La extracción de hidrocarburos no tradicionales protagoniza un “boom”. En Argentina, el acuerdo YPF-Chevron despierta expectativas y críticas. Presentamos las razones de unas y otras.
Un hombre abre la canilla de la cocina de su casa, deja correr el agua durante algunos segundos y acerca un encendedor: sorprendentemente la llama no se apaga; al contrario, se expande en una llamarada que ocupa toda la pileta. El hombre saca la mano, ríe con amargura y exclama que hay olor a pelo quemado. El hombre se llama Mike Markham y no es actor. Es un habitante de Colorado, Estados Unidos que vive en una zona rodeada de pozos gasíferos donde el agua se prende fuego –literalmente– porque está contaminada con metano.
La escena está registrada en Gasland , un documental que cosechó premios en el prestigioso festival Sundance. El director de la película es Josh Fox, hijo de un matrimonio hippie que a principios de los ‘70 construyó su casa en Pensilvania, al borde de un afluente del río Delaware. En 2009, Fox recibió la oferta de una compañía de gas interesada en alquilarle parte de su finca para extraer hidrocarburos del subsuelo e investigó el tema en su película.
El filme no hubiera despertado mayor interés en Argentina sin el reciente acuerdo entre YPF y la petrolera estadounidense Chevron que se inscribe en el marco de un cambio radical del mapa energético en los últimos años. Emprendimientos similares a los que retrata el documental podrán verse en la formación Vaca Muerta de la provincia de Neuquén.
El convenio obedece a la dependencia de hidrocarburos que ya no se producen en el país y tienen que comprarse en el mercado exterior. Algunos cálculos privados estiman que durante el 2013 se importarán combustibles por 13 mil millones de dólares.
La etapa de autoabastecimiento es ahora una añoranza que no podrá recuperarse en el corto plazo. El contexto de escasez de reservas se completa con una matriz energética compuesta por hidrocarburos en un 86 por ciento que resultan indispensables para el transporte, la electricidad y el consumo domiciliario de gas natural.
¿Panacea petrolera?. Ante el declive de la producción tradicional a nivel global, la industria petrolera invirtió en investigaciones y desarrollo tecnológico que revirtiera la tendencia decreciente. La primera mirada se posó sobre yacimientos que concentran un importante volumen de hidrocarburos que hasta entonces no podían extraerse con la metodología habitual, los denominados reservorios no convencionales.
En esos reservorios, el petróleo y el gas están alojados en formaciones geológicas distintas de las que se explotan tradicionalmente, embebidos en un tipo de roca de baja porosidad y escasa permeabilidad llamadas “esquisto” ( shale , en inglés), sin posibilidad de migrar hacia la superficie. Aunque tienen las mismas propiedades y los mismos usos, sus técnicas de extracción son más costosas y requieren mayores inversiones iniciales.
La existencia de este tipo de recursos no es una novedad para las petroleras. De hecho, según el Instituto Argentino del Petróleo y del Gas (IAPG) “durante la prehistoria de los hidrocarburos en la Argentina, a finales del siglo XIX, en Mendoza se comenzó a explotar petróleo en pizarra bituminosa, que hoy se considera no convencional, aunque con otra tecnología y a pequeña escala”. El cambio de denominación de recurso a reserva no es antojadizo: ocurre cuando la técnica y los costos para su extracción garantizan la rentabilidad de la operación. Mientras esa ecuación no esté resuelta, serán simplemente recursos.
El acuerdo entre YPF y Chevron para convertir esos recursos no convencionales en reservas en Vaca Muerta prevé una inversión inicial de 1.500 millones de dólares en cinco años y la perforación de un centenar de pozos. La segunda etapa incluirá otros 1.500 pozos adicionales cuyo objetivo es alcanzar en 2017 una producción diaria de 50 mil barriles de petróleo y tres millones cúbicos de gas. Para lograr esa meta, según la propia YPF, se requiere una cifra que suena astronómica: 16 mil millones de dólares. La aspiración oficial es asociarse con otros gigantes hidrocarburíferos para acercarse a ese objetivo.
El mayor impulso a este tipo de explotaciones se dio en Estados Unidos, donde su desarrollo promete dejar atrás la importación y hasta plantea la posibilidad de convertirse en un país exportador de gas. En ese sentido, Barack Obama declaró en 2011 que “esas innovaciones otorgan la oportunidad de acceder a un siglo de reservas bajo nuestros pies”.
Ese mismo año, el Departamento de Energía norteamericano publicó un informe que ubicó a Argentina en el tercer lugar del ranking mundial de reservas de gas no convencional (Vaca Muerta es la granvedette nacional en ese rubro) por detrás de China y Estados Unidos.
El cambio de la ecuación hacia un resultado rentable está vinculado con una técnica muy controvertida: la fracturación hidráulica, conocida popularmente como fracking. Esta técnica consiste en inyectar un importante volumen de agua, arenas y compuestos químicos a alta presión que provocan fisuras microscópicas en las rocas donde se alojan el gas y el petróleo para facilitar su fluidez hacia el exterior. Las organizaciones ambientales la cuestionan en varios frentes.
Defensores y críticos. Una de las críticas sostiene que el frackingpone en riesgo las napas subterráneas de agua por eventuales filtraciones de hidrocarburos desde el pozo. El geólogo Luis Stinco, director de carreras especializadas en hidrocarburos de la UBA, plantea otra visión. “Más allá de 300 o 400 metros de profundidad, el agua ya no es apta para consumo humano por su salinidad –destaca–. En general, la gente que tiene agua de pozo con suerte llega a los 80 metros; en Vaca Muerta los reservorios comienzan recién a 2.500 metros”.
Otra recriminación señala el uso intensivo del agua para cada pozo y el cóctel de químicos potencialmente tóxicos (varios centenares) que incluye. El IAPG calcula que cada pozo necesita entre cinco mil y 30 mil metros cúbicos de agua durante el período de su explotación (cifras similares a las que maneja la organización Greenpeace). El Instituto también resalta que para el próximo lustro en Vaca Muerta se usarán porcentajes mínimos de los ríos Colorado, Limay y Neuquén en una cuenca donde el 94 por ciento del volumen descarga al mar sin uso.
“No existe ninguna industria en el mundo que no utilice químicos y no hay forma de que un ingeniero mezcle 600 químicos y esa mezcla funcione –se defiende el IAPG– Si lo lograra, merecería un Premio Nobel. De una lista de 40 o 50 productos químicos se utiliza un rango de tres a 15 según las características de cada pozo, porque lo que funciona en uno no necesariamente da resultados en el pozo de al lado”.
Según un informe del mismo IAPG, las concentraciones químicas utilizadas para el fracking son bastante menores que las que suelen emplearse en los hogares y un volumen importante se degrada durante la operación.
Greenpeace se para en la otra vereda al afirmar que “en Estados Unidos se detectaron al menos 260 químicos y algunos de ellos son conocidos por ser tóxicos, cancerígenos y mutagénicos” y desliza que muchos de esos productos “están exentos de regulación federal o la información sobre los mismos está protegida debido a sensibilidades comerciales”.
Stinco relativiza el potencial contaminante al indicar que la fracturación hidráulica lleva más de 70 años como parte de la industria. “Acá el gran juego está en ver cómo los estados hacen cumplir las regulaciones ambientales. Los hidrocarburos forman parte de un negocio comercial, si la actividad está bien reglamentada se puede llevar a cabo como cualquier otra rama de la industria”.
En esa misma sintonía, el IAPG sostiene que “en Estados Unidos hay 40 mil pozos que se fracturaron más de una vez durante la última década, se hicieron 250 mil etapas de fractura y no hemos leído de ningún terremoto terrible ni hemos visto ninguna hecatombe ecológica”. Según esa institución, los pocos casos de contaminación (justamente los que refleja Gasland ) forman parte del pasado y dicen que la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés) de ese país ya certificó la remediación.
El interrogante surge de inmediato. Si la estimulación hidráulica, elfracking , es una metodología sin riesgos contaminantes y con controles ambientales estrictos, cuesta entender las razones de su demonización y los miedos que trae aparejados.
Queda claro que aún cuando se trate de una industria poco acostumbrada a comunicar sus acciones y procesos internos, en la actualidad no alcanza con calificar de “mitos” las acusaciones y sospechas que abundan en medios de comunicación y en Internet.
Los numerosos antecedentes de las petroleras en materia ecológica no ayudan a disipar temores sociales; el escaso control estatal, tampoco.
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