Por Felipe Gutiérrez*, Lorena Riffo** y Fernando Cabrera*** / Revista Cítrica .- La posible externalización de factorías de cerdos desde China hacia la Argentina motivó un debate en torno a los impactos de este tipo de actividades. Lejos de guardar las formas, a través de redes sociales se cuestionó la existencia de un “ambientalismo falopa” antitodo. ¿Son “falopas” las distintas luchas socioambientales que se han dado durante los últimos años?
En la década de 1990 varias comunidades mapuche comenzaron a cuestionar las condiciones de vida en las que estaban inmersos a partir de la explotación petrolera en sus territorios. No denunciaban que las cigüeñas petroleras les afeaban el paisaje. Hablaban de enfermedades crónicas por exposición a los hidrocarburos, de imposibilidad de desarrollar su economía por la muerte del ganado. Hablaban de malformaciones fetales de sus hijes y abortos espontáneos. Una década después en Esquel la población se movilizó en contra de la megaminería no porque eran antidesarrollo. Sino porque la utilización del cianuro en la explotación les parecía una amenaza real para sus formas de vida como, de hecho, se había comprobado en innumerables otros territorios en América Latina.
Existe un sector político del país al que estos debates le pasan por el costado. Hay dos opciones para esa omisión. Una es que no lo vean, probablemente por la distancia con la que estos hechos ocurren desde sus sitios de observación. Entonces toda crítica “ambiental” les parece marginal, exterior, alejada. La otra opción es que no lo quieran ver, lo que es mucho más probable dada la dimensión que han tomado las luchas socioambientales. En ese caso la crítica les parece que es impropia en un país como la Argentina, en donde la prioridad del combate a la pobreza y desigualdad debe ser resuelta con un combo de explotación “sustentable” (como la “minería responsable” o el “fracking seguro”) y un avance hacia la industrialización. Desde esa perspectiva, todo debate “ambiental” parece desconectado de la realidad local, suena a clasemediero o a una traducción berreta de los debates del primer mundo.
Esta ceguera deviene en la incapacidad de cuestionar los pilares fundamentales del modelo económico. Es cierto que los ingresos generados a partir del sector agroexportador permitieron al Estado sostener, en parte, una serie de políticas sociales durante el boom del precio de los commodities, en la década pasada. De la misma manera es válido preguntarse cuáles son los problemas sociales y ambientales que implica el modelo agroindustrial, cuáles son sus límites, qué otras alternativas existen.
El horizonte planteado por Vaca Muerta de generación de empleo e ingreso de divisas es una pretensión que a ocho años de su puesta en marcha es indemostrable.
Pensemos el caso de la energía. Una versión radical del desarrollismo sostiene que una matriz con una alta participación de energía fósil es deseable ya que sigue siendo el fundamento del desarrollo, la industrialización y el bienestar social. El problema con esa posición no es lo que dice, sino lo que oculta: desigualdad, contaminación, represión, saqueo, dependencia económica y tecnológica. El fracking es mucho más que una técnica contaminante, es un modelo energético que a su vez sostiene un modelo social que es excluyente. Se lo pueden preguntar a las y los vecinos de Valentina Norte Rural, en el oeste de la capital neuquina, que no tienen acceso a la red de gas mientras el subsuelo de sus casas es fracturado.El horizonte planteado por megaproyectos como la Vaca Muerta exportadora en tanto generador de empleo, divisas e industria es una pretensión que a ocho años de su puesta en marcha es indemostrable. Solo existe en los discursos políticos de los distintos gobiernos pertenecientes a diferentes sectores políticos que han pasado por Nación, Neuquén, Río Negro y Mendoza durante la última década. Pero la obstinación por sostener la lectura lineal de que más chimeneas es igual a más desarrollo y menos pobreza, se sostiene sobre la omisión de la dimensión social, cultural, ambiental y económica del impacto del actual modelo.
Entonces mientras el mundo avanza hacia una transición energética, existen amplios sectores de la sociedad que empujan para que esa transición energética sea con justicia. Esto significa que no quede capturada en manos corporativas, y sea controlada de manera pública, al mismo tiempo que se aleja del consenso fósil. Esta perspectiva incluye también el hacer esa transición en conjunto con las y los trabajadores del sector, porque la solución tampoco sería que 3 mil familias de Río Turbio y 28 de Noviembre en Santa Cruz se queden en la calle cuando se decida cerrar la mina. Pero eso no nos impide observar y ser críticos respecto de la industria del carbón.
** Militante de Marabunta y becaria doctoral IPEHCS-Conicet-UNCo, docente en Fadecs-UNCo.
***Militante de Marabunta e integrante del Observatorio Petrolero Sur.