COP19: ¿Y ahora, quién podrá defendernos?

El último sábado culminó una nueva Cumbre de la ONU sobre Cambio Climático, la COP19 en Varsovia, que no dejó ningún compromiso trascendente, arrastrando aún el fracaso de Copenhague en 2009. En esta columna, nos proponemos abordar las causas estructurales de este cliché de las negociaciones internacionales que terminan “sin pena ni gloria”, con un Protocolo de Kyoto en estado “zombi” por abandono de los países desarrollados. Centrada en un debate por la interpretación del principio de las responsabilidades comunes pero diferenciadas, una lógica “realista” ubica a la soberanía de cada Estado-Nación-Territorio como una lucha por la supremacía global.

Las ONGs abandonaron la Cumbre por la falta de resultados. Foto: Luka Tomac.
Becario CONICET – IIGG / UBA

Construcción del fracaso.
La semana pasada, la noticia se difundió por diversos medios del mundo. En un hecho sin precedentes, las más importantes organizaciones de la sociedad civil presentes en la COP-19, desde Greenpeace y la WWF hasta Amigos de la Tierra y la Plataforma Bolivana Frente al Cambio Climático, abandonaron el lugar de las negociaciones.
Lo hicieron con una declaración en donde puede leerse: “Nosotros, como sociedad civil, estamos dispuestos a colaborar con los ministros y delegaciones que en realidad vienen a negociar de buena fe. Sin embargo, en la Conferencia de Varsovia, los gobiernos de los países ricos han venido sin nada que ofrecer. Muchos gobiernos de países en desarrollo también están teniendo dificultades y fracasando en defender las necesidades y los derechos de sus pueblos”.
No obstante la claridad de este diagnóstico, cabe pensar también cómo surgió el sentimiento de decepción observado en la manifestación. Y en este punto, las organizaciones ambientalistas también han centrado buena parte de sus expectativas en la Convención, sin que exista una reflexión crítica sobre la capacidad de este organismo de llevar adelante la mitigación del cambio climático, con la urgencia y la importancia de los cambios necesarios.
Por supuesto que no estuvieron solos, sino que desde su creación en 1992 la Convención sobre Cambio Climático de la ONU acaparó las voluntades, cuyo punto cumbre fue la redacción del Protocolo de Kyoto en 1997. Pero el retraso por siete años en su ratificación, producto del bloqueo estadounidense, hizo que las metas no se cumplieran.
A partir de allí, la Hoja de Ruta de Bali en 2007 pretendió instalar un nuevo marco de cooperación a largo plazo, sobre todo por pedido de los países “Anexo I” del Protocolo de Kyoto. El liderazgo de la Unión Europea buscaba reincorporar a Estados Unidos, intentando acercarse a su posición, que ahora requería que también los llamados “emergentes” se unieran a los esfuerzos.
De esta forma, se visualizó a la COP15 como el momento en el cual formar un nuevo acuerdo pos-Kyoto, a partir del 2012. Así fue como la Cumbre de Copenhague fue una de las más trascendentes, en donde la mediatización del evento acompañó su politización, con las cámaras colocadas en los Jefes de Estado. Como analicé en otro artículo, este fenómeno no hizo más que acrecentar las causas del llamado “Fracaso de Copenhague”.
Un diagnóstico “científico”.
Dos meses antes de la COP19, el Panel Intergubernamental del Cambio Climático comenzó con la publicación de un nuevo informe, a través del capítulo de la llamada ciencia climática básica. En el mismo, se remarca la conclusión de que es la acción humana la que interviene negativamente en el sistema climático y que para evitarlo se requieren reducciones sustanciales de emisiones de gases de efecto invernadero.
Así, a partir de las ciencias naturales, tenemos conocimiento de la tendencia del cambio climático antropogénico en escenarios decadales. Sin embargo, frente a esta problemática, el diagnóstico resulta todavía problemático cuando hablamos de las causas profundas de la crisis ambiental. En particular, porque incluso el IPCC, por su propio carácter “inter-gubernamental” también centra sus expectativas en las negociaciones internacionales para lograr una solución efectiva.
Desde este punto de vista, se hace necesario elaborar una crítica al propio paradigma predominante de la civilización moderna, para lo cual es necesario el aporte de las “ciencias sociales” y de las humanidades en general, en una perspectiva abierta al diálogo de saberes. En esta perspectiva, este trabajo sintetiza algunas conclusiones relevantes de mi tesis doctoral, con el objetivo principal de caracterizar la lógica actual de lo que concebimos como Estado-Nación-Territorio, actor principal del sistema-mundo de la Modernidad.

El trabajo parte del enfoque cualitativo del análisis discursivo – ideológico, en la perspectiva de autores como el pionero Mijail Bajtin y el joven Eliseo Verón, que nos permiten comprender la “construcción social del problema del cambio climático”. En particular, entendemos que la problemática ambiental ha inaugurado un debate civilizatorio, centrado en la crítica al concepto de Desarrollo como modo de modernización. Para ello partimos de el trabajo que el antropólogo colombiao Arturo Escobar escribió en 1996: “La invención del Tercer Mundo, Construcción y deconstrucción del desarrollo”.

Humor gráfico, difundido por la ONG 350 América Latina.

En tal sentido, se configuran distintas “coaliciones discursivas trasnacionales”, concepto trabajado por Maarten Hajer en su obra “The politics of environmental discourse”. En las negociaciones internacionales, esto puede observarse en cómo los Estados realizan alianzas, en el sentido de una “sub-política global” como plantea Ülrich Beck. Una de las más importantes, ya mencionada, es el Grupo BASIC, mientras que en América Latina tenemos tres coaliciones importantes: el Grupo ALBA, uno informal del Mercosur más aliados, y el reciente AILAC (agrupa algunos países de la Alianza del Pacífico).

En mi caso, la tesis doctoral (próxima a su evaluación final) tomó como objeto de estudio a los gobiernos de Japón, China y Corea del Sur. Su elección se justifica en tres puntos principales: primero, porque comparten la región del Asia del Este, que lidera el crecimiento económico mundial de los últimos años; segundo, porque individualmente ocupan lugares estratégicos en las negociaciones climáticas; por último, porque son países que tematizan la diferencia cultural, en debate con su creciente occidentalización.
Estado-centrismo globalocéntrico.
En otro de sus trabajos, Arturo Escobar señalaba la existencia de distintos discursos sobre la biodiversidad, que bien pueden aplicarse a las negociaciones climáticas. Uno de ellos es el enfoque “globalocéntrico” que se contrapone con otro anclado en la “soberanía nacional”. A pesar de su utilidad conceptual, debemos considerar también cómo ambas lógicas pueden complementarse, más que contradecirse, en la idea de la “gobernanza ambiental global” dominada por la idea de desarrollo sustentable.
Podemos empezar por una consideración general. A pesar de que la prensa internacional, y también la argentina, planteó la cobertura de la COP-15 como una lucha entre Estados Unidos y China, el resultado fue otro. El “Acuerdo de Copenhague” fue alcanzado como un consenso justamente entre la primera potencia mundial y el grupo de los gigantes emergentes. De este modo, la contraposición Norte – Sur que fue nítida en 1997, en plena pos-guerra fía, en la actualidad se fragmentó y por ello emergen nuevas coaliciones que buscan agruparse para defender sus intereses nacionales, al tiempo que pueden converger en el mantener el status quo global.

Entre las principales hallazgos de la tesis, relacionadas con el tema de este artículo, afirmamos que los países del Asia del Este reproducen la lógica de la modernización y la occidentalización, como parte de su inserción activa en la economía-mundo capitalista. En su libro “Geo-grafías. Movimientos sociales, nuevas territorialidades y sustentabilidad”, el brasileño Carlos Walter Porto Goncalves acuñó la importancia de pensar en términos de “Estado-Nación-Territorio”, originado sen el “Orden de Westfalia” de 1648, como actor principal encargado de producir primero “la riqueza” y hoy “el desarrollo”.
En tal sentido, debe entenderse que el desarrollo, acuñado por Estados Unidos en la reconstrucción pos-1945, más que una categoría económica, es una categoría geopolítica. La crisis ambiental supuso un cuestionamiento importante a esta idea, que en 1992 fue actualizada en el concepto de “desarrollo sustentable”. Por un lado, el enfoque del desarrollo (a secas) jerarquiza el imperativo del crecimiento económico por otras dimensiones: social, ecológica, cultural. Por otro lado, la inclusión de lo sustentable se hace en forma subordinada, en la medida que asegure prestigio al país como una “nación responsable”, pero en forma tal que no interfiera en su proceso de acumulación de capital.
Así la tesis considera que el concepto de “geopolítica del desarrollo sustentable” nos permite entender el posicionamiento de cada país en las negociaciones climáticas, a partir de la lectura de su lugar sistema-mundo. De este modo, ratificamos que existe un fuerte predominio de la lógica de la realpolitik en las relaciones internacionales, que se traduce en una búsqueda de supremacía nacional, a través de una instrumentalización de la problemática ambiental. Es decir, un ámbito donde los países negocian cuotas de crecimiento económico (derecho a contaminar en su territorio), que no llega a afectar a las corporaciones trasnacionales (los actores contaminantes, de carácter desterritorializado – globalizado).
Podemos concluir, entonces, que centrar las expectativas de resolución de la crisis ambiental en las negociaciones inter-estatales puede conducir a una carencia de de solución, por la lógica mediante la cual los Estado-Nación-Territorio son actores que compiten con el mismo objetivo: el desarrollo. En un estudios previo sobre la comunicación del cambio climático encontramos una sobrevaloración de los medios masivos, que tampoco consideraba los intereses económicos de estas empresas. Este “media-centrismo” coincide con el “estado-centrismo”, lo cual desplaza la mirada crítica sobre los principales actores económicos globales, y el sistema económico extractivista de la civilización moderna.
¿Qué hacer?
El gesto de las ONGs de “abandonar” la Cumbre tiene un alto efecto simbólico. Esto parece indicar que este diagnóstico crítico sobre las negociaciones climáticas como forma de “gobernanza global” también está siendo cuestionado, ya que como expresó el Earth Negotiations Bulletin, la protesta incluyó a las organizaciones que “usualmente se involucran constructivamente en las negociaciones”. A su vez, la COP-19 también fue escenario de discusión sobre el propio método de toma de decisiones, que busca resolver el problema de que las decisiones tomadas por consenso habiliten a un país al derecho de veto, a la vez que la democratización de este ámbito sigue pendiente.
Por ello, aunque por un lado el mismo comunicado advertía que las organizaciones volverían en la COP-20, que se hará en un año en Lima, también dejaban en claro otros ámbitos de acción. “Nos estamos enfocando en la movilización de la gente para empujar a nuestros gobiernos para que tomen el liderazgo climático en serio. Vamos a trabajar para transformar nuestros sistemas de energía y alimentos a nivel nacional y mundial, y reconstruir este sistema económico roto, para crear una economía sostenible y baja en carbono, con empleos decentes y medios de vida para todos y todas. Y vamos a presionar a todos para hacer realidad esta visión”, afirmaron.
Esta lectura de la situación es productiva, sobre todo si se traduce en un nivel estratégico. Si bien no puede abandonarse la participación en las cumbres, dirigir los mayores esfuerzos a este ámbito puede ser perjudicial y contraproducente, por los motivos expuestos arriba. De otra forma, lo que llamé “territorialización del cambio climático” puede ser una vía para un mayor involucramiento de los pueblos en la solución de un problema que los afectará directamente. Estos cambios protagonizados en el territorio incluyen la lucha contra el extractivismo y tienen como ventaja “bajar a tierra” el cambio climático, tal vez entendido como un problema etéreo, sin entidad concreta.
Si se puede dar este ejemplo, será la mejor presión para que los gobiernos cambien, pues los Estados suelen estar a la retaguardia de los procesos de transformación, por más que se postulen como líderes. La defensa de los bienes comunes (del bien común) es algo demasiado importante para las grandes mayorías, como para dejárselo en las manos de las élites globales. No es nuestra responsabilidad, sino nuestra propia esperanza.

Para seguir leyendo. “Guerras Climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI” de Harald Welzer, fue editado por Katz, y aparecido en Argentia en 2011. Más allá de su título de corte “sensacionalista”, el libro presenta un muy agudo estudio sobre la conflictividad social en general, y cómo factores de carácter ambiental, donde el cambio climático es uno de los más importantes, agrava esta situación. Este esquema de por sí no es novedoso, ya que es sabido que las “catástrofes” son situaciones donde el riesgo se combina con la vulnerabilidad de una sociedad. Sin embargo, la lectura de este ensayo académico es recomendada porque su autor se ha especializado en los estudios sobre la Memoria, en vinculación con las causas de genocidios. Por ello, indagar en el vínculo entre la crisis climática y el Holocausto resulta productiva, para comprender la psicología social que lleva en ocasiones a la violencia de un grupo mayoritario sobre un grupo minoritario.

En este sentido, los escenarios de cambio climático hablan de una mayor desertificación, de fenómenos climático extremos, de suba de nivel del mal; todos factores que convergen en un mayor número de refugiados ambientales, lo cual puede producir nuevos tipos de enfrentamiento, si también persiste la lógica de la disputa inter-nacional, más aún cuando los países desarrollados no asumen sus responsabilidades históricas. Welzer también coincide en que estos acuerdos internacionales sólo nos brindan la “ilusión” de una solución, mientras que los cientistas sociales están fallando en considerar las posibles consecuencias sociales trágicas derivadas de esta crisis ambiental. Mayormente un libro “pesimista”,  el autor se permite la posibilidad “optimista” de estar equivocado. Serán las acciones futuras, no predeterminadas pero sí condicionadas, las que permitan evaluar lo certero de este comentario.

Nota: Una versión de este trabajo, se presentó en las Jornadas Interdiscipliarias de la UBA.
Ver también:
Filipinas sufre falta de Justicia Climática (13-11-2013)
Día de Acción Climática: Cambio de Estrategia (2013)
En Copenhague el planeta fue el principal perdedor (2010)