Por Martin Wolf (*).- Las nuevas tecnologías permiten extraer gas de formaciones geológicas de baja accesibilidad. El mundo ya cuenta con reservas de “shale gas” por 186 billones de metros cúbicos. Estados Unidos tendría asegurada energía por 40 años más y Argentina será uno de los principales productores
El mundo está en medio de una revolución del gas natural. Incluso la sobria Agencia Internacional de Energía (AIE) se refiere al escenario como “la edad de oro del gas”. Si este optimismo resulta ser correcto, las implicancias no sólo serán mayores a las de la penosa disolución de la eurozona, sino también económicamente positivas. Nunca olviden que la nuestra es una civilización basada en los suministros baratos de energía comercial. El auge económico de los países emergentes está atado a hacer que la demanda de energía comercial aumente fuertemente en las próximas décadas. El gas importa.
Esta revolución tiene un nombre: “fractura hidráulica”. Tal como ocurrió con casi todas las revoluciones tecnológicas del siglo pasado, esta también se originó en EEUU. La Administración de Información de Energía (EIA) de EEUU explica que “el uso de perforación horizontal, junto a la fractura hidráulica, ha aumentado la capacidad de los productores para extraer gas natural de formaciones geológicas de baja permeabilidad, especialmente de formaciones de esquisto (shale gas)”.
Aunque algunas
innovaciones datan de los años 70, la EIA destaca que “la llegada de la producción de gas de esquisto a gran escala no comenzó hasta que Mitchell Energy y Development Corporation experimentaron durante los 80 y 90 para convertirla en una realidad comercial en el yacimiento de Barnett en Texas”. Sin embargo, “el desarrollo de shale gas se ha convertido en un “cambio innovador” para el mercado del gas natural en EE.UU”.
La nueva actividad aumentó la producción de shale gas en EE.UU. de 1.000 millones de metros cúbicos en 2000 a 136.000 millones en 2010, o 23% de la producción de gas en EE.UU. Pero eso no es todo. La EIA estima que hay 24 billones de metros cúbicos de shale gas “técnicamente recuperable” frente a apenas 7,7 billones de metros cúbicos en las “reservas probadas” de hoy. Si ese cálculo es correcto, el shale gas por sí mismo aseguraría a EE.UU. 40 años de consumo de gas a las tasas actuales.
¿Qué tan grandes son las reservas mundiales de shale gas? La EIA pidió a consultores examinar 48 cuencas de shale gas en 32 países. Su reporte calcula las reservas globales “técnicamente recuperables” en 186 billones de metros cúbicos, prácticamente igual a las reservas probadas hoy. Los principales yacimientos probados, aparte de EEUU, están en China (36 billones de metros cúbicos), Argentina (22 billones), México (19 billones) Sudáfrica (13,7 billones), Canadá (11 billones), Libia (8,2 billones), Argelia (6,5 billones), Brasil (6,4 billones), Polonia (5,3 billones) y Francia (5 billones). Las regiones fuera del análisis incluyen Rusia, Asia Central, Medio Oriente, el sureste de Asia y el centro de Africa. El potencial global podría ser aún mayor.
¿Qué diferencia hará la abundancia de gas natural (incluido el gas más convencional) al futuro energético global? En su Panorama Energético Mundial de 2011, la IEA destaca que “en todos los escenarios examinados (…) el gas natural tiene una mayor participación de la mezcla energético global en 2035 que hoy”. En este escenario de “edad de oro”, la demanda de gas crece un 2% anual entre 2009 y 2035. Incluso en un escenario más cauteloso, la demanda crece al 1,7% anual o un total de 55% en este período. Como resultado, el gas sustituye a otros combustibles, particularmente en la generación de electricidad y calefacción. El gas también tiene un gran potencial como combustible de transporte. En general, argumenta BP en su último Panorama Energético, en 2030 el gas podría rivalizar con el carbón y el petróleo como principal fuente energética.
La sustitución del carbón y el crudo por gas es deseable desde el punto de vista de las emisiones del efecto invernadero y muchos otros contaminantes. El gas emite poco más de la mitad de dióxido de carbono que el carbón y 70% del petróleo por unidad de producción de energía. Las emisiones del gas de monóxido de carbono son un quinto que el carbono. Las emisiones de dióxido de sulfuro y particulados son insignificantes. En cualquier escenario plausible para manejar la emisión de gases invernaderos, el gas natural deberá sustituir otros combustibles, aunque el desarrollo de extracción y almacenamiento barato de carbono también fortalecerá ese mineral. Sobre todo para China, gran contaminante con el uso de carbón, “pasarse al gas” parecer tener sentido.
¿Es el gas de esquisto la transformación beneficiosa que prometen sus impulsores? Tal vez no. El aspecto controvertido de las nuevas tecnologías es su impacto en el medio ambiente. En un artículo de noviembre de 2011, el escritor científico Chris Mooney destaca que la fractura horizontal requiere de enormes volúmenes de agua y químicos. También se requieren grandes estanques para almacenar el agua cargada químicamente que vuelve a la superficie tras la operación. Un solo pozo lateral requiere 7,5 a 15 millones de litros de agua y 55.000 a 220.000 litros de químicos. Por eso sorprende poco que los críticos aleguen que la nueva tecnología amenaza con contaminar gravemente las aguas subterráneas lo que la convierte en una pesadilla ambiental. El artículo sugiere que aún no se sabe si dicha contaminación ya ocurrió. En esta fase, concluye, los riesgos son inciertos. Las actividades de la nueva industria deben ser monitoreados rigorosamente, en todos lados.
La rápida difusión de esta tecnología a nivel global dependerá de varias consideraciones: primero, los costos de oportunidad local del agua; segundo, las capacidades y confiabilidad de los operadores; tercero, la capacidad de los reguladores; cuarto, los beneficios de cualquier gas adicional en comparación a combustibles alternativos (o su conservación), incluido por seguridad; y quinto, un mejor conocimiento del impacto de las tecnologías. Para dar un ejemplo, la demanda de agua y peligros de contaminación podría dificultar la extracción de gas a larga escala en China.
El gas esquisto es un ejemplo del ingenio de aquellos comprometidos con la búsqueda de nuevas fuentes de energía. También sugiere la bienvenida posibilidad de gas natural barato por muchas décadas. Sin embargo, esta revolución podría ser un pacto fausteano. Hay que tener cuidado en cómo y con qué rapidez se introduce la tecnología: los costos medioambientales podrían ser altos. “Apresúrense lentamente”, como decían los antiguos romanos.
(*) El Cronista Comercial
Región Norte Grande