Freno a la geoingeniería

Por Silvia Ribeiro
Blanquear nubes, fertilizar el océano, tapar el sol, inyectar nanopartículas de azufre en la estratósfera, abrillantar los mares, “sembrar” miles de árboles artificiales, plantar millones de árboles para quemar como carbón y enterrarlos como “biochar”, invadir las tierras con mega-plantaciones de transgénicos super brillantes para reflejar los rayos solares…
Suena como lista de delirios, pero son algunas de las propuestas “serias” de los que propugnan la geoingeniería como solución a la crisis climática.
La geoingeniería se refiere a la manipulación intencional de grandes trozos del planeta para, supuestamente para contrarrestar el cambio climático. Hasta hace poco era considerada ciencia ficción. Ahora, poderosos intereses económicos y políticos, presionan por llevarla a la práctica. En el último año, varias instituciones científicas de renombre –como la Sociedad Real del Reino Unido– se han prestado a publicar informes sobre geoingeniería, con escasa o nula participación de científicos críticos, concluyendo que “se debe financiar con recursos públicos la investigación y experimentación de la geoingeniería”.
Los científicos que promueven la geoingeniería, alegan que como los políticos no se ponen de acuerdo para enfrentar el cambio climático, hay que tener preparado un “plan B”. Reconocen que implica enorme riesgos, pero según ellos, no hay otra salida.
Después del fracaso de la cumbre del clima en Copenhague, paradójicamente provocado por los mismos gobiernos y empresas que causaron el cambio climático, científicos provenientes de esos mismos países convergen en decir que la democracia no es útil para enfrentar las crisis. Proclaman que ellos tendrán que salvar al planeta y a la humanidad, aunque sea a la fuerza y contra nuestra voluntad.
James Lovelock, famoso científico preocupado por el ambiente, declaró que “habrá que poner la democracia en pausa” ( The Guardian, 29/3/10). Para él, la única alternativa es manipular el clima con geoingeniería. Lo mismo expresa el científico canadiense David Keith, que en enero 2010 publicó en la revista Nature que urge “manejar la radiación solar”, inyectando nanopartículas azufradas en la estratósfera, para que desvíen los rayos del sol. Esto imitaría la nube que se forma en una erupción volcánica, y quizá bajaría la temperatura global (teóricamente lo que sucedió con la erupción del volcán Pinatubo en 1991). Tendría muchos y gravísimos impactos y efectos colaterales no deseados, sobre todo en regiones al sur del mundo, muy lejos de los países de Keith y Lovelock, pero como aclara Keith “el manejo de la radiación solar tiene tres características esenciales: es rápida, barata e imperfecta”.
Pese a eso, Keith aboga por experimentar con geoingeniería en campo a la brevedad, sin que haya intromisión de Naciones Unidas u otro tipo de supervisión multilateral, que solamente demorará lo que algunos científicos y unos cuantos hombres ricos y empresas pueden hacer sin que los molesten las instancias democráticas internacionales.
A principios de mayo 2010 salió a luz el proyecto de otros científicos, financiados con dinero de Bill Gates, para experimentar el “blanqueo de nubes”, inyectando agua del mar desde barcos no tripulados en una superficie de 10,000 kilómetros cuadrados de océano. (http://www.etcgroup.org/es/node/5138). Argumentan que es “barato” y solamente un experimento. Pero en rigor, la etapa “experimental” no existe en geoingeniería. Para tener algún efecto sobre clima debe ser a mega-escala. Los que proponen blanquear las nubes para aumentar el reflejo de la luz del sol, reconocen que habría que cubrir cerca de la mitad del Océano Pacífico con barcos que lancen agua de mar a las nubes, para quizá tener algún efecto sobre el clima.
No son sólo científicos los que proponen la geoingeniería. Ellos proveen el discurso y las “capacidades” a los más interesados: grandes capitales y transnacionales, sobre todo empresas que hasta ahora negaban el cambio climático porque son los principales culpables (como petroleras, de carbón, energía). Ahora ven en la geoingeniería no como plan B, sino como plan A. Para ellos y gobiernos como Estados Unidos y Reino Unido, la geoingeniería es la solución “perfecta” al cambio climático: no hay que cambiar nada, se puede seguir contaminando y emitiendo gases de efecto invernadero, porque podrían enfriar el planeta permanentemente, lo cual además les reportará lucros adicionales. El discurso de que “todos” somos igualmente responsables de las crisis climáticas y ambientales y que la democracia no sirve, les viene de perillas para tener aún más impunidad. Ahora hasta parece que nos están salvando.
Frente a estas tropelías, se creó en el marco de la reciente Cumbre de los Pueblos frente al Cambio Climático en Cochabamba, la campaña “No manipulen la tierra”, que ya cuenta con la adhesión de más de 100 organizaciones y grandes redes internacionales de ambientalistas, campesinos, indígenas y otras. La demanda central es prohibir la geoingeniería y cambiar las causas reales de la crisis climática. (http://www.nomanipulenlamadretierra.org/ )
Un primer logro a nivel internacional, es que un cuerpo de asesoramiento científico técnico de Naciones Unidas, acordó el 14 de mayo 2010, en Nairobi, Kenya, recomendar al Convenio de Diversidad Biológica establecer una moratoria sobre la geoingeniería, por los impactos que puede tener sobre la biodiversidad y las formas de vida relacionadas a ella. Un primer paso de una lucha que será dura, pero que cada vez cuenta con una oposición mayor desde todos los rincones del planeta.
– Silvia Ribeiro es investigadora del Grupo ETC. – http://www.etcgroup.org/es
Fuente: ALAI