Comunicado de la Coordinación General de la CAOI | 16*oct*2009
Los cambios en los ecosistemas de montaña, la pérdida de la biodiversidad y los efectos en nuestros pueblos indígenas son acentuados por actividades de las industrias extractivas. El cambio climático está afectando la conservación de la biodiversidad genética altoandina.
Los pueblos indígenas andinos logramos desarrollar a lo largo de siglos una forma de vida particular y exclusiva adaptada a las tierras altas, que nos diferencia del resto de pueblos. En las montañas, la diversidad ecológica va acompañada de la diversidad cultural.
Los países andinos concentramos el 25% de la biodiversidad del planeta y formamos parte de los 17 países con mayor biodiversidad del mundo. En el territorio de la Comunidad Andina (CAN) se concentra el 16,8% de las aves, 10,5% de los anfibios y 10,3% de los mamíferos del total mundial de cada una de estas especies. Esta megadiversidad es posible gracias a la confluencia de los factores geográficos y climáticos que favorecen la existencia de una gran variedad de biomas, ecosistemas y hábitats.
Por ejemplo, el relieve de los andes en el Perú, con sus grandes proporciones y desniveles que contraponen las profundidades de los cañones con las altas cumbres, permite la existencia de condiciones climáticas diversas, que van desde el clima cálido y húmedo, existente sólo en el fondo de los estrechos y hondos valles interandinos de la vertiente oriental, a los gélidos y secos climas del altiplano y grandes altitudes. Estas características facilitan la existencia de una gran biodiversidad en los andes, que forma parte de nuestros conocimientos ancestrales indígenas.
Los diferentes pisos naturales permiten una producción diversificada que asegura la subsistencia de nuestros pueblos. En el ecosistema montañoso, el páramo esta ubicado a lo largo de las partes altas y no arboladas de los andes, funciona como un corredor biológico de diversas especies animales y vegetales. Por ejemplo, el oso de anteojos recorre el corredor de páramos y bosques de neblina desde la Cordillera de Mérida en Venezuela hacia Perú en el sur; el cóndor lo hace sobre el páramo y tierras de cultivo no interrumpidas por áreas urbanas, y el puma se mueve a través del páramo y bosque. La mitad de las plantas que se encuentran en los páramos no se hallan en otros sitios del planeta. Y el páramo sirve como una fuente de germoplasma silvestre de papa cultivada, oca y otros tubérculos. Según el Centro Internacional de la Papa, el 45% de las especies de papa (más de 5200) y el 30% de oca (más de 400) fueron colectadas sobre los 3,500 m.s.n.m.
Calentamiento global
Los impactos de actividades humanas y del cambio climático modifican los sistemas ecológicos de montaña y pueden llevar a la desaparición de la biodiversidad andina. Algunos estudios muestran un ligero calentamiento de los andes. En los páramos del norte peruano se observa una elevación de alrededor de 1 ºC de la temperatura. En la costa norte (cuenca del río Piura) se prevé una elevación de la temperatura promedio en 2 ºC y en la sierra central (cuenca del valle del Mantaro, Junín) se prevé un calentamiento de 1 ºC. Y la frecuencia de las heladas ha ido en aumento desde hace 40 años en esta zona.
La pérdida de la biodiversidad de los ecosistemas de montaña tiene efecto directo sobre las condiciones de vida de nuestras comunidades indígenas, pues al carecer de recursos económicos constituía una fuente alternativa de medios de vida y hoy se acentúa la situación de pobreza extrema. Las áreas del ecosistema de montaña que se conservan en condiciones normales generalmente son inaccesibles y la población indígena que las habitamos formamos parte de los sectores más excluidos. La ampliación de la frontera agrícola está llevando a conflictos entre colonos que invaden tierras de indígenas.
Estos impactos son acentuados por las actividades de las industrias extractivas. Este es el caso de Ecuador y Perú en cuyos territorios se desarrolla un “boom minero”. Esta actividad no solo remueve la corteza terrestre sino que sus efluentes líquidos y gaseosos contaminan el ambiente, en especial el agua y el aire. Las comunidades indígenas atribuimos los cambios climáticos y la desglaciación en la región Ancash (Perú) al desarrollo de actividades mineras a tajo abierto sobre las montañas.
En el Perú las concesiones para actividades de exploración y explotación minera alcanzaron 12.60 millones de hectáreas al finalizar el año 2006. Estas concesiones se dan precisamente sobre tierras de comunidades indígenas y en ecosistemas de montaña, amenazando la biodiversidad y los recursos hídricos. Por ejemplo, en el norte del Perú el proyecto minero Río Blanco amenaza el territorio y desplazamiento de las comunidades indígenas Yanta y Segunda y Cajas, la tala y remoción de más de mil hectáreas de bosques, la contaminación de los recursos hídricos y el hábitat de especies endémicas como el oso de anteojos y los tapires.
Finalmente, la calidad y cantidad del agua se verá afectada y se incrementarán los costos de su tratamiento, no sólo para uso en las actividades agrícolas sino para consumo humano de las comunidades indígenas y las grandes ciudades, de las que son proveedoras las montañas.
Seguridad alimentaria en riesgo
Los pueblos indígenas dependemos directamente del clima para nuestra subsistencia. Nuestra alimentación depende fundamentalmente de los cultivos agrícolas y la crianza de animales, cuya producción depende de las condiciones climáticas. La mayoría de pueblos indígenas de los Andes nos ocupamos principalmente en ganadería y agricultura de autoconsumo con especies adaptadas a las características de los ecosistemas de montaña que hemos logrado conservar desde tiempos del Tawantinsuyo. Las múltiples variedades de papa, maíz, quinua, maca, oca y mashua representan la diversidad de los cultivos andinos producidos a diferente altura en las montañas; mientras que la vicuña, alpaca y llama son camélidos sudamericanos propios de las zonas altas de la región andina.
Los cambios en la temperatura del aire en las montañas afectan la producción de estos cultivos, pues su rendimiento depende directamente de las condiciones climáticas (temperatura y humedad). En la sierra estas condiciones son afectadas por la escasez o excesos de lluvias y variación de la temperatura. Por ejemplo, para la producción de papa la temperatura óptima en promedio debe fluctuar entre 10 a 15 ºC. El crecimiento del tubérculo se detiene bruscamente por debajo de los 7 ºC y por encima de los 19 ºC, y unas condiciones frías al momento de su siembra motivan un nacimiento lento. El aumento del calor durante el día y las bajas temperaturas en las noches están afectando nuestra producción agrícola en las comunidades. Esta situación se agrava porque hay una sola estación lluviosa y una pronunciada estación seca en las zonas altoandinas. Las lluvias son cada vez más intensas.
En las partes más altas (Perú y Bolivia) las comunidades indígenas nos ocupamos de la ganadería de ovinos (generalmente con bajo valor genético, llamadas “chuscos”) y camélidos sudamericanos (llamas, alpacas y vicuñas). En las tierras altas, donde las condiciones climáticas no permiten el desarrollo de la agricultura y ganadería común, la crianza de camélidos constituye el único medio de subsistencia de nuestras comunidades indígenas, son de gran importancia económica por la comercialización de su fibra y carne, así como las pieles que tienen múltiples usos industriales y artesanales, y su estiércol es utilizado como fertilizante y combustible.
Se estima que alrededor de 500 mil familias indígenas de la región andina dependemos directamente de la crianza de camélidos sudamericanos. Pero las temperaturas frías están poniendo en riesgo la crianza de estos animales, debido a la muerte de las crías nacidas en temporadas de friaje. El cambio climático está afectando la conservación de la biodiversidad genética de la ganadería altoandina de nuestros pueblos indígenas. Según la FAO, muchas razas en peligro de extinción tienen características únicas que pueden ser útiles para hacer frente a estos y otros problemas en los años venideros. La resistencia a las enfermedades y la adaptación a condiciones climáticas extremas pueden resultar fundamentales para la seguridad alimentaria de las generaciones futuras.
El sur andino del Perú es la zona más propensa a las sequías, afectando las regiones de Puno, Cusco, Arequipa, Moquegua, Tacna, Ayacucho y Huancavelica. Allí temporada de lluvias se inicia en diciembre y termina en abril, los cultivos están supeditados al riego de lluvia y los territorios de pastoreo dependen de la vegetación que producen las precipitaciones pluviales. El 80% de las tierras son de pastoreo y son escasas las tierras de cultivo, sin embargo el 70% de la población económicamente activa en esos lugares se dedica a la agricultura y la ganadería. Se estima que más de 1.3 millones de personas viven por encima de 3500 m.s.n.m. y son las directamente afectadas. Las zonas en estado de desertificación severa son Arequipa, Ayacucho, Moquegua, Puno y Tacna, es decir las mismas.
Lima, 16 de octubre de 2009
Coordinación General CAOI