En seis provincias del Chaco argentino hay ocho millones de hectáreas en conflictos de tierras y ambientales, en gran parte por el avance de frontera agropecuaria. Están afectadas 950 mil personas, la mayoría son indígenas y campesinos
Por Darío Aranda
La Campaña del Desierto fue la avanzada militar sobre los pueblos originarios del sur del país y tuvo como símbolo a Julio Argentino Roca. Menos difundida, aunque igual de cruenta, el Estado también ejecutó una campaña militar contra los pueblos indígenas del norte, llamada de dos maneras: “Conquista del Chaco” y “Campaña del Desierto Verde”. Se ejecutó entre 1884 y 1917 e implicó asesinatos masivos, trabajo esclavo, torturas y la expulsión de los pueblos indígenas de sus territorios, lo que les ocasionó perder su forma ancestral de vida y tener que vender a bajo precio su fuerza de trabajo. Un relevamiento de la Red Agroforestal Chaco Argentina (Redaf) da cuenta de una nueva avanzada sobre los pueblos originarios, esta vez protagonizada por el modelo agropecuario: contabilizó 164 conflictos de tierras y ambientales, casi ocho millones de hectáreas (el equivalente a toda la superficie de Entre Ríos o 390 veces la ciudad de Buenos Aires), y 950 mil personas, principalmente indígenas y campesinos, de seis provincias del norte argentino. El 89 por ciento de los conflictos comenzó en paralelo con la instalación del actual modelo de agropecuario, con la soja transgénica como emblema. La Redaf explica: “La raíz de los conflictos de tierra se encuentra en la disputa por el uso y control del espacio territorial a partir de la imposición de una cultura sobre otra. Por un lado el agronegocio, donde la tierra es un espacio para producir y hacer negocios, y por el otro la cultura indígena y campesina, donde la tierra constituye un espacio de vida”.
“Conflictos sobre tenencia de tierra y ambientales en la región del Chaco argentino”, es el nombre del informe de la Redaf, integrado por un colectivo de organizaciones, académicos y técnicos de distintas disciplinas del norte del país. Identificó 259 conflictos, de los cuales procesó los datos de 164, de Chaco, Formosa, Santiago del Estero, este de Salta y norte de Santa Fe y Córdoba, el grueso de las provincias que conforman la región denominada Chaco argentino. Los datos precisos: 7,8 millones de hectáreas en conflicto y 948 mil personas afectadas, mayormente pueblos originarios y campesinos. El 93 por ciento de los conflictos (153) se producen por alguna acción que vulnera los derechos de los campesinos y comunidades ancestrales con relación a la tenencia de la tierra. “Es sólo una muestra de la magnitud del problema en la región”, advierte el informe.
El grueso de los conflictos (89 por ciento) se inició a partir del 2000. “Coincide con el impulso del modelo agroexportador, favorecido por las condiciones del mercado internacional para la comercialización de la soja, que trajo como consecuencia la expansión de la frontera agropecuaria en la Región Chaqueña”, recuerda el informe. En el mercado de agronegocios mundial, Argentina es visto como un alumno modelo. En 1997 se cosecharon en Argentina once millones de toneladas de soja transgénica y se utilizaron seis millones de hectáreas. Diez años después, en 2007, la cosecha llegó a los 47 millones de toneladas, abarcando 16,6 millones de hectáreas. En la actualidad, la soja abarca 19 millones de hectáreas, la mitad de la superficie cultivable del país. Los pueblos originarios perjudicados por ese avance, sólo en las provincias relevadas, son el qom, pilagá, mocoví, wichí, chorotes, chulupies, tapietes, guaycurúes, lules, vilelas y tonocoté.
A pesar de leyes que protegen la posesión de tierras de familias ancestrales (Constitución nacional, Convenio 169 OIT, Ley 26.160, Posesión Veinteañal vigente en el Código Civil) en el 99 por ciento de los conflictos por tierras se determinó que indígenas y campesinos carecen de títulos que, por las leyes vigentes, el Estado y el Poder Judicial debieran reconocer. En el 56 por ciento de los casos las familias han sufrido intentos de desalojo y en el 31 por ciento padecieron alambrados u ocupación de sus lotes.
Sólo en los casos de tierras se contabilizaron 97.995 personas que padecen conflictos. El 60 por ciento son indígenas (59.506), 39 por ciento criollos (37.789) y 700 personas criollas-indígenas (uno por ciento). Hay un piso, sólo en casos de tierras, de 1,7 millón de hectáreas en disputa. Con casos emblemáticos: en Salta sobresale el caso de los lotes 55 y 14, en el noreste provincial, también conocido como el caso Lhaka Honhat (“Nuestra Tierra” en idioma wichí), por el nombre de la organización indígena conformada por 45 comunidades y 6000 personas.
Desde 1984, las comunidades aborígenes del Chaco salteño luchan para que el gobierno provincial les otorgue el título de propiedad de las tierras que habitan. Las comunidades quieren que sea un título comunitario, que les permita seguir viviendo como pueblos cazadores y recolectores. “El gobierno de Salta ha prometido mucho, pero ha hecho muy poco. Con aprobación del gobierno nacional, pero sin consultar a las familias, autorizó construcción de un puente internacional sobre el río Pilcomayo. También de rutas para facilitar el comercio entre los distintos países del Mercosur. Estas obras cruzan el territorio que habitan las comunidades, sin embargo ellas nunca fueron informadas sobre las consecuencias de estos proyectos”, detalla del informe.
El caso llegó hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que en noviembre de 2006 intimó al Estado argentino para que demarque y entregue las tierras a las comunidades. En 2007, el gobierno de Salta firmó un acuerdo por el cual se comprometió a la redistribución de 643 mil hectáreas, 400 mil para aborígenes y 243 mil para los criollos. La Redaf advierte que la entrega de títulos se encuentra muy retrasada.
La Redaf también destaca el caso del Bañado la Estrella, en Formosa, donde el gobierno provincial decidió la reconstrucción de una ruta y erigió terraplenes que inundaron tierras campesinas. El informe recuerda que las familias debieron abandonar su zona de vida ancestral y perdieron animales (parte esencial de subsistencia).
El relevamiento demuestra que las víctimas del modelo agropecuario son pequeños productores. El 56 por ciento de los casos corresponde a familias con menos de 100 hectáreas. Y el 43 por ciento posee menos de 400 hectáreas. Además de la escasa cantidad de tierras, los ingenieros agrónomos de la Redaf recuerdan que 100 hectáreas en el Chaco argentino nunca tienen la misma productividad que en la Pampa húmeda. “La cantidad de tierras de que disponen las familias es escasa para desarrollar una vida digna y permitir que los jóvenes se puedan quedar a trabajar y vivir en el campo”, afirma.
Como contrapartes del conflicto, el 79 por ciento está constituida por empresas y personas físicas. Y el 16 por ciento identifica al Estado como el enemigo que disputa el territorio. El rol del Estado es uno de los puntos centrales que los indígenas y campesinos identifican como responsables, por acción u omisión, para la resolución de los conflictos.
El relevamiento destaca también el rol del Poder Judicial. Afirma que hay un retraso manifiesto de los jueces y fiscales para aplicar las leyes que protegen a campesinos e indígenas, y –cuando actúan– hay un retraso notable.
La Red Agroforestal realiza un informe permanente y dinámico de conflictos. En febrero pasado este diario informó que existían en la misma región cinco millones de hectáreas en disputa, casi 600 mil personas afectadas. Se trataba del conteo de 52 de casos de 120 relevados. En el transcurso del año se registraron y procesaron nuevos conflictos (164 procesados de 259 registrados), que serán difundidos en detalles y entregados el próximo 20 de octubre en Córdoba, en el marco del “Cuarto Seminario sobre tierra, agua y bosque de la región chaqueña”. La organización remarca que existen “muchos más casos” que los relevados.
Cuando se les preguntó a las familias afectadas qué querían, las respuestas fueron simples: poder trabajar y vivir en la tierra donde siempre vivieron. En la lista de exigencias figuran que se les reconozca el derecho a ser dueños de las tierras y que les devuelvan las tierras que les quitaron de manera fraudulenta.
Entre las conclusiones se destaca que los conflictos no son sólo por la tierra, sino que se trata de una disputa por el uso y control del espacio territorial a partir de la imposición de una cultura sobre otra. Afirma que para los empresarios dedicados al agro y para el Estado “está en juego el aumento de ganancias y retenciones en el corto plazo, para ellos la tierra representa un bien económico necesario para producir ganancias, sin importar los costos ambientales, culturales y sociales que impliquen”.
En contraposición, destaca que para los pueblos indígenas y campesinos implica mucho más que negocios. “Se trata de una lucha por conservar una identidad, por mantener un modo de vida, de producir, de vivir y permanecer. La tierra es un bien social y no un bien económico, parte constitutiva de su cosmovisión y religiosidad”, asegura el informe: “Llama la atención el escaso apoyo del Estado a los campesinos e indígenas, y su intervención protagónica como la otra parte del conflicto, ya sea en forma directa o indirecta. Indica claramente que, aunque en el discurso lo cuestione, en la práctica sigue apoyando el modelo de producción extractivista y atentando contra la vida indígena y campesina”.
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Los nuevos actores políticos
Movilizaciones, cortes de ruta, recuperación de tierras y presentaciones judiciales. Pueblos originarios y campesinos se hacen cada vez más visibles a través de los conflictos por sus derechos. Las dos marchas de este año
Plaza de Mayo fue testigo este año de dos masivas e inéditas movilizaciones para el paisaje porteño. La multitudinaria marcha indígena de mayo pasado, donde medio centenar de comunidades de todo el país viajaron durante diez días y fueron recibidos por la Presidenta. En septiembre último, el Primer Congreso del Movimiento Campesino Indígena (MNCI) con comunidades y organizaciones de diez provincias, que culminó también con una masiva marcha sobre la plaza. En el año del Bicentenario, los pueblos indígenas avanzan en organización, visibilización y fortalecimiento de su principal reclamo: territorio. Enfrentan, y les ganan, a empresas mineras, petroleras, sojeras y turísticas. A medida que el modelo extractivo pretende expandirse en Argentina, los pueblos originarios se erigen en actores protagónicos de la resistencia. La acción directa –marchas, piquetes– se complementa con la vía política y judicial. Se suma la recuperación de tierras, con legislación internacional que la avala.
La Red Agroforestal (Redaf), en su relevamiento de conflictos, señala como hecho positivo que en el 98 por ciento de los casos existe protagonismo de los propios afectados, campesinos e indígenas, donde se identifica la conformación de un sujeto colectivo organizado que resiste y lucha por sus derechos. En paralelo, explica que las disputas territoriales no se resuelven ni fácil ni rápidamente. Y concluye: “Estamos ante el comienzo de un largo proceso de conflictividad en torno al territorio de los campesinos e indígenas”.
La minería a gran escala, con grandes consumos de agua y uso de sustancias tóxicas, creció en la última década de manera exponencial. Un centenar de asambleas socioambientales nació en rechazo a la actividad, y también creció la organización de los pueblos indígenas. Ingeniero Jacobacci (Río Negro), Campana Mahuida y Loncopué (Neuquén) y Tilcara (Jujuy) son lugares donde comunidades indígenas lograron frenar proyectos mineros mediante presentaciones en el Poder Judicial.
También la acción directa, un corte de ruta que lleva tres meses, es la acción de visibilización del conflicto en Formosa de la Comunidad La Primavera, 850 familias qom que reclaman las 2042 hectáreas donde siempre vivieron. Están cercadas por empresarios sojeros y ganaderos, y por otros dos actores de peso. “El gobierno provincial y los jueces que no respetan nuestros derechos. No nos gusta cortar la ruta, nos amenazan, nos mandan matones civiles y policías a golpearnos”, denunció Félix Díaz.
Contra el modelo agropecuario y sus consecuencias también se organizan y resisten comunidades de Chaco, Santiago del Estero y Salta. Cortan caminos, el caso del pueblo wichí de Tartagal, y recurren a la Justicia, como el caso de las siete comunidades que en diciembre de 2008 lograron que la Corte Suprema de Justicia detuviera los desmontes.
También frente a la soja, las comunidades de Santiago del Estero cuestionan el modelo agropecuario. Allí también se da otra forma de resistencia: familias ancestrales que integran el Movimiento Campesino de Santiago (Mocase-Vía Campesina) comienzan a reconocer sus raíces, enfrentan la histórica discriminación y se autorreconocen como pueblos lule-vilela, guaicurú, diaguita, sanavirón y tonocoté. “En los últimos años se recuperó la identidad de unas treinta comunidades. Y sin duda es una forma de lucha, de comenzar a recuperar la historia”, afirmó Angel Strapazzón, del Mocase-Vía Campesina. Allí el Estado contabilizaba a inicios de 2000 a sólo diecinueve pueblos indígenas. A partir de la organización ahora se reconoce la existencia de 31 pueblos originarios.
En Misiones no hay soja, pero otro monocultivo: el forestal, con el pino para plantas de celulosa a la cabeza. La comunidad guaraní Alecrín cuenta con 14.300 hectáreas en el municipio de San Pedro, 170 kilómetros al sur de Puerto Iguazú. Una empresa forestal ingresó en 2007, volteó bosque nativo y arrasó la chacra de la comunidad. Tenía como objetivo talar el bosque nativo para sembrar pinos. Nuevamente la organización de la comunidad indígena impidió que los expulsaran de sus tierras y que el Estado aplicara la Ley 26.160, que suspende desalojos y ordena un catastro de tierras.
El pueblo mapuche impulsa una acción directa que es referencia para otras etnias: recuperara territorio que le fue arrebatado. Agotadas las instancias administrativas, y con leyes que los protegen, volvieron a 250 mil hectáreas en Chubut, Río Negro y Neuquén. Nunca afectaron a pequeños productores, siempre a empresas o grandes estancieros.
“El peligro de perder lo que tenemos y el tomar conciencia de nuestros derechos permite que exijamos lo que nos corresponde. Es un proceso lento, pero irreversible”, explica con paciencia Mario Quinteros, dirigente de la Unión de los Pueblos de la Nación Diaguita (UPND), una de las organizaciones que más creció en los últimos años.
A un año del asesinato del cacique Javier Chocobar, el 12 de octubre de 2009, la nación diaguita convoca hoy –junto a organizaciones sociales– a marchar por justicia: los jueces aún no elevaron la causa a juicio y los acusados están en libertad. “Chocobar fue asesinado por defender su territorio. Hay pruebas contundentes, incluso filmaciones, pero la ley no se cumple, como tampoco se cumple la ley respecto de nuestros territorios”, se enoja Quinteros, hace un silencio largo y avisa: “Como los pueblos indígenas de todo el país no obtenemos justicia, nos organizamos, movilizamos y luchamos poniendo el cuerpo, como Chocobar, aunque nos cueste la vida”.
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La lista de conflictos ambientales
Por Darío Aranda
Deforestación, obras de infraestructura y agroquímicos son las principales causas de conflictos ambientales que contabilizó la Redaf en Formosa, Chaco, Santiago del Estero, Santa Fe y Salta. Las poblaciones afectadas responsabilizan mayoritariamente al Estado (75 por ciento de los casos), por lo general del ámbito provincial, por las consecuencias de las obras de infraestructura realizadas y “por no hacer cumplir las leyes que regulan el manejo del bosque, la utilización de agrotóxicos y el funcionamiento de las industrias”. De los dieciséis casos procesados, el 75 por ciento se iniciaron a partir de 2000. “Coincidiendo con el impulso de la expansión de la frontera agropecuaria en la Región Chaqueña”, destaca el informe.
Conviven casos donde ya se produjo la deforestación (31 por ciento) con otros donde el desmonte está cerca de producirse. Destacan el caso de Formosa, con la ejecución de la Ley de Ordenamiento Territorial (a instancia de la denominada “Ley de Bosques 26.169”). La Redaf denuncia que el gobierno provincial no tuvo en cuenta la opinión de los pobladores e implicará la eliminación de grandes superficies de bosques que impactará negativamente en campesinos e indígenas.
También en Formosa se denuncia la contaminación de la fábrica de tanino Unitan y fumigaciones con agroquímicos en campos de soja. En Chaco se alerta sobre la situación de vertidos cloacales sobre familias ancestrales organizadas en la Asociación Comunitaria Colonia Aborigen y fumigaciones en plantaciones de arroz en la localidad de La Leonesa, a 60 kilómetros de Resistencia.
La organización recuerda que, a diferencia de los conflictos de tierra, los conflictos ambientales afectan a toda la población. Si bien las denuncias de los afectados recaen sobre el Estado, en el 69 por ciento de los casos los actores contaminantes son empresas agropecuarias, forestales e industriales que “actúan en complicidad con el Estado en la implementación de un modelo de producción que no respeta los derechos de todas las personas, violando normas nacionales e internacionales”.
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