La Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra celebrada en abril pasado en Cochabamba, Bolivia, contó con la participación de más de 35.000 personas de 140 países.
La cumbre no sólo permitió establecer acuerdos programáticos frente a la degradación ambiental y las intenciones de los países más ricos de descargar buena parte de sus consecuencias sobre el Tercer Mundo, sino que también estimuló otro tipo de debates. A continuación reproducimos la polémica entablada entre Pablo Stefanoni -director de Le Monde Diplomatique Bolivia– y Hugo Blanco -miembro del Consejo Editorial de SinPermiso– en torno a lo que el primero ha denominado “pachamamismo”.
¿Adónde nos lleva el pachamamismo?
Pablo Stefanoni
La cumbre de Tiquipaya, más allá de los pollos, los gays y los calvos que ocuparon amplias portadas de los medios, en lo que podría interpretarse como un lapsus presidencial, dejó una evidencia hacia el futuro: el proceso de cambio es demasiado importante para dejarlo en manos de los pachamámicos. La pose de autenticidad ancestral puede ser útil para seducir a los turistas revolucionarios en busca del “exotismo familiar” latinoamericano y más aun boliviano (al decir de Marc Saint-Upéry) pero no parece capaz de aportar nada significativo en términos de construcción de un nuevo Estado, de puesta en marcha de un nuevo modelo de desarrollo, de discusión de un modelo productivo viable o de nuevas formas de democracia y participación popular.
Más bien, el pachamamismo –una suerte de “neolengua” a la moda- contribuye a disolver las profundas ansias de cambio de los bolivianos en el saco roto de una supuesta filosofía alternativa a la occidental, aunque a menudo es aprendida en espacios globales como los talleres de ONGs, en la calma de la Duke University o en los cursos supervisados por Catherine Walsh en la Universidad Andina o la Flacso Ecuador. Al final de cuentas, como queda cada vez más en evidencia, estamos en presencia de un discurso indígena (new age) global con escasa capacidad para reflejar las etnicidades realmente existentes. Y como en los países del socialismo real, esta “neolengua” puede ampliar hasta el infinito el hiato entre el discurso y la realidad (¿por qué no dicen nada del extractivismo y la reprimarización de la economía?, por ejemplo), debilitando las energías transformadoras de la sociedad.
Así, en lugar de discutir como combinar las expectativas de desarrollo con un eco-ambientalismo inteligente, el discurso pachamámico nos ofrece una catarata de palabras en aymara, pronunciadas con tono enigmático, y una cándida lectura de la crisis del capitalismo y de la civilización occidental. O directamente, exabruptos interpretativos, como el de Fernando Huanacuni, funcionario de la Cancillería, que le dijo a un diario argentino que el sismo en Haití fue un pequeño aviso del ímpetu económico-global-cósmico- telúrico-educativo de la Pachamama.
¿Acaso [el alcalde electo de El Alto y cuestionado dirigente sindical] Edgar Patana hace política desde una nueva espiritualidad, [el senador y Ejecutivo campesino] Isaac Ávalos interviene en el Senado pidiéndole permiso al abuelo Cosmos o [el viceministro de Régimen Interior] Gustavo Torrico manejará la Policía con el criterio de que los derechos de la Pachamama (y de las hormigas) son más importantes que los derechos humanos?
En Europa hay mucha más conciencia del reciclado de basura (incluyendo los plásticos) que en nuestro país, donde en muchos sentidos está todo por hacer, y un ecologismo informado –y técnicamente sólido- parece mucho más efectivo que manejar el cambio climático desde una supuesta filosofía originaria, a menudo una coartada de algunos intelectuales urbanos para no abordar los problemas urgentes que vive el país. Muchos de los errores oficiales en la cumbre no son ajenos a haberle entregado a los pachamámicos la temática del cambio climático, cuya irresponsabilidad impide a Bolivia jugar con seriedad en las grandes ligas mundiales. A muchos intelectuales, el laboratorio boliviano puede darles ingentes insumos para sus investigaciones, y muchas ONG están encantadas de financiar todo tipo de experimentos sociales. Pero para los bolivianos el costo de una nueva oportunidad perdida sería impagable por todos los proyectos de la Cooperación juntos.
Addendum
[Lo antedicho] provocó una respuesta airada de algunos compañeros, que –sin ser mencionados– se consideran parte de la corriente pachamámica, a la que, sin ninguna evidencia, buscan transformar en sinónimo de indígena y en la base ideológica única del actual proceso de cambio. En realidad, el indianismo era inexistente en el Chapare, y en el Altiplano, Felipe Quispe hablaba menos de la Pacha-Mama y el Pacha-Tata que de tractores, Internet, proyectos de desarrollo rural para los comunarios, en el marco de un proyecto nacionalista aymara. Kataristas e indianistas hacían política; los pachamámicos esoterismo. Yo nunca vi, pero quizás me equivoque, un bloqueo por el “vivir bien”.
Tampoco el pachamamismo fue la base discursiva de las rebeliones indígenas del siglo XVIII, XIX o XX, como Forrest Hylton lo muestra para Chayanta (1927), allí los caciques apoderados reclamaban educación y reconocimiento de sus autoridades y de sus tierras en alianza con sectores de la izquierda urbana, con una interpelación cargada de discursos antiesclavistas moderno/occidentales. Y en los 40 y 50 los sindicatos rompieron, en muchas regiones, con el rol conservador de las autoridades tradicionales en la preservación de un statu quo neocolonial. Muchas de sus categorías, como el chacha-warmi por tomar sólo una, no resisten la investigación histórica, y según Milton Eyzaguirre tiene más que ver con la imposición de la visión católica del matrimonio que con costumbres ancestrales. ¿Descolonizar será volver a las dos repúblicas del Virrey Toledo? Al fin de cuentas hay pachamámicos no indígenas e indígenas no pachamámicos -posiblemente la mayoría- por lo que considerar racista a cualquier crítica no tiene mucho asidero. Aunque parece profundamente radical, su generalidad “filosófica” no da ninguna pista sobre la superación del capitalismo dependiente, el extractivismo o el rentismo, ni sobre la construcción de un nuevo Estado, o la necesidad de formas “post peguistas” de hacer política. Aunque tiene poca incidencia en el Gobierno, el pachamamismo emite un discurso útil para que cualquier debate serio caiga en la retórica “filosófica” hueca.
El debate sobre la descolonización no puede dejar de lado la tensión entre la supervivencia del gueto (bajo la forma de la preservación de la identidad y la cultura ‘ancestrales’ o de las teorías del indio ‘buen agricultor’ o directamente buen salvaje- ecológico estilo Avatar) y la asimilación: acceso a la cultura ‘universal’. Posiblemente de una vía intermedia entre ambos extremos pueda surgir un camino exitoso de descolonización y movilidad social y cultural. (Por algo en algunas haciendas, los propietarios, no precisamente pluri-multis, sólo dejaban entrar a curas que hablaran en aymara con sus colonos…no fuera que aprendieran castellano y se marcharan).
El pachamamismo impide discutir seriamente –entre otras cosas– qué es ser indígena en el siglo XXI. ¿Acaso el propietario aymara de una flota de minibuses en El Alto, convertido al pentecostalismo, se puede asimilar sin más con un comunario del Norte de Potosí que sigue produciendo en el marco de una economía étnica? ¿cómo es posible aplicar el modelo comunitarista en un país mayoritariamente urbano y atravesado por todo tipo de hibridaciones/migraciones/inserción en los mercados globales y surgimiento de una burguesía comercial indígena/chola? Y finalmente: ¿quién eligió a los globalizados intelectuales “pachamámicos” para hablar en nombre de los indígenas de Bolivia y del mundo? Sí, son preguntas de un “mono-pensador” pero quizás valga la pena responderlas.
Pablo Stefanoni es director de Le Monde Diplomatique Bolivia
Página 7 (La Paz, Bolivia), 27 de abril y 4 de mayo de 2010
Sin Permiso
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Respuesta a “Indianismo y pachamamismo”
Hugo Blanco
Inicia el artículo deslindándose de la estúpida evaluación que de la Cumbre de Cochabamba hizo la derecha, parecía que haría un análisis de la reunión, pero por lo visto el racismo anti-indígena lo encegueció y no hay ninguna evaluación seria.
Veamos lo que de esa reunión dice Silvia Ribeiro, investigadora, periodista y coordinadora de campañas en temas ambientales en Uruguay, Brasil y Suecia. Conferencista internacional sobre esos temas y que ha seguido las negociaciones de diversos tratados ambientales de la ONU:
“La convocatoria a esta cumbre rebasó todas las expectativas, tanto en número (35,000) como en contenido, convirtiéndose en un hito histórico en el debate internacional sobre la crisis climática. Ante las maniobras de los gobiernos poderosos en Copenhague, Bolivia convocó a las bases de las sociedades del mundo a manifestar sus posiciones y plantearlas a los gobiernos. Ambas cosas sucedieron en forma contundente. También se afirmaron las redes e interacciones entre los movimientos ………”
“Se creó sí, una base común para la comprensión, el análisis crítico y las estrategias frente a la crisis climática, enriquecida por diversas perspectivas desde muchas culturas, pueblos, organizaciones temáticas y sectoriales del continente y el mundo. El Acuerdo de los Pueblos en Cochabamba refleja esto (www.cmpcc.org) .”
Un analista serio debiera haber comenzado precisamente evaluando las conclusiones de la reunión: El “Acuerdo de los Pueblos” que menciona Ribeiro, Stefanoni no hace eso, el único comentario que hizo de dicha reunión en otro artículo suyo es: “poco provechosa sería la cumbre si sólo sirviera para confirmar la (merecida) popularidad internacional de nuestro Presidente y para hacer anticapitalismo emotivo en una multitudinaria catarsis colectiva.”
Stefanoni dice: “Muchos de los errores oficiales en la cumbre no son ajenos a haberle entregado a los pachamámicos la temática del cambio climático”
¿Quién les entregó? Morales luego de su correcta intervención en Copenhague, que precisamente concordaba con el sentimiento de los 100, 000 que protestaban ante la inacción de los gobiernos, fue el único presidente que convocó a la cumbre no sólo a los indígenas sino a la población mundial.
Nadie ha entregado a los indígenas la temática del cambio climático, son ellos quienes día a día vienen luchando y muriendo como en Bagua, Perú, en defensa de la Madre Tierra y contra la contaminación ambiental que produce la acción de las grandes empresas multinacionales. En estos momentos los indígenas ecuatorianos han pasado a la oposición al “Socialismo del Siglo XXI” de Correa por su política extractivista. Pero estas batallas ecologistas no tienen importancia para el autor, no igualan al ecologismo civilizado: “En Europa hay mucha más conciencia del reciclado de basura (incluyendo los plásticos) que en nuestro país, donde en muchos sentidos está todo por hacer, y un ecologismo informado -y técnicamente sólido- parece mucho más efectivo que manejar el cambio climático desde una supuesta filosofía originaria”.
Concordamos con las críticas de los compañeros de la mesa 18 a la continuación del extractivismo que practica el gobierno boliviano, ellos precisamente le critican por no se ser, en palabras de Stefanoni, un “pachamamista” consecuente.
Entre otras cosas Stefanoni dice “Yo nunca vi, pero quizás me equivoque, un bloqueo por el “vivir bien”.
En el Perú las batallas mencionadas en defensa del medio ambiente, son dadas por el “buen vivir” en contra de la escuela que nos da el capitalismo de “ganar más dinero en el menos tiempo posible”, hace poco una mujer combatiente declaró: “no voy a comer oro”.
“El discurso pachamámico, en este y otros puntos, no hace más que llevar los debates al terreno de la filosofía, una disciplina digna del máximo respeto excepto cuando se la usa como coartada para no abordar los problemas candentes que debemos enfrentar.”
Estamos de acuerdo en no usarlo como coartada, pero tenemos derecho a usarlo para defender a Pachamama, no ha de ser Stefanoni quien nos ordene abandonar nuestro modo indígena de ver el mundo que por supuesto no es el suyo. Tenemos derecho a mantener y desarrollar nuestra identidad así como él tiene el derecho a mantener su visión del mundo.
“El debate sobre la descolonización no puede dejar de lado la tensión entre la supervivencia del gueto (bajo la forma de la preservación de la identidad y la cultura ‘ancestrales’ o de las teorías del indio ‘buen agricultor’………
En primer lugar hablemos del gueto, La gran mayoría de los indígenas no somos ni queremos ser un gueto. (Por supuesto que hay excepciones que sí tienen ese espíritu racista al revés, como Felipe Quispe mencionado con respeto por el autor). El partido Pachacuti de Ecuador admite gringos en sus filas, con tal de que estén de acuerdo con su programa. En el Perú nos consideramos parte del movimiento popular. Morales invitó a todo el mundo a venir a la reunión (desgraciadamente muchos de los europeos que estuvieron en Copenhague no pudieron hacerlo porque las cenizas del volcán islandés impidieron los vuelos),
El mejor ejemplo son los mayas de Chiapas que declararon “Somos indígenas, estamos orgullosos de serlo, queremos que nos respeten como indígenas. Nos consideramos hermanos de todos pobres de México y del mundo.” Recordemos que la primera reunión internacional para debatir “Contra el neoliberalismo, por la humanidad”, mucho antes que los Foros Sociales Mundiales, se realizó en el barro de Chiapas ante el llamado de los indígenas zapatistas, a ella asistieron representantes de 70 países.
Sobre “el indio buen agricultor” , por supuesto que es así, tenemos una herencia milenaria acerca de cómo cultivar resguardando el suelo, la agricultura indígena no practica el monocultivo asesino del suelo ni usa agroquímicos que también matan el suelo, como sí lo hace la agroindustria moderna que además usa transgénicos y ha descubierto la maravilla del terminator, que es una semilla que no sirve para la reproducción. La agricultura indígena practica, entre otras cosas, los cultivos asociados y la rotación de cultivos, que conservan el suelo.
“el proceso de cambio es demasiado importante para dejarlo en manos de los pachamámicos”
¿Quién quiere eso? El movimiento indígena, que lucha por el cambio, llama a todo el pueblo a que se incorpore a esa lucha.
“La pose de autenticidad ancestral puede ser útil para seducir a los turistas revolucionarios en busca del “exotismo familiar” latinoamericano ….. pero no parece capaz de aportar nada significativo en términos de construcción de un nuevo Estado, de puesta en marcha de un nuevo modelo de desarrollo, de discusión de un modelo productivo viable o de nuevas formas de democracia y participación popular.”
“su generalidad “filosófica” no da ninguna pista sobre la superación del capitalismo dependiente, el extractivismo o el rentismo, ni sobre la construcción de un nuevo Estado”
La comunidad indígena existe en cualquier país americano con población indígena, Bolivia, Chile, Honduras, México, EEUU, Canadá.
El espíritu de dicha comunidad es que es la colectividad quien manda (esto no excluye que haya comunidades deformadas por el entorno capitalista que les rodea). Es, en pequeño, un organismo de poder político, en lucha y convivencia con el poder del sistema.
Las luchas contra el sistema la fortalecen como organismo de poder. Eso viví personalmente en La Convención, Cusco, durante la lucha por la tierra. Eso vimos el año pasado luego de la masacre de Bagua, cuando la policía tenía miedo de entrar a muchas comunidades selváticas que eran regidas por el gobierno comunal. Ese fortalecimiento vemos ahora en Ecuador como producto de la tensión que existe entre los indígenas y el “socialismo del siglo XXI”. En el Cauca, Colombia, a pesar del ataque del gobierno, los paramilitares y las FARC, la organización indígena se da a niveles superiores de la comunidad, están organizados conjuntos de comunidades.
El mejor ejemplo son los indígenas de Chiapas, donde hace más de 16 años los indígenas se gobiernan a sí mismos en forma colectiva, auténticamente democrática, mediante las “Juntas de Buen Gobierno” en que sus componentes practican la rotatividad y no ganan sueldo, El Ejército Zapatista de Liberación Nacional, compuesto también por indígenas, no participa del gobierno, sus miembros están impedidos de ser miembros de las juntas, su función es resguardar a las poblaciones indígenas de los ataques del “mal gobierno”.
Los indígenas no “toman” el poder, lo construyen en forma auténticamente democrática desde abajo, no lo llaman “socialismo” porque el gobierno “socialista” de Chile encarcelaba mapuches usando las leyes de Pinochet, y, en Ecuador, como dijimos, están en lucha con el “Socialismo del Siglo XXI”. Más tarde o más temprano se enfrentarán en Bolivia con el gobierno del “Movimiento al Socialismo”, que todavía no es el gobierno democrático indígena, sino un gobierno antimperialista intermediario entre la oligarquía y la población indígena y boliviana en general, algo parecido a los gobiernos de Ecuador y Venezuela.
Esperamos que la población no indígena también participe en la construcción de la nueva sociedad, nos alegra la existencia de fábricas recuperadas en Argentina, probablemente hay otros ejemplos.
El uso del lenguaje pachamámico por organismos de gobierno y ONGs, que lo usan para frenar el movimiento y otros fines, no invalidan el espíritu indígena, la cosmovisión indígena, el lenguaje indígena, la lucha indígena.
El “marxismo-leninismo” también fue usado en la Unión Soviética para masacrar a la vanguardia obrera, lo que no invalida el marxismo ni el leninismo. Los gobiernos neoliberales llamados “democráticos”, no invalidan la democracia. – Lima, 11 de mayo del 2010
Hugo Blanco es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.
www.sinpermiso.info, 16 mayo 2010
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Pachamamismo ventrílocuo
Pablo Stefanoni
Saludablemente, con enojo o sin él, se abrió un debate necesario sobre el pachamamismo, que movilizó argumentos y dejó en evidencia la consistencia o falta de ella de ciertos planteos. Lamentablemente, la mayoría de las respuestas pachamámicas a las dos columnas anteriores (“¿A dónde nos lleva el pachamamismo?”, “Indianismo y pachamamismo”) se proponen “ir más allá” del tema en sí, con lo que no responden a ninguna de las cuestiones puntuales allí propuestas y se vuelven generalidades sobre el pensamiento cartesiano y otras cuestiones que no tienen nada que ver con la discusión.
Otras se dedican, simplemente, a cuestionar mi “posición de sujeto” etnocéntrica, eurocéntrica, racista, monopensante e incluso –y sorprendentemente– cientificista (lo que no deja de resultar llamativo proviniendo de catedráticos universitarios, incluso de universidades de EE.UU.).
Pero más sintomático aún es que, para legitimarse, la mayoría de ellos hablen en nombre de los indígenas y subalternos del mundo entero, en una operación de ventrilocuismo a gran escala. Supongo que en ciertos espacios moderno-occidentales hablar en nombre de los indios es una buena fuente de capital simbólico. El periódico indianista Pukara ya puso en evidencia cómo muchos análisis sobre los indígenas como buenos ecologistas reproducen con otros términos las visiones coloniales del buen salvaje. Y el film Avatar, elogiado por varios de quienes me acusaron de racista, reproduce también bastante de eso, con el héroe blanco-americano salvando a unos desorientados (e ingenuos) indios na’vis.
Insisto, aunque seguramente algunos seguirán ignorando deshonestamente anteriores aclaraciones: cuando hablé de pachamamismo no me refería ni me refiero a los indígenas, ni a una corriente ideológica o intelectual definida, sino a un discurso difuso y vacío (proveniente de algunos, no todos, decoloniales, subalternistas y autonomistas, además de adherentes a otras corrientes postmodernas) sobre la Pachamama y una supuesta epistemología antimoderna, que construye una cosmovisión andina de salón, y ventrilocuea a los indígenas realmente existentes de quienes se atribuye su representación. En ninguna de las columnas me burlé de las ceremonias indígenas, que se imbrican –también hay que decirlo– en un catolicismo popular que permea el mundo indígena y que convive en tensión con masivas conversiones al evangelismo pentecostal, todo lo cual es demasiado empirista y/o descriptivista para los pachamámicos. Tampoco mi texto era una descalificación de la contracumbre de Tiquipaya sino acerca de los pasos en falso que el discurso pachamámico hueco nos llevará a dar si no discutimos sus contenidos. No vamos a enfrentar en serio a Copenhague con eso. Y los propios errores de Evo no son ajenos a cierta influencia de esa “corriente”.
Por ejemplo Melanie Belanger me acusa de no entender nada de “la cosmovisión autóctona de la Pachamama” y dice que quiero ridiculizarla al mencionar que –según algunos– los derechos de las hormigas son más importante que los derechos humanos… al parecer no se enteró que esa es una cita literal del canciller David Choquehuanca, a quien la autora quizás nunca escuchó. Otras críticas (Hugo Blanco) apuntan a que sí hay luchas por el “vivir bien”, por ejemplo, frente a la minería tóxica. Y es cierto, pero también es cierto que en Argentina esas masivas y combativas luchas contra las transnacionales y el modelo extractivista son protagonizadas también por comunidades modernas y occidentales que no quieren que sus pueblos sean envenenados con cianuro.
El viceministro Raúl Prada responde con frases del estilo: “Desde esta perspectiva habría que acercarse a la cosmovisión de la pacha, al complejo configurativo de la alajpacha, espacio tiempo del pluriverso, de la acapacha, espacio-tiempo del lugar, del aquí y ahora, de la mancapacha, del espacio-tiempo interior, que puede también ser el subsuelo. Todas estas configuraciones se interrelacionan, interactúan y son interdependientes en el takpacha, la totalidad de los espacio-tiempos. Dependiendo desde donde se haga circular estas figuraciones, parece que el titi, el felino que cruza los puentes de los mundos, juega un papel simbólico de articulación, de tránsito, de movimiento”.
Hace unos años, Prada escribía en “La fuerza del acontecimiento” (Tiempos de rebelión, autores varios, Comuna, 2001): “Lo que en la tradición filosófica occidental se llama ser corresponde en el canto de los astros al sol, en los símbolos-animales fabulosos al león alado, lo que correspondería en los símbolos-animales terrestres al león normal, que también puede ser el águila, o en otras geografías culturales, al toro y al pavo real. Estas simbolizaciones corresponden musicalmente al sonido del fa”. Lo que recibió una larga respuesta de la antropóloga Alison Spedding:
“[Todo] esto quizás pasaría como aporte de un panfleto de los rosacrucianos, pero me es difícil entender qué tiene que ver con una ‘Ontología originaria’, título del acápite donde figura. Pero al menos Prada habría leído a Hegel y a otros filósofos occidentales, mientras que cuando se pone a hablar de ‘la huella del Pacha’ sin entender ni jota de idiomas nativos se llega más allá de la ridiculez.
[Escribe Prada] ‘La vinculación de pacha no se reduce a su connotación espacial sino también al tiempo: Nayra-pacha, jichha-pacha, kuna-pacha. Por otra parte, tiene una tercera connotación, también conocida, como dualidad, esto se hace evidente por su vinculación con paya, que implica al número dos… Quizás el sentido más pleno de pacha… es diferencia, en tanto y en cuanto se entienda diferencia como diferimiento y separación… una vez que se anuncia paya, rápidamente nos hace pensar en una relación de fuerzas, que sería Pa-ch’ama, como dos fuerzas haciendo la totalidad-Pacha’.
No consta –prosigue Spedding– si Prada está hablando de aymara o quechua, dado que pacha en el (supuesto) sentido de tiempo-y-espacio figura en ambos, y de hecho en quechua tiene sólo ese significado (kay pacha como ‘este mundo’, ñawpa pacha ‘el mundo de antes’, el ‘mundo antiguo’, etc.) mientras que en aymara tiene varios homónimos. Por ejemplo, la frase kuna pacha en aymara sería entendido como la pregunta kunapachasa? ¿qué puede ser? (por ejemplo al escucharse un ruido súbito sin saber qué lo ha provocado), en este caso pacha proviene del tiempo verbal indiferencial y no tiene nada que ver con el sustantivo pacha. Los comentarios de Prada se dirigen aparentemente sólo a este último, entonces corresponderían más al quechua que al aymara, pero en quechua paya significa “mujer vieja, anciana” y no el número dos que es (no implica) paya en aymara.
Fonéticamente, el ch simple de pacha es totalmente distinto al glotalizado de ch’ama (fuerza, esfuerzo) y de ninguna manera podrían llegar a ser homónimos o derivados el uno del otro. Y de todos modos, incluso si el autor supiera de qué está hablando ¿qué tienen los conceptos de la naturaleza reproductora, la alteridad y el undsoweiter con el “nuevo levantamiento popular” con el que comienza su ensayo?”.
Casualmente nadie respondió a los exabruptos sobre los ímpetus educativos de la Pachamama en Haití…
En fin, el pachamamismo es un buen negocio y es comprensible que muchos lo defiendan como tal. Incluso quienes pasaron con el mismo dogmatismo de Trostky o Mao a la filosofía new age / pachamámica, que -insisto- confunde todo, impide discutir/cuestionar seriamente el desarrollismo y no nos dice nada sobre el nuevo Estado, el nuevo modelo económico ni cómo mejorar, efectivamente, la vida de los históricamente excluidos y marginados. También oculta que los avances en ese sentido en Bolivia se vinculan más a ciertas políticas keynesianas/socialdemócratas/nacional-populares que a la aplicación de estos enredados juegos del lenguaje que aburrirían en dos minutos a cualquier indígena del Altiplano, los valles o la amazonía bolivianos.
Hay muchas y valiosas corrientes ecologistas, ecosocialistas, indianistas, alterglobalizadoras, ambientalistas consistentes a las que estos discursos le quitan cualquier seriedad si no se logra hacer la distinción.
Pablo Stefanoni es director de Le Monde Diplomatique en Bolivia y corresponsal en La Paz del diario argentino Clarín.
Rebelión, 28 mayo 2010
Sin Permiso
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Nuevamente Stefanoni y el pachamamismo
Hugo Blanco
La vanguardia en el desarrollo de la lucha contra el sistema en el continente indudablemente la ocupa el movimiento indígena
A pesar de la educación que todos hemos recibido: Que son culturas primitivas que hace mucho tiempo fueron superadas con el desarrollo de la humanidad, cada vez más gente de la que lucha contra el sistema constata esta realidad irrefutable.
El sistema, sabiendo el peligro que implica para él la extensión del respeto y solidaridad que estas luchas despiertan en los pueblos no indígenas del mundo, hace esfuerzos por combatirlo, apelando a los prejuicios sostenidos por él. No nos sorprende que así lo haga ni que la población domesticada por él nos desprecie.
Pero sí me alarmó cuando vi en páginas rebeldes de internet el artículo racista del “progresista” Stefanoni.
Comencemos por el título: “¿A dónde nos lleva el pachamamismo?”
El término Pachamama (Madre Tierra o Madre Naturaleza) tiene profundas implicancias para nuestra cultura. En los últimos años, repito, los pueblos indígenas se han puesto a la cabeza de la lucha contra la depredación de la naturaleza que hace el sistema gobernado por las grandes empresas multinacionales, del cual la mayor parte de los gobiernos no son sino sus sirvientes.
Viendo eso, quienes actúan contra el sistema, apoyan nuestra lucha, precisamente usando el término de naturaleza en mi idioma que no es más que uno de los muchos de nuestros pueblos: Pachamama.
Cito a la célebre ecosocialista catalana Esther Vivas: “Asimismo, hay que integrar las demandas de los pueblos originarios, el control de sus tierras y bienes naturales, y su cosmovisión y respeto a la “pachamama”, la “madre tierra”, y la defensa del “buen vivir”. Valorizar estas aportaciones que plantean un nuevo tipo de relación entre humanidad y naturaleza es clave para enfrentar el cambio climático y la mercantilización de la vida y del planeta.”
Esa palabra es nuestra bandera de lucha.
Y es esa palabra la que él usa en términos despectivos, denigrándola. Que funcionarios gubernamentales y ONGs la usan para fines contrarios a los nuestros, es cierto, precisamente la usan sabiendo la gran implicancia que tiene para nuestros pueblos. Estoy de acuerdo en denunciar ese uso espurio, esto no implica denigrar algo sagrado para nuestros pueblos.
Pero ese es sólo el comienzo del combate de Stefanoni a nuestros movimientos. Luego viene el desprecio por nuestra lucha, por nuestra agricultura ecológica, por lo que se ha dado en llamar “buen vivir”. La lucha por la recuperación de nuestra identidad es calificada como construcción de un gueto y por último nos descalifica en la lucha por un cambio de sistema.
La respuesta de Stefanoni a mis críticas es una no respuesta.
Él dijo:
“Muchos de los errores oficiales en la cumbre no son ajenos a haberle entregado a los pachamámicos la temática del cambio climático”
Le respondí:
“Nadie ha entregado a los indígenas la temática del cambio climático, son ellos quienes día a día vienen luchando y muriendo como en Bagua, Perú, en defensa de la Madre Tierra y contra la contaminación ambiental que produce la acción de las grandes empresas multinacionales. En estos momentos los indígenas ecuatorianos han pasado a la oposición al “Socialismo del Siglo XXI” de Correa por su política extractivista.”
Si se refiere al presidente
“Morales luego de su correcta intervención en Copenhague, que precisamente concordaba con el sentimiento de los 100, 000 que protestaban ante la inacción de los gobiernos, fue el único presidente que convocó a la cumbre no sólo a los indígenas sino a la población mundial.”
No responde si insiste en que alguien les entregó la temática de la defensa de la naturaleza o reconoce que fueron los indígenas quienes con su lucha ganaron ese lugar o si Morales fue o no el único presidente que convocó a una reunión sobre el cambio climático.
Critico que no señala la importancia de las luchas indígenas en defensa de la naturaleza y que opina que más autoridad que ellos para encabezar la defensa de la naturaleza son quienes reciclan la basura:
“En Europa hay mucha más conciencia del reciclado de basura (incluyendo los plásticos) que en nuestro país, donde en muchos sentidos está todo por hacer, y un ecologismo informado –y técnicamente sólido- parece mucho más efectivo que manejar el cambio climático desde una supuesta filosofía originaria, a menudo una coartada de algunos intelectuales urbanos para no abordar los problemas urgentes que vive el país.”
No responde si continúa considerando que en la lucha por la defensa del medio ambiente el reciclado de la basura es más importante que batallas como la de Bagua.
Él señaló:
“Yo nunca vi, pero quizás me equivoque, un bloqueo por el “vivir bien”.
Le respondí:
“En el Perú las batallas mencionadas en defensa del medio ambiente, son dadas por el “buen vivir” en contra de la escuela que nos da el capitalismo de “ganar más dinero en el menos tiempo posible”, hace poco una mujer combatiente declaró: “no voy a comer oro”.”
Es a lo único que me contesta:
“Otras críticas (Hugo Blanco) apuntan a que sí hay luchas por el “vivir bien”, por ejemplo, frente a la minería tóxica. Y es cierto, pero también es cierto que en Argentina esas masivas y combativas luchas contra las transnacionales y el modelo extractivista son protagonizadas también por comunidades modernas y occidentales que no quieren que sus pueblos sean envenenados con cianuro.”
Afortunadamente reconoce que “es cierto” y señala que esas luchas también son desarrolladas por comunidades “modernas y occidentales”. No desconocemos eso, no dije que eso no fuera así; considero, por ejemplo, que indígenas y no indígenas tenemos mucho que aprender de la inteligente y creativa lucha de la población de Andalgalá en Catamarca, Argentina.
Él dijo:
“El debate sobre la descolonización no puede dejar de lado la tensión entre la supervivencia del gueto (bajo la forma de la preservación de la identidad y la cultura ‘ancestrales’ o de las teorías del indio ‘buen agricultor’………
Le respondí que el reivindicar nuestra identidad indígena no implica “la supervivencia del gueto” y señalé varios ejemplos, él no contesta, no dice si insiste en que reivindicar nuestra identidad implica o no la supervivencia del gueto.
También le respondí que efectivamente somos buenos agricultores, que trabajamos la tierra sin deteriorar el medio ambiente a diferencia de la “moderna” agricultura usada por las grandes empresas agrícolas multinacionales que asesinan el suelo con la monoproducción, los transgénicos, el uso de agroquímicos y que han inventado el “terminator”, la maravillosa semilla que no germina.
No dice ninguna palabra al respecto, no se sabe si reconoce que la agricultura indígena (y del pequeño campesino no indígena) es mejor para la naturaleza o considera que lo es la agricultura “moderna” de las multinacionales.
Afirma:
“La pose de autenticidad ancestral puede ser útil para seducir a los turistas revolucionarios en busca del “exotismo familiar” latinoamericano ….. pero no parece capaz de aportar nada significativo en términos de construcción de un nuevo Estado, de puesta en marcha de un nuevo modelo de desarrollo, de discusión de un modelo productivo viable o de nuevas formas de democracia y participación popular.”
“su generalidad “filosófica” no da ninguna pista sobre la superación del capitalismo dependiente, el extractivismo o el rentismo, ni sobre la construcción de un nuevo Estado”
Refuté esta afirmación, pues las luchas indígenas no son sólo en defensa del medio ambiente sino también en defensa de su organización colectivista, auténticamente democrática, lo que precisamente significa defender los embriones de lo que en occidente se denomina socialismo, pero que los indígenas no le dan ese nombre pues a veces están luchando en esa defensa contra gobiernos denominados “socialistas” como lo fue el de Bachelet y ahora lo es el de Correa, puse el ejemplo de Chiapas (donde desde hace más de 15 años están construyendo un poder alternativo al capitalismo) y otros.
¡Ni una palabra de respuesta a esto, ni negativa ni positiva!
Es necesaria una respuesta que sea verdaderamente respuesta.- 7 de junio de 2010
Hugo Blanco es miembro del Consejo Editorial de SinPermiso.
www.sinpermiso.info, 13 junio 2010