Venezuela en movimiento: Para quebrar el rentismo petrolero

La porción de la sociedad organizada en movimientos territoriales, es el factor dinámico de los cambios, del entretejido de relaciones sociales de nuevo tipo que son las semillas de un orden social más igualitario y democrático. Con sus luces y sombras, con más críticas que incondicionalidades, es en esos espacios donde puede encontrarse algo parecido a un mundo nuevo.

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Raúl Zibechi.- “La cultura rentista y clientelar generada por el petróleo se ha reforzado, no nos pudimos liberar de esa herencia, por eso la importancia de la batalla cultural”, dice María Eugenia, psicóloga social de unos 30 años, integrante del colectivo de mujeres Voces Latentes. “Como siempre hubo recursos del Estado, la productividad no importa, nunca se prioriza”, agrega su compañera María Claudia, ingeniera y activista social[1].

“El acceso a la renta petrolera era para unos pocos. La redistribución de la riqueza hacia los más pobres, aunque seguimos importando todo lo que consumimos, instaló el modelo productivo como algo inamovible”, sigue María Eugenia.

Estas mujeres, dedicadas a “la creación de espacios para que los discursos populares se posicionen frente a los discursos del saber-poder”, donde situar prácticas emancipatorias, crearon su colectivo en 2005 con profesionales jóvenes a las que se fueron sumando mujeres de sectores populares. Hacen trabajo comunitario en comunicación, educación popular y psicología social.

Entre sus trabajos concretos figura Libreparlantes, que a través de la práctica radial con adolescentes privados de libertad busca crear nuevas prácticas sociales. Junto al Laboratorio de Artes de Urbanas, que funciona en Tiuna El Fuerte, consiguieron la incorporación de jóvenes de los cerros, crecidos en actividades delictivas y violentas, incorporarlos a actividades de comunicación y creación artística, lo que supone el inicio de una nueva vida. Digamos, una revolución.

Artes para la emancipación

Una morena de ventipico, de nombre Doris, nos recibe apenas traspasamos el portón de Tiuna El Fuerte. El espacio está pegado a una autopista de ocho carriles que emite zumbidos ensordecedores y una avenida repleta de edificios algo decadentes, poblados por una clase media baja que se siente un par de escalones simbólicos por encima de sus vecinos de los cerros, que nacen a un par de cuadras y se pierden en el horizonte, allá arriba, donde las lucecitas abigarradas se confunden con las estrellas caribeñas.

“Esto antes era un parking abandonado, no había nada, sólo funcionaba un mercado popular en aquella parte”, detalla Doris soltando palabras a una velocidad que compite con el zumbido interminable de la autopista. “Los fundadores son Piki, Ernesto, Aquiles y Claudio, que ocuparon el predio en 2004, músicos que siempre vivieron aquí, en El Valle, y formaron Son Tizón, una banda de fusión”[2].

Cara de incredulidad rioplatense, la obliga a explicar. “Sangueo, salsa, guaguancó, hip hop, bolero y parranda son algunos de los ritmos de la fusión”, dice Doris, algo divertida por la imperturbable ignorancia del visitante. Ernesto Figueroa, una de las voces de Son Tizón, escribió: “Somos músicos que nos dimos cuenta viajando por Argentina, Uruguay, México, Cuba, de la necesidad que había en la movida venezolana de investigar las raíces y tomarlas como base, para hacer música, ya que la transculturación estaba muy fuerte, la autodenominada “cultura venezolana” se había dado la tarea de desarraigar todas las expresiones culturales”[3].

Una tarea política, pero desde un lugar otro, más cercano a las rispideces de la vida cotidiana que a las alfombradas salas del poder: “Nosotros utilizamos la música como herramienta, para la investigación, para compartir, resistir, conocer y difundir lo que se sabe…también rescatamos la labor de gente que como nosotros sabe la importancia de la memoria histórica colectiva”.

Al regresar de sus viajes, sigue Doris, “articularon una red de artistas de calle, raperos, tribus urbanas, y con ellos tomaron este espacio. Decidieron no esperar y convirtieron unos autobuses en oficinas y después empezaron a construir el espacio”. El espacio son un conjunto de naves hechas con contenedores cruzados entre sí, reciclados en habitáculos enormes que conforman un todo articulado de tres grandes espacios.

La primera nave consiste en tres contenedores con un espacio central que incluye un bar (con exquisitos tacos mexicanos), la oficina administrativa, una tienda donde venden serigrafías y sprays para hacer murales, y una pista para comer, bailar, escuchar música o hacer performances.

La segunda nave está suspendida sobre un anfiteatro para danza y baile. Un taller de serigrafía y un Infocentro con decenas de computadoras y enfrente una biblioteca popular y un centro de investigación. Arte, un chico volcado a la serigrafía, explica que volcaron todo lo que ganaron en un trabajo para levantar el taller de serigrafía, que consiste en un aparato giratorio que permite colorear ocho camisetas a la vez. “El arte debe servir para transformar”, dice alguien.

El complejo tiene además un amplio estudio de grabación do sonido, siempre construido en contenedores, equipado con aparatos digitales de última generación, bien iluminado y con aire acondicionado, un estudio para grabar imágenes, y un espacio abierto donde sigue funcionando un mercado semanal. El diseño fue obra del colectivo de arquitectos jóvenes LAB.PRO.FAB, encabezado por Eleanna Cadalso y Alejandro Haiek[4].

Laboratorio social

El nombre lo tomaron del cuartel militar que tienen enfrente, cruzando la autopista, pero lo invirtieron. “´Fuerte Tiuna, zona militar´, dice el cartel de ellos, y el nuestro pone ´Tiuna El Fuerte, zona cultural´”, vuelve a explicar Doris. Consultada sobre cómo gestionan el espacio, se explaya: “Tenemos dos instancias, la asamblea general cada dos semanas, a la que asisten miembros de cada uno de los diez colectivos. Además hay un minicumbe, inspirado en el cumbe africano que es un espacio de resistencia, donde nos reunimos por áreas de trabajo y se abordan las cuestiones más concretas”.

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Trabajan cuatro áreas. El Laboratorio de Acción Urbana (LAU) es el principal espacio de formación con cursos de tres meses en artes urbanas (hip hop es el más exitoso), formación técnica, creativa y política. “Los raperos se apropiaron de este espacio, pero vimos que tienen letras muy violentas vinculadas a prácticas ilícitas, y para trabajar ese tema con ellos decidimos abrir el espacio a niños y mujeres”, sigue Doris, añadiendo que para los más chicos funcionó una escuela de circo experimental.

La producción de eventos es otra área de trabajo. Organizan conciertos, tomas culturales, teatro de calle, breakdance y ahora también dancehall para que acudan las mujeres. El último trimestre acudieron más de 20 chicas a los cursos de baile. La tercera área es la investigación y sistematización con dos líneas de trabajo que vinculan jóvenes y sectores populares con violencia y cultura respectivamente.

La cuarta área se relaciona con lo que llaman “productividad”, que consiste en generar autonomía material, en base al bar, la serigrafía y el estudio de grabación. Muchos chicos de los cerros que cursan en Tiuna El Fuerte terminan grabando su propio CD, algo que jamás podrían hacer de no existir este espacio. Sostenerlo es un desafío mayor.

Diversas instituciones apoyan la experiencia del “parque cultural”, desde la construcción hasta el mantenimiento, pero ellos toman todas las decisiones. “El mayor gasto es seguridad, que ahora la hacen unos chamos del barrio que formaron una cooperativa de vigilancia, porque promovemos que la gente del barrio se organice”, dice Doris.

En mayo el Parque Cultural Tiuna El Fuerte ganó el Premio Internacional de Arte Público de la Universidad de Shanghai, entre 140 experiencias de arte urbano del mundo. “Este premio viene a ratificar nuestra apuesta arquitectónica, cultural y política para contribuir a la construcción de una ciudad para el buen vivir, una ciudad que prioriza las relaciones humanas por encima de la expansión mercantilista”, dicen en su página[5].

Ya habían ganado varios premios y menciones internacionales, pero a nadie se le ocurrió mencionarlo. Debe ser otra seña de identidad de los colectivos de base del Tiuna. En todo el país ya son once grupos similares en seis estados, que se coordinan a través de la Red de Acción y Distribución Artística, la Redada.

De la vivienda a la revolución urbana

La salida de Plaza Venezuela escupe grageas humanas a ritmo frenético, que emergen de las amplias instalaciones del metro de Caracas. Cruzamos una calle, ladeamos un mercado popular y ya estamos entrando en uno de los edificios ocupados por el Movimiento de Pobladoras y Pobladores. “Deben ser unos 300”, dicen Hernán Vargas y Juan Carlos Rodríguez cuando se les consulta cuántos edificios tomados existen en la ciudad. En el de Plaza Venezuela 31 familias conviven desde hace una década, conformando lo que llaman un “campamento de pioneros”[6].

Los campamentos son una de las seis articulaciones urbanas que confluyen en el movimiento de pobladores: el Movimiento de Inquilinos se organiza para resistir desalojos arbitrarios, los Comités de Tierras Urbanas creados en 2004 son la mayor organización del movimiento social urbano, Trabajadores y Trabajadores Residenciales agrupa a los conserjes y sus familias en torno a derechos laborales, el Movimiento de Ocupantes reclaman el derecho de las familias a ocupar inmuebles abandonados y convertirlos e viviendas, el Frente Organizado por el Buen Vivir agrupa a las familias damnificadas por desastres naturales y, finalmente, los Campamentos de Pioneros organizan familias para ocupar y autogestionar edificios abandonados.

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Los Comités de Tierra, clave de bóveda del movimiento urbano, nacieron a partir de 2002 cuando se firma el decreto 1.666 que inicia el proceso de regularización de asentamientos urbanos autoconstruidos. Organizan los barrios en base a la elección de los vecinos, realizan un catastro popular y entregaron 500.000 títulos de propiedad. En noviembre de 2004 realizaron el I Encuentro Nacional para superar la lógica de intervenciones puntuales y de lucha por la vivienda y entrarle al derecho a la ciudad.

Con los años comenzaron a tender puentes a otros sectores hasta proponerse tres líneas de actuación: democratizar la ciudad luchando contra el latifundio urbano y la especulación inmobiliaria, transformar los barrios y la ciudad en base a la “justicia territorial” y el poder popular, y la producción popular de hábitat a la que denominan “producción socialista de la ciudad”.

Apenas se disuelve el debate en el campamento, Sandra propone marchar hasta uno de las catorce comunidades urbanas que está construyendo el movimiento. Como para animar a quienes deben acompañarla explica con picardía algo estrictamente cierto: “No inspiramos en el modelo cooperativo que aprendimos en Uruguay”. Allá vamos.

El recorrido hasta la periferia es largo. En el camino muestra los enormes edificios de la Misión Vivienda, que se propone construir tres millones de viviendas en seis años entregando edificios de apartamentos unifamiliares estandarizados.

Los complejos lucen problemáticos y Sandra se enoja. “Los vecinos no se conocen y cuando llegan a vivir tantos en tan poco espacio surgen problemas de convivencia y de violencia”. El movimiento de pobladores hace todo lo contrario: grupos de menos de cien familias se conocen durante largo tiempo, ocupan los predios, diseñan su nuevo hábitat y trabajan durante la construcción.

El barrio al que nos lleva Sandra está en plena construcción. Son cuatro bloques al pie de una ladera, unas 90 familias que ocuparán un promedio de 75 metros cuadrados cada una de noble y sólida construcción. “La gran diferencia con la experiencia uruguaya es que aquí la mayoría son madres solas con sus hijos”. La lista de las cuadrillas pegada en la pared no deja lugar a dudas: ocho mujeres por cada varón.

Hay otra diferencia notable: tienen un terreno donde cultivan alimentos y espacios para instalar emprendimientos productivos como panadería y servicios que aún no han definido. “No hacemos vivienda, creamos comunidad”, dice Sandra con orgullo.

La socióloga Alexandra Martínez, que acompaña a los pobladores, explica que el gran desafío del movimiento ha sido “pasar de la organización promovida por el Estado a la construcción de movimiento social, con espacios de autonomía, de construcción y orientación colectiva y propia, donde la relación con el Estado sea desde el diálogo entre sujetos políticos”. Sostiene que la Misión Vivienda es motivo de fricciones porque se ejecuta desde “un Estado paternalista y asistencialista”[7].

La construcción de las enormes moles es realizada por empresas privadas extranjeras (chinas, rusas, bielorrusas, iraquíes), la gente no participa en su diseño ni en la construcción y no podrá asumir el mantenimiento. Aunque no entra a discutir la necesidad de resolver el problema de la vivienda, sostiene que el movimiento está llegando más lejos que el Estado, ya que “no se limita a construir viviendas sino que construye comunidades” que pueden ser el ancla de nuevas relaciones sociales.

Andrés Antillano integra el movimiento de pobladores, es licenciado en psicología, especialista en criminología y vive en el barrio. El problema, insiste, radica en que “ese ímpetu de participación que arrancó en 1999 se ha debilitado, precisamente, por la respuesta que ha dado el Estado. Me parece que un elemento central es volver a confiar en la capacidad del pueblo organizado. Una demanda esencial de la gente es la participación, es tener el poder de decidir sobre su vida”[8].

En movimiento

Luisa, Yolanda, Juan, María, Lenis  y Minerva integran la Red Nacional de Sistemas de Trueke, y llegaron hasta el edificio del Centro Rómulo Gallegos para participar en un intercambio sobre la relación entre movimientos sociales y Estado organizado por el Foro Social Mundial Temático, junto a una treintena de colectivos de base. Intercambian productos que ellas mismas elaboran pero también saberes y servicios, y cada grupo utiliza su propia moneda.

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Yolanda deja caer una preocupación: “Cómo lograr que los movimientos sociales puedan empujar la construcción de poder popular sin ser destruidos por el poder del dinero o por el poder de los funcionarios”[9].

El más joven de los truekeros, Juan, considera las redes como “un proceso de construir autogobierno capaz de superar el rentismo petrolero y el paternalismo del Estado”. La estrategia, aclara, consisten en que “una vez obtenidos los recursos debemos funcionar solos para evitar que el Estado imponga los modos de hacer”.

Las voces se van turnando. Hablan indígenas amazónicos y yukpa. Arlén explica que el modelo está haciendo estragos y detalla el asesinado de su cacique, Sabino Romero, a principios de marzo. Pueblos ateridos por el extractivismo. Hablan Ileana, Oriele y Guillermo del Movimiento Revolucionario de Ciclismo Urbano, César del movimiento afrodescendiente, intervienen feministas y brigadistas del Movimiento Sin Tierra de Brasil. Edis, Jorge y Teófilo, tres varones entrados en canas, representan a Cecosesola, una experiencia cooperativa que merecería decenas de páginas.

Cecosesola (Cooperativa Central de Servicios Sociales del Estado Lara) tiene más de 20 mil asociados con emprendimientos que van desde la agricultura hasta una funeraria pasando por seis centros de salud que atienden 190 mil personas al año. En Barquisimeto, la capital de Lara, abastecen a una cuarta parte de la población con sus tres mercados semanales que venden 450 toneladas de alimentos.

Todas las experiencias con las que compartimos, más de treinta ccolectivos en el encuentro del Celarg, tienen en común que buscan superar el modelo extractivo. Hablan contra el modelo, cierto, pero sobre todo hacen cosas para superarlo, producen, intercambian y viven colectivamente, abajo y a la izquierda. Sin duda en Venezuela existe una sociedad en movimiento.

Referencias

Cecosesola: http://cecosesola.org/

Conversatorio “Movimientos sociales y Estado: autonomía y poder popular por la construcción de alternativas al desarrollo”, Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG), y Foro Social Mundial Temático Venezuela, Caracas, 11 de julio de 2013.

Entrevistas en Tiuna el Fuerte con María Eugenia Fréitez, María Claudia Rossell y Doeris Ponce, Caracas, 11 de julio de 2013.

Martínez, Alexandra, “Horizontes de transformación del movimiento urbano popular”, en Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo, Alternativas al capitalismo colonialismo del siglo XXI, Abya Yala, Fundación Rosa Luxemburg, quito, 2013.

Red Nacional de Sistemas de Trueke: http://rednacionaldetrueke.blogspot.com/

Teran Mantovani, Emiliano, “Semillas de transformación en los movimientos sociales venezolanos”, ALA, 17 de julo de 2013 en http://www.alainet.org/active/65751

Voces Latentes: http://vlatentes.blogspot.com/

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