Gerardo Honty (ALAI)
El pasado lunes 21 de octubre un único oferente se quedó con el campo de Libra, un yacimiento sub oceánico que se estima pueda contener entre 8 y 12 mil millones de barriles de petróleo. El consorcio conformado por la estatal brasileña Petrobras (40%), Shell y Total (20% cada una) y las chinas CNPC y CNOOC (10% cada una), se adjudicaron el campo a través de una licitación en la que fue la única oferta presentada. Las reservas de petróleo de este campo están localizadas en la cuenca de Santos, en pleno océano Atlántico a 7.000 metros de profundidad bajo la llamada “capa de presal”. Esta es la primera área pre-sal para extraer petróleo y gas subastada por el gobierno brasileño y la primera explotación de hidrocarburos que se realizará a esas profundidades. Las dificultades y falta de antecedentes en este tipo de explotación hacen que estos recursos fósiles suelan ubicarse bajo el gran paraguas de los llamados hidrocarburos “no convencionales”.
El resultado de la subasta fue ampliamente celebrado por las autoridades brasileñas que días antes se mostraban preocupadas por la falta de interés de las grandes petroleras. Al punto tal que fue necesaria la participación de Petrobras con un 40% de las acciones cuando la ley brasileña solo le exigía participar con un mínimo de 30%. En los días previos a la subasta se fue haciendo evidente que las expectativas primarias de contar con varios consorcios pujando no se iba a lograr y varias empresas inicialmente calificadas para licitar como Mitsui (Japón), Galp (Portugal) y Repsol (España) se fueron desinteresando en el negocio. Ya otras grandes empresas del ramo como Exxon Mobil, BP y Chevrón habían desistido de presentarse a la subasta.
Carlos Assis, responsable del Centro de Energía y Recursos Naturales de la consultora Ernst&Young que realizara un estudio sobre estos campos, declaró a AFP (17/10/2013) que las petroleras ‘mayores’ no participaron en la subasta en razón de una serie de factores de riesgo, entre los que destacó la dificultad de extracción y el riesgo geológico. Se trata de una experiencia completamente nueva la explotación de hidrocarburos a semejantes profundidades lo que conlleva una serie de incertidumbres y retos nunca antes abordados.
Es que “la infraestructura para explotación del presal aun es un desafío para Petrobras”, como declaró a la Agencia Brasil (4/10/2013) Segen Farid Estefen, Director de Tecnología e Innovación de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). “Es un viaje que implica no sólo la mejora de algunos procesos, tales como la perforación, el flujo de petróleo y, principalmente, del gas de pre-sal para la tierra, como también, la estructura de las plataformas”.
Vale la pena recordar, el accidente de la plataforma Deepwater Horizon, propiedad de la empresa británica BP. Esta operaba a 2.000 m de profundidad en el Golfo de México y su explosión causó el vertido al océano de varios cientos de miles de barriles de crudo provocando la mayor contaminación petrolera de la historia americana. Los daños de aquel derrame fueron estimados por el gobierno de Estados Unidos en 20 mil millones de dólares. Previo a aquel accidente todo parecía estar bajo control y la explotación submarina se veía confiable.
El factor OGX
Pero no solo el riesgo del desafío tecnológico ahuyentó a los inversores. Seguramente también haya influido la reciente crisis de la OGX.
Un mes antes de la subasta del campo de Libra, el multimillonario Eike Batista, el hombre más rico de Brasil (en 2012 ocupó el séptimo puesto en la lista de millonarios mundiales de la revista Forbes) y líder de una de las mayores empresas petroleras del Brasil, la OGX, comunicó al mercado la suspensión del pago de 45 millones de dólares en intereses de bonos emitidos en el exterior que vencían el primero de octubre. Entretanto, iniciaba conversaciones con sus acreedores en Nueva York y Río de Janeiro, para evitar la quiebra.
Sin embargo estas negociaciones no tuvieron los resultados esperados y la empresa anunció a fines de octubre que convocaría a un concurso de acreedores. La deuda acumulada de la otrora joya del negocio petrolero del Brasil se calcula en más de 5.000 millones de dólares y el valor de las acciones de la empresa cayó a la irrisoria suma de siete centavos de dólar.
Casi al mismo tiempo que se realizaba la subasta del campo de Libra, una de las más importantes empresas petroleras brasileñas, caía en bancarrota. La razón: las previsiones de extracción de sus yacimientos habían sido demasiado optimistas y las dificultades técnicas para extraer crudo a varios kilómetros de profundidad (OGX operaba yacimientos off shore en la Cuenca de Campos) eran superiores a lo esperado, según reconoció la propia empresa.
Según la analista Míriam Leitão, del periódico O Globo de Brasil, Eike Batista “fue construyendo un castillo de naipes. Fomentó la especulación e infló de forma artificial el valor de mercado de proyectos que no habían sido bien madurados. El Gobierno y el mercado se equivocaron por haber creído en su delirio” (30/10/2013).
Castillos en el aire
Este parece ser un mal de nuestro tiempo: las cosas no funcionan como se prevén en el mundo de los hidrocarburos no convencionales. El pasado 11 de octubre Peter Voser, presidente ejecutivo de Shell, declaraba al Financial Times que “los no convencionales no se han comportado como estaba previsto”. Entre las razones que señala Voser, están las dificultades técnicas mayores que las esperadas y una especie de burbuja especulativa que se forma en torno a previsiones exageradas de los rendimientos de los yacimientos.
A principios de este año, Deborah Rogers, ex analista financiera de Wall Street adelantaba algo similar en su informe “Shale and Wall Street”. Allí ella afirmaba que la revolución del esquisto respondía en realidad una nueva “burbuja financiera” promovida por los especuladores del mundo de las finanzas, más que a una realidad económica. En su trabajo comparaba la situación actual del gas de esquisto en Estados Unidos con la situación previa a la crisis de las hipotecas de 2007, generada por la burbuja inmobiliaria.
Todo parece indicar que hay una tendencia a sobrevalorar el volumen de las reservas de los hidrocarburos no convencionales, influido por las necesidades de los inversores y los especuladores financieros de encontrar negocios en los que invertir sus capitales, y de los estados propietarios de esos recursos que buscan atraer inversiones para hacer posible la explotación.
Por otra parte también parece haber una subestimación de los riesgos y de los costos de operar en circunstancias difíciles como las que se presentan en las explotaciones de “no convencionales”, ya sea que se trate del gas de exquisto (shale) o petróleo submarino.
Esa es la lección que nos deja este final de octubre brasileño: un nuevo castillo de naipes, construido a la vera de uno que acaba de derrumbarse.
Si los costos económicos de estos fallos en las previsiones (financieras o ambientales) lo pagaran los arriesgados inversores sería parte del juego. El problema es cuando algún estado sale a cubrir las deudas para evitar daños mayores y se trasladan estas “deudas de juego” a toda la población de un país, cosa que ocurre bastante a menudo. El otro problema es que esta gran burbuja de recursos fósiles genera la ilusión de una cantidad de reservas disponibles que extiende la agonía de los combustibles fósiles y mantiene la ilusión del crecimiento perpetuo. Los países proyectan el aumento del consumo energético, construyen nuevas refinerías, regasificadoras, invierten sumas millonarias en explotación de hidrocarburos y postergan las inversiones en fuentes renovables, suponiendo que van a contar con aquellos combustibles.
De esta manera, continúan forjando en los consumidores la expectativa de un crecimiento continuo del consumo de energía, incentivando actividades y estilos de vida que resultarán inviables en un futuro cercano. Y todo esto, sin considerar el límite del cambio climático, que según la Agencia Internacional de la Energía en su informe mundial de 2012, limita el consumo de hidrocarburos a apenas un tercio de las reservas conocidas.
Gerardo Honty es investigador en Energía de CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social).