Juan Luís Gardes.- El término “cipayo” alude –etimológicamente hablando– al origen de los soldados hindúes al servicio del Reino Unido que, pagando magros salarios, conseguía un ejército de ocupación integrado por los mismos nativos. Obviamente, a la hora de la represión los cipayos justificaban sus sueldos moliendo a palos a sus indefensos compatriotas que protestaban frente a la voracidad de la rapiña inglesa en la India.
Desde entonces se califica de cipayo a aquel que atenta contra los intereses del propio país defendiendo (por pocas o muchas monedas) los de extranjeros.
Perón, defensor de los intereses nacionales
En 1954 Perón intuyó que para seguir avanzando en el proceso industrializador que había comenzado una década antes necesitaba del autoabastecimiento energético, particularmente de hidrocarburos. Entendió asimismo que la extracción de petróleo por YPF no podía garantizarle esa independencia energética, dada la estrechez técnica y financiera de la empresa argentina en aquel entonces. A partir de este convencimiento Perón, que había defendido como pocos los intereses nacionales, pergeñó un acuerdo con la Standard Oil de California para la exploración en la provincia de Santa Cruz de nuevos yacimientos petroleros, a descubrirse por cuenta y riesgo de esa empresa norteamericana.
La Standard Oil pertenecía al grupo de Rockefeller, quien había logrado un emporio petrolero mundial sobre la base de modernas tecnologías, abundancia de dólares y escasos escrúpulos, como bien lo podían atestiguar en la hermana Bolivia, donde en los tiempos de ese grupo se adueñó de sus yacimientos a sangre y fuego. Y promovió años después la Guerra del Chaco, donde bolivianos y paraguayos se despedazaron para que esa compañía petrolera pudiera perforar en El Impenetrable.
¿Qué hacía que la Standard Oil fuera buena para los intereses de la Argentina de Perón y mala para los intereses bolivianos?
El control político del Estado sobre las empresas extranjeras era lo que garantizaba, con un gobierno de corte nacional como el peronismo de los años 50, que los acuerdos petroleros no se iban a salir de madre, como tantas veces sucedió en la misma Argentina. La Standard Oil pudo realizar los estropicios que hizo en Bolivia porque entró de la mano de gobiernos que privilegiaban sus beneficios frente a los intereses nacionales de Bolivia.
El gobierno de Bautista Saavedra –quien firmó el contrato petrolero– reveló a un verdadero cipayo, que no solamente permitió el avasallamiento de los recursos naturales sino que masacró a cientos de indios bolivianos en nombre de la civilización occidental, positivismo filosófico mediante.
Cuando los malos juegan de buenos
Todo el arco opositor del primer peronismo, conformado desde la derecha conservadora hasta la izquierda estalinista, había sido –objetivamente analizado– un instrumento político de los intereses económicos, tanto de los ingleses como de los norteamericanos. La constitución de ese engendro electoral llamado Unión Democrática, contrapuesto al naciente peronismo en nombre de una difusa democracia, presupuso un frente político donde se manifestaban claramente las apetencias de empresas extranjeras.
La defensa del capital foráneo en el desarrollo de la Argentina fue una cantilena constante de este rejuntado de sectores librecambistas liderados por la Embajada de Estados Unidos a través de su embajador Spruille Braden. Bastó una medida de corte pragmático, pero siempre relacionada con la defensa de beneficios para el país, para que el arco liberal se volcara, con una semántica nacionalista, en contra del acuerdo que el peronismo en el gobierno quería hacer con la Standard Oil de California.
El caso más patético fue el del entonces radical Arturo Frondizi: dueño de una elocuente pluma, escribió un voluminoso libro titulado “Petróleo y política” para demostrar que la medida de Perón implicaba una burda entrega al imperialismo norteamericano. Cuando fue presidente, en pos del desarrollo industrial supo olvidar su libro y practicó una política petrolera que iba mucho más allá que la concebida por el gobierno peronista, sin ningún tipo de resguardo ya que condujo un gobierno de extrema debilidad política, a tal punto que su ministro de Economía fue el ingeniero Álvaro Alsogaray, prototipo del lobbista de empresas extranjeras en nuestro país.
En esta Argentina de ribetes kafkianos los cipayos se vuelven nacionalistas, mientras los que defienden los intereses nacionales practican una política “pragmática”.
En aquella oportunidad Perón contraatacó diciendo: “Y bueno, si trabajan para YPF no perdemos absolutamente nada, porque hasta les pagamos con el mismo petróleo que sacan. En buena hora, entonces, que vengan para que nos den todo el petróleo que necesitamos. Antes no venía ninguna compañía si no le entregaban el subsuelo y todo el petróleo que producía. Ahora que vengan a trabajar”.
De Perón a Cristina
El anuncio del acuerdo entre nuestra YPF y la Chevron, compañía continuadora de La California, produjo revuelo entre los llamados expertos en petróleo, de larga trayectoria al servicio de las compañías extranjeras, quienes siempre han negado el control del Estado argentino sobre ellas. Estos personajes, que por interés político-electoral pegan un salto en el aire y se vuelven, de pronto, defensores acérrimos de los intereses nacionales juzgan esta actitud del gobierno nacional como “entregadora y poco transparente”. Ni lo uno ni lo otro: la realidad demuestra que esta política petrolera, con el correcto control, responde a los beneficios nacionales, como lo han sido –en la última década– las medidas adoptadas en función de la defensa de la industria, la economía y las finanzas nacionales.
Gran parte del costo energético actual, con su alta cuota de importaciones de gas, es producto del crecimiento industrial, que es necesario sostener a partir del autoabastecimiento de hidrocarburos. El diseño de una nueva política petrolera, que comienza con la renacionalización de YPF, permitirá asimismo negociar adecuadamente con quienes pueden aportar capital y tecnología para la explotación de los nuevos yacimientos de shale oil y shale gas.
El acuerdo con Chevron reedita la política petrolera que intentó Perón en 1954 (frustrada por el golpe del 55), del mismo modo que los opositores al liderazgo peronista reeditan las mismas peroratas sesenta años después.
Sabrá el pueblo juzgar entre quienes siempre tuvieron una actitud genuflexa frente al capital extranjero y quienes siempre han defendido los intereses argentinos. Es decir, no habrá equívocos con los genuinos representantes ni con esos cipayos camuflados de oportunistas “custodios” del petróleo nacional.
(*) Ingeniero civil. Titular del Departamento Provincial de Aguas de Río Negro