos problemáticos. Me refiero sobretodo a la potencia de esta tecnología. Con las herramientas de la ingeniería genética los biólogos moleculares pueden intervenir en los organismos vivos de un modo que antes no era posible, y potencialmente tienen una variedad de efectos enormes. Todavía más es el caso, por ejemplo, de las nanotecnologías que en cuanto a la potencia de la tecnología, igualmente deberían suscitar cierta inquietud por las posibilidades de mal uso. Y exigirían la vigencia de un Principio de precaución en sentido fuerte y aplicado ampliamente.
Pero el problema, a mi entender, no es tanto la tecnología en si misma como la apropiación que de esas tecnologías hacen poderes privados. En el caso de las biotecnologías aplicadas a la alimentación algunas de las empresas más grandes del mundo, en el terreno agroalimentario y biotecnológico, que han ido formando enormes oligopolios privados cuyos intereses son fundamentalmente de control sobre la sociedad y sobre los seres vivos, entonces esa apropiación de tecnologías muy poderosas por empresas privadas. El problema es más de dominio corporativo que de otra cosa. No se ha creado, no existe a mi entender, un marco institucional necesario para manejar tecnologías tan poderosas con seguridad.
C: ¿En este sentido, dónde reside hoy la lucha por la seguridad y la soberanía alimentaria?

J.R: La cuestión de fondo es la que plantea la Agroecología, el conjunto de investigaciones y disciplinas que reunimos bajo el término de agroecología. En la perspectiva agroecológica se trata de conseguir agrosistemas que funcionen de manera más semejante a como lo hacen los ecosistemas, y por ello estén mejor integrados con los ecosistemas naturales y no creen los enormes problemas que causa la agricultura industrial moderna que tiene en realidad muy poco futuro. Basta pensar en la medida en la que es dependiente la agricultura industrial moderna de la energía fósil y de la petroquímica para darse cuenta de que su recorrido no puede ser muy largo. Básicamente, los seres humanos hemos estado durante miles de años alimentándonos del sol. Comiendo digamos energía solar transformada a través de los convertidores biológicos que son las plantas. Y eso no cambio, sino recientemente, en el siglo xx, cuando se desarrollo esta agricultura industrial, que ha hecho que pasemos a alimentarnos básicamente de petróleo. Este sistema de agricultura industrializada necesita de agricultura industrializada necesita una gran cantidad de recursos fósiles para funcionar. Esta claro que comer del sol es una estrategia viable, es sostenible, es durable a largo plazo. Pero en cambio, comer del petróleo no lo es. Porque estamos ya al final de la era del petróleo barato, y se trata de un recurso finito que hemos gastado con demasiada imprudencia.
# El modo de producción capitalista.
C: Al mismo tiempo que se implantan biotecnologías peligrosas, por el único interés del beneficio económico de grandes corporaciones y se mantienen dinámicas de producción enormemente destructivas, se habla también de un “desarrollo sostenible”. Desde su punto de vista, ¿cuál es el lugar que ocupa la ecología dentro del sistema capitalista?

J.R.: Bueno, una distinción muy básica. Que conviene recordar es la que hay entre ecología y ecologismo. Ecología, es la parte de la biología que estudia los ecosistemas, dicho muy brevemente. Y Ecologismo es un movimiento social que intenta transformar la sociedad de manera que no sea tan perjudicial para los ecosistemas como lo es ahora.
La pregunta es muy pertinente, porque cabe dudar de esa estrategia del “desarrollo sostenible” que ha suscitado bastante consenso por parte de muchos centros de poder y no pocos ciudadanos en los últimos 20 años. Cabe dudar de que un “desarrollo sostenible” en sentido propio -no la versión publicitaria y prostituida del concepto que se emplea con tanta facilidad- que sea compatible con el capitalismo. Si uno lo piensa bien, una economía sostenible tendría que ser capaz de regular racionalmente su metabolismo con la naturaleza. Sus intercambios de materia y energía con la naturaleza. Esa es una idea muy básica, que por lo demás se encuentra anticipada en Marx, en uno de los momentos más lúcidos de Marx, (que tuvo también sus momentos productivistas mucho más cuestionables desde la óptica actual). Pero esa idea de regulación racional del metabolismo entre la humanidad, las economías humanas y la naturaleza es muy básica.
Está claro, que eso exige algún tipo de planificación para el capitalismo, de medidas de control, tanto a escala local, como regional y global. El capitalismo funciona por una parte con una dinámica de expansión constante detrás de la cual está el motor de acumulación de capital; y por otra parte, con una aversión enorme a que se introduzcan medidas de control, racionalización, planificación, etc y de que se intervenga en esa especie de santa santorum que son las decisiones individuales, empresariales… sobre la producción. Esta claro que ese sistema es poco compatible con la sostenibilidad.
C: ¿Cual sería el camino para reconvertir el modelo productivo hacia uno más respetuoso -reducir la huella ecológica, reducir la destrucción de la biodiversidad…?

J.R.: Pues hace falta una transformación a muchos niveles. Digamos que debería proponerse respetar los limites biofísicos del planeta contra los cuales estamos ahora chocando violentamente, es decir, toda una serie de parámetros que tienen que funcionar como limitaciones externas de la economía. Por ejemplo, acabas de mencionarlo, la conservación de la biodiversidad, que estamos destruyendo de una manera insensata. U otro ejemplo, la conservación del equilibrio climático, o por lo menos el no desestabilizar demasiado el clima de la tierra, con el exceso de emisiones de gases de efecto invernadero.
Esto último nos puede servir como ejemplo; el consenso científico apunta hoy a que no debemos sobrepasar en ningún caso, una temperatura de seguridad, un aumento de temperaturas que vaya más allá de 2ºC con respecto a los niveles preindustriales, y quizá incluso menos 1,5ºC si quisiéramos ser un poco más estrictos. Eso exige, si partimos de esa limitación desde fuera, cambios económicos e institucionales. Se puede ver que, por ejemplo, eso requeriría limitaciones de las emisiones de gases de efecto invernadero por encima del 80% a los países industrializados en unos cuantos decenios. Lo cual exigiría, seguimos yendo hacia atrás en esa cadena, una transformación muy profunda del sistema energético, del sistema de transporte, y las formas de urbanismo y ocupación del territorio sobretodo. Un sistema energético basado en fuentes renovables de energía, un tipo de urbanismo menos disperso y más eficiente en cuanto a la utilización de los recursos actuales, sin perder lo bueno de las ciudades. Y también, por ejemplo, aunque ahora no puedo entrar en todos los detalles, esa transformación agroecológica -a la que antes me refería- también reduciría esas emisiones de gasto invernadero.
C: Desde determinadas posiciones suele hablarse de un desequilibrio/incompatibilidad o de untrade off entre desarrollo económico y prácticas ecológicas. En este sentido, cómo puede plantearse la situación de los países en vías de desarrollo ante la encrucijada que esto supone, ¿cuál es el modelo de desarrollo que necesitan estos países?

J.R.: Vamos a ver, quizá podría objetar un poquito lo primero. No necesariamente cualquier forma de economía es destructiva de la naturaleza, o por lo menos no lo es en la medida que lo son las sociedades industriales contemporáneas.
Por una parte, cualquier actividad humana tiene un impacto ambiental, pero ese impacto puede ser espectacularmente diferente, puede ser muy grande o muy pequeño. De manera general, yo hace años que defiendo que la suma de transformaciones guiadas por 4 principios básicos. Que en la formulación, por ejemplo la que ofrecí en un libro que se titula Biomimesis, serian: un principio de autolimitación, autocontención o suficiencia, en primer lugar. En segundo lugar un principio de biomímesis, o coherencia entre los sistemas humanos y los sistemas naturales. Un principio de ecoeficiencia en tercer lugar. Y un principio de precaución en cuarto lugar.
Digamos, estos 4 principios orientando las transformaciones socioeconómicas nos llevarían por el buen lugar. Si nos fijamos en el principio de biomímesis, se ve esto que decía antes: no necesariamente todas las formas de economía pueden tener los mismos efectos sobre los ecosistemas y con los ecosistemas.
Las ciudades por ejemplo, reorientadas según criterios de urbanismo sostenible, bioconstrucción, construcción ecológica, etc… pesarían menos sobre el territorio del cuál dependen. Una química verde, que renunciase a los excesos de parte de la química de síntesis tal y como se desarrolló en el siglo XX y en cambio tratase de desarrollar, cuando hacen falta, moléculas que no sean incompatibles con la química de este planeta, con la química de los seres vivos, no tendrían el impacto negativo que han tenido muchas moléculas de síntesis fabricadas por la química moderna. Una agricultura y ganadería inspiradas por criterios agroecológicos no tendrían el impacto que tiene la agricultura industrial moderna. Igualmente, una manufactura o sistemas de manufactura reconstruídos de acuerdo con los principios de la ecología industrial no tendrían el impacto que tienen ahora las sociedades industriales.
En todo esto se ven vías por las cuáles las sociedades industriales pueden llegar a lo que se podría denominar como “hacer las paces con la naturaleza”, expresión que empleó el importante ecólogo y ecologista estadounidense Barry Commoner hace ya unos años, en un libro muy bueno [(Making Peace with the Planet. New York : Pantheon, 1990]. Y eso, supondría para las sociedades del sur, esas que llamamos a veces con un eufemismo que es rechazable, que es sociedades en vía de desarrollo. Y digo que es rechazable, por que eso supone una idea de desarrollo único, unilineal, y que esas sociedades tienen de alguna forma que llegar a dónde nosotros ya estamos desarrollados, lo cuál es bastante absurdo en cuanto se analiza un poco.
Entonces, la idea es que esas sociedades del sur podrían desarrollar sus propias formas de economía, con elementos industriales también, dentro de esa perspectiva biomimética por ejemplo que acabo de indicar. De alguna manera saltando por encima de etapas demasiado destructivas, como las que han tenido lugar en el caso de las sociedades industriales modernas, y desarrollando algunas tecnologías necesarias para satisfacer las necesidades humanas en un marco diferente. Si las relaciones internacionales fuesen diferentes. Por ejemplo, un caso paradigmático ha sido la industrialización a base de combustibles fósiles, que ha sido en realidad un desastre tal como podemos ver hoy con perspectiva histórica. Bueno, una sociedad que empezase hoy aprendiendo de esa historia en lugar de buscar construir una sociedad industrial fosilista, basada sobre las energías fósiles, lo haría intentando basarse en energías renovables.
C: Para efectuar este cambio de paradigma, se ha hablado en los últimos años de la idea del modelo de decrecimiento, ¿cuales serían sus pilares? ¿Qué se podría hacer para ponerlo en práctica?

J.R.: Yo particularmente no soy ningún entusiasta de la idea de decrecimiento. En mi propia formulación de este asunto, tiendo más bien a presentarla empleando la idea de autocontención. He escrito una serie de cinco libros, que llamo Pentalogía de la autocontención, intentando explicar estas materias y esbozar una serie de vías, trazar pistas. Pero, un poco es lo que apunte antes, a mi entender sería la conjunción de estos 4 principios: autolimitación o suficiencia, biomímesis, ecoeficiencia y precaución, la que apuntaría hacia ese otro modelo socioeconómico con un impacto ecológico mucho menor. Un aspecto importante ahí, y en eso difieren las propuestas de la gente que prefiere agrupar esto bajo el término de decrecimiento y no bajo otras nociones. Por ejemplo, una de las teorizaciones importantes sobre esto es la de Herman Daly, ya en los años 70, que hablaba de una economía de estado estacionario, una formulación interesante para esto que estamos hablando.
Un aspecto en el que se diferencian todas estas corrientes que buscan ecologizar la economía y la sociedad de las nociones propagandísticas del “desarrollo sostenible” es la consideración que se hace de la ecoeficiencia. Esas propuestas de desarrollo sostenible desde el mundo de la empresa, o de los gobiernos -que están demasiado cerca de las empresas- cuando realmente tienen algo de contenido, siempre reducen las cuestiones de sostenibilidad a cuestiones de eficiencia -ecoeficiencia-, porque eso es lo que encaja con la dinámica del capitalismo. En cambio desde estas perspectivas críticas más profundas se señala que la eficiencia, en general es una buena cosa, a igualdad con las demás circunstancias. Y la ecoeficiencia también, el hacer más con menos es una buena idea. Pero si uno solamente apuesta por estrategias de eficiencia y ecoeficiencia dentro de la dinámica general de estas sociedades capitalistas, a menudo lo que uno gana con esa eficiencia se lo come el aumento de consumo que se produce dentro de esa misma dinámica. Eso es lo que los economistas, desde hace más de un siglo, llaman “efecto rebote” o “efecto Jevons” [1]. Y eso hace que una estrategia de eficiencia sin más, en realidad no nos lleve muy lejos, por ello insisten todas estas perspectivas críticas en la necesidad ciertamente de la eficiencia, pero también advierten sobre las trampas de la ecoeficiencia, y la necesidad de complementarla con esos otros principios a los que antes me refería, como biomímesis, suficiencia, o autolimitación.
C: Y por ejemplo, incluso en este contexto de crisis evidente, especialmente visible a nivel económico, pero también alimentaria, ecológica, etc… , se intenta vender la quimera del crecimiento económico a toda costa como único modelo. ¿Cómo crees que se podría salir de esta situación de crisis en términos globales? ¿Dónde está el error de este modelo de pensamiento?

J.R.: El crecimiento por el crecimiento es una estrategia suicida, no tiene ningún futuro. Lo tremendo, es que algo que es tan obvio y evidente, el principio básico de la crítica ecologista desde hace más de 40 años es tan sencillo como apuntar al hecho de que una economía no puede crecer de forma indefinida dentro de un medio ambiente finito. ¡Eso es el abc…! es absolutamente básico y eso es lo que hace que el capitalismo a la larga sea inviable en este planeta. Cuanto antes aceptemos las constricciones que nos imponen los límites biofísicos del planeta, menos dura será la transformación que de todas formas hemos de encarar, y ahí es importante darnos cuenta de que lo que realmente importa no es ese crecimiento económico fetichizado; que cada vez da menos de lo que promete, porque los efectos negativos del crecimiento son cada vez más importantes en comparación con los efectos positivos. Si no intentar, además darse cuenta de que el crecimiento en cualquier caso nunca pudo ser otra cosa que un medio, nunca un fin. Es una locura situarlo como un fin porque nunca ha sido más que cuando ha cumplido, al menos en parte, sus promesas un medio para conseguir bienestar y empleo, que se supone que es lo que proporciona, aunque sea discutible que lo haga en todas las condiciones, y ahora en particular. Entonces lo que necesitamos es perseguir directamente los objetivos que si que son metas valiosas en si mismas: los objetivos de ese “hacer las paces con la naturaleza” del que hablábamos antes, objetivos de igualdad social, de equidad de género, de satisfacción las necesidades básicas del ser humano… eso es lo que tiene que proporcionar la economía, no el crecimiento por el crecimiento.
C: Para ir cerrando, ¿cuales crees que serían las luchas desde uno mismo, y desde los movimientos sociales para romper el conflicto entre el medio ambiente y sociedad humana, como lograr resguardar tanto diversidad cultural como respeto por el medio ambiente?

J.R: Un aspecto que puede resultar problemático en las propuestas de decrecimiento es que tienden a centrarse demasiado exclusivamente en la esfera del consumo, en la idea de reducción de los consumos. No es que no nos haga falta actuar sobre la esfera del consumo, y en toda esa dimensión cultural y simbólica que tiene un peso tan grande en las sociedades productivistas y consumistas contemporáneas. Nos hace falta, pero no basta con eso, hay toda una dimensión de transformaciones institucionales y estructurales, que solamente se pueden abordar -no desde las iniciativas individuales e individualizadas de cambios en los consumos y estilos de vida- desde la acción colectiva para transformar los datos básicos del sistema. Por decirlo de una manera un poco provocadora, si se quiere, no necesito, no nos hace falta solamente disminuir nuestro consumo individual de carne y de pescado, que nos hace falta, nos hace falta autolimitación en este terreno. Si no que nos hace falta también socializar la banca pongamos por caso. Entonces, no podemos descuidar esos objetivos institucionales y estructurales para privilegiar sólo estrategias de modificación de los hábitos de consumo. Ese es un riesgo de las propuestas de decrecimiento y tenemos y que ser conscientes de ello. De ahí que para mi, siga estando a la orden del día, y sea más importante que nunca quizá, la noción de Ecosocialismo.
* Fuente: Elcontubernio.tk: De medios y fines: nuevas vías frente al crecimiento económico fetichizado. Entrevista con Jorge Riechmann. 29 MARZO 2010

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