Por Contrahegemonía Web .- Ante la avanzada del extractivismo en el país y la preocupante coyuntura política, desde Contrahegemoniaweb y Tramas organizamos una charla virtual para compartir diagnósticos, opiniones y propuestas acerca de la lucha socioambiental. El encuentro se llevó a cabo el sábado 22 de abril. Nos dimos el lujo de contar con la participación de tres destacados investigadores y militantes de la lucha socioambiental argentina: Nora Tamagno (ingeniera agrónoma), Guillermo Folguera (filósofo y biólogo), Felipe Gutiérrez Ríos (Observatorio Petrolero Sur). También se sumó Nicolás Gadea, quien difundió los lineamientos generales de la Iniciativa Popular por el Agua, propuesta en el marco de la Campaña Popular por el Agua para la Vida.
Compartimos en este resumen algunas de las ideas de cada participante e invitamos a ver el video de la charla, disponible en el canal de YouTube de Contrahegemoniaweb:
La actividad fue generada en el marco del dossier titulado de igual manera: https://contrahegemoniaweb.com.ar/seccion/dossier/extractivismos-y-resistencias-despojos-analisis-y-horizontes/.
Guillermo Folguera: El litio y el extractivismo verde
El extractivismo es una forma particular de ocupar los territorios, una forma particular de producir, una forma específica de vincularnos de relacionarnos, una forma de ubicarnos en el tiempo y en el espacio. Hay que entenderlo en un sentido muy general. No tiene solo que ver con un producto que se exporta, sino con una lógica. Una lógica muy eficiente, porque, hay que reconocerlo, nos está costando desarmarla. Cuando podemos detenerla, siempre es de forma parcial y a la defensiva.
El extractivismo, además, es isomórfico. Son diferentes industrias y prácticas con la misma forma. Si uno va a Exaltación de la Cruz y ve a un ‘mosquito’ fumigando, uno va a Andalgalá y ve la megaminería o va a Antofagasta de la Sierra o a Jujuy y ve el litio, uno va a Esquel y ve la megapinería, uno va al mar argentino y ve los proyectos de explotación offshore, o la extracción de merluza o de calamar, comprueba que todo tiene la misma forma.
El extractivismo produce una mercancía de poco valor agregado, una commodity, y lo pone en circulación. Hay un mercado internacional al que le da lo mismo el origen del producto, en tanto sea rentable. Pero, a la comunidad local no le da lo mismo. Por eso, es importante contactarse con esas comunidades, que están invisibilizadas porque muchas veces son originarias, en su mayoría mujeres, en provincias de las que se sabe muy poco lo que ocurre (Catamarca, Salta, Jujuy, entre otras). Las resistencias que existen ocupan un lugar absolutamente periférico.
El ejemplo del litio es interesante. Es un extractivismo verde, tiene buena prensa. Sin embargo, es exactamente lo mismo que pasa con el oro, el trigo HB4 o el pino. Además, su explotación altera la existencia de comunidades viven de manera armónica con los salares. La explotación del litio viene a barrer comunidades que han encontrado allí un modo de vida.
Lo que está puesto sobre la mesa es una verdad a media. Existe el cambio climático, por supuesto. Este tiene que ver con la emisión de gas que crean el efecto invernadero y esto está relacionado con la emisión de los hidrocarburos. Pero eso no es todo. ¿Qué hay detrás de la explotación del litio? Hay actores institucionales que son claves: un grupo de energía (preocupados porque cada vez es más caro sacar litio) y las grandes empresas de automóviles (Toyota, BMW, Volkswagen, etc.). Compran el litio y, además, son accionistas. Es un gran negocio. Quieren garantizar la transición de manera ordenada. Lo hacen en su gran mayoría con autos de alta gama, que consumen mucho y que son caros.
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No hay forma de que se saque el litio sin que se seque la puna: se saca la salmuera y se la pone a secar un año y medio. Por eso digo que este es un problema estructural y el análisis debe ser estructural. No basta con poner parches.
Entre otras cosas, el extractivismo es una política demográfica, quieren correr a ciertas comunidades de los lugares donde viven.
Planteo finalmente, tres reflexiones:
1. El problema es tan estructural que, si no damos una discusión estructural, estamos perdidos. No bastan los parches. El problema no es solo Clarín. Han transformado la cabeza de los científicos, los convierten en empresarios o en mediadores entre comunidades y empresas. Una persona que no diferencia el bien público del bien privado no debe ser docente en una universidad nacional y pública.
2. No creo que en las soluciones mágicas. La agroecología tal como está planteada ahora es insuficiente. Debe estar al alcance de los pobres, los infectados, las gente que vive en condiciones de contaminación, los que tienen defensas bajas.
3. El extractivismo es un proyecto impulsado por la dictadura. Tenemos la historia de ALUAR, por ejemplo. Ahora, tenemos el extractivismo como un proyecto de la democracia. Discutir extractivismo es discutir democracia. Eso es lo que cotidianamente respiramos cuando respiramos esto que se llama “democracia”.
Felipe Gutiérrez Ríos: ¿Energía para qué?
Comienzo con las siguientes preguntas: ¿Cómo pensar la política a través de la energía? ¿Cómo el prisma de la energía me permite pensar la relación entre sociedad y naturaleza, entre modelo capitalista y explotación de las personas y de la naturaleza?
Con la energía pasa algo similar a lo que ocurre con el agua: pensamos muy poco en su origen. No nos preguntamos diariamente de dónde proviene.
Mi cuerpo tiene dos tercios de agua, es parte del ambiente, del río Limay, de donde viene el agua que consumo. Mi cuerpo es parte del sistema fluvial donde habito. Es parte de la relación simbiótica entre naturaleza humana y naturaleza no humana.
Lo que ocurrió que es que, con el capitalismo, se produjo una ruptura entre ambas naturalezas. En el origen del capital, hay una captura de los medios de producción y de los productos, ahí se rompe nuestra relación con los bienes comunes. El sistema de producción requiere que las sociedades humanas nos disloquemos de la energía, del agua.
Así, el capitalismo formó una idea de energía, que es la que tenemos hoy. Nos la presenta como una mercancía, como una forma de plusvalía. La relaciona con fuentes energéticas. Y esto es algo que no se cuestiona cuando los partidos tradicionales hablan de transición energética. La política energética dominante no manifiesta diferencias entre los neoliberales y la extrema derecha. Son lo mismo, solo que estos últimos gritan más. Pero, en energía, no hay diferencias entre Milei y Larreta ni entre Larreta y Massa. Ese discurso oculta la finalidad de esa energía: solo habla de las fuentes. Pero, ¿para qué se requiere cada vez más energía?
Si miramos hoy el sistema energético en Argentina, vamos a encontrar que un 88% de la energía que se produce proviene del hidrocarburo, fundamentalmente gas (50%) y petróleo (un poco más del 30%). La mitad de eso es generado por Vaca Muerta. Tenemos una matriz bastante sucia, podría decirse. Pero la energía es más que eso.
El 30 % de la energía que se consume es el transporte, porque, en Argentina, como en el resto de América Latina, fue desguazado por completo el sistema de trenes. El segundo sector de consumo es la industria, rondado el 22 o 24%, dependiendo del año. Y después viene el uso residencial, que es el que el discurso neoliberal toma como foco para hablar de crisis energética.
Retomo el caso de ALUAR, mencionado por Guillermo. Es el mayor consumidor unitario del país. El 100% de su electricidad venía de la represa de Futaleufú. Para esta comunidad, la energía eléctrica equivale a ALUAR.
Hay que pensar en los consumos suntuarios de la energía, que no están en la mayoría de los hogares. Una familia trabajadora no consume lo mismo que una familia rica. Hay que ver, además, quiénes quedan afuera del sistema energético. Los pobres, las personas que sufren explosiones e incendios en sus casas, en sus casillas. El problema es ese, no que andamos en “patas y remeras”, como decía Macri.
Vale la pena pensar en el concepto “pobreza energética”, aunque es válido pensar que presenta a las personas como objetos de consumo de energía y no como sujetos del derecho de energía. El mismo sistema, por un lado, contamina y, por otro, genera segregación y pobreza. La energía, en el capitalismo, es una forma de relación social.
La transición energética no es cerrar un pozo para abrir una serie de generadores. Debe ser vista como parte de una disputa anticapitalista, porque el sistema energético capitalista nos dejó donde estamos. Tenemos que avanzar hacia un socialismo que recupere la relación entre la naturaleza humana y la naturaleza no humana. Creo que debemos pensar la transición como ir de un lugar en el que estamos y un lugar en el que queremos estar. No podemos dar una receta. Para finalizar, retomo lo que dice una murga uruguaya llamada Queso magro: “Ojalá que el lugar que encontremos sea mejor que este”.
Nora Tamagno: La alternativa al agronegocio
Coincido en que la discusión debe ser estructural. No hay margen en el capitalismo para derrotar el agronegocio y el extractivismo en general. Me preocupa que no haya alternativa posible, algo que debe ser entendida entro de un cambio societario. Para avanzar por ese camino, primero, hay que entender cómo se configuró el agronegocio. Al respecto, distingo dos planos: el de las ideas, por un lado, y los marcos jurídicos legales y el Estado, por otro.
a) Plano de las ideas: hay dos cuestiones. 1) Se nos impone el rol de producir alimentos para el mundo, más cantidad, con las tecnologías posibles. Hay que producir menos alimentos para exportar. Subyace la idea falsa de que las tecnologías son buenas per se. 2) Hay una disociación entre la producción y el consumo, como si fuera posible mejorar la producción sin importar el consumo o viceversa. El capitalismo es experto en fragmentarnos y obligarnos a discutir cosas pequeñas y aisladas. Nos dice que, si dejamos de comer carne, contribuimos a mejorar el cambio climático.
b) Plano del marco jurídico-legal: el Estado se suma a la “mejora genética” de la producción, como lo demuestra el caso de las semillas. No es algo que aparezca recién ahora, con la soja transgénica. Ya en el año 1935, con la Ley de Elevadores, se priorizaba el uso de “semillas mejoradas”. En 1959, hay una resolución que cede el secreto a la producción de semillas por parte de las empresas. Con la Ley de Semillas, desde la década del ‘70, las empresas se apropian del proceso de mejora. El Estado puso a las universidades y al sistema científico y tecnológico nacional al servicio de estas empresas. Con la llegada de capitales extranjeros se completa el escenario y es lo que tenemos en la actualidad.
El extractivismo es homogeneizante (la soja se produce de igual manera), pero, al mismo tiempo, fragmenta, ya que sus aplicaciones y las resistencias que enfrenta son locales. Hay relaciones con gobiernos provinciales y, a la vez, al glifosato se le pone límite desde un municipio o un barrio. La privatización de los puertos es otra clave. A esto se suma la deuda del FMI, ya que el dinero de los organismos internacionales va a aumentar el extractivismo.
Para pensar una alternativa, hay que conocer las historias productivas, ver qué hacía en el pasado. Ver dónde hay sujetos con los que se pueda trabajar en una propuesta productiva alternativa. No es lo mismo la producción de soja por un productor familiar que por Grobocopatel. En el campo hay muchas diferencias y deben ser reconocidas. Hay lógicas distintas.
La agroecología, que no puede convivir con el agronegocio, por sí sola no puede resolver el problema. Sí puede aportar las bases científicas para avanzar hacia un modo de producción que reemplace el sistema actual y que piense la producción del agro para la alimentación de nuestro pueblo. También hay que decir que el agronegocio eliminó muchos productores pequeños y eso es algo que debe ser reparado.
Hay que proyectar un modelo societario diferente y pensar una transición que abandone la tecnología de uso de insumos. En ese modelo alternativo, sería central el aporte de los grupos familiares, las comunidades originarias, los campesinos, los pequeños grupos que pagan alquiler para producir. El horizonte es la soberanía alimentaria, pero, para eso, hay que disponer de los recursos, del agua y de las semillas.
Volviendo a la discusión estructural, esta alternativa debe darse en el marco de una nueva sociedad. Para eso, hay que hacer una discusión profunda y realizar cambios de fondo, como la cuestión de la propiedad de la tierra. Los pooles de siempre alquilan solo por un año, destruyen la tierra y luego se van a hacer lo mismo con otros campos. Esto debe finalizar. El agua debe ser prioritariamente para las poblaciones y las producción de alimentos. Hay que desojizar el agro y reestatizar los puertos, entre tantas otras tareas urgentes y necesarias.
La defensa del Agua
Finalmente, compartimos el flyer con la información referida a la Iniciativa Popular por el Agua, propuesta en el marco de la Campaña Plurinacional por el Agua para la Vida.