Hugo Eberle.- La tenencia de recursos naturales en un país suele no ser una bendición de Dios. En especial aquéllos que son estratégicos para la fabricación de productos con gran valor de mercado o aquellos de uso masivo que hacen “necesaria” su explotación a cualquier costo. Además, sabemos que la codicia del hombre no tiene límites para quienes buscan sólo dinero como fin y objetivo final de vida.
El coltán, abreviatura que se le da al mineral columbio-tantalio, es muy escaso en el mundo e importante en nuestros días. Se encuentra en pocos países y su principal característica es la gran resistencia al calor y afinidad con conductores eléctricos.
Los países que disponen de reservas son muy pocos: Brasil, Tailandia y Australia (primer productor mundial), pero aquí no están los principales yacimientos. Éstos se encuentran en territorio de la República Democrática del Congo (RDC), cerca de sus belicosos vecinos Ruanda y Uganda, y representan el 80% de las reservas mundiales.
Se trata de un recurso estratégico que es imprescindible en ciertas industrias relacionadas con la electrónica y las comunicaciones. Es componente de productos muy conocidos como los teléfonos celulares (baterías), que gracias a este mineral mantienen cargas más durables, notebooks, play station y otros no tan conocidos como satélites, misiles y armas inteligentes.
Oleoductos, trenes magnéticos y aceleradores de partículas también utilizan este mineral cuyo destino final está en fábricas de Occidente, principalmente Estados Unidos, Alemania, Bélgica y Kazajstán.
Hasta aquí no habría nada de particular y todo estaría circunscripto a asuntos económicos e industriales relacionados con la minería y las industrias mencionadas; sin embargo el principal problema está relacionado con la geopolítica y las convulsiones sociales regionales que han provocado y provocan las luchas por los recursos estratégicos en países y regiones pobres.
Desde que fue declarada la guerra civil en la RDC en 1994 varios países africanos y bandas armadas se han disputado el control de los campos de coltán que están ubicados en la región del Kivu, en la frontera con Ruanda, región en la cual los ejércitos de este país y Uganda ejercen el dominio y ocupación desde 1998.
Las minas de Masisi, que son las más importantes en cuanto a producción, están bajo su poder, explotadas por unos 20.000 trabajadores que realizan sus tareas en condiciones de semi esclavitud y cuya alimentación se basa en carne de elefantes y gorilas que las milicias matan para comer y de paso vender los marfiles y cueros en los mercados negros de África.
Las Naciones Unidas han afirmado que el tráfico ilegal del mineral es una de las razones de las guerras que han asolado estos territorios con cerca de 4 millones de víctimas y su ex secretario general Kofi Annan ha declarado que todos los que luchan por una participación en este negocio son parte de la guerra que se libra para obtener esas riquezas, unos en forma directa y otros con diferentes aportes.
Sin embargo, ésta no es la única razón. Michel Chossudovsky, en su libro Globalización de la pobreza (Siglo XXI, México 2002), nos habla de la restructuración del sistema agrícola en la RDC y cómo esto perjudicó el comercio del café, que representaba por lo menos el 70% del recurso de las familias rurales de ese país, no pudiendo luego soportar la baja en el precio internacional de ese producto, cuyo resultado terminó siendo un duro endeudamiento seguido de pobreza y hambrunas.
Los procesos comentados fueron sin duda las causas del reavivamiento de rivalidades étnicas entre tutsis, hutus y ugandeses, que años más tarde desembocaron en la ya comentada guerra civil en la que no estuvieron ausentes algunas potencias industriales como Francia, Bélgica, Inglaterra y los Estados Unidos.
Pero, el coltán no es el único botín, otros recursos de la minería forman parte de esta triste historia en la RDC. El cobalto es muy codiciado por la industria bélica, así como por sus usos en medicina, razón por la cual es también objeto de duras disputas por su obtención a cualquier precio, ya sea de depredación, pobreza o violencia étnica muchas veces “necesarias” para distraer la atención mundial de la verdadera realidad.
Los conflictos por oro y diamantes en Sierra Leona y Angola no fueron diferentes. Durante la década de los ’90 pasados hubo más de 75.000 muertos, más otros tantos heridos y mutilados, con millones de desplazados y niños combatientes. Angola es productor de casi el 70% de los diamantes de gran tamaño y calidad, contando también con buenas reservas comprobadas de petróleo, pero su pueblo está en guerra desde hace 30 años, situación en la que los recursos naturales no son ajenos.
En las últimas décadas ésta fue la vida de África Central, mientras que paradójicamente en Occidente disfrutamos, con culpa o sin ella, de los adelantos científicos y tecnológicos conseguidos mediante el uso de recursos naturales expropiados por métodos violentos y sin respeto por derechos humanos básicos a los que todos los habitantes de este planeta deberían tener acceso.
Queda claro que éste no es el camino del desarrollo sustentable. La sociedad mundial, y no los países en disputa, es la que debería tomar ciertas iniciativas tendientes a dotar a estos pueblos de África de otras riquezas más intangibles pero muy necesarias para su futuro, como lo es el conocimiento en todas sus formas orientado en beneficio de cada uno de ellos y no de los aprovechadores de siempre.
Los países activos en estos lugares si no quieren colaborar con una campaña de ayuda deberían, por lo menos, abstenerse de seguir con estos procedimientos de obtención de los recursos mencionados.