Por Clarinha Glock
Las voces de rechazo a lo que llaman “el discurso salvador del capitalismo verde” retumbaron en cada debate y marcha callejera del Foro Social Temático, que convocó a miles de activistas en la capital del meridional estado brasileño de Rio Grande do Sul.
Con la crisis económico-financiera global como aliciente, participantes de esta edición temática del Foro Social Mundial, del martes 24 al domingo 29, llamaron a los gobiernos a promover cambios en el sistema de producción y consumo, aunque descreen que un compromiso de ese tipo se logre en laConferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible (Río+20), de junio en Río de Janeiro.
El profesor Edgardo Lander, de la Universidad Central de Venezuela e integrante del Foro Social de ese país, dijo que había “una especie de tentativa de recomposición del capitalismo con una nueva fachada: la del capitalismo verde”.
“La conferencia Río+20 tendrá lugar en un momento de profunda crisis del capitalismo y cuando son más evidentes los severos problemas derivados de los límites del crecimiento y de la destrucción de las condiciones de vida del planeta”, señaló a Tierramérica.
En este contexto, el “capitalismo verde” busca una salida a la grave situación, fundamentalmente del sector financiero, por el camino de la creciente mercantilización de todo, como educación, salud, conocimientos de los pueblos tradicionales, añadió.
Es necesario avanzar hacia la ruptura de este modelo, arengó Lander.
Reunidos en la misma mesa de debates en el Salón de Actos de la Universidad Federal de Río Grande del Sur, un integrante del movimiento Ocupa Londres, otro del Foro Social del norte de África, un líder de La Vía Campesina y activistas brasileños, franceses, tailandeses y venezolanos simbolizaron este nuevo periodo histórico marcado por levantamientos populares, como en la llamada Primavera Árabe, y por una de las más agudas crisis del sistema capitalista.
La situación por la que atraviesa el mundo industrializado se puede comparar con la debacle de 1929, resaltó João Pedro Stédile, fundador del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) y miembro de la organización social Vía Campesina. “Pero la diferencia es que por primera vez involucra de hecho a todos los países”, apuntó.
Stédile entiende que el capital internacional no respeta más las decisiones de los gobiernos. “Nadie le da importancia a las resoluciones de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) y por eso Río+20 va a ser un chiste de mal gusto”, sostuvo.
Una parte del problema radica en “las ansias del gran capital internacional de protegerse para el próximo periodo de acumulación”, aseguró. Hay una ofensiva desmesurada desde ese ámbito para apoderarse de las materias primas, tierra, agua, petróleo y otros, detalló.
“Ellos saben que los recursos naturales tienen un extraordinario potencial lucrativo”, afirmó.
Por su parte, el economista Marcos Arruda entiende que es preciso pensar salidas a corto, mediano y largo plazo. Por eso espera ampliar redes como la de 24.000 emprendimientos de economía solidaria en Brasil, que actualmente involucran a por lo menos 1,5 millones de personas, según un primer mapeo.
“La economía solidaria cambia aquí y ahora, en el espacio vital de las familias y las comunidades, y también a nivel de los gobiernos, creando nuevas legislaciones que facilitan y promueven cooperativas y asociaciones”, indicó a Tierramérica.
“El derecho a la propiedad está dado por el trabajo, y no por el capital”, afirmó Arruda, coordinador del Instituto de Políticas Alternativas para el Cono Sur, miembro del comité facilitador de la sociedad civil brasileña para Río+20 y uno de los fundadores de la Red Global de Socioeconomía Solidaria.
Pero este experto teme que los grandes desastres ambientales sean más rápidos que la capacidad organizativa de la población. Su experiencia le dice que los cambios necesarios no vendrán por parte de los gobiernos en Río+20.
“Nuestra impresión es que ellos (los gobiernos) vienen a ese encuentro una vez más sin ninguna voluntad política de asumir compromisos con las metas de emisión de carbono, de gases de efecto invernadero, de deforestación, todo lo que implicaría la obligación de producir resultados concretos”, puntualizó.
Arruda usó los datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para mostrar, a nivel general, cómo el sistema global del capital tiene la capacidad de concentrar riqueza.
Citó como ejemplo que en Río 92 (Cumbre de la Tierra realizada en 1992 en esa misma ciudad) aparecieron los datos que gráficamente ganaron la forma de una “copa de champaña”.
En esa época, el 20 por ciento de la población mundial más rica controlaba 82,7 por ciento del total de la renta global, pero 20 años de neoliberalismo posterior hicieron que llegara a acaparar hasta 91,5 por ciento. Mientras, el 20 por ciento más pobre del orbe, que en 1992 tenía 1,4 por ciento de toda la renta, pasó a poseer 0,07 por ciento en la actualidad, detalló.
El enriquecimiento de una minoría cada vez más reducida es una de las dos consecuencias del capitalismo globalizado. La segunda es la creciente destrucción del ambiente para obtener un crecimiento económico ilimitado, fingiendo que no hay límites en la naturaleza y en la tierra, y que se puede explotar siempre lo que ellas nos ofrecen, concluyó Arruda.
“Entonces, una economía solidaria llega y dice: ¡no puede ser!, éste es un mundo suicida. Tenemos que poner freno al crecimiento, planear para que se logre responder a las necesidades y crear el bien vivir y felicidad para todo el mundo, considerando a las generaciones futuras y la importancia de continuar respondiendo a estas necesidades”, puntualizó.
* Este artículo fue publicado originalmente el 28 de enero por la red latinoamericana de diarios de Tierramérica.(FIN/2012)
IPS