Lo dijo Joaquín Turco, asesor de la Secretaría de Relaciones Internacionales de la Central de Trabajadores de la Argentina – Autónoma. Respondió, además, qué podría significar una Transición Justa para América Latina, cuáles son sus posibilidades y dificultades, qué pasaría si es despojada de su potencial transformador, y otras preguntas sobre un proceso en marcha.
Por OPSur .- “La cuestión de la transición justa evolucionó. Ya no va tanto al cambio climático nada más, como en un principio; ahora tiene en cuenta otros aspectos como los cambios en el mundo del trabajo”, destaca Joaquín Turco, trabajador del Ente Nacional Regulador de la Electricidad (ENRE) y militante de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE). En su rol de asesor de la Secretaría de Relaciones Internacionales de la Central de Trabajadores de la Argentina – Autónoma (CTA – A) participó en distintas cumbres y encuentros internacionales para discutir sobre energía, las y los trabajadores del sector y su rol para pensar un futuro acechado por la crisis climática.
Pese a las dificultades estructurales, Turco considera que en el decenio 2005 – 2015 hubo grandes avances en estas discusiones, en particular en lo que hace a la articulación del mundo sindical con el movimiento socioambiental, de mujeres y de pueblos originarios, entre otros. “Para empezar a tener control social sobre la energía y empezar a definir buenas políticas públicas”, es decir, para que la Transición Energética sea Justa, asegura, es necesario “hacer bien los deberes desde el campo de lo popular”.
¿Qué cambios y continuidades tuvo la situación energética en Argentina durante los últimos diez años?
Durante el kirchnerismo la cuestión energética estuvo poco planificada. Nuestra opinión es que hizo una nacionalización de la burocracia energética, de la oligarquía energética. Pasó de lo que era antes una matriz con muchos actores extranjeros a una matriz con pocos actores, con un porcentaje muy nacional, pero sigue siendo un mercado muy concentrado, en manos de Pampa Energía, Central Puerto, etc.
Las cuestiones que había que hacer realmente, los cambios en los marcos regulatorios, no se hicieron. No los hizo el kirchnerismo en su momento y Macri profundizó los marcos privatizadores. De la red de transporte no se hizo un solo kilómetro de línea, porque como son decisiones libradas al mercado y nadie quiere poner plata, todo el mundo espera que la ponga el Estado, cuando ya los cables están al rojo vivo. Las únicas decisiones que tomó el gobierno de Macri fueron para la vidriera, por la necesidad de mostrarse como un gobierno que estaba promoviendo las energías renovables. Pero no hubo realmente ningún tipo de planificación estratégica en lo que fue el programa de renovables, fue cambiar la fuente nomás, empezar a incorporar, pero seguimos con los mismos pocos actores.
Ahora con el gobierno de Fernández hay muchos condicionamientos que quedaron del gobierno de Macri; con lo que serían renovables, se sigue con la misma línea de Vaca Muerta. Creo que aquí hay una continuidad con algunos matices, pero hay una continuidad.
¿Cómo analizas la situación energética a escala regional?
Hay demasiadas particularidades en cada país, y con realidades muy cambiantes. El modelo uruguayo se quedó con las renovables privatizadas, en Brasil la energía está totalmente liberalizada. En Chile tienen un modelo como el nuestro, pero más liberal todavía, y en Paraguay más o menos. Hasta el 2014, 2015, había una visión de armar un mercado energético, o más que eso, un sistema energético latinoamericano, de eso ya estamos totalmente fragmentados. Desde los sindicatos del Sur siempre se planteó la necesidad de un sistema energético común, pero eso ya pasó a la historia, al menos por ahora, con los colores políticos que se están viendo en la región, cada vez es más difícil.
¿Cómo caracterizarías las diferencias entre los sindicatos del Norte y del Sur Global en torno a qué se espera de una transición energética?
En la mayoría de los países en los que nace el término, la energía es la principal emisora de gases y como eso está ligado al cambio climático, se deriva que todos los conceptos están metidos para la energía y lo que son los trabajadores de la energía. Pero también tenés que ver cómo influye en la petroquímica, cómo influye en el compañero que se dedica a la explotación forestal, por ejemplo, porque ahí no estás emitiendo gases, estás matando a los sumideros. ¿Cómo le decís al flaco que se dedica a talar el monte chaqueño: “Flaco, no tenés que talar más, te tenés que dedicar a otra cosa”? Eso también es hacer políticas de transición para esos compañeros, y ellos quedan olvidados. Tampoco se le da mucha bola a la creación de trabajo en lo que serían los sistemas de adaptación y todo eso.
Hay muchas diferencias entre los pensamientos de los sindicatos del Sur y los del Norte, y esas diferencias existen desde que se creó la Confederación Sindical Internacional (CSI) en el 2006. Se empezaba con diferentes líneas de base, entonces no podías meter un modelo enlatado como el europeo en el Sur; tenías que adaptarlo a las condiciones regionales. Ellos venían con un elevado empleo registrado y nosotros teníamos un 50% de informalidad. Nosotros partíamos de menos diez, entonces no podías hacer todo lo mismo. Y con la energía pasa lo mismo, sobre todo teniendo en cuenta, más allá de la necesidad de ir a modelos más limpios, cómo cada Estado tiene que resolver la soberanía sobre sus recursos energéticos.
Esas diferencias siempre saltaron, la necesidad de la energía como un bien común y no como una mercancía. La visión europea, y más del Norte, está ligada a la mercantilización de la energía y la nuestra no. Básicamente esas son las diferencias, y aparte, la cuestión de la transición justa, que para nosotros no era solamente los empleos que se perdían por las renovables, sino que va mucho más allá; tiene que ver con una transición hacia otro sistema.
Muchos de estos debates vienen del vínculo de algunos sindicatos con organizaciones socioambientales, campesinas e indígenas. ¿Cómo se dio ese proceso?
Para nosotros el quiebre fue Río+20 en el 2012. Porque en ese encuentro se empezó a laburar mucho con la CSA y organizaciones sociales, como Amigos de la Tierra, Marcha de las Mujeres, etc. Ahí está el germen, donde organizaciones sindicales latinoamericanas empiezan a diferenciarse cada vez más de las europeas. Con la Cumbre de los Pueblos que se hizo en Perú en el 2014, y otras que vinieron después, se siguió reforzando esto
Para nosotros como CTA-A, fue un poco más natural la cuestión que, por ejemplo, la CGT, que no estaban tan acostumbrados, tenían otra visión. Pero bueno, ahora mismo podemos decir que en la estructura macro es un proceso que está aceitado, pero tampoco tanto. A un nivel protocolar, y hasta cierto punto, el diálogo es fluido, pero creo que hay que reconocer que eso todavía no se da en todos los sindicatos y, generalmente, en algunos sectores es mucho más difícil. Lo bueno de todo esto es que creo que hubo la suficiente confianza en todas las partes para abrirse y mostrar bien cuáles eran las expectativas de cada uno. Un amigo y compañero uruguayo dice una frase que me encanta: “Nosotros en las cuestiones que estamos de acuerdo le damos para adelante, y las diferencias las vamos caminando de a poco”. Lo principal es tener el objetivo, si estamos separados nos pasan por arriba.
¿Cómo definirías una Transición Justa?
Hay un montón de definiciones. Unos sindicatos africanos dicen que es un camino, yo creo que en realidad es un marco. La transición justa debería ser un marco para un cambio de modelo básicamente. Tiene algunas cuestiones que son comunes, como que es la creación de empleo, que haya protección social, que haya diálogo social, que las decisiones se tomen en base a un diagnóstico consensuado. Eso es la transición justa, un marco que, en definitiva, te está poniendo sobre la mesa un dilema ético para que en este cambio de sistema al que tenemos que llegar, no se quede nadie atrás. Cada país va a tener que adaptarlo de acuerdo a sus realidades, por eso no es un modelo enlatado.
Y es un marco que necesita, sí o sí, que el Estado tenga un protagonismo. Tiene que haber políticas de Estado para todo esto. Si no hay políticas de Estado no sirve para nada y termina siendo, quizás, más responsabilidad social empresaria o políticas de negocios donde el Estado no se dedica a articular para que el resto pueda hacer negocios.
¿En Latinoamérica se podría pensar a la Transición Justa como un camino para el cambio social?
Creo que, si hacemos bien los deberes desde el campo popular, es ideal para justamente empezar a tener control social sobre la energía, para empezar a definir buenas políticas públicas. Pero el concepto todavía está muy verde, tenés un montón de definiciones dando vueltas y al menos en Argentina, no se ha logrado todavía engarzar y sacar algo concreto. Lo más concreto que estuvimos laburando como ATE y como CTA-A es la Mesa de transición productiva y energética de Río Negro. El problema está en que si dejamos que el término se banalice y que sea apropiado por el enemigo, ahí estamos fritos. Creo que el desafío es ese. Tenés la posibilidad, pero no podés dormirte tampoco.
¿Qué rol podrían tener las y los trabajadores, en especial de áreas intensivas en carbono, en la Transición Justa?
Justamente estos sectores son los que están más formalizados, entonces son los que tienen más para perder. Porque el europeo cuando viene a plantear una política de transición justa para el Sur, no habla de esto, habla de los recicladores. Ahí le estás proponiendo un horizonte un poco mejor a un compañero que no tiene nada. Pero a un compañero que está formalizado y que tiene un montón de beneficios sociales, si de repente le decís: “Olvidate de perforar” o “Mirá, la mina la cerramos mañana”. ¿Cómo hacés? Sobre todo en un país como el nuestro, que las decisiones no se toman planificadas sino de un día para otro.
Uno de los grandes cuestionamientos que le hacemos al Plan Nacional de Acción Climática, por ejemplo, es que el macrismo no lo propuso de manera transparente, sino que cuando analizas los gráficos ves que en veinte años no hay más carbón en la Argentina. ¿Y mientras tanto qué están haciendo? ¿Qué están proponiendo? Porque el carbón acá en Argentina son dos pueblos en el sur del mundo, son siete mil familias. Esas son las cuestiones por las cuales hay tanto rechazo en algunos sectores, y creo que hay que ponerse, de una vez por todas, a verlo y no pensar en que te va a venir la solución mágica de arriba. Creo que viene más o menos por ese lado.
Nuestra idea es abrir el juego, que no quede todo centrado en que la transición justa es igual a cambio climático, porque no es así. Ahora viene todo el cambio del modelo de trabajo con la robotización, la revolución 4.0. Eso también tiene que entrar, porque un cambio de sistema, no es nada más descarbonizar.