La izquierda hoy, es el ambientalismo

El premio entregado el miércoles 26 por el Centro Latinoamericano de Desarrollo (Celade) al ingeniero agrónomo Daniel Panario por su trabajo en defensa del ambiente, es la ocasión para relevar una trayectoria sellada por la consecuencia y la combatividad.
Por Raúl Zibechi
El Celade destaca la “denodada labor en aras de un valor docente y de conocimiento del ambiente” desarrollada por Panario, al que se le entregó el Premio Nacional a la Excelencia Ciudadana y Ciudadanos de Oro. Panario es director del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y coordinador de la maestría en Ciencias Ambientales e investigador del Sistema Nacional de Investigación.
El galardón fue entregado en el marco del Día Mundial de la Paz, el ministro de Educación y Cultura Ricardo Ehrlich y la intendenta Ana Olivera fueron los encargados de distribuir los premios, todos ellos dedicados a instituciones, como el que correspondió al Movimiento Tacurú, siendo el único de carácter individual el que recayó en el más destacado ambientalista de la academia, quien a sus 69 años lleva casi cuatro décadas investigando y publicando sobre la materia.
“Me alegro porque el ambientalismo está totalmente banalizado en nuestro país”, dijo a Brecha en su despacho del piso 11 de la Facultad de Ciencias. “Se dice que nadie sabe del tema, incluso escuché a ministros decir eso, pero en el instituto tenemos más de 50 docentes con nivel de doctorado. Nunca nos llaman para establecer una política sino para temas puntuales.”
—Aunque es el primer reconocimiento institucional que recibe, sus opiniones se vienen difundiendo desde la década de 1990.
—Digo lo que pienso, por ahí hay gente que me tiene miedo, digo lo que pienso porque la respuesta casi siempre es la descalificación ante la falta de argumentos, como ocurrió con la contaminación con plomo y luego con la calidad del agua de ose. Tengo la percepción de que la forma como se ha canalizado el tema ambiental ha hecho que la gente se aburra y no quiera saber de nada. Por eso trato de hablar poco, ponerme debajo de la tierra como el cangrejo y esperar la oportunidad.
—¿Se siente aislado, que sus ideas no tienen eco?
—Desde que ganó el Frente sin duda. Antes no, porque mis ideas le venían bien cuando era oposición. Soy fundador del Frente, siempre lo voté y muchos ministros son amigos.
—¿Se sigue sintiendo frenteamplista?
—El problema, como le sucede a muchos, es que te sentís encerrado, no tenés alternativa. Me siento oposición, de los que pueden votar en blanco pero nunca a la derecha. Sin embargo ahora son muchos más los que hablan que hace unos años, cuando éramos apenas un puñado de ambientalistas. Ahora tenemos un equipo muy amplio y eso permite que muchos intervengan, ya no somos algo marginal, hay más de cien personas trabajando los temas ambientales en diferentes espacios, como el Instituto de Ecología, que fue posible gracias al apoyo del decano Mario Wschebor.
—¿Cuál diría que es el problema ambiental más grave que atraviesa el país?
—El vinculado al desarrollo agrícola y sobre todo al forestal. La pérdida de biodiversidad, la destrucción de los suelos, la pérdida de calidad del agua.
—A menudo se critica a los ambientalistas porque trabajan apenas con hipótesis.
—Es cierto. Los técnicos tenemos que proponer hipótesis que muestren que si se hacen las cosas de determinada manera hay ciertos resultados esperables. Faltan estudios rigurosos que expliquen, por ejemplo, el aumento del cáncer que según algunos médicos del Interior está relacionado con el consumo de agua. El problema es que ose no puede ser juez y parte, por eso es fundamental que exista un organismo de control.
—La sociedad uruguaya no parece preocupada por los temas ambientales…
—Creo que en la izquierda hay una ideología vieja: que se desarrollen las fuerzas productivas y después vemos. Pero en realidad, hoy la verdadera izquierda es el ambientalismo, porque tiene una visión holística o integral del mundo, no sólo económica, aunque hay que reconocer que no hay una propuesta alternativa clara. Tampoco existe la masa crítica en la sociedad como para pensarla y proponerla. El problema es que hemos entrado en una trampa terrible porque la deuda de un país se calcula en función del crecimiento futuro y si deja de haber crecimiento no hay cómo pagar las deudas, como sucede ahora en Grecia, España y muchos otros países.
—¿Estamos más cerca de la barbarie que del socialismo?
—Hace años escribí que si China se desarrollara como Estados Unidos el planeta no lo resistiría. Para resolver el problema ambiental se necesita menos dinero que el que se utilizó para salvar a Wall Street. El tipo de consumo que existe hoy no va a cambiar en mucho tiempo. Escuché a un directivo de Petrobras hacer las proyecciones de consumo de petróleo para los próximos 30 años y se basan en la continuidad de los comportamientos sociales actuales. Ese tipo de empresas no se equivoca.
—¿Qué pasa con los gobiernos?
—Creo que hay una mezcla de ignorancia y de impotencia. Este segundo aspecto no es menor. Recordemos el caso de Al Gore, quien luego de ser vicepresidente de Estados Unidos hizo una campaña a favor del ambiente y una película excelente con un análisis muy interesante de lo que puede ocurrir si no se toman medidas para frenar el calentamiento global. Pero termina pidiéndole a la gente que se involucre y que vote a quienes defienden el ambiente, y no dice que cuando fue vicepresidente no pudo hacer nada.
—¿Cuáles son los impedimentos?
—Aunque la conciencia ambiental se va desarrollando exponencialmente el mundo se divide entre afectores y afectados y los primeros están muy organizados, tienen dinero y medios, tienen lobbies de presión y una enorme capacidad de influir en las decisiones, al punto que pueden comprar voluntades. Y los afectados están desorganizados, no tienen experiencia, hacen cosas durante un tiempo y cuando los golpean un par de veces se deshilachan. Además, como sucede con el puerto de aguas profundas, te dicen que se va a hacer sí o sí, y eso trasmite el mensaje de que no te metas, que no hay forma de frenar ciertas cosas, más allá de que yo no tengo posición sobre ese tema porque no lo he estudiado. Te ponen ante hechos consumados y eso es desmovilizador. El Estado, que debería ser el fiel de la balanza, toma partido por estas iniciativas, y para la mayor parte de la gente enfrentar a la empresa y al Estado es muy difícil.
—En los últimos años han surgido actores que no son los ambientalistas tradicionales, como los productores rurales que se manifiestan contra la minera Aratirí y los vecinos de La Paloma que se oponen a las obras del puerto.
—Creo que refleja un crecimiento de la conciencia ambiental y el hecho de que cada vez son más los afectados. Los políticos no se dan cuenta de que lo más grave que puede suceder en una sociedad es afectar la credibilidad. Se puede mentir mucho tiempo pero en algún momento la realidad mete la cabeza. Uno ve que el río Uruguay se ha puesto verde por el fósforo y el director de la Dinama dice que es cierto que los niveles son excesivos, pero que lo que hay que hacer es tratar las aguas de las ciudades que están al borde del río. Eso quiere decir que los ciudadanos deben encargarse de pagar la descontaminación que provocan empresas como upm. Podrían decir que no importa la contaminación del río Uruguay porque la producción agropecuaria genera mucho dinero y podemos usarlo para ciertos proyectos que se necesitan. Pero se opta por banalizar. Si me justifican la contaminación con un proyecto de país puedo aceptar la megaminería y lo que sea.
—No tenemos proyecto de país.
—Porque vamos al golpe del balde, según lo que aparece, sin norte.
—¿Qué le gustaría decir a la hora de recibir este reconocimiento?
—Que soy apenas un símbolo de un esfuerzo colectivo de mucha gente que viene trabajando hace años, incluyendo gente de los partidos tradicionales. Y que ya no se puede decir que no se sabe sino que no se quiere saber-
Brecha