El "stop and go" en versión energética

ARGENTINA VIVE OTRA CRISIS DERIVADA DE LA FALTA DE DÓLARES, ESTA VEZ EMPUJADA POR LA IMPORTACIÓN DE GAS

LA compra de combustible al extranjero complicó la balanza de pagos y aceleró la crisis.

El desarrollo de la economía argentina en el contexto de la industrialización por sustitución de importaciones (ISI) suele ser representado con el denominado modelo del “pare y arranque” (o “stop and go”, su nombre en inglés). La desarticulación del esquema internacional luego de la crisis de 1930 y la adopción de la ISI como política de Estado con la llegada del peronismo, convirtieron el sector industrial en el motor del crecimiento económico y en el gran generador de empleo del país.

Con acento en la industria liviana, el PBI creció en los primeros años y la inflación fue controlada ante la respuesta favorable de la oferta de bienes para absorber los aumentos de la demanda. Paralelamente, la ISI de bienes de consumo implicó un veloz incremento de las importaciones de insumos y maquinarias, ante la insuficiencia de las ramas básicas.

El punto débil radicó en que la orientación hacia el mercado interno ocasionaba que la producción industrial dependiera de la generación de divisas por parte del sector agropecuario, cuyas exportaciones no crecían al mismo ritmo que los requerimientos de importación. De este modo, la restricción externa constituyó un elemento inherente a la propia profundización de la industrialización.

La devaluación de la moneda nacional como mecanismo para corregir el déficit externo impacta en los precios internos y desencadena el “stop and go”: se parte de un período de crecimiento con aumento de la inversión, del producto y, en consecuencia, de las importaciones. Mientras el comercio exterior es superavitario, el proceso es acumulativo pero cuando se produce la escasez de divisas, la devaluación y la inflación provocan la contracción del producto y disminuyen las importaciones por la recesión (“stop”).

El restablecimiento del equilibrio externo tras el ajuste da inicio a un nuevo período de expansión (“go”), que se extiende hasta la próxima crisis. Episodios con estas características, aunque con distintos grados de intensidad, fueron recurrentes desde 1952 y muestran la limitación de un proceso de industrialización iniciado tardíamente, que dificulta la generación de divisas en el sector manufacturero ante la falta de competitividad internacional.

Las políticas de la última dictadura militar y el menemismo no solamente desmantelaron la industria sino que también adicionaron el requerimiento de dólares para mantener el tipo de cambio, para abonar los intereses de la abultada deuda externa y para habilitar la fuga de capitales. Por otra parte, la desregulación instrumentada desde 1989 en el sector energético derivó en la declinación de la extracción de hidrocarburos y en la paulatina necesidad de adquirirlos en el mercado externo.

La devaluación del 2002 y las medidas puestas en práctica desde el 2003 dieron inicio a un nuevo capítulo: altas tasas de crecimiento del producto, con el consiguiente estímulo a las importaciones. Mientras las compras al exterior crecieron en promedio a un ritmo del 22% anual, las exportaciones lo hicieron a un 12%, diferencia que desaceleró el superávit comercial. La cuenta corriente de la balanza de pagos se tornó negativa desde el 2010, afectada especialmente por los requerimientos de energía, que en el 2013 alcanzaron los 11.415 millones de dólares. El déficit de la cuenta capital y financiera consumó la pronunciada pérdida de reservas internacionales por 11.824 millones de dólares ese mismo año. Este escenario refleja la importancia de articular la política energética entre Nación y provincias, a fin de enmarcarla en un proyecto de desarrollo nacional.

*Economista de la UNC

Adriana giuliani *