Si el bote se acerca lo suficiente se puede tocar con la mano la mancha oscura que recubre las hojas, los tallos y las raíces de los manglares. Están cubiertos de una sustancia negra, pegajosa y viscosa que se adhirió a esos humedales como una plaga: petróleo.
La contaminación que alcanzó esos árboles tuvo origen en una fecha que será recordada en el futuro: 4 de febrero de 2012. Ese día, hace dos semanas, ocurrió un derrame de crudo en el río Guarapiche por la falla de un oleoducto de la planta de extracción de Jusepín, en Monagas.
El hidrocarburo vertido no hay datos oficiales pero se calcula que pudieron ser entre 45.000 y 120.000 barriles recorrió más de 75 kilómetros hasta llegar a los caños Francés, Colorado y Cuatro Bocas.
A sus márgenes se levantan los manglares como un regalo natural ahora ennegrecido: es sólo uno de los daños ecológicos del accidente petrolero, el peor que recuerden los habitantes ribereños del estado Monagas.
Hay que navegar desde el puerto de Caripito a través del río San Juan esa es la puerta que conecta el Guarapiche con el Mar Caribe para llegar a los caños donde ocurrió la contaminación. “Se ve clarito el impacto del derrame”, dice, a modo de advertencia, un lanchero que fue contratado por Pdvsa.
El recorrido dura casi dos horas luego de las cuales el visitante sentirá que accedió a una zona de desastre. Al pie de los manglares se despliega una franja negra que sobresale medio metro del agua: parece un gran rodapié en la base de una pared vegetal muy larga.
A medida que baja la marea quedan al descubierto más tallos y más raíces y se percibe a cuánta profundidad se adhirió el petróleo. Un dato puede ilustrar que sólo está visible una parte de los mangles: si se mete al agua una vara de dos metros y medio no se tocará aún el lecho del río. Un paisaje semejante puede observarse mientras se navega por una distancia aproximada de 20 kilómetros por los caños adyacentes al río San Juan.
Un olor penetrante se siente cuando se está más próximo a los manglares afectados. No es el aroma de la brisa fresca ni tampoco el de la materia orgánica que suelen despedir esos ecosistemas: se huele, en cambio, algo parecido a lo que cualquiera puede percibir cuando entra en un taller mecánico encerrado.
Sobre las aguas corren todavía caprichosamente hilos negros de petróleo y también las llamadas manchas iridiscentes, muy parecidas a las que dejan los motores de las lanchas a la orilla de una playa o de un río. “Son un síntoma claro de que hay contaminación por hidrocarburos”, expresa Lenín Herrera, ex presidente del Instituto de Conservación de la Cuenca del Lago de Maracaibo (Iclam).
Las lanchas que Pdvsa ha alquilado a los pescadores, en su mayoría de Caripito, van y vienen con personal uniformado con bragas blancas y rojas: toman muestras y sanean lo que pueden. Ante la magnitud de la zona afectada parecen apenas gente dispersa. “Se necesita un ejército para limpiar eso”, dice un pescador que además está a la espera de que le ofrezcan una oportunidad para sumarse al personal destinado a las labores.
Ecosistema productivo. Los datos oficiales de la petrolera estatal indican que más de 90% del crudo fue recogido.
Sin embargo, no se ha ofrecido a la opinión pública un cálculo de cuál fue la cantidad de hidrocarburo que pudo haber quedado adherido a los manglares.
“Son de los ecosistemas más productivos del planeta. Tienen una gran diversidad de espacios que son aprovechados por muchas especies. Del manglar comen todos”, dice Alicia Villamizar, bióloga de la Universidad Simón Bolívar y experta en el tema. “Los del río San Juan son los más grandes y espectaculares de toda Venezuela”.
Alejandro Hitcher, ministro del Ambiente, hizo un sobrevuelo el domingo pasado por la zona, que incluyó el área de caño Francés. Además de ratificar que el derrame había sido controlado, hizo una afirmación: “No existe un desastre ambiental”. Así quedó asentado en una nota de prensa oficial de la institución. Un paseo en lancha, sin embargo, permite observar imágenes que no se ven desde el aire.
Oilwatch Sudamérica