Por Carlos Miguélez Monroy.- Este año ha comenzado la recogida de varios años de siembra para que se reconozcan los derechos que reclaman los pueblos indígenas en el plano internacional. Temas como la libre determinación, el bienestar de los pueblos por medio del respeto hacia tierras ancestrales, la salud y los derechos humanos ya no son monopolio del hombre “civilizado” en el marco del “Estado moderno”.
Mirna Cunningham, mujer indígena, doctora y antigua rectora de la Universidad Regional de la Costa Caribe de Nicaragua, presentaba en Naciones Unidas el informe que materializa años de esfuerzo y que sienta las bases para que miles de pueblos indígenas en todo el mundo puedan mantener sus señas de identidad y sobrevivir.
Estos pueblos han conseguido un foro internacional permanente para que puedan participar y convertirse en protagonistas de su propio destino. Han conseguido que se aprobara la Declaración de derechos de los pueblos indígenas, que puede servir a la sociedad civil, a los Estados y a estos pueblos ancestrales a sentar unas bases de convivencia que permita el diálogo y un mutuo enriquecimiento.
La lucha por el bienestar y la erradicación de la pobreza están entre los principales objetivos de muchos pueblos indígenas diezmados por enfermedades, marginación y el desarraigo que para ellos supone la desvinculación de sus tierras por medio de realojamientos.
La globalización moderna amenaza la supervivencia de estos pueblos, asentados muchas veces en tierras “estratégicas” para la extracción de riquezas naturales que alimentan el modelo de desarrollo de la economía de mercado.
La película Avatar aborda esos realojamientos con violencia a los que muchos gobiernos en todo el mundo han recurrido para esquilmar materias primas codiciadas en los mercados. Incapaces de considerarse “entes” separados de la tierra en la que conviven, muchos pueblos han rechazado las ofertas “pacíficas” de realojamiento que les ofrecen sus gobiernos, presionados por grandes multinacionales que controlan el mercado de las materias primas y el comercio internacional.
Así ha surgido una violencia teñida de política en la que se acusa a los líderes indígenas de “subversivos izquierdistas” y de saboteadores del “desarrollo” de la “nación”. En los últimos años, se ha conocido el empleo de violencia extrema contra pueblos indígenas en Malasia, Indonesia, Tailandia, Rwanda, Burundi, Uganda, el Congo belga, Brasil, Colombia, en la Selva Lacandona en México y en otros países. En algunos casos, tribunales internacionales han planteado si se trata de genocidio con el fin de eliminar a pueblos enteros que se “interponen” en la carrera del “desarrollo”.
Los realojamientos han roto el vínculo con el entorno natural que los rodeaba. Se alimentaban del fruto de la tierra a la que ellos pertenecen (no conciben que la tierra pueda pertenecer al hombre); de sus plantas obtenían la medicina que ahora grandes multinacionales patentan; en esa tierra encontraban un vínculo espiritual con sus ancestros por medio de ritos iniciáticos. No sólo han sufrido desarraigo, sino que padecen empobrecimiento y amenaza a su seguridad alimentaria al encontrarse donde “no se hallan” y en tierras que no suelen dar los mismos frutos.
Para sobrevivir, millones de personas se ven obligadas a emigrar a las grandes ciudades, el primer paso hacia la pobreza extrema, la pérdida de sus raíces, de su alimentación y de sus costumbres que buscaban el equilibrio y el bienestar de la comunidad. El mundo pierde así la riqueza que suponen la diversidad cultural y las tradiciones de muchos de estos pueblos, forzados a trabajar en condiciones de esclavitud en tierras a las que antes pertenecían y que ahora están en manos de terratenientes porque lo dicen unas escrituras.
El reconocimiento del derecho comunitario de los pueblos indígenas a la tierra mitigaría estos factores de empobrecimiento, además de que podría favorecer el comercio de pequeños excedentes y formar parte de la cadena comercial.
El equilibrio protege el sustento de muchos pueblos. Mantiene el vínculo con la tierra, que está en la base de su supervivencia. El hombre moderno puede aprender que se puede vivir con menos y sin agredir al planeta, que depende de un desarrollo sostenible en momentos de catástrofes medioambientales y de terremotos financieros por modelos ciegos de especulación. Por esta razón, los pueblos indígenas piden un diálogo desde Naciones Unidas.
– Carlos Miguélez Monroy es Periodista y Coordinador del CCS
Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS), España – Web: http://ccs.org.es/
ALAI