Fracking: buscando el cielo capitalista

Por Maciek Wisniewski.- Parece que el calentamiento global ya dejó de ser el asunto. Tanto en la política global (lo vimos en Durban), como en la política interna de los países (sobre todo del Norte). Lo último es muy visible en Estados Unidos donde –como demostró Naomi Klein– la derecha ‘en nombre de la crisis’ logró presentar la acción por el clima cómo ‘una vía a un Armagedón económico’, a ‘elevar los costos de mantener a los hogares’ y a ‘bloquear la creación de nuevos lugares de trabajo’ en perforaciones y construcciones de nuevos ductos (‘Capitalism vs the Climate’, The Nation, 9/11/2011).

Lo que importa ahora es la búsqueda de nuevas fuentes de energía ‘tradicional’ con el uso de nuevas tecnologías para las extracciones ‘más extremas’ y riesgosas: en las profundidades de los mares (que acabaron en un desastre en el Golfo de México), de la tierra (con la fractura hidráulica o fracking que libera y junto con la perforación vertical da el acceso a los hidrocarburos atrapados en las formaciones rocosas) o el aprovechamiento de las fuentes de energía más sucias (las arenas bituminosas).

Gracias a los yacimientos no-convencionales antes inaccesibles, el petróleo y el gas natural se volvieron abundantes. Felizmente se pospuso el ‘peak oil’ –‘el fin del mundo como lo conocemos’. Los políticos y las compañías dicen que ‘estamos salvados’.

Más bien ‘fritos’. Literalmente: los yacimientos convencionales ya contenían más de doble de lo que podemos quemar para no asarnos (Carbon Tracker Initiative).

Como apunta Klein, la acción real por el planeta implicaría decarbonizar la economía ‘ya’ y re-pensar el paradigma del crecimiento. Pero esto sería un golpe mortal para el ‘libre mercado’ y el capitalismo.

En este sentido las ‘extracciones extremas’ no son otra cosa que la búsqueda de seguir con lo mismo, sin importar las consecuencias para el clima y el medio ambiente. Fracking y el gas de pizarra (gas shale) son buenos ejemplos de esto.

Por un lado éste es presentado como una ‘alternativa’ al petróleo y al carbono y ‘un puente’ hacia las energías renovables –pero sigue siendo un combustible fósil y además durante su extracción se libera metano (per saldo su impacto es mayor que del gas natural normal). Por otro, frackinginyectando millones de litros de agua, arena y sustancias químicas a gran presión en las hondas capas geológicas representa una amenaza para la naturaleza y los seres humanos –pero es promovido como algo ‘muy seguro’ y ‘sin duda beneficioso’.

Estados Unidos, que desarrolló e implementó dicha tecnología a escala industrial, desde hace unos años experimentaron un boom en perforaciones a lo largo y ancho del país y una revolución en el mercado energético: las reservas del gas aumentaron enormemente, sus precios cayeron casi por cuatro y el país se convirtió en su primer productor mundial superando a Rusia y Gazprom.

Según Daniel Yergin, analista del mainstream intelectual y político el gas de pizarra ‘cambió todo’, tanto internamente, como en lo geopolítico (‘The Quest: Energy, Security, and the Remaking of the Modern World’, 2011).

El cambio trajo también la destrucción. Pero los testimonios de los afectados (como las que recogió Josh Fox en Gasland), la contaminación de las fuentes de agua por metano migrante y químicos, el deterioro de la salud de la gente donde se extrae el gas de pizarra son tratados con negación. Gracias a Dick Cheney fracking fue excluido de Safe Drinking Water Act (‘Halliburton Loophole’), lo que permite inyectar los químicos sin ningún control (las compañías mantienen incluso en secreto la composición de la mezcla, aunque se sospecha que de más de 260 sustancias usadas, unas 60 son tóxicas y/o cancerígenas).

A principios de diciembre la Agencia de Protección Ambiental (EPA), finalmente señaló que la contaminación de los pozos en Wyoming ‘puede estar relacionada con fracking’ (The Guardian, 9/12/2011).

Una conclusión cautelosa, pero un golpe duro para la industria y el lobby pro-gas. Y una buena noticia para los ambientalistas que luchan por prohibir el fracking en varios estados.

EPA ya está en la mira de los apóstoles del ‘libre mercado’ que pregonan que ‘menos regulación ambiental’ incentivaría a las compañías a crear más empleos. La argumentación apoyada por Obama que da estímulos financieros y exenciones a los grandes contaminadores y apuesta al gas de pizarra como ‘un combustible para el crecimiento’ (aunque su efecto para la economía puede ser más de la siguiente burbuja: las compañías para atrapar el capital público y privado podían haber exagerado la cantidad del gas extraíble y su rentabilidad, The New York Times, 26/6/2011).

Así que no es sobre los empleos (se pueden crear sin recurrir a las tecnologías sucias y riesgosas, pero se necesitaría otro enfoque macroeconómico). Es un afán de las empresas de seguir auto-regulándose, privatizando las ganancias y socializando los costos al medio ambiente y a la gente (sin esto el gas de pizarra no sería tan barato).

Es el cielo para los capitalistas y el infierno para todos los demás.

Maciek Wisniewski es periodista polaco

La Jornada

Fracking: buscando el cielo capitalista II

Por Maciek Wisniewski.- El casi completo laissez-faire enfracking no es algo exclusivo del capitalismo estadunidense. También en Europa, donde se descubrió y se empieza a explotar el gas de pizarra (sus reservas son de unos 35 brillones de metros cúbicos, frente a los 23.4 de los EU), las empresas, pese a las regulaciones más estrictas, imponen sus intereses.

Cuando el analista George Monbiot indagó las agencias gubernamentales británicas sobre el impacto de la fractura hidráulica y del gas de pizarra (shale) para el medio ambiente y el clima, todas repitieron el mantra corporativo: que”todo está seguro” y que el footprint “es igual que el del gas tradicional”. Aseguraron que la concesión parafracking en Inglaterra se expidió tras consultar los datos sobre la seguridad en… la página de la compañía. Pronto éste provocó allí dos pequeños terremotos (The Guardian, 31/8/2011).

Francia, apuntando oficialmente a los riesgos ambientales, impuso una moratorio al gas de pizarra. Pero Polonia, donde se descubrieron las reservas más grandes del viejo continente, anunció su explotación con bombo y platillo.

Según la Administración de Información Energética de EU (AIE), este país puede tener unos 5.3 brillones de metros cúbicos del gas. Aunque las autoridades polacas aún están haciendo sus propios estudios, el primer ministro Donald Tusk ya fechó la explotación comercial para 2014, sellando una alianza estratégica con Washington y sumándose a su Global Shale Gas Initiative (GSGI).

A pesar de las diferencias geológicas, legales e infraestructurales, todos quieren repetir el boom estadunidense.

Para EU es una oportunidad de desplazar el centro de la política energética hacia las regiones más amigables y poner en jaque a Rusia. A principios de noviembre se inauguró Nord Stream, un gasoducto que une Rusia y Alemania (y pasando por el mar Báltico excluye a Polonia). Planeado desde hace tiempo garantiza el suministro del gas ruso a la Unión Europea (que cubre 40 por ciento de sus necesidades), sellando un eje París-Berlín-Moscú. Según Immanuel Wallerstein, esto es ‘un gran cambio geopolítico’ (La Jornada,27/11/2011). La apuesta por el gas polaco –que por su parte también fue calificada de ‘un cambio en las relaciones de poder globales’ (Der Spiegel,3/3/2011)– pretende ser un contragolpe a Nord Stream y a su viabilidad económica (si la fractura en Polonia tiene éxito). Todo esto provoca nerviosismo en Moscú y en las capitales que eligieron el gas de Gazprom (otra razón por la que Francia ‘congeló su gas de pizarra y por la que la Comisión Europea piensa en dificultar su extracción en toda la UE).

Para las compañías yanquis, que ya se asfixian en casa, es una oportunidad de vender sus tecnologías (todo se inscribe en el análisis de Michael T. Klare, según el cual entramos en una turbulenta época de rivalidad entre compañías y entre naciones por los recursos y mercados mundiales, Energy: The New Thirty Year’s War, The Guardian, 29/6/2011).

Finalmente, para Polonia es una oportunidad para la soberanía energética (ahora 64 por ciento del gas es importado, la mayoría de Rusia) y para las ganancias.

El problema es que la euforia que explotó impide considerar posibles dificultades y peligros. No está seguro si en Europa el gas de pizarra hará tanta diferencia como en EU. Un estudio de Deutsche Bank es muy escéptico (así las promesas de “empleos” y “crecimiento”quedan en el aire). Cambiar el carbono, que genera 95 por ciento de la electricidad en Polonia, por gas, no suena mal. Pero el gas de pizarra puede tener elfootprint incluso más grande que el mismo carbono (Cornell University). La frase “con el gas cumpliremos las metas de emisiones”, a la que se redujo el problema del calentamiento global, suena absurdo.

La “fiebre del gas” hace que las concesiones (ya más de 100) se expiden por un valor mínimo y sin licitación pública. Se dice que primero “se quiere atraer al capital” y luego se impondrán regalías “justos”, pero así el Estado ya cedió ante las empresas –Halliburton, Chevron o ExxonMobil– que tienen el monopolio tecnológico. Además, la nueva Ley de Geología y Minas establece la expropiación sin indemnización, excluye las comunidades locales de las decisiones y los expone a la destrucción (de la que, por cierto, casi nadie habla).

Según las encuestas, 74 por ciento de los polacos apoya los planes de Tusk. Solo 4 por ciento está en contra. En parte porque “todo lo que daña a Rusia es bueno para Polonia”. Pero también porque la gente no conoce el capitalismo depredador y asocia los daños ecológicos con el socialismo (sic), confiando en que el ‘libre mercado’ es capaz de regularlos (sic). El ‘universalismo’ reinante posterior a 1989 hizo creer que los intereses de los capitalistas concuerdan con los de la gente (y con los del Estado). Esto facilitó la transformación sin mayores descontentos, formó una clase trabajadora dispuesta a los sacrificios y –como se observa– una ciudadanía lista a asumir los costos ambientales.

The Economist llamó Polonia “un cielo de fracking” (23/06/2011). Parece que las compañías ya encontraron lo que buscaban.

La Jornada