Por Hernán Scandizzo (OPSur) / Revista Crisis .- Un derrame de petróleo en las playas de una localidad de Comodoro Rivadavia cambió para siempre la vida de sus habitantes. La marea negra coincidió con una “mala época” para la pesca artesanal y con el ascenso de Chubut al primer puesto en la tabla nacional de extracción de crudo. Hoy, Caleta Córdova sobrevive entre el turismo, las manchas en el cuerpo y la sombra de enfermedades que el poder político no asume.
Natán Viegas se pregunta, contesta, afirma y duda: “¿Por qué estoy obligado a cambiar de oficio? Porque tengo el mar contaminado. El mar no puede estar contaminado, no es de nadie el mar, es de todos. Yo no quiero ser otra cosa que pescador. Pero ahora te da hasta miedo pescar, venderle ese pescado a la gente, porque tenés la duda”. Tiene 20 años, su bisabuelo llegó de Portugal cuando despuntaba el siglo veinte, traía la cultura marina de armar botes, tejer redes, pescar en la costa. Su abuelo siguió esa senda y llegó a formar una empresa para procesar los frutos de la pesca, también se hizo de una pequeña flota; pero deudas impositivas lo asfixiaron y en la década pasada todo se esfumó en un remate judicial. Su padre le transmitió los conocimientos heredados y él, desde las ruinas de aquella empresa, mira el mar todos los días. Se fija si hay un buque petrolero atracado en la monoboya, si las olas traen petróleo o si se ven plateadas por hidrocarburos diluidos.
Franco Barquín tiene 23 años, es primo de Natán, ahora se gana la vida haciendo changas en la construcción y regando bacterias que degradan petróleo en suelos contaminados. “Eso nos mató todas las esperanzas, nos arruinó”, dice con amargura. “Nunca voy a dejar la pesca porque son mis raíces pero después del derrame como que se nos cayeron todos los objetivos”. Su testimonio se repite, con mínimos cambios, en boca de otros. Juan Alberto ahora trabaja en una rotisería, Fernando es hotelero, Gustavo guardó la Libreta de Embarque para hacer piercing y tatuajes. Algunos le encontraron la vuelta, otros no. “No puede ser que cuatro años después continúe hablando de petróleo, que haya vendido todo, que haya arruinado mi vida, que haya arruinado la vida de mis hijos y que no pueda dejar de pensar en esta mierda, que no pueda pensar más que en ver qué tiran, que hay veneno. Todavía nadie me responde qué hago con mi cabeza”, grita César Viegas, el padre de Natán. También asegura que por las constantes denuncias que realiza, toda su familia es perseguida y amenazada de muerte. Luego, más sereno, explica: “Nosotros operábamos de Km5, Restinga Alí a Rocas Coloradas, lugares no muy distantes del puerto pesquero, pero el fuerte nuestro es dentro de la caleta, entre Punta Novales y Punta Pando, y es donde impactó el derrame”.
El 26 de diciembre de 2007 Caleta Córdova se cubrió de negro. En ese suburbio costero, como en el resto de Comodoro Rivadavia, el petróleo es parte de la vida cotidiana. La ciudad se construyó en torno a él como un campamento extendido. Incluso, pocos días antes de que la mancha tomara la playa, la Capital Nacional del Petróleo había celebrado el centenario de la perforación del primer pozo, un hallazgo que determinó su perfil extractivista e inauguró esta industria en el país. Ese mismo año Chubut lideró el ranking de extracción de crudo –donde se mantiene– desplazando a la provincia de Neuquén, incrementando también sus ingresos por cobro de regalías. El Modelo Chubut, del entonces gobernador Mario Das Neves, se pavoneaba exultante.
En Comodoro, luego de una zambullida en el mar, los pobladores se acostumbraron a quitarse con aceite de cocina las manchas de crudo que aparecían en el cuerpo. Todos lo cuentan como algo natural. Pero aquella mañana de verano fue distinto, no era un poco de petróleo –que una cuadrilla de trabajadores municipales pudiera quitar con palas, cargar en un camión y arrojar en algún lugar incierto–, sino que se había uniformado la costa: aves, peces, moluscos, barcos, botes, piedras, gente, agua, olas; todo se veía y olía igual. Todo se había teñido de negro. (Me resisto, intento no caer en lugares comunes, pero no puedo dejar de hacer la analogía: “esa mañana la sangre llegó al río”.) “A partir de ahí se empezaron a contar los pequeños derrames, porque empezamos a tener una mirada un poco más profunda de los derrames, la gente empezó a hilar un poco más chico. Impactó en la memoria esa gran ola que llegó hasta la costa”, asegura Rosa Montecino, que vive frente al mar. Los Viegas llevan contabilizados tres derrames desde 2007 y aseguran que los incidentes en la monoboya continúan, pero el crudo es invisibilizado con diluyentes.
Caleta Córdova está 18 kilómetros al noroeste de Comodoro y más de 1800 kilómetros al sur de Buenos Aires, muy cerca de donde la Patagonia aparece acompañada de la palabra “Austral”, y se profundiza el sentido de lejanía respecto al norte, el resto del país. Wikipedia asegura que el barrio donde hoy habitan unas 200 familias fue fundado en 1920 y que la actividad portuaria se inició con la descarga de materiales para la petrolera Astra. En Apuntes de la Economía del Chubut, el economista Fernando Laveglia señala que la actividad pesquera provincial se concentró allí desde 1980, y que hasta 2004 –fecha de la publicación del libro– seguía siendo el principal puerto del sector. Laveglia hace hincapié además en el impacto de la sobre-pesca de la merluza, principalmente los buques de gran porte: afirma que, cuando restringir los niveles de captura no alcanza para “proteger el recurso ictícola”, el Estado debe implementar políticas integrales de promoción de la pesca artesanal, que consiste en la captura selectiva de diversas especies. Los pescadores entrevistados sostienen que no existe tal promoción sino que se beneficia a los capitales concentrados y, entre esos capitales, a los amigos. Identifican esta situación, pero sólo el derrame es señalado como causa de la debacle.
“Si bien la mayoría del barrio estaba afectado a la tarea del pescado, los pescadores [artesanales] son contados con los dedos de las manos”, aclara Viegas padre, y explica que la reducción de la pesca de costa no afectó a quienes trabajan con capturas en otras profundidades o distancias de la playa. “Ahora están parados”, dice César Vallejos, que pese a todo mantiene el oficio de marinero, y señala el puerto. “No es que no haya nada de pescado sino que al dueño no le conviene sacar el barco porque tiene mucho gasto de gasoil, de comida. Pero en una semana más van a salir los barcos porque está creciendo el pescado”.
Mientras tanto la imagen de pueblo de pescadores artesanales, construida durante décadas, es suficiente para atraer a los visitantes que en ocasiones desbordan el paseo costero y se agolpan en la feria de frutos de mar para consumir pescados y mariscos, no siempre del lugar. Los entrevistados coinciden en que Caleta comenzó a perfilarse como atractivo turístico después del derrame. La feria misma nació como alternativa económica después de la marea negra. Viegas padre comenta que de los feriantes sólo dos eran pescadores artesanales. Al decirlo subraya el dos, y luego acota: “Ya no son más pescadores, ahora son gastronómicos”, y lo enfatiza como si se tratara de bajas en un ejército diezmado.
Pero, más allá de la identidad pesquera, Caleta Córdova nunca se mantuvo ajena a la tradición petrolera, y no sólo por las manchas de crudo que las olas arrastraban a la costa. Allí funciona la playa de tanques que desde 1994 pertenece a Terminales Marítimas Patagónicas S.A.; antes fue de la estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales. Desde ese lugar una parte de la producción del crudo chubutense emprende viaje hacia refinerías locales y puertos de ultramar. Son doce tanques que permiten almacenar un total de 277 mil metros cúbicos. La empresa proyecta instalar otro de cincuenta mil. A través de caños y mangueras, el petróleo va del depósito a la monoboya, donde atracan los buques cargueros. Aproximadamente cinco millones y medio de metros cúbicos completan ese circuito cada año, traspasados en un gigantesco surtidor flotante.
En esa monoboya se produjo el derrame. Hay quienes responsabilizan a la tripulación del carguero Presidente Illia y sostienen que por una falla en la embarcación el crudo llegó al mar. Otros señalan a los barcos remolcadores, aseguran que traccionaron más de la cuenta –para mantener estable al buque petrolero durante la carga– y cortaron la manguera. Hay quienes especulan con que, consciente del derrame, el personal que supervisaba la maniobra no dio aviso de la contingencia especulando con que el viento se llevaría la mancha mar adentro, hasta perderse. Otros, en cambio, afirman que la dejaron llegar a la playa porque descontaminar es un negocio y una empresa vinculada al poder político había adquirido insumos para absorber el crudo y máquinas para limpiar pedregullo costero. A cinco años del episodio la única certeza es el derrame.
El crudo llegó a la playa y se convirtió en noticia nacional. Los pingüinos empetrolados compartieron –¿disputaron?– la portada de los diarios porteños con los culos del verano. Al intentar reconstruir qué pasó, las versiones vuelven a cruzarse. Algunos pobladores hablan de la inexistencia de un protocolo para este tipo de contingencias, aseguran que la playa no fue cerrada y que no se resguardó a los habitantes de la caleta. Por el contrario, Gladys Sicard, presidente de la Asociación Vecinal local, afirma que se actuó de manera ejemplar, que se cerró la playa y se montó un dispositivo de emergencia para atender afecciones a la salud.
César y Natán Viegas, que era menor de edad, participaron de la limpieza de la playa y el rescate de aves empetroladas. Aseguran que Natán no fue el único menor contratado para esos trabajos. Subrayan que no contaron con ningún tipo de indumentaria ni elementos que los protegieran de los hidrocarburos, y que también estuvieron expuestos al contacto con miles de litros de diluyentes –que se habrían empleado para que el panorama deje de ser tan negro, aunque persista la contaminación. Sostienen que se utilizó kerosene y un detergente a base de bacterias sulfato reductoras que, combinados con el oleaje, generaron un lavarropas a cielo abierto gracias el cual, en pocas semanas, Caleta superó el desafío de la blancura.
“Según la gente que estaba haciendo ese trabajo, le tiraron agua caliente… Bueno, sabemos que no. ¿Cómo limpiás pintura? Con un solvente”, apunta Rosa Sáez, de la ONG ambientalista Nehuén. “Acá todas las playas están contaminadas desde hace años, de la época en que mi abuelo laburaba en el petróleo. Y acá la contaminación en tres meses desapareció aunque hay partes que no fueron a limpiarlas”, acota su hijo, Rodrigo Álvarez, que también integró las cuadrillas que rescataron aves empetroladas y pescaron para alimentar a los pingüinos afectados.
Después del derrame comenzaron a darse enfermedades crónicas entre los pobladores de la caleta. Los Viegas las adjudican a los diluyentes que se habrían utilizado, en particular al detergente bacteriano. Aseguran que estos productos persisten en el ambiente. Ante pedidos de información formulados por varios vecinos a través de cartas documento, en julio último el Municipio negó, por no constarle, que exista obstáculo alguno que impida a los pobladores el goce de un medio ambiente sano u obtener recursos de la pesca para consumo familiar o venta domiciliaria menor.
Pero las respuestas oficiales no disipan la incertidumbre. “No hay una mirada desde el Estado sobre cómo impacta el derrame de petróleo en la salud de la población que está en contacto directo –asevera Montencino. Sí hubo una mirada hacia los pingüinos, porque no solamente hay una contaminación de la vida de ese animal sino que hay una contaminación visual. Pero en mí o en mis hijos el petróleo no va a dejar una contaminación visual, seguramente va a dejar una contaminación residual, que puede llegar a provocar un cáncer”.
A mediados de 2011 César Viegas y Mirta Calvo, su esposa, entregaron a la Oficina de Derechos y Garantías de la Niñez, la Adultez y la Familia de Comodoro una lista de niños y adultos que sufren, principalmente, afecciones en la piel y las vías respiratorias. La dependencia convocó a autoridades del sistema de salud municipal y provincial, y a la sede local del Foro Ambiental y Social de la Patagonia a integrar una mesa de trabajo. “Nuestro objetivo es apuntar a un estudio epidemiológico, desde el listado de 18 niños y cuatro adultos afectados, hipotéticamente, por una serie de síntomas producidos luego del derrame de 2007. El tema es verificar las posibles causas en forma mensurable y en función de eso, tener los elementos para poder solicitar a quien corresponda qué seguir haciendo y qué no seguir haciendo”, explicó Liliana Murgas, asesora técnica por el Área Social de dicho organismo.
Más allá de la insistencia de la Oficina, los afectados todavía esperan la realización de los estudios para saber si aun conviven con el derrame. Ellos miran el mar con desconfianza, anhelando tiempos no muy lejanos; otros se incorporan al elenco de la novel atracción turística y demandan inversiones para consolidar el nuevo destino.