Conferencia Mundial sobre el cambio climático y los derechos de la MadreTierra (Del 19 al 22 de abril, Cochabamba, Bolivia). Declaración de las organizaciones presentes en Cochabamba de la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares.
La lucha de los pueblos de Nuestra América frente a la crisis ambiental
Como era de esperar, en la decimoquinta Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, realizada en Copenhague en diciembre del 2009, no se llegó a ningún acuerdo que permitiera avanzar en la búsqueda de respuestas reales frente a la apremiante situación en la que se encuentra el planeta entero, debido las profundas modificaciones climáticas globales que se han dado en las últimas décadas y que se intensifican cada vez más.
Tal es así que ni siquiera se han podido acordar políticas para alcanzar la insuficiente meta de disminuir 2 grados la temperatura promedio mundial en los próximos años. ¿Se trata acaso de un fracaso puntual, o de otra nueva evidencia de la imposibilidad de alcanzar soluciones junto a aquellos que tienen la responsabilidad de habernos llevado hasta este punto crítico, en el que la amenaza para la vida en el planeta se torna inminente?
No todos los países ni todos los pueblos sufrimos por igual, ni tenemos la misma responsabilidad en las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) ni en el uso irracional y el despilfarro de las energías fósiles, ambos elementos esenciales para el funcionamiento de la economía capitalista y del imperialismo.
La evidencia acerca de estos distintos grados de responsabilidad en las causas de este problema ambiental global salta a la vista: El mismo Banco Mundial afirmó en uno de sus informes que las emisiones per cápita de CO2 en 2004 se promediaron en 0,9 toneladas métricas para los países de bajos ingresos, 4 toneladas métricas en los de ingresos medios y 13,2 toneladas métricas en los de ingresos altos. Estos últimos, que representan el 15% de la población global, son responsables de casi la mitad del total de las emisiones de GEI en todo el mundo. Vemos entonces que un habitante de un país central genera una cantidad promedio muchísimo más alta de dióxido de carbono que un habitante de cualquier país del hemisferio sur.
Sin embargo, creemos que la discusión no deberá centrarse en porcentajes de emisión de Gases de Efecto Invernadero “más o menos aceptables”, sino en poner en tensión y combatir los ejes de la lógica civilizatoria que vehiculizó los procesos que hoy estamos lamentando y frente a los cuales comunidades enteras han resistido durante siglos.
Es por este motivo que saludamos con entusiasmo la posibilidad de que –a diferencia de Copenhague– en esta Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra que ahora se realiza en Cochabamba, Bolivia, seamos esta vez los movimientos sociales y las organizaciones populares quienes debatamos y acordemos planes de acción para imponer las soluciones necesarias, las cuales implicarán, necesariamente, la reducción de los privilegios de los poderosos.
El momento es ahora, porque la humanidad está atravesando una crisis que lejos de ser meramente económica (como pretenden quienes sólo se preocupan por la rentabilidad de sus empresas, bancos, bonos y acciones), es también una crisis ambiental y del modelo de civilización impuesto por el capitalismo que amenaza con la destrucción de la vida en el planeta.
Esta crisis civilizatoria nos muestra que estamos asistiendo al agotamiento de ese modelo de organización social en todos los aspectos de la vida, no sólo en términos económicos y productivos, sino también ambientales, alimentarios, los referentes a la salud, e incluso en el ámbito ideológico, simbólico y cultural.
Las profundas modificaciones climáticas a nivel global, el agotamiento del agua potable, de los hidrocarburos y de los bienes comunes en general; la destrucción de especies y la degradación de los suelos; la globalización de un modelo agroalimentario y energético concentrado y destructivo de la naturaleza, y la contaminación ambiental en general son, entre otros, consecuencias necesarias de un sistema capitalista incapaz de repensar –por imperio de su propia lógica– su concepción acerca del progreso, el desarrollo, la producción, el consumo y la forma en que se dan los vínculos con la naturaleza y entre los seres humanos.
La propia idea de “desarrollo” que nos inculcan desde los países centrales, los organismos internacionales y las clases dominantes locales, forma parte de las cadenas con que someten a los pueblos de Nuestra América y de todo el “tercer mundo”, dividiendo al mundo entre supuestos países “desarrollados” y “subdesarrollados”, e intentando convencernos de que siguiendo sus consejos algún día viviremos tan bien como ellos.
Así como la conquista europea de nuestro continente se afirmó en nombre de la evangelización, con la pretensión posterior de las clases dominantes de incluirnos en el “mundo occidental”, la última colonización, impuesta por el imperialismo yanqui, se afirmó en nombre de las ideas del “progreso” y del “desarrollo”.
Desde entonces, los últimos sesenta años de historia nos demuestran que el añorado “desarrollo” no ha llegado ni llegará nunca, y es de conocimiento común que si en China, solamente en China, se alcanzasen los niveles de consumo de los países centrales, el planeta colapsaría en pocas décadas, debido al nivel de contaminación y a la destrucción de gran parte de los bienes de la naturaleza, mal llamados “recursos naturales”. Y hacia eso vamos: basta poner como ejemplo que por primera vez en la historia, durante el 2009, China ha fabricado más automóviles que Estados Unidos, lo que para nosotros no constituye un logro sino otro indicio de que el mundo marcha a su destrucción.
El desarrollo ilimitado que nos proponen los funcionarios, los empresarios y tecnócratas del “primer mundo” es imposible. Para ell@s, pareciera que la Tierra y la Naturaleza no tuviesen límites. Pero nosotr@s vemos que sí los tienen, y estos ya han comenzado a manifestarse bajo múltiples formas –sequías, desaparición de especies, derretimiento de los casquetes polares, la violencia de ciertas tormentas tropicales, inundaciones, aluviones y desprendimientos de tierra, entre muchos otros– generando desastres ambientales.
La crisis económica y la crisis ambiental actual son dos caras de la misma moneda, y en la medida en que la economía capitalista enfrente cada vez mayores dificultades para su funcionamiento, mayor será la avanzada de los países imperialistas para apropiarse de nuestros bienes, ya que es aquí, en Nuestra América, donde todavía estos se encuentran disponibles. Por las buenas o por las malas, con préstamos o con la instalación de bases militares en nuestros territorios, los países centrales intentan e intentarán cada vez más, consolidar nuestro rol subordinado en el mercado mundial, proponiéndonos un modelo de desarrollo extractivo-exportador que carga a nuestros territorios con el grueso de los daños ambientales necesarios para sostener la producción global, y que nos despoja de toda soberanía. Ellos sostienen, para remachar nuestras cadenas, que debemos hacer honor a las ilegítimas deudas externas; nosotros creemos, por el contrario, que son ellos quienes deben devolvernos la enorme “deuda humana y ambiental” que han contraído con nuestros pueblos en 500 años de explotación y destrucción.
Está en nosotros, los pueblos, el romper esta cadena de sometimiento. Nosotr@s l@s latinoamerican@s sabemos y debemos poder transmitir a todos los pueblos del mundo (de Asia, de África y a los sectores populares de los países centrales), no sólo que este modelo de desarrollo no es sostenible (ni en tiempo ni en espacio) sino que además no es el modelo que queremos . Los pueblos originarios de nuestro continente, las comunidades mesoamericanas, andinas, amazónicas y patagónicas, con su larga resistencia de siglos, pero también con sus luchas actuales, nos muestran que es posible concretar esta ruptura.
Hoy nos toca la tarea de asumir que el imperialismo en el Siglo XXI es también Imperialismo Ambiental, y que por tanto debemos incorporar esta temática como parte integral del conjunto de nuestras otras reivindicaciones históricas, defendiendo la vida frente al saqueo y la contaminación. La tarea a la que nos enfrentamos los movimientos sociales y las organizaciones populares es enorme, y hoy más que nunca, la transformación radical del sistema capitalista es urgente.
Nuestra América es la región del mundo donde existe actualmente la mayor acumulación de experiencias de resistencia y elaboraciones político-ideológicas que permitan proyectar una alternativa civilizatoria superadora del capitalismo. Los pueblos latinoamericanos debemos hacer uso de toda nuestra riqueza cultural y de toda nuestra experiencia organizativa y de lucha para demostrarle al mundo que capitalismo y naturaleza son enemigos irreconciliables, y al mismo tiempo, que debemos y podemos construir formas de producción y organización social diferentes.
En Cochabamba tenemos una oportunidad de comenzar a debatir políticas que nos lleven a planificar y a implementar en el mediano y corto plazo modelos de desarrollo verdaderamente alternativos, democráticos, equitativos y ambientalmente sustentables, los que no pueden seguir basándose en las exigencias del “mercado”, sino en las necesidades de la sociedad y en el respeto a los ritmos de reproducción de la naturaleza. Privilegiar y luchar por el buen vivir de los pueblos, el Sumaj Kawsay, rechazando la falsa alternativa que constituyen las soluciones de mercado y los instrumentos financieros como los Bonos de Carbono.
Sería muy inocente de nuestra parte creer que la crisis ambiental nos afecta a todos por igual. En este barco global que va directo al naufragio, los sectores populares del “tercer mundo” somos los primeros y los más fuertemente damnificados. Y cuando llegue el naufragio sólo habrá salvavidas para los ricos, para los ricos del Norte, pero también para los ricos del Sur, las clases dominantes, que alegres se enriquecen a costa del pueblo en común acuerdo con las grandes potencias.
Es por eso que los movimientos sociales del campo y la ciudad jugamos un rol fundamental, ya que debemos no sólo enfrentar los intereses de los países hegemónicos sino los de nuestras propias clases dominantes locales, quienes intentarán por todos los medios sabotear iniciativas realmente transformadoras. Los trabajador@s del campo y de las ciudades, los pobres, los pueblos originarios, los grupos étnicos, las mujeres, somos quienes más sufrimos esta situación.
Creemos entonces que no es posible pensar en un único y homogéneo sujeto que pueda enfrentar por sí solo el impacto de las crisis. Debemos construir un sujeto plural y multisectorial, expresión de las distintas resistencias ante las ofensivas de ajuste y explotación, contaminación, saqueo y destrucción. Tenemos en nuestras manos una tarea histórica que no será posible resolver de manera fragmentada, cada quién luchando por su propia necesidad, sino sólo con la unidad de los pueblos.
La implementación de jornadas mundiales de lucha contra el cambio climático puede aportar en este camino, uniéndonos en la resistencia al capitalismo depredador, construyendo poder popular, prefigurando y luchando por un mundo por y para las y los de abajo. Por un mundo que respete la vida, que sea más justo, más digno y mas humano.
Socialismo Libertario
Frente Popular Darío Santillán
Juventud Rebelde 20 de Diciembre
Organización Popular Fogoneros
En la Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares
Buenos Aires, abril de 2010