La relación con el gigante asiático

TEMAS DE DEBATE: COMO SE RELACIONAN LOS PAISES DE AMERICA LATINA CON CHINA
En los últimos años se reconfiguró el comercio internacional y se incrementó el nivel de precios de los commodities dada la demanda de la modernización en China. Cómo impacta la estrategia de desarrollo de ese país en la economía mundial y particularmente en Sudamérica.
Producción: Tomás Lukin

Riesgo de reprimarización

Por Luciano Bolinaga *
España monopolizó el comercio con las colonias y aseguró su acceso a los recursos naturales en el Río de La Plata hasta 1809. Inglaterra emergió como nuevo socio comercial. La ruta a Cádiz fue remplazada por la de Liverpool y se abandonó el modelo mercantil por uno caracterizado por la primacía de las actividades pecuarias, las cuales cimentarían el modelo agroexportador argentino. Operando en el comercio internacional según las fuerzas de oferta y demanda, los talleres y obrajes criollos no pudieron competir con la producción industrial de las fábricas de Manchester que desembarcaba en el puerto de Buenos Aires. Esa coyuntura fue demarcando la inserción comercial internacional no sólo de Argentina sino de toda América latina (AL).
Dos siglos más tarde han cambiado los jugadores mas no las reglas del juego. La influencia de las grandes potencias orientó la estructura productiva de AL hacia la explotación de productos primarios y sus derivados: un modelo extractivista. Se promovió el comercio de materias primas por manufacturas y no el intraindustrial. Mal que nos pese, AL continúa erigiéndose como proveedor de materias primas.
A principios del siglo XXI emerge un nuevo orden internacional, se relocaliza el epicentro económico sobre el Pacífico Norte como consecuencia del ascenso de China. Se reconfiguró el comercio internacional y se incrementó el nivel de precios de los commodities, dada la demanda de la modernización en China. El país asiático representa más del 40 por ciento del consumo mundial de zinc, aluminio, cobre, carbón y carne de cerdo. Es el principal consumidor mundial de trigo, soja, arroz y carne. En este contexto, las potencias tradicionales debieron ceder espacios frente a la influencia china que emergía en diferentes partes de la periferia.
Desde 2004 China puso un pie en AL de forma pacífica pero abrupta: a) ha sido reconocida como “economía de mercado” por diferentes países de la región; b) ha impulsado las llamadas “asociaciones estratégicas”; c) redujo el reconocimiento hacia el gobierno de Taiwan; d) Beijing integró la misión de paz en Haití; e) ha negociado bilateralmente tratados de libre comercio, entre otros ejemplos. El discurso chino promulga un mundo multipolar y un sistema comercial multilateral donde los países se relacionen en igualdad de condiciones, no obstante se adoptó una política que profundiza el uso de la negociación bilateral, donde la asimetría de poder juega a su favor.
El comercio de China con AL reflota el tradicional modelo de intercambio entre países centrales y periféricos, lo cual se constata en dos factores: a) la composición sectorial de las exportaciones hacia China y b) la concentración de las mismas en escasos rubros, sin duda vinculados con los productos primarios. Según la Cepal las exportaciones de AL hacia China pasaron de 0,7 por ciento en 1990 al 9 por ciento en 2011, tendencia que se mantiene. La región se convirtió en el principal proveedor de China en lo que atañe a la soja, mineral de hierro, cobre, níquel, harina de pescado y otros productos primarios. Veamos la composición sectorial de la exportaciones de los países de AL hacia China en los últimos años: Argentina concentró el 75 por ciento en el complejo oleaginoso; Colombia el 90 por ciento en aceites crudos de petróleo o mineral bituminoso; Perú y Chile en cobre, hierro y sus derivados; Brasil se convirtió en el primer proveedor de granos de soja; el 87 por ciento de las venezolanas refirieron a petróleo y sus derivados; las ventas de Bolivia concentraron el 88 por ciento en minerales y sus derivados. De los casos analizados sólo México demostró mayor diversificación en sus exportaciones, aunque también adolece del mayor déficit comercial con China.
Quien no esté dispuesto a favorecer la reprimarización de su estructura productiva deberá vérselas con Beijing, y de ahí que la academia hable de un “consenso de los commodities”, al que algunos ya postulan como el “consenso de Beijing”. El “socio chino” no parece interesado en la industrialización sino en la reprimarización productiva. Se trata de una tendencia constante en la relación entre ALC y las grandes potencias. Tras dos siglos la región sigue presa de la fluctuación internacional de los precios de commodities y eso nunca promovió la industrialización de las estructuras productivas. En el caso argentino, ese modelo extractivista termina de manifestarse por la compra del 60 por ciento de Bridas por la China’s National Overseas Oil Co. y recientemente el 51 por ciento de la compañía cerealera Nidera por China National Cereals, Oil & Foodstuffs.
* Doctor en Relaciones Internacionales. Becario posdoctoral del Conicet. Autor del libro China y el epicentro económico mundial del Pacífico Norte.


El socialismo de mercado

Por Martin Burgos *
Las últimas decisiones del politburó de China han dado lugar a numerosas interpretaciones sobre la estrategia de desarrollo de ese país, y sus posibles repercusiones sobre la economía mundial. La principal discusión parece centrarse en el carácter de esas decisiones, en particular si constituye una transición hacia un modelo capitalista liberal. Esta es una oportunidad para ofrecer una perspectiva de largo plazo sobre el modo de desarrollo chino, cuya complejidad no puede captarse cabalmente con la mezcla de apertura neoliberal con filosofía oriental que suele difundirse al respecto. Esa interpretación deja de lado aspectos importantes del sistema económico chino, que configuran lo que se denomina “socialismo de mercado”.
Los cambios graduales que vienen generándose desde 1978 son en primer lugar cambios institucionales que operan sobre una economía planificada, muy poco monetarizada y de carácter paramercantil, heredada de la etapa maoísta. La unidad de análisis de la economía China hasta la década del 80 era la “unidad de trabajo”, una fábrica-hogar, en la cual la fábrica le aseguraba al obrero educación, salud, restauración, y un salario directo mínimo, en contraparte de su fuerza de trabajo. En ese esquema, el partido, los sindicatos, los cuadros altos, eran todos canales de disciplinamiento laboral orientado a lograr una productividad razonable.
El objetivo de las reformas fue autonomizar las empresas estatales otorgándoles personalidad jurídica en el marco de un naciente derecho privado. Y allí radica una de las claves para entender la economía china actual: la “privatización” de la economía no es la venta del patrimonio público, sino solamente la concesión de la gestión de la empresa a un grupo privado. De esa manera, en 2005 se calculaba que la mitad de las empresas industriales del país eran de propiedad totalmente pública, y la otra mitad parcialmente pública. Esos espacios de acumulación privados sirvieron para fomentar las exportaciones de industrias ensambladas que le permitieron a China afirmarse en los mercados mundiales.
Sin embargo, en los últimos años, la mirada de los especialistas se está orientando hacia aquellas empresas públicas que parecían condenadas a la “privatización” pero que se revelan como una herramienta fundamental del Estado chino para alcanzar sus objetivos estratégicos. Ellas son las que se encargan del aprovisionamiento en recursos naturales, tanto de petróleo (Cnooc), alimentos (como Cofco, que recientemente adquirió Nidera), aunque también se dedican a la fabricación y exportación de bienes industriales, como CSR –a quien Argentina le compró trenes recientemente–. Estas empresas de dimensiones monstruosas –junto a empresas privadas chinas– están empezando a generar fuertes cimbronazos en las estructuras de mercado más concentrados, siendo outsiders de peso y con capacidad de torcer decisiones de gobiernos nacionales. Los casos más resonantes tal vez son las guerras que se suceden en Africa, y cuyo principal motivo es la entrada de China como comprador e inversor en el mercado de hidrocarburos del continente.
Estas empresas públicas, asimismo, son uno de los tantos condicionantes que existen para pensar que el modo de desarrollo chino no es un modelo de “transición”, sino una necesidad, un equilibrio que puede ser perdurable. Entre esos condicionantes, el más importante es evitar que los 800 millones de campesinos inicien un éxodo urbano, cuyas consecuencias sociales serían inimaginables. Para ello resulta fundamental la articulación entre el régimen del hukou –por el cual se inmoviliza la población en su territorio de residencia– y el régimen de tenencia comunal de la tierra.
Las consecuencias políticas que se desprenden de lo dicho anteriormente son que la dirigencia china, a diferencia de la rusa, no reniega de la revolución socialista porque entiende que la planificación es lo que le permite erigirse en una clase protoburguesa. En efecto, el mantenimiento del control del Estado sobre la economía es el control de la dirigencia política sobre la economía, frente a los nuevos capitales provenientes de otros países. Paradójicamente, entonces, pareciera que algunas instituciones de la revolución siguen siendo funcionales para la “acumulación originaria” de la burguesía naciente en China, lo que podría explicar que el “socialismo de mercado”, más que una transición hacia el capitalismo liberal, es una forma atípica de desarrollo.
* Coordinador Departamento de Economía del Centro Cultural de la Cooperación.
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