Son muchas las conjeturas que se hacen respecto a cuándo nuestra civilización alcanzará el cénit del petróleo, es decir, cuánto tiempo nos queda hasta llegar al punto en el cual la extracción de petróleo alcanza un máximo y empieza su descenso definitivo. Algunas opiniones exponen que ya hemos alcanzado esa fecha, que ya hemos superado el techo. Otras son más optimistas y sitúan este momento en el cercano año 2030.
Gustavo Duch
Público
La polémica al respecto aparece y reaparece a la espera de disponer de datos suficientemente claros, fiables y libres de intereses, que en este campo son demasiados. Por ejemplo, estos días –explica el diario británico The Guardian–, al averiguarse que los ministros del Gobierno han estado intercambiando puntos de vista con la industria y la comunidad científica sobre el cénit del petróleo, se han disparado las especulaciones sobre una posible crisis de oferta. O cuando el pasado mes de mayo el investigador Lionel Badal, en comparecencia ante la Comisión Europea, presentó sus dudas acerca de la fiabilidad de las previsiones de la disponibilidad mundial de petróleo realizadas por la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
Pero, como dice Manuel Casal Lodeiro, activista y fundador de la asociación Véspera de Nada, en estos temas “la fecha exacta en realidad no tiene demasiada relevancia: la cuestión realmente crítica es que es un hecho irreversible”. El petróleo no es infinito. La extracción de petróleo –después de superar el cénit– será cada vez menor, de peor calidad y con costes energéticos cada vez mayores. Hoy en día gastamos un barril de petróleo para extraer 10 barriles, pero –y aquí los expertos coinciden– esta tasa continuará disminuyendo progresivamente.
Entonces, más allá de la discusión del cuándo, convendría concentrar nuestras energías (que de eso estamos hablando) en cómo afrontar una realidad pos petrolera. ¿Tendremos más dificultades para nuestra movilidad? ¿En qué estado de desarrollo se encontrarán las energías alternativas? Y, sobre todo, ¿tendremos capacidad para alimentarnos todos en el planeta? Porque, aunque la mayoría no veamos la relación directa, si no cambiamos nada, una de las repercusiones más graves del agotamiento del petróleo la sufrirá nuestro modelo de agricultura y alimentación. Existen dos factores para hacer dicha afirmación.
Primero, nos hemos dotado de un modelo mayoritario de producción de alimentos dependiente del petróleo. En aras de supuestos rendimientos se instalan regadíos (con sistemas de bombeo) en tierras de secano y bajo cielos de plástico, que también es petróleo. Tenemos granjas de animales en Europa a las que la totalidad de su alimentación les llega por barco o avión desde el Cono Sur Latinoamericano. Se practica una agricultura torpedeada por pesticidas, herbicidas y fertilizantes, todos ellos derivados de combustibles fósiles. El uso de la maquinaria (tractores, segadoras, etc.), que han sido un alivio para el trabajo en el medio rural, se ha sobredimensionado, lo que representa también un alto coste de combustible. Sumando estos y otros gastos energéticos resulta que hoy en día para producir una caloría de alimento, se consumen 10 calorías de energía fósil.
El segundo y más patente tiene que ver con el modelo de distribución y comercialización que la globalización ha ido conformando: se incrementa el kilometraje de nuestra comida, por un lado, y por otro se centraliza en cadenas de distribución, de forma que la dependencia del transporte, la congelación, empaquetado, refrigeración, etc. (todo, gastos energéticos) se convierten en subyugación.
Deberíamos interiorizar de alguna manera la fragilidad del sistema alimentario. Nuestra alimentación ha sido diseñada en base a la suposición de disponibilidad energética ilimitada y barata, hasta el punto de que los costes energéticos (la otra cara de la moneda de los costes ecológicos) nunca han representando un porcentaje significativo en el precio final al consumidor. ¿Cómo podemos comprar una piña de Costa Rica por un euro? La energía, hasta ahora, ha costado muy poco, igual que poco o nada habrán recibido las personas que han cultivado y cosechado estos alimentos.
Después del cénit, con menos petróleo y más caro, podríamos optar por reducir nuestros viajes low cost, pero seguro que querremos seguir alimentándonos. Para ello, o bien aguardamos paciente e inconscientemente un milagro tecnológico, o exigimos que se adopten ya medidas de reconversión de nuestra alimentación en torno a la autosuficiencia de las fincas agroganaderas (modernizadas con tecnologías apoyadas en saberes y experiencias tradicionales y agroecológicos) fuertemente relacionadas con las comunidades más cercanas para favorecer el consumo de proximidad. Algunos países ya apostando por esta vuelta a la comida local, como Escocia, cuyo Parlamento aprobó en 2008 una resolución en apoyo a las cadenas de suministro local para asegurar la alimentación de su población. De momento en nuestro país, vamos por detrás: desde el pasado 24 de junio, el Gobierno tiene pendiente responder a una pregunta presentada por Izquierda Unida sobre el cénit del petróleo y las posibles manipulaciones de la Agencia Internacional de la Energía (AIE).
Para los productores, dice Manuel Casal, “una reconversión puede que se vea como una reducción de los ingresos, pero si lo hacemos con buen criterio la reducción de los costes compensará esos menores ingresos”. Como consumidores tendremos que modificar algunos hábitos, pero la ganancia es clara: mantener la despensa llena y con buenos alimentos.
Gustavo Duch es coordinador de la revista ‘Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas’
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