Por Alejandro Nadal
Las fuerzas del capital financiero harán muy difícil frenar el cambio climático. Algunos dicen que la estructura del sector financiero no facilitará la transición a una economía baja en carbono. El problema es más grave: el sistema financiero es un potente obstáculo para prevenir una catástrofe derivada del calentamiento global.
Para apreciar los alcances del peligro es importante recordar algunos datos. En la actualidad, la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera alcanza las 394 partes por millón (ppm). El CO2 es el gas de efecto invernadero más común (no es el único, ni el más potente). Los modelos más desarrollados sobre cambio climático indican que sólo por debajo de las 450 ppm de CO2 se tiene una alta probabilidad de mantener el incremento de temperatura dentro del rango de los dos grados centígrados. Los científicos consideran que ese umbral no debe ser rebasado si se quiere evitar un cambio climático catastrófico.
Estudios científicos consideran que para aumentar significativamente la probabilidad de permanecer por debajo de dicho umbral la economía mundial debe limitar sus emisiones para el periodo 2000-2050 a 886 gigatoneladas de dióxido de carbono (GtCO2). En la primera década del siglo se emitieron 321 GtCO2, así que ya solamente nos queda un volumen disponible de 565 gigatoneladas para el periodo 2010-2050.
Datos de la organización Carbontracker Initiative revelan que si se extrajeran y quemaran las reservas mundiales conocidas de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) tendríamos emisiones superiores a las 2 mil 795 GtCO2. Es decir, esas reservas contienen cinco veces más carbono que el tope arriba mencionado de 565 GTCO2. Extraer y usar esas reservas podría llevar la concentración de CO2 en la atmósfera a las 700 ppm, lo que cambiaría el planeta tal y como lo conocemos.
Ahora bien, las reservas de combustibles fósiles de las 200 empresas más importantes de carbón, petróleo y gas en el mundo (empresas que cotizan en bolsas de valores) tienen reservas con un potencial de carbono de 745 GtCO2. Es decir, si estas empresas extraen y queman sus reservas estaríamos rebasando con 180 GtCO2 el volumen que nos queda disponible para el periodo 2010-2050 (las 565 GtCO2 arriba mencionadas). El problema es todavía más serio porque estas cifras no incluyen a las empresas estatales y tampoco toman en cuenta las gigantescas reservas de gas natural de los esquistos en Estados Unidos y numerosos otros países.
El problema es que las reservas detentadas por estas compañías se encuentran asentadas en sus libros y hojas de balance con un enorme valor monetario. Un avalúo de estas empresas asume que esas reservas serán efectivamente realizadas, lo que significa que serán extraídas y utilizadas. Desde el punto de vista contable a nadie le importa un pepino si la utilización de esas reservas es suficiente para sobrepasar el peligroso umbral de los dos grados centígrados. El cambio climático no es un concepto contable.
Para decirlo de otro modo, si existiera una autoridad capaz de aplicar la restricción de las 565 GtCO2 para los próximos cuarenta años, estas compañías solamente podrían quemar unas 150 GtCO2. El resto, carbono no inyectado a la atmósfera, serían activos sin valor y se traducirían en pérdidas colosales para los inversionistas que han comprometido recursos en esas empresas.
Esas 200 empresas del mundo de la energía fósil tienen un valor en bolsa equivalente a 7.42 billones (castellanos) de dólares. Los países con mayor potencial de gases invernadero en las reservas de compañías que cotizan en bolsa son Rusia, Estados Unidos y el Reino Unido. Y en las bolsas de valores de Londres, Sao Paulo, Moscú, Toronto y del mercado australiano hasta 30 por ciento de la capitalización de mercado está vinculada a combustibles fósiles.
Estamos en presencia de un conflicto de dimensiones históricas: de un lado está la comunidad científica advirtiendo no quemar esas reservas de combustibles fósiles y del otro están las empresas e inversionistas que tienen interés en realizar sus activos (extraer y usar esas reservas). ¿Quién prevalecerá? En los últimos 30 años, el sector financiero del mundo ha sido capaz de dominar a la política macroeconómica. En efecto, las prioridades de la política monetaria y fiscal del mundo entero responden hoy (incluso en medio de la crisis) a las necesidades del capital financiero. ¿Por qué tendría que ser distinto en el ámbito de la política sobre cambio climático?
En la actualidad carecemos de un régimen regulatorio internacional que permita pensar que la economía mundial podrá reducir su huella de carbono en la atmósfera a la velocidad que se requiere. El Protocolo de Kioto es una entelequia y lo único que queda es un ‘compromiso’ para llegar a un acuerdo en 2015 que deberá entrar en vigor en 2020. En el sector financiero anidan fuerzas que se opondrán con todo a un acuerdo que evite el peligro del cambio climático catastrófico.
La Jornada