Por Beatriz Martinez.- Es como intentar desactivar una bomba con un chicle: sólo funciona en el cine. Así se podrían resumir las negociaciones sobre el clima que tuvieron lugar en Barcelona en noviembre.
Son muchas las líneas que ha dedicado la prensa a las negociaciones sobre el clima que se celebraron en Barcelona durante la primera semana de noviembre. El encuentro fue el último ensayo de la comunidad internacional en el marco de las Naciones Unidas antes de la gran cumbre que tendrá lugar en Copenhague el próximo mes de diciembre y de la que se espera que salga un tratado mundial sobre el clima para después de 2012, año en que finaliza el Protocolo de Kyoto. Pero la información de los medios tiende a centrarse en las reuniones oficiales y las ruedas de prensa. Las notas que siguen son un intento de compartir reflexiones –aunque pequen de personales– que vayan más allá de la ‘información enlatada’, especialmente con aquellas personas que merecían estar allí y no estaban.
El síndrome MacGyver
Es como intentar desactivar una bomba con un chicle, pensaba ayer haciendo balance de la semana de negociaciones sobre el clima que tuvo lugar en Barcelona. Es algo que sólo funciona en el cine. Y aunque en el decorado sólo faltaron las naves espaciales para hacerme creer que me encontraba en una película de ciencia ficción, lo cierto es que a la realidad de la crisis climática le falta la ficción y le sobra la ciencia.
Sin embargo, en lugar de centrarse en torno a las verdaderas causas del cambio climático y a encontrar auténticas soluciones para detener la bomba de relojería en la que estamos convirtiendo el planeta, las discusiones se dedicaron a hablar de chicles.
Los actores: un pésimo reparto
Que el elenco de actores estaba mal repartido saltaba a la vista en las salas de conferencias, en la cafetería y en los pasillos. La gran mayoría de los asistentes –ya fueran miembros de las partes, observadores o prensa– procedían del Norte. ‘Aquí veo demasiados blancos con traje y corbata’, por decirlo en las palabras políticamente incorrectas de un observador. La lista de participantes publicada al final del encuentro confirma la sospecha visual: largas listas en el caso de los países más ricos y representaciones más bien simbólicas –salvo contadas excepciones, como Indonesia o Nigeria– de los llamados países en desarrollo.
Teniendo en cuenta el gran número de reuniones celebradas en paralelo, las delegaciones formadas por uno o dos representantes lo tuvieron difícil para cubrir todas las sesiones, sobre todo las de los distintos grupos de trabajo (los conocidos como ‘grupos de contacto’) que se establecieron en las pasadas negociaciones de Bali para tratar temas específicos como la reducción de emisiones de los países del Anexo I o los recursos financieros e inversiones necesarios. ‘Nuestros compañeros de los países árabes nos explican qué pasa en las otras reuniones’, comentaba un representante de una de estas pequeñas delegaciones. Sin duda, una esperaría algo más de unas negociaciones internacionales de tal alcance que este burdo sistema de ‘pasarse los apuntes’.
El equilibrio de fuerzas era también evidente en el anexo reservado a las salas de reuniones para las delegaciones. La Comisión Europea, los Estados Unidos, Japón, el Reino Unido y Suecia –por citar algunos– contaban, cada uno de ellos, con una habitación propia para celebrar las reuniones de equipo. En cambio, alianzas como las formadas por el G77+China, el Grupo Africano o los Países Menos Adelantados contaban con un espacio de las mismas dimensiones que el asignado a un solo país.
Pero más allá de los habituales desequilibrios entre países, me pareció preocupante la falta de voces de los verdaderos protagonistas: las comunidades que ya están sufriendo los efectos del cambio climático y las que practican métodos de protección del planeta que no necesitan de números ni de siglas. El encuentro estuvo dominado por representantes oficiales de ministerios, institutos gubernamentales, organismos multilaterales e incluso empresas petroleras. Los actos paralelos fueron feudo del sector privado y de institutos de investigación. Ante tal panorama, una no puede evitar sospechar que, para la mayoría de ellos, el cambio climático sigue siendo un tema de discusión abstracto; pocos de los asistentes temen que la catástrofe climática se pueda abatir sobre sus vidas o quizá creen que, llegado el momento, podrán recurrir a la tarjeta de crédito para escapar del desastre.
Las pocas voces críticas y procedentes de la primera línea de lucha contra el cambio climático quedaron marginadas y ahogadas por la marea de ‘expertos medioambientales’ en números y gráficos que no sabrían distinguir un pino de una encina.
Hablando en klingon
El klingon es un idioma artificial, con su propio sistema gramatical y fonético, que fue inventado por un lingüista estadounidense en el universo de Star Trek como lengua de una de las tribus del cosmos. El Instituto de la Lengua Klingon se ha encargado de traducir incluso las obras de Shakespeare, aunque se calcula que sus hablantes no superan la docena. Todo esto lo explico porque, durante estos días, mientras seguía los debates de las negociaciones, creo haber experimentado lo más parecido a la sensación de cualquier terrícola al entrar en contacto por primera vez con un ‘klingonés’.
Las negociaciones internacionales sobre el clima que se están desarrollando en el marco de las Naciones Unidas tienen el curioso don de practicar una doble discriminación lingüística. Por un lado, exigen a todo aquel que desee seguirlas plenamente contar con un buen dominio del inglés. Pero por si no bastara con eso, han generado toda una jerga que plantea un verdadero desafío de entendimiento. Presentar una cuestión de tanto interés para todos los habitantes del planeta y relativamente sencilla de fondo en términos oscuros y complejos sirve sólo para hacer aún más elitista el debate, que sólo pueden seguir los pocos privilegiados con el tiempo suficiente para familiarizarse con los términos.
El primer premio del baile de disfraces lingüístico se lo llevan, sin duda alguna, las siglas: LULUCF (UTCUTS en español; utilización de la tierra, cambio de afectación de las tierras y silvicultura), HFLD (país con extensa cobertura forestal y escasa deforestación), REDD (reducción de las emisiones debidas a la deforestación y la degradación forestal) y QELRO (objetivos cuantificados de reducción y limitación de las emisiones) son algunas de mis preferidas. Aunque puede que la mejor sea BINGO: organizaciones no gubernamentales de empresas e industrias, que refleja muy bien el espíritu de casino que se respira entre ellas. Así, nos pasamos la semana disfrutando de multitud de perlas como ésta: “aplicación de los NAPA y otros elementos del programa de trabajo de los PMA por parte del GEPMA” (es el tema con que se anunciaba uno de los actos paralelos celebrados).
A la doble discriminación lingüística cabría añadir aún el fuerte sesgo ideológico que impregna el debate. El clima ha caído presa de la mentalidad neoliberal que sólo entiende el mundo en términos de valor monetario y ahora es una mercancía que se puede cortar en pedazos con el fin de venderlos y comprarlos. Todos esos pedazos se traducen, a su vez, en multitud de cifras que se pueden sumar, restar, multiplicar y dividir entre sí, como si todo se redujera a un simple ejercicio de aritmética. Por eso, ‘con fines ilustrativos, asumiendo que los créditos AC-MDL se consuman a un mismo ritmo, el límite máximo en los sectores no ETS se traduciría en una cifra de en torno al 3,3 por ciento de los niveles de emisión de 2005’ (procede de la información proporcionada por la Unión Europea sobre sus objetivos de reducción).
(Nota para curiosos: ‘No entiendo’ en klingon se escribe ‘jIyajbe’).
Un mal guión
Lamentablemente, el encuentro no sólo pecó de malos actores, sino también de un pésimo guión. En este sentido, creo que resulta ilustrativa mi lista de palabras más escuchadas durante la semana. Los grandes éxitos incluyen ‘mercado’, ‘negocio’, ‘recursos financieros’, ‘sector privado’ ‘rentabilidad’, ‘comercio de emisiones’ y ‘precio de la tonelada’. Entre las grandes ausentes, estarían ‘justicia’, ‘deuda histórica del Norte’, ‘capitalismo’, ‘respeto de los derechos humanos’, ‘modelos de producción y consumo’ y ‘abandono del petróleo’.
Durante las sesiones oficiales de negociación abierta de los grupos de contacto, las delegaciones de los países del denominado Anexo I del Protocolo de Kyoto, es decir, los países industrializados que son responsables de la mayoría de emisiones, se dedicaron a torpedear cualquier avance, ya fuera intentando volver a cuestiones que las demás delegaciones –la gran mayoría de la comunidad internacional– consideraba que ya se habían debatido en profundidad en pasados encuentros o arguyendo que era necesario esperar los resultados de otros grupos antes de poder pronunciarse sobre determinados temas. Estas descaradas tácticas dilatorias llevaron a que los demás delegados repitieran en numerosas ocasiones palabras como ‘decepción’, ‘frustración’ y ‘falta de voluntad de los países del Anexo I’.
En la plenaria final del grupo de trabajo sobre el Protocolo de Kyoto, Sudán –en nombre del G77+China– expresó una gran preocupación por los intentos de los países industrializados de ‘matar’ el Protocolo de Kyoto, acabar con el principio de ‘responsabilidades comunes pero diferenciadas’ y socavar la lucha contra el cambio climático. También advirtió de que, si se mantenía la tendencia a retrasar las negociaciones, las perspectivas de un acuerdo en Copenhague eran poco halagüeñas. La declaración del G77+China contó con el apoyo de otros grupos, como el Grupo Africano, la Alianza de Pequeños Estados Insulares (AOSIS) y los Países Menos Desarrollados. La Unión Europea, por su parte, intentó eludir una vez más sus responsabilidades hablando de un vago ‘acuerdo global e integral’ y pidiendo a los países en desarrollo que se comprometieran más.
Los temores de torpedeo de Kyoto son fundados. En estos días, se han escuchado todo tipo de fórmulas –desde ‘acuerdo políticamente vinculante’ a ‘tratado jurídicamente vinculante’, pasando por ‘acuerdo global e integral’– que apuntan a que los países industrializados no sólo no desean reforzar los modestos objetivos marcados por Kyoto, sino que buscan sustituir un tratado vinculante, firmado y ratificado por 184 países, por un ‘enfoque’ o ‘marco’ general, que establezca también límites a las emisiones de los países en desarrollo y que amplíe aún más los ‘mecanismos flexibles’ que les han permitido eludir sus obligaciones hasta la fecha.
Actos paralelos: qué se mueve entre bambalinas
Pero puede que más preocupante aún que el ritmo de las negociaciones entre las partes y su falta de posiciones comunes fueran los discursos que imperaron durante toda la semana en los numerosos actos paralelos organizados en el mismo edificio, muchos de ellos por parte del sector privado, que ve en el cambio climático una gran oportunidad de negocio.
Uno de los más inquietantes fue la presentación de un libro que defiende que el secreto para solucionar el cambio climático está en frenar el crecimiento de la población. ‘Reducir el crecimiento de la población es fundamental para sacar a los pobres del mundo de la pobreza y para que las generaciones futuras vivan en una economía biológicamente sostenible’. Esta retórica no sólo evoca fantasmas que una creería propios del siglo XVIII, sino que es un perfecto ejemplo de cómo el Norte Global es experto en sacudirse de encima sus propias responsabilidades.
Así, poco importa que el 20 por ciento de la población mundial consuma el 80 por ciento de los recursos del planeta o que un estadounidense medio consuma 30 veces más que un indio. Tampoco hay que tener en cuenta que los países del Norte sean los responsables de más del 70 por ciento de las emisiones desde la revolución industrial. Lo importante, reza la teoría, es prestar mayor atención a la planificación familiar. La mala noticia es que la idea parece estar cobrando fuerza entre algunos círculos pseudoacadémicos muy influyentes. La buena, para quien quiera comprarse el libro, es que está de oferta (por sólo 47,50 libras esterlinas) y se puede pagar con Visa o MasterCard.
Cambio climático y seguridad: la industria de la guerra se frota las manos
Otro de los actos paralelos que deberían hacer sonar las alertas giró en torno a ‘seguridad ambiental: el enfoque de gestión de riesgos ante al cambio climático’. Organizado por E3G, una ‘organización sin ánimo de lucro’ financiada, entre otros, por la Fundación Shell, y el Pew Center on Climate Change, otra organización cuya misión defiende que ‘podemos colaborar en la protección del cambio climático sosteniendo el crecimiento económico’, el evento se dedicó a presentar un panorama de futuro aún más aciago del que prevé el grupo de científicos que elabora los informes de la ONU en que se basan las negociaciones, el UNFCCC. ‘Las proyecciones subestiman el cambio climático’, afirmaron los conferenciantes, y ‘el grado de incertidumbre es muy alto’, por lo que es necesario ‘hallar un nuevo marco de seguridad’. Sin embargo, se lamentaron, el único sector receptivo ante esta cuestión se encuentra entre ‘la comunidad de la seguridad’, por lo que la idea es comenzar a difundir el mensaje entre los encargados de tomar las decisiones en materia de políticas.
En un informe repartido durante la sesión (Delivering Climate Security: International Security Responses to a Climate Changed World, disponible en http://www.rusi.org/publications/whitehall/ref:I480E2C638B3BC), se habla de la amenaza que podrían representar los movimientos de protesta en torno a cuestiones de justicia ambiental, tanto por parte de ‘extremistas violentos’ como de ‘grupos ecoterroristas’ (se afirma incluso que Bin Laden ha hablado varias veces sobre las desigualdades del cambio climático), por lo que es necesario ‘fomentar un aumento drástico de las inversiones en el desarrollo y el despliegue de tecnologías fundamentales para la seguridad energética y ambiental’.
La verdad es que son demasiados los fragmentos del informe dignos de mención y, aunque el autor se expresa con sutileza, no cuesta adivinar entre líneas que el cambio climático podría ser una oportunidad de oro para esa industria de la guerra que muchos se empeñan en llamar ‘de defensa’. No por casualidad, el informe está publicado por RUSI, un think tank especializado en cuestiones de defensa y seguridad cercano al Gobierno británico y abierto a la afiliación de grandes empresas, cuya lista me ha sido imposible encontrar. Y aún hay más: si te haces la tarjeta de ‘miembro empresarial platino’, tienes acceso ilimitado al director y al personal de investigación del instituto.
Mecanismos flexibles: la gallina de los huevos de oro
Muchos de los actos paralelos al encuentro giraron en torno a los llamados ‘mecanismos flexibles’ contemplados por el Protocolo de Kyoto y aplicados en su marco. Los mecanismos flexibles se basan, entre otros, en dos grandes formatos: el mercado de emisiones (por el que los países del Anexo I pueden comprar y vender derechos de emisión entre sí) y el Mecanismo de Desarrollo Limpio (que permite a los países del Anexo I ‘compensar’ sus emisiones mediante proyectos que, en teoría, reducen emisiones en países en vías de desarrollo).
Estos mecanismos, que se concibieron desde un buen principio con la idea de que los países ricos no tuvieran que asumir realmente sus objetivos de reducción de emisiones, han demostrado ser un completo fracaso con respecto a sus supuestos fines. El mayor mercado de emisiones del mundo, por ejemplo, el de la Unión Europea (llamado EU ETS), ha otorgado a sus industrias más permisos de contaminación de los que necesitaban de forma totalmente gratuita, por lo que éstas no sólo han mantenido sus niveles de emisiones habituales, sino que se han lucrado con la venta de los permisos que les sobraban, muchas veces por duplicado, al hacer repercutir también en algunos casos, como el de las eléctricas, el gasto en los consumidores.
Los proyectos desarrollados en el contexto del Mecanismo de Desarrollo Limpio, por su parte, tampoco han rebajado emisiones, sino que, en el mejor de los casos, las han trasladado a otros lugares. De hecho, se cuentan como ‘proyectos de ahorro de emisiones’ actividades como la construcción de represas hidroeléctricas o la captura de metano de centros de ganadería industrial. El ‘ahorro’ se mide calculando cuántos gases de efecto invernadero se supone que se liberarían si el proyecto no existiera, pero la cuestión es que incluso los analistas más expertos dudan de que las cifras sean fiables. Así, a pesar de la tozudez de la teoría, en la práctica son muchos los ejemplos de proyectos que han desembocado en el desalojo forzoso de comunidades enteras, el aumento de la contaminación y la destrucción de medios de vida.
Sin embargo, lo que representa un estrepitoso fracaso humano y medioambiental a ojos de muchos parece ser una excelente oportunidad de negocio para el sector privado, como quedó bien claro en una sesión organizada por la Cámara de Comercio Internacional (ICC) con ponentes como Russell Mills, de Dow Chemical, Abyd Karmali, del banco de inversiones Merril Lynch, y Andrei Marcu, de la Asociación Internacional de Comercio de Emisiones (IETA). El señor Marcu, por ejemplo afirmó que el mercado de emisiones ‘es muy complicado, pero ha cumplido más de lo esperado’ y que el Mecanismo de Desarrollo Limpio iba por el buen camino, pero ‘podría dar más’ (entiendo que se refería a beneficios, aunque quién sabe si estaba pensando en patatas).
El señor Karmali se centró en la importancia de la estabilidad de los precios de la contaminación para atraer inversiones y maximizar los beneficios (ahí tenemos una idea de ciencia ficción donde las haya). ‘El precio del CO2 es fundamental’, recordó a los presentes. Y la buena noticia es que la propuesta de créditos REDD que está sobre la mesa, que se generarían con la deforestación y la degradación evitadas, ‘podrían funcionar muy bien en términos de ciclos para los inversores’.
Pero puede que quien mejor expresara en una sola frase lo que los había llevado a reunirse en aquella sala fuera el señor Mills, que señaló que ‘invertir en este campo es como invertir en cualquier otro (…) El punto de partida pasa por hacer las inversiones más atractivas’.
Los ponentes aprovecharon la ocasión para leer su particular carta a los reyes magos, es decir, las condiciones que desearían ver plasmadas en el nuevo acuerdo que adopte la comunidad internacional con respecto al clima. Entre otras cosas, destacaron que sería de desear que el nuevo tratado mencione explícitamente que el sector privado tiene un papel que desempeñar, que contemple la fungibilidad de distintos mecanismos de derechos de emisiones y que la aplicación de los distintos mecanismos sea predecible.
El sector privado, por lo tanto, está ya soñando con todo un paraíso –que se adivina pero que aún está por descubrir– de nuevos mecanismos (esencialmente financieros, aunque aseguren basarse en ‘bienes ambientales’) que les permita seguir haciendo dinero con el aire. Y al parecer, el punto culminante de ese sueño sería la creación de una única ‘unidad de contaminación’ que permitiera a los mercados realizar operaciones ilimitadas de especulación con el clima. Las posibilidades, al igual que el mercado, sólo conocen el límite de la imaginación.
La sociedad civil: el actor secundario
Durante el encuentro, hubo también un papel secundario reservado a la llamada sociedad civil, aunque gran parte de su visibilidad quedó reducida a los lemas de campañas como ‘TckTckTck’, en la que participan muchas de las grandes ONG internacionales, o ‘350.org’. Pese a lo llamativo de sus acciones –’TckTckTck’, por ejemplo, mantuvo durante días una pila de despertadores cerca de la entrada, que hicieron sonar antes de que se iniciara la plenaria final–, con este tipo de campañas se corre el riesgo de vaciar de todo contenido las reivindicaciones legítimas de todo movimiento que desee ir más allá de las falsas soluciones y dar la impresión de que lo único que se necesita es apresurarse a firmar un tratado porque el tiempo no deja de correr o limitar los niveles de concentración de dióxido de carbono en la atmósfera a 350 partes por millón (que es la cifra que dan las Naciones Unidas como umbral de riesgo a partir del que la catástrofe climática sería irreversible).
Es cierto que el tiempo apremia. Es también cierto que urge reducir las emisiones. Pero no basta, y eso precisamente en lo que mayor hincapié debe poner la sociedad civil, especialmente la que puede hacer oír su voz entre los círculos de decisión. Cuestionar el modelo actual de desarrollo y el paradigma del crecimiento ilimitado, denunciar los sistemas de comercio, finanzas e inversiones que promueven la hiperproducción y el hiperconsumismo, abogar por alternativas a la extracción y quema masiva de combustibles fósiles para la generación de energía y el transporte o reconocer la deuda ecológica, social, financiera e histórica de los países industrializados con los pueblos del Sur son puntos que deberían estar entre las prioridades de la agenda de la sociedad civil y sin los cuales todas las demás reivindicaciones quedan reducidas a lo superfluo.
De hecho, con esta idea de profundizar más en las causas y las responsabilidades del cambio climático se organizaron dos acciones directas. En una de ellas, unos 70 activistas de la plataforma local ‘El clima no está en venta’ bloquearon durante una hora algunas de las puertas de acceso al edificio en que se celebraban las negociaciones para denunciar que ‘el mercado es el problema, no la solución’. También la plenaria final fue interrumpida por dos activistas que se situaron ante la mesa de la presidencia mostrando una pequeña pancarta en que se leía ‘Stop CO2lonialism’. Aunque los guardias de seguridad de las Naciones Unidas (vestidos, por cierto, con un uniforme bastante galáctico) se encargaron de placarlos rápidamente y sacarlos de la sala, la acción mereció un gran aplauso por parte de muchos de los presentes.
Títulos de crédito
En los títulos de crédito con los que pongo fin a estas reflexiones no hay lugar para grandes estrellas ni bandas sonoras, sólo para un grito por la justicia a la que no estamos empeñando en ahogar. Ah, y un final feliz para recordar a todos los asistentes a la cumbre que no deben preocuparse por las emisiones producidas durante su celebración: el Departamento de Medio Ambiente y Vivienda de la Generalitat de Catalunya ha compensado las emisiones (calculadas en 474 toneladas de CO2; la tonelada se cotiza ahora a unos 14 euros) a través de la compañía SENDECO2 (aquí va el certificado para los escépticos como yo).
*Beatriz Martínez es traductora del Transnational Institute.
Rebelión.org