François Houtart
La idea de extender el cultivo de los agrocarburantes en el mundo y particularmente en los países del Sur es desatrosa. Ella forma parte de una perspectiva global de solución a la crisis energética. En los próximos 50 años tendremos que cambiar de ciclo energético, pasando de la energía fósil, que es cada vez más rara, a otras fuentes de energía. En el corto plazo es más facil de utilizar lo que es inmediatamente rentable, es decir, los agrocarburantes. Esta solución, al reducirse las posibilidades de inversión y al esperar ganancias rápidas, parece la más requerida a medida que se desarrolla la crisis financiera y económica.
Como siempre, en un proyecto capitalista, se ignora lo que los economistas llaman las externalidades, es decir, lo que no entra dentro del cálculo del mercado, para el caso que nos preocupa, los daños ecológicos y sociales. Para contribuir con un porcentaje entre 25 a 30 por ciento de la demanda, a la solución de la crisis energética, se tendrá que utilizar centenas de millones de hectáreas de tierras cultivables para la producción de agroenergía en su mayor parte en el Sur, ya que el Norte no dispone suficientemente de superficie cultivable. Se tendrá, igualmente según ciertas estimaciones, que expulsar de sus tierras al menos 60 millones de campesinos. El precio de estas externalidades
no pagado por el capital sino por la comunidad y por los individuos, es espantoso
Los agrocarburantes son producidos bajo la forma de monocultivos, destruyendo la biodiversidad y contaminando los suelos y el agua. Personalmente he caminado kilómetros en las plantaciones del Choco, en Colombia, y no he visto ni una ave ni una mariposa ni un pez en los ríos, a causa del uso de grandes cantidades de productos químicos, como fertilizantes y plaguicidas. Frente a la crisis hídrica que afecta al planeta, la utilización del agua para producir etanol es irracional. En efecto, para obtener un litro de etanol, a partir del maíz, se utiliza entre 1200 y 3400 litros de agua. La caña de azúcar también necesita enormes cantidades de agua. La contaminación de los suelos y el agua llega a niveles hasta ahora nunca conocidos, creando el fenómeno de mar muerto
en las desembocaduras de los ríos (20 kilómetros en las desembocaduras del Missippi, en gran medida causado por la extensión del monocultivo de maíz destinado al etanol). La extensión de estas culturas acarrea una destrucción directa o indirecta (por el desplazamiento de otras actividades agrícolas y ganaderas) de los bosques y selvas que son como pozos de carbono por su capacidad de absorción.
El impacto de los agrocarburantes sobre la crisis alimentaria ha sido comprobado. No solamente su producción entra en conflicto con la producción de alimentos, en un mundo donde, según la FAO, más de mil millones de personas sufren de hambre, sino que también ha sido un elemento importante de la especulación sobre la producción alimentaria de los años 2007 y 2008. Un informe del Banco Mundial afirma que en dos años, 85 por ciento del aumento de los precios de los alimentos que precipitó a más de 100 millones de personas por debajo de la linea de pobreza (lo que significa hambre), fue provocado por el desarrollo de la agroenergía. Por esta razón, Jean Ziegler, durante su mandato de Relator Especial de Naciones Unidas por el Derecho a la Alimentación, calificó los agrocarburantes de crimen contra la humanidad
y su sucesor, el belga Olivier De Schutter ha pedido una moratoria de cinco años para su producción.
La extensión del monocultivo significa también la expulsión de muchos campesinos de sus tierras. En la mayoría de los casos, aquello se realiza por la estafa o la violencia. En países como Colombia e Indonesia, se recurre a las Fuerzas Armadas y a los paramilitares, quienes no dudan en masacrar a los defensores recalcitrantes de sus tierras. Miles de comunidades autóctonas, en América Latina, África y Asia son desposeídas de su territorio ancestral. Decenas de millones de campesinos ya han sido desplazados, sobre todo en el Sur, en función del desarrollo de un modo productivista de la producción agrícola y de la concentración de la propiedad de la tierra. El resultado de todo esto es una urbanización salvaje y una presión migratoria tanto interna como internacional.
Es necesario igualmente anotar que el salario de los trabajadores está muy por debajo y las condiciones de trabajo son generalmente infrahumanas a causa de las exigencias de productividad. La salud de los trabajadores también es afectada gravemente. Durante la sesión del Tribunal Permanente de los Pueblos sobre las empresas multinacionales europeas en América Latina realizada paralelamente a la Cumbre Europea-Latinoamericana en mayo de 2008, en Lima, fueron presentados muchos casos de niños con malformación debido a la utilización de productos químicos en el monocultivo de plátano, soya, caña de azúcar y de palmeras.
Decir que los agrocarburantes son una solución para el clima está igualmente a la moda. Es verdad que la combustión de los motores emite menos anhídrido carbónico en la atmósfera, pero cuando se considera el ciclo completo de la producción de la transformación y de la distribución del producto, el balance es más atenuado. En ciertos casos, se convierte en negativo en relación con la energía fósil.
Si los agrocarburantes no son una solución para el clima, si no lo son de manera marginal para mitigar la crisis energética y si acarrean importantes consecuencias negativas, tanto sociales como medioambientales, tenemos el derecho a preguntarnos por qué éstos tienen tanta preferencia. La razón es que a corto y mediano plazos ellos aumentan de manera considerable y rápidamente la tasa de ganancia del capital. Es por esto que las empresas multinacionales del petróleo, del automóvil, de la química y del agronegocio, se interesan en el sector. Ellos tienen como socios al capital financiero (George Soros, por ejemplo), los empresarios y los latifundistas locales, herederos de la oligarquía rural. Entonces la función real de la agroenergía es, en efecto, ayudar a una parte del capital a salir de la crisis y a mantener o eventualmente aumentar su capacidad de acumulación. En efecto, el proceso agroenergético se caracteriza por una sobreexplotación del trabajo, la ignorancia de las externalidades, la transferencia de fondos públicos hacia a lo privado, todo aquello permitiendo ganancias rápidas, pero también una hegemonía de las compañías multinacionales y una nueva forma de dependencia del Sur con respecto del Norte, todo aquello presentado con la imagen de benefactores de la humanidad ya que producen energía verde
. En lo que concierne a los gobiernos del Sur, ellos ven ahí una fuente de divisas útiles de mantener, entre otros, el nivel de consumo de las clases privilegiadas.
Por lo tanto, la solución es reducir el consumo, sobre todo del Norte y de invertir en nuevas tecnologías (solar especialmente). La agroenergía no es un mal en sí y puede aportar soluciones interesantes a nivel local, a condición de respetar la biodiversidad, la calidad de los suelos y del agua, la soberanía alimentaria y la agricultura campesina, es decir, lo contrario de la lógica del capital. En Ecuador, el presidente Correa ha tenido el coraje de detener la explotación del petróleo de la reserva natural del Yasuni. Esperemos que los gobiernos progresistas de América Latina, de África y Asia tengan la misma firmeza. Resisitir en el Norte como en el Sur a la presión de los poderes económicos es un problema político y ético. Por lo tanto, denunciar el escándalo de los agrocarburantes en el Sur se constituye en un deber.
*Ex catedrático de la Universidad Católica de Lovaina, fundador del Centro Tricontinental y autor del libro La agroenergía, ¿solución para el clima o salida de crisis para el capital?, Ruth Casa Editorial y Ediciones Sociales La Habana, 2009.
Fuente: Rebelión