Vivir sobre un polvorín Una ciudad entre 140 pozos de gas y petróleo

Los vecinos de Plottier temen nuevas explosiones. Por lo menos 50 perforaciones están muy cerca de las casas

Gisele Sousa Díaz.- Hace algunos años, cuando les avisaron que por fin iban a poder tener una casa propia por poco dinero, se sintieron afortunados. No importaba que en la zona no hubiera asfalto, o que quedaran encerrados entre un basural clandestino y cientos de pozo de gas y petróleo. Les aseguraron que no había ningún tipo de riesgo. Y ellos creyeron. Lo que en Plottier no podía pasar finalmente pasó y en este barrio de tierra seca ahora sienten que viven en una zona minada: si explotó un pozo de gas a poco más de una cuadra de las casas, ¿por qué no podrían explotar los demás?

Debajo de la ciudad de Plottier, a 15 kilómetros de la capital de Neuquén, hay 140 pozos de extracción de gas o de petróleo. Algunos están alejados, arriba, en la meseta. Pero al menos 50 están a menos de 500 metros de las casas: eso significa que hay pozos a 5 cuadras de una zona urbana pero que también hay pozos apenas cruzando la calle, frente a la escuela.

Fue uno de esos -un pozo de gas de la empresa Pluspetrol- el que el lunes explotó. Una parte de una grúa le cayó encima: lo que siguió fue una chispa, una explosión que hizo temblar la tierra y un ruido agobiante, como el de las turbinas de un avión. Recién ayer un grupo de elite llegado desde Estados Unidos logró controlar el fuego y frenar la fuga de gas.

La pregunta es, quizás, la misma que uno se hace cuando ve que alguien decide vivir a los pies de un volcán despierto. ¿Por qué eligieron vivir acá si sabían que ya existían algunos pozos y que iban a ser cada vez más? La respuesta es corta: no eligieron. “Yo me inscribí en un plan municipal y me tocó este lote. Nadie me dijo que nos iban a mandar acá pero bueno, pago 35 pesos por mes, los voy a pagar durante 30 años, pero el terreno es mío”, explica Liliana. Vive con sus tres hijos, su marido y su mamá en una casilla de material, tiene bolsas negras en los techos y su casa fue la más cercana a la explosión. “Esa noche agarré a los chicos y me fui de la ciudad temblando, parecía que los vidrios nos iban a explotar encima. Ahora no se qué hacer.

Es terrible sentir que tenes ésto debajo de la tierra, porque no sabés donde estás pisando. A mí me vinieron a decir que no pasa nada, pero ¿por qué tendría que creerles? Lo único que quiero es que se vayan más lejos y nos dejen vivir en paz”.

Es que Plottier es hoy el reino del revés. Como había cada vez más habitantes tuvieron que buscarles un lugar. A algunos les dieron un plan municipal para tener un terreno propio por poca plata; a otros les adjudicaron planes federales de viviendas. Los primeros construyeron lo que pudieron en esos terrenos color ladrillo: casas o casillas de madera y chapas. Los segundos -docentes, trabajadores del petróleo, comerciantes- lograron ser propietarios pagando un tercio de lo que valdría un alquiler en la capital. Pero a todos, sin excepción, los mandaron para acá. Y así, tanto las casillas como las casas de dos pisos con antena de Direct TV, quedaron al lado de los pozos. El cementerio en cambio, quedó lejos, en un lugar resguardado. Avanzó la población al mismo ritmo que el gobierno siguió autorizando que tres empresas hicieran más pozos: el que explotó era nuevito, había arrancado este año.

Pero además de estos dos barrios hay otro -Los Hornos- habitado por familias bolivianas, con muchos analfabetos. “¿Por qué la gente no se quejaba por lo que podía pasar? Porque la empresa petrolera fue y pintó toda la escuela, prometió forestar el parque, traer una calesita”, cuenta Norberto Calducci, uno de los docentes gremiales que viene pidiendo el cierre del pozo de gas que está frente a la escuela. “ Menos mal que no pasó eso acá, con los chicos. Hubiese sido una tragedia ”. A él lo acusaron de tremendista, de querer atentar contra el crecimiento de una ciudad pujante.

El incendio, ahora, terminó. Lo que queda, mientras no haya ley que prohíba a las petroleras seguir avanzando hacia las casas, son dudas. Es lo que siente Andrea Rodríguez, que llegó al barrio hace 5 meses. El lunes, cuando creyó que la casa se le venía encima, huyó en su auto, con sus hijos en pijama. “Yo no tenía idea de que esto podía pasar y planifiqué nuestra vida acá. Ahora me pregunto si volverá a pasar, si deberíamos irnos, si por tener una casa propia no nos habremos venido a vivir al lugar equivocado”.

Clarín