El fondo del mar parece guardar secretos inabordables. Los viajes a sus profundidades han tenido más de cinco minutos de fama, reflejados en ficciones muy populares como las 20 mil leguas de viaje submarino de Julio Verne, en el siglo XIX, o la película devenida en serie televisiva, Viaje al fondo del mar de Irwin Allen, en la década de 1960. El desafío del mar profundo no sólo ha cautivado a aventureros de ficción o a científicos en busca de conocimiento. Más del 80 por ciento de las reservas petroleras del mundo están en el mar. Un botín atractivo para las grandes empresas energéticas, más aun frente a la suba del precio internacional del llamado –acertadamente– oro negro.
La explotación petrolera en el mar profundo tiene sus bemoles. La elevadísima presión hace que las maquinarias estén expuestas a fallos impensados para la superficie terrestre. En lo que algunos llaman la era del tough oil (petróleo difícil de extraer), la búsqueda del crudo se realiza en condiciones extremas en las que cualquier falla puede resultar irreversible y ocasionar una verdadera marea negra. Algo así pasó con la plataforma petrolera de la British Petroleum (BP) que operaba en el Golfo de México. La rotura de una tubería a unos 1500 metros de profundidad provocó el que ya es considerado como el mayor derrame de petróleo de la historia. Pero las mareas negras también pueden provenir de averías, acciones de guerra o choques que tienen por protagonistas a los buques de transporte, tanto en aguas de mar como en ríos. El petróleo derramado puede llegar a tener magnitudes asombrosas –varios cientos de miles de toneladas–, causando un enorme daño ecológico muy difícil de reparar. Pero también existen pequeños vertidos diarios que, aunque son menos espectaculares y mediáticos que los grandes derrames, aportan su granito de arena –o, más bien, de contaminación– a este complejo panorama.
En la Argentina tambien se consigue
El 15 de enero de 1999, un buque petrolero de la empresa Shell Estrella Pampeana fue embestido por el carguero SEA Paraná, de bandera alemana, en el Río de la Plata, a la altura de Punta Indio, en una zona donde el canal de navegación se hace muy estrecho. El detalle es que el buque petrolero llevaba unas 3 mil toneladas de crudo hacia el puerto de Buenos Aires, lo que derivó en un derrame de petróleo que abarcó unas 10 hectáreas con un plus preocupante: afectaba a una gran reserva de agua dulce.
Luego de producido el derrame, no había mucho que hacer. Si con una ayudita de los vientos no se producía una típica sudestada, el crudo drenaría sus fracciones más pesadas hacia el océano por el canal de navegación, mientras las más volátiles se evaporarían en unos días. Las consecuencias del accidente afectaron al medio ambiente circundante y a la salud de los habitantes de la zona costera cercana, en especial en el partido de Magdalena. La economía local no escapó al impacto negativo del accidente. Los turistas que solían descansar en la zona se esfumaron y también los juncos que poblaban la zona ribereña y que brindaban una materia prima accesible a artesanos locales.
El remedio y la enfermedad
Ocurre que, una vez derramado, no existe forma de que se pueda eliminar con efectividad y rápidamente una mancha de petróleo. El petróleo crudo es una mixtura compleja de sustancias químicas en la que predominan los hidrocarburos, compleja y difícil de degradar. El uso de dispersantes químicos compuestos de disolventes y agentes tensioactivos suele resultar tanto o más contaminante que el derrame mismo. Los disolventes fraccionan la estructura original del petróleo. Esas fracciones son encerradas en gotas por acción de una sustancia surfactante que actúa como un detergente hogareño frente a las manchas de grasa. Luego las gotas son sumergidas en las profundidades, limpiando la superficie exterior como quien oculta la tierra debajo de la alfombra, pero haciendo más difícil su posible recolección y con riesgos para el ecosistema subfluvial o submarino. En muchos casos, como reza un dicho popular, el remedio es peor que la enfermedad.
Se han ensayado soluciones drásticas y peligrosas. Una de ellas consiste en generar un incendio controlado en una región delimitada por técnicas de confinamiento, demarcadas por mallas de contención. Así se logra eliminar grandes cantidades de petróleo en zonas marítimas lejanas a la costa, pero generando un humo de alta toxicidad que puede ser llevado a grandes distancias por capricho del viento. En el derrame de la BP se pensó en cortar el flujo de crudo, construyendo sobre la tubería averiada una enorme estructura de cemento que actúe como contenedor, con ciertas reminiscencias de la estructura de cemento y plomo ideada para aislar los restos de la central nuclear de Chernobyl.
Bajen la barrera
En las regiones costeras del Golfo de México se propuso construir barreras de piedra o de arena que, extendidas por decenas de kilómetros, impidan que el petróleo ingrese a las playas y a los cursos de agua en el sur de los Estados Unidos. Una solución resistida por los científicos, que la consideran no solo inútil sino dañina para el medio ambiente, pero avalada por ciertas organizaciones políticas y ciudadanas. Llevar a cabo tales barreras implica un enorme costo económico que la empresa BP parece estar dispuesta a financiar a cambio de evitar demandas judiciales.
Como se ve, nada que asegure un resultado digno. Ante la falta de propuestas rigurosas para la limpieza del derrame surgieron otras que suenan menos convencionales. Una organización ecologista del sur de los Estados Unidos busca recolectar cabello para construir una especie de esponja gigantesca que chuparía el crudo, aprovechando la capacidad del pelo de absorber las grasas. Una cruzada que se ha extendido a nivel mundial gracias a Internet y las redes sociales más populares.
El derrame de petróleo en el Golfo de México fue el tema de una conferencia TED, la TEDxOilSpill. Allí la X-Prize, una fundación de fomento a la innovación, anunció que otorgará un premio millonario a la solución más creativa e innovadora para el derrame. Materia prima no falta: 35 mil ideas para resolver el problema fueron recibidas por la fundación X-Prize, BP y el gobierno estadounidense, aun sin que medie convocatoria alguna.
En tanto, la ciencia encara la búsqueda de las esquivas soluciones con pequeños y efectivos aliados: tal es el caso de las bacterias biorreparadoras y los nanotubos, que prometen una solución compatible con el cuidado del ambiente para las mareas negras.
Las intrepidas bacterias verdeazuladas
Las cianobacterias son muy especiales: si bien hoy en día el consenso científico las ubica en el grupo de las bacterias, durante mucho tiempo se discutió su condición de bacterias o algas. Por su tamaño aparentan ser algas verdeazuladas: son muy grandes para ser bacterias. Pero sus células son procariotas –no tienen núcleo rodeado por membrana–, a diferencia del resto de las algas. En lo que sí siempre hubo acuerdo es que son microorganismos muy ubicuos. Se distribuyen ampliamente por los ecosistemas y tienen la capacidad de vivir y reproducirse a sus anchas en ambientes que para otras bacterias serían letales, por ejemplo en medios de elevadas temperaturas o salinidad. Estos aguerridos microorganismos proliferan en las comunidades bacterianas de las costas que han sido afectadas por un derrame de crudo, y varias líneas de investigación se abocan a estudiar su uso en la biorreparación de ambientes contaminados por petróleo.
Socios a la fuerza
En pruebas de laboratorio se comprobó que las cianobacterias funcionan mejor cuando se asocian a bacterias fijadoras de nitrógeno en una sociedad que genera responsabilidades y beneficios para todos sus miembros. Las cianobacterias proporcionan oxígeno a sus socias, que a su vez fijan nitrógeno, esencial para la vida de las cianobacterias. De paso, las cianobacterias, como parte de su metabolismo, nos hacen el menudo favor de degradar el crudo utilizando sus biosurfactantes naturales para disolver el antes insoluble petróleo y captando para sí el carbono de sus resistentes hidrocarburos. Las colonias de los microorganismos biorreparadores pueden ser desarrolladas por estimulación, agregando nutrientes específicos que potencien su desarrollo o por incorporación del microorganismo seleccionado.
En forma complementaria a los procedimientos convencionales, las cianobacterias fueron utilizadas con algún éxito en derrames accidentales de petróleo como el del petrolero Exxon Valdez ocurrido en Alaska en 1989, y el del buque Prestige frente a las costas de Galicia, en España en 2002.
No todo son rosas para las técnicas de biorreparación. La acción de las bacterias depende de las condiciones ambientales, del tipo de petróleo y de la genética del microorganismo. Y aquí aparece la cuestión de la modificación genética de bacterias para que sean mucho más eficientes en la degradación del petróleo, detrás de la cual está el interés de los científicos, pero también de empresas biotecnológicas y de las mismas petroleras. Patentar una bacteria con estas capacidades redituará enormes beneficios a la empresa que gane una carrera en la que varias corporaciones de peso están anotadas.
Tirando la toalla
Si la biorreparación por medio de cianobacterias u otros microorganismos, naturales o modificados genéticamente, implica trabajar con organismos de unos pocos micrómetros (10 elevado a la -6 metros), otras investigaciones se meten con un mundo más pequeño aún. Se trata de echar mano a la nanotecnología, una disciplina que está en pleno desarrollo moviéndose en dimensiones tan pequeñas que desafían nuestra imaginación, tanto que el prefijo nano (del griego “enano”) equivale a la mil millonésima parte de un metro (10 elevado a la -9 metros).
En 2008, investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) publicaron en Nature Nanotechnology un artículo en el cual describían la creación de una red de nanoalambres que tendría la nada despreciable capacidad de absorber hasta 20 veces su peso en petróleo. Los investigadores iban por más y consideraban que incluso se podría recuperar el petróleo derramado. El dispositivo tendría una consistencia y peso similar a un papel. La publicación pegó fuerte en los medios, pero transcurridos dos años no hay información sobre su aplicación efectiva, ni siquiera en un involuntario banco de pruebas como el derrame del Golfo de México.
Debemos asumir que algunas promesas de la ciencia para enfrentar este y otros problemas ambientales causados por el hombre son, por ahora, sólo promesas. Mientras tanto, sólo nos queda a los humanos ser precavidos y –como diría Serrat– no jugar con cosas que no tienen remedio.
Página/12